K
U R T F O L C H : P O H E S Í A H E N T H E R A
Por
Tamym Maulén
En fin. Al fin.
Por fin. Del fin. Hasta el fin. Desde el fin: nosotros, finalmente. Nosotros,
confrontados y hablantes, tal vez, en donde más podemos acercarnos: la
hoja, la tinta,
el dolor, y ese buen punto de partida para las cosas que hablan de nosotros: las
palabras, intactas bajo la turba de la memoria, sin sonidos, con la forma del
eficaz instrumento de tortura.
Y digo 'al fin' Thera, porque no
me puede encontrar antes con tal invitación. No pude porque simplemente
no pude. Pero ¿cuál es la hora exacta para la reunión casual,
para el encuentro fortuito? Recién ayer, hoy, pude verte a los ojos, mirar
el cielo de Santiago y comprender que los cielos más hermosos del mundo
no están acá, sino en el Caribe.
Y el Caribe no está
en el Caribe: no hay tiempo para las citas, ni lugar para las reuniones. La gracia/desgracia
de la poesía es ésta: abrir la página, hacer resucitar. Más
bien vivir, hacer (me) vivir. Justamente vivir para sentir, injustamente sentir
para vivir.
Así, en Thera hay un clima húmedo, tropical,
es su espacio vivencial. El verano es un pretexto para nombrar la incertidumbre,
el frío de la existencia. Pero el verano es siempre, de alguna manera cálido,
y el frío, a su vez, de una u otra forma, quemazón. Estas, así
llamadas por Kurt Folch, Vacaciones de invierno, pareciera que son más
bien los parásitos de un paseo de verano, sus restos aún persistiendo:
A
paso de caracol
desde la playa
por la huella de concha
molida que entre
dunas
y crucíferas asciende.
El viento
que sopla y cala…
...y el aroma de algo,
algo muerto (a postonazos,
un
perro) en la desolación del polvo
de patios y calles de un pueblo
del
litoral
en invierno.
El
Inti enfermo, denominación abisal y lograda de aquel fenómeno
celeste que ya no es insidia sobre las cosas, sino más bien, la constante
tendencia al silencio; aquello que es capaz de erizar la piel de las mujeres (simples
turistas) y que oxida todo lo no hecho, todo lo nunca nombrado.
Thera
repite (sin falta) aleluyas en mitad del día o de la noche: es algo que
perfectamente podría no existir, ser y no ser. Es algo que, perfectamente,
podría no haberse escrito. Es ese, tal vez, su mayor acierto. Reconocerse
como un grano de arena en la arena. Verse así mismo (el poema) como en
un espejo oscuro y asumir su finitud, su eternidad, su inocua pero a la vez trascendente
existencia: mirarse así mismo antes, en un pasado nostálgico, pero
reconociéndose en su presente: dejo aquí el polvo de cuanto hubo.
/ Cuento la ganancia.
¿Pero qué se gana siendo polvo
en el polvo, arena en la arena? La misma pregunta descubre la incomprensión
del preguntante pues, lo que se gana es lo no-ganado, la sanación de saberse
y de ser, simplemente, dust in the wind:
Soy
entonces un durmiente,
descanso sobre el dolor
del hombro; maