METAPHORÁ
-Definir
lo indefinible, decir lo inefable-
Por
Tamym Maulén
Recurso poético
/ figura retórica / tropo / imagen / concepto / analogía, son algunas
de las definiciones que a lo largo de la historia de la metafísica-mundo-lengua
han resultado -a lo menos, satisfactorias- para caracterizar lo que hoy conocemos
frugalmente como metáfora. La metáfora; ¿es posible definir
eso que llamamos 'metáfora'? Más aún, mucho más aún
¿es posible siquiera definir algo? ¿Y para qué definir?
Nuestras
vidas son los ríos
Que van a dar en la mar,
Que es el morir.
Apunta
así una de las tantas metáforas que conforman la gran obra del gran
Jorge Manrique. Pero, ¿dónde se encuentra la metáfora; dónde,
si aún no se ha dicho, ni por anticipado, lo que ella misma es? Deberíamos
pues, haber empezado esta nada diciendo qué es eso a lo que llamamos
metáfora. Lo intentaremos, sin duda. Mas no sin antes preguntarnos por
qué necesitamos saber este "qué es" de la metáfora.
Se dice que la filosofía, en tanto tradición y sistema (¿es
eso acaso la filosofía?), nace de la pregunta fundamental "qué
es", el tí estín de los griegos. Y para saber qué
es algo, y puesto que nos movemos en un espacio lingüístico, debemos
necesariamente, definir lingüísticamente eso por lo cuál preguntamos.
Tal parece ser el operar del lenguaje. Pero, ¿qué es definir? Limitar,
zanjar límites, trazar finitudes, de-limitar, eso es definir, según
la tradición. Sin embargo, he aquí la primera dificultad con que
se topa todo aquél que intente dar una definición de metáfora.
Y permítaseme, para graficar este asunto, rescribir la primera incógnita
planteada líneas atrás: ¿es posible definir eso que llamamos
metáfora? Pues bien, deseo partir mi exposición por la interrogante
antes que por la respuesta. Es preciso plantear primero la posibilidad de la pregunta
que interroga por la definición de metáfora, por motivos
que se examinarán más adelante. No obstante, de buenas a primeras,
la solución a esta incógnita parece ser afirmativa. De hecho, existen
definiciones de metáfora que son tan antiguas como la filosofía
misma. Aristóteles por ejemplo, en la Poética, señala
su célebre definición de metáfora (metaphorá), diciendo
que ésta es "transferencia del nombre de una cosa a otra, honómatos
alotríu epiphorá"(1)
. Esta afirmación, si la analizamos bien, supone dos cosas particularmente
interesantes para nuestra exploración: primeramente, que cada cosa tiene
su nombre propio, el cual se le ajusta perfecta, inmanentemente; y, en segundo
lugar, que a cada nombre le correspondería una definición del mismo(2).
"¿Para qué definir?" habíamos preguntado más
arriba, y ahora pareciera que la interrogante queda resuelta merced la señalada
cita aristotélica. Se define entonces, porque a cada cosa le corresponde
un nombre propio; cada cosa se diferencia de las demás, y, sólo
sabiendo la definición, podremos hablar con propiedad de algo (cf. Metafísica,
I). En este sentido, una definición de metáfora ?y puesto
que es nuestro tema en este segundo? se vuelve no sólo conveniente, sino,
más aún, necesaria. Pero, ¿será posible? Tal vez...
I
¿Cómo tratar entonces con la metáfora? Pues definiéndola.
¿Definiéndola? Tal vez... Hagámosle por un momento oído
a las palabras de Aristóteles, y trabajemos a partir de su definición,
pues nos será muy útil, tal vez. "Transferencia del nombre
de una cosa a otra". Cada cosa, pues, tendría su lugar, su topos
propio, y sólo en la medida de que cada nombre pertenezca a un objeto es
posible hablar de transporte (epiphorá), de cambio de lugar de los nombres,
por una suerte de movimiento nominal. Aún así, debemos tener presente
la distinción aristotélica entre nombre (honóma) y definición
(horismós), ya que, si bien superficial en apariencia, es esencial en su
fondo. Por un lado, el nombre es voz significativa, no elucidativa; indica, hace
signos, alude, mas no declara, no explica. La definición, por el contrario,
divide y descompone el objeto en sus partes; explica, declara. De manera más
rica, nos lo manifiesta el profesor García Bacca en su Introducción
a la Poética de Aristóteles:
Entre
el nombre -dicho con significación indicativa y alusiva, no explícita-
y la cosa nombrada hay siempre una distancia. No está el nombre apegado
y ajustado exactamente a la cosa como la definición lo está con
lo definido, y precisamente por esta falta de ajuste perfecto entre nombre, dicho
como tal, y cosa nombrada, es posible un movimiento de transferencia, por el que
un nombre pasa de ciertas cosas a otras. Fenómeno que no cabe, so pena
contradicción, entre definiciones o explicaciones perfectas.(3)
De
este modo, y haciendo caso a esto último, la filosofía ?tal y como
la entendió Aristóteles y la posterior tradición? y aun el
lenguaje común, tendería, programática o inconscientemente,
a fijar nombres y a explicitar dichos nombres mediante definiciones. "¿Para
qué definir?" Pues para poder hablar. Y ¿cómo
no hablar? Es esta pregunta la que interesa ahora responder, y a la cual nos referiremos
de inmediato.
II
Aquiles era
un león.
Similitud y oposición se unen para formar un
lenguaje de brillo único, pero, que se presta para ambigüedades: Aquiles,
¿un león? Frente a esta vaguedad lingüística, que sin
duda puede darse, Aristóteles predicó la necesidad de una extrema
sobriedad a la hora de hablar. Y aunque cierto es que en diversos pasajes de la
Retórica (por ejemplo: 1404b,32?1405b, 20) trazó normas para
el buen uso de la metáfora, siempre se refirió a ésta enmarcándola
dentro del ámbito (lenguaje) poético, y sólo en aquél;
es más, el buen uso del lenguaje metafórico, dentro del circulo
poético, era una gran muestra del genio (Ibíd., 1459 a).
Sin embargo, en el lenguaje científico, filosófico, la metáfora
debe suprimirse si quiere evitarse la ambigüedad y la equivocidad. ¿Cómo
no hablar entonces? Sin metáforas. ¿Sin metáforas? Tal vez...
Dos pasajes muy significativos al respecto se hallan en Segundos Analíticos
(97 b 37-39) y Tópicos (158 b 17), en los cuales se dice respectivamente
que "si en la discusión dialéctica hay que evitar las metáforas,
es obvio así mismo que no hay que usar metáforas ni expresiones
metafóricas en la definición" y que "en todos los casos
en que un problema resulta difícil de atacar hay que suponer que se necesita
una definición o que ha sido expresado multívocamente o en sentido
metafórico". La metáfora, así, queda delimitada
exclusivamente al sentir figurado, poético, mas en ningún caso al
razonar filosófico, preciso, exacto (pero ¿es ese el razonar filosófico?).
Y aunque exista belleza y deleite en la metáfora, ella no manifiesta ninguna
verdad, pues esconde, oculta; aparece como un mero recurso estilístico,
poético, retórico. Además, y como dice el antiguo refrán,
los poetas dicen muchas mentiras.(4)
Es menester deshacerse de la metáfora si lo que se quiere es un lenguaje
justo y exacto, definitorio. Pero, esta pretensión, repito, ¿será
posible?
III
Digámoslo más claramente:
¿En qué consisten la justeza y exactitud del lenguaje? ¿Justeza
y exactitud, con respecto a qué? ¿Con respecto al mundo, con respecto
al ser, al ente en cuanto tal? ¿Puede el lenguaje ajustarse a estos predicados?
Siguiendo a Aristóteles, deberíamos responder que sí, pero,
es claro que la ironía latente en estas preguntas nos encamina hacia otro
sendero totalmente distinto; a un "no" radical como respuesta. ¿A
un "no"? Sí. Y, ¿cómo no? Ante todo, déjeseme
señalar los supuestos que se esconden tras estas interrogantes: (1) en
primer lugar, que un lenguaje justo y exacto debería ser absolutamente
unívoco y propio: no-metafórico; y (2)?más trascendente y
simple que lo anterior? que existe una respuesta a las incógnitas
planteadas.
Hasta el momento, no se ha dicho explícita, declaradamente
qué sea la metáfora, pero sí se ha dicho, al menos, lo que
ella no es. La metáfora no es definición, no es nombre, no es develamiento,
no es des-cubrimiento. Al contrario, la metáfora oculta, des-nombra, in-define.
En este sentido, ella no es verdad, entendida metafísicamente como
alethéia, como descubrimiento. Mas, ¿qué es verdad
entendida metafísicamente como alethéia? Creo que una respuesta,
incluso más allá de la verdad de esta interrogante, la da
Friedrich Nietzsche, de quien cito las siguientes doce palabras:
¿Qué
es, pues, la verdad? Un móvil ejército de metáforas,
metonimias, antropomorfismos...(5)
Sin embargo, dijimos más arriba que la metáfora 'no es verdad.'
¿Qué sucede entonces? Pues una metáfora. Esta: "la verdad
es metáfora". Y también esta otra: "la metáfora
no es verdad". La sentencia -o más bien metáfora- de Nietzsche
es un señalamiento que apunta sus dardos a la inaccesibilidad de un real
develamiento que aspire mostrar, con justeza y exactitud, el ser, el ente, el
mundo en cuanto tal, la verdad en cuanto tal; no es una definición,
sino más bien el relato de como esa verdad de la verdad se desvanece
en el proceso mismo de su presunto establecimiento, y antes aun, en el minuto
arrogante de pretenderla. La verdad metafísica es un 'móvil ejército
de no-verdades', de metáforas, y, para expresarla, para graficar su engaño,
el único modo de hacerlo es metafóricamente, pues si se intenta
por medio de una definición, resulta indefinible.
He traído
a colación el ahora pseudo-concepto de 'verdad' para hacer más visible
la respuesta a la pregunta que nos planteamos al comenzar este capítulo,
a saber, "¿puede el lenguaje ajustarse con precisión y exactitud
al mundo?" La respuesta es 'tal vez'. No la sabemos; no lo sabemos.
Y por lo mismo, pretender verdad, pretender develamiento de lo llamamos 'la cosa
en sí', es pecar de absoluta arrogancia y adultez, porque ese tal
mundo de lo en cuanto tal, nos es inaccesible(6).
Esto, porque el total de nuestras aprehensiones y comprehenciones no es más
que un conjunto proliferante de transposiciones y traslados, de traducciones y
metáforas, ninguna de las cuales podría siquiera aspirar a una prioridad
epistemológica y, por sobre, todo ontológica respecto de una entidad
en cuanto tal; de un mundo en cuanto tal: todas son equidistantes respecto
de la X inaccesible de la 'cosa en sí', centrífugas de un centro
que no es manifiesto. Resuena acá el problema fundamental de todo idealismo,
en donde se nos dice que "no podemos afirmar un mundo externo a nosotros,
pero tampoco podemos negarlo; simplemente, de aquel mundo nos esta vedado hablar":
¡aurem dictum! Pero ¿Cómo hablar entonces de ese mundo?
Más bien, ¡Cómo hablar de ese mundo! Pues, cognoscible o no,
hablamos de ese mundo; nuestro mundo.
Resulta que, de la verdad,
sólo es posible hablar metafóricamente. Más aún, la
verdad misma es una metáfora. Aquella, en tanto concepto, en tanto palabra,
representa de un modo, por así llamarlo, paradigmático a
todos los demás conceptos y palabras. He querido valerme de la 'verdad'
como símbolo de todo símbolo, pues, entendida ésta
metafísicamente como alethéia, es reina y soberana de todo
aquello que llamamos metafísicamente metafísica. Consecuentemente,
todo concepto, toda palabra, cae dentro de este gobierno que se rige por la imposibilidad
de manifestar en cuanto tal al mundo, y que, a su vez, se manifiesta como
metáfora de aquél. Toda palabra, es, sin más, metáfora.
¿Cómo hablar entonces? Pues metafóricamente y sólo
metafóricamente; es tal el modo de ser del lenguaje.
IV
Sin
embargo, habíamos ya explicitado que el uso de la metáfora debiera
de restringirse sólo al ámbito poético, figurado, y no al
hablar científico, filosófico, riguroso, veraz. Pero, todo hablar
es metáfora, por lo que tal pretensión de rigurosidad deviene
en la pretensión de un imposible.
No obstante, debemos
tener presente que toda esta conversación ha sido a propósito de
un único fin: entender eso a lo que llamamos metáfora. Y ocurre
que todavía no la hemos definido; pero ¿es posible definir eso que
llamamos metáfora? Claro que es posible, pero cometeríamos un gravísimo
error al hacerlo, pues ¿cómo es posible definir; a saber,
limitar, zanjar límites, delimitar, si no conocemos siquiera el terreno
mismo que intentamos definir? ¿Cómo asirse de este vértigo
que parece impedirnos hablar de las cosas en cuanto tales y sólo
nos permite tener una relación metafórica con aquellas? ¿Qué
sentido puede tener la definición, si ésta no puede definir nada
en cuanto tal? Ante todo, digamos lo siguiente:
Nuestras
vidas son los ríos
Que van a dar en la mar
Que es el morir
La
definición, entendida como tal, adolece de lo que toda palabra padece en
su fondo; es también una metáfora. Definición es metáfora
de aquello que pregunta por el qué es, por lo en cuanto tal,
y ya está visto que esta pretensión, en cuanto tal, es imposible.
Es más, puede suceder que alguien se pregunte por la definición
de definición, y, en este sentido, la pregunta misma carecería
de todo sentido, pues quedaría entrampada dentro de sí. De esta
forma, para entender lo que sea la metáfora, o la definición, o
lo que sea, debemos necesariamente salirnos de esta trampa metafísica que
busca la quiditas de lo preguntado, que busca su ser en cuanto tal,
que pregunta por el qué es. Esta exigencia de lo 'en cunto tal'
es, a su vez, la pretensión de toda metafísica, por lo que resulta
absolutamente preciso salir de este plano de pensar, escapar de las fronteras
de la definición, cruzar los limites del qué es, del tí
estín griego.
Preguntamos ahora: ¿Es necesario definir
la metáfora de Manrique para entenderla? ¿Es necesario definir la
metáfora misma para entender lo que ella es? En la metáfora, o más
bien en la metaphorá, tal y como lo designa su etimología(7),
está en juego aquel transporte que va desde lo inefable de la cosa en sí,
pasando por la palabra, y hasta llegar a la captación que nosotros hacemos
de ese inefable. La metáfora representa aquella relación,
aquel vehículo existente entre mundo incognoscible y todo lo conocido,
pero es una relación que escapa a toda relación metafísica
con el mundo. La metáfora, la metaphorá, no es una mera 'transferencia
del nombre de una cosa a otra', sino una relación directa, no-metafísica
respecto de aquél indecible de la cosa en sí y el entendimiento.
Y esto, porque escapa a las fronteras de lo en cuanto tal; la metáfora,
ora implícita, ora explícitamente, no pregunta jamás por
el qué es (como lo hace la definición). Es más, ella
no sólo se fuga del circulo de lo en cuanto tal, que es, a su vez,
el circulo de la metafísica, sino que es ella misma un-escapar-mismo.
La metáfora, en la medida en que aparece como transporte del ser incognoscible,
se desvanece por completo; ella nunca está presente, se retira toda vez
que intentamos aprehenderla, pues es un traspaso, una flecha en movimiento que
no podemos detener, pues es movimiento puro. Contrariamente, la metafísica
es la historia de la presencia, la historia del ser, la historia de lo en cuanto
tal. Todos estos predicados implican quietud y estancamiento, pues de otro
modo no tendrían sentido alguno: ¿Qué sentido puede tener
el ser, si éste no es? A su vez, la metáfora es un
continuo continuo, un traspaso, un movimiento, un no-ser. ¿Qué
sentido entonces tendría la metáfora? Ninguno. Ella carece de todo
sentido pues es in-sensible, intocable, indetenible. Pero ¿qué pasaría
entonces con la metáfora? Todo, la totalidad del ente, incluso ella misma
se pasaría por alto, pues es justamente eso; un continuo retirarse, un
retirarse fuera de todo sentido.
¿Qué podemos sacar en
limpio de todo lo que se ha dicho hasta ahora? ¿Cuales son las implicancias
que la metáfora trae a nuestra vida mundana cotidiana? En primer lugar,
cabría decir que la metáfora nos devela algo absolutamente fundamental;
toda pretensión de justeza, de exactitud en el lenguaje es totalmente imposible
y quimérica. Muy por el contrario, todo lenguaje es, rigurosamente hablando,
injusto, metafórico. Pero ¿quiere decir esto que la metáfora
sea injusta? Tal vez... Lo qué sí podemos afirmar, es que aquella
es el único vehículo que nos conecta de manera directa con ese mundo
que aparece como negado al pensar metafísico, por medio de la definición.
Ésta (la definición), a su vez, carece de una verdad, por así
llamarla 'objetiva', en tanto pretende nombrar un ser que le es inaccesible. La
metáfora, por el contrario, no pretende en ningún caso ser definición
(horismós), ni mucho menos verdad, antes bien, ella misma no pretende nada
en absoluto; la metáfora es aquello que se aleja, que se retira de la definición,
y por ello debe ser asimilada como el acompañante invisible de ésta,
como aforismo (af-horismós).
"¿Para qué definir?"
Preguntamos al iniciar nuestro artículo, y nos topamos ahora con una posible
respuesta satisfactoria: se definía para poder hablar, para hablar con
rigurosidad. Y esto porque, de una u otra forma, y en tanto "seres que poseemos
habla", intentamos comunicarnos y establecer acuerdos: tal es la exigencia
de toda actividad política. Pero ya está visto que el lenguaje es
esencialmente injusto, por lo que, se debe concluir, que tampoco existirá
justeza en el acuerdo, en la comunicación, en la vida política,
social. Mas de esta imposibilidad de acuerdo, ¿se sigue un desacuerdo total?
Tal vez...
Aristóteles definía al hombre de dos maneras:
como "animal que posee habla", y como "animal político".
Ahora sabemos que ambas definiciones no son más que metáforas de
una metáfora muy particular; la metáfora hombre. A su vez,
este vértigo de no poder hablar del mundo tal y como este es, resulta más
que insoslayable para todo vivir que busque la estabilidad y el orden. Y este
es, justamente, el vivir del hombre. Es preferible la definición
por sobre la metáfora
(aunque ella misma sea una metáfora), pues nos es más conveniente
hablar, que no hablar en absoluto. Nuestro modo de ser se da tanto en el lenguaje
como en la vida social, por lo que ambos quehaceres deben conciliarse mediante
lo más objetivo y conservador que pueda existir: las palabras, el
habla. El acuerdo, la democracia, sin embargo, no son más que una metáfora
del hombre, y, como se ha visto, la metáfora nunca está presente;
consecuentemente, aquellas tampoco: no son más que una promesa, una quimera
por venir, una metáfora por venir.
Pero, digámoslo
de una vez y para siempre: ¿qué es metáfora? ¿por
qué no se ha definido aún lo que sea la metáfora? Pues porque
definirla, sería no entender nada, nada, nada de ella. Entonces, ¿Cómo,
de qué forma podemos tratar con la metáfora?
De ninguna
forma. Ella es intratable; esto es, no se puede hacer un tratado de ella. Mas
aún, no se puede hacer trato con ella. Pero, por favor, ¿qué
es metáfora? ¡Qué es metáfora! Todo, nada. Ella se
escapa de la pregunta en el mismo instante de su formulación; "¿Qué
es eso a lo que llamamos metáfora?"
Para que se entienda, sea
un ejemplo de algo escrito que no sea metáfora:
Tamym,
Invierno de 2005.
NOTAS
(1)
ARISTÓTELES, Poética, 1457 b, p. 33. Bibliotheca scriptorum
graecorum et romanum Mexicana, Universidad nacional Autónoma de México.
Ed.Bilingüe,
traducción por Juan David García Bacca.
(2) Cf. Introducción filosófica
a la Poética, Ibíd.., p. XCVII.
(3) Ibíd.., p. XCIX
(4) Refrán citado por el mismo Aristóteles
en Metafísica, I, 983 a.
(5) NIETZSCHE, F. Sobre verdad y mentira en sentido
extramoral. Werke in drei Bänden,ed. Karl Schlechta, C. Hanser Verlag,
München, 1970. Tomo III, p., 312.
(6) Resulta necesario a este respecto mencionar,
aunque de pasada, las contribuciones que la física moderna, y, en especial,
la física cuántica ha tributado no sólo a la ciencia, sino
también a la filosofía en general. Tales aportes son de carácter
más bien epistemológico, pero, sin duda, su temática ineludible
es ante cualquier tipo de cosmología. Así, por ejemplo, la teoría
cuántica predice que es imposible efectuar mediciones simultaneas de la
posición y velocidad de una partícula con precisión infinita.
En 1927, W. Heinsemberg dibujó esta idea, la cual se conoce ahora como
el 'Principio de Incertidumbre'. Éste, afirma que es físicamente
imposible medir simultáneamente la posición exacta y el momento
exacto de una partícula, pues en el instante en que esto se pretende, la
luz afecta y modifica dicho momento y dicha posición. (Cf. Teoría
de la relatividad, de A. Einstein). La 'cosa en si', por tanto, es físicamente
incognoscible.
(7)
Metáfora, según Joan Corominas (cf. Diccionario etimológico
de la lengua castellana), aparece como vocablo castellano a partir del 2°
cuarto del siglo XV, del latín metaphora, y éste, a su vez,
del griego metaphorá. Este sustantivo deviene del verbo fero
'yo transporto'. Me he preocupado de analizar los dos componentes de la palabra,
a saber, el prefijo y la raíz verbal. El primero, por un lado, conlleva
la significación de 'más allá', y su correspondiente latino
es el prefijo 'ultra'. Sin embargo, existen acepciones para metá
que expresan comunión, acompañamiento, tales como 'juntamente',
'de acuerdo con', y además movimiento, 'a través de' (su correlativo
latino es trans). El verbo fero, por otro lado, se iguala al latino
ferre, y significa básicamente, 'llevar de un lado a otro', 'portar'.
Siguiendo este análisis, creo que una correcta traducción para metaforá
sería, trans-ferir o trans-portar, pues ambas recogen la
significación originaria. (Nótese que el prefijo latino trans,
captura, de una u otra forma, la significación mas fuerte del metá
griego. (Esto lo vemos, por ejemplo, en los vocablos 'transandino', más
allá de los andes, y 'transatlántico' o allende al atlántico.)
Así también, y asumiendo la significación del prefijo metá
como 'con, juntamente', una posible traducción sería con-llevar.
En todos los casos, se recoge, a mi juicio, el sentido originario del vocablo.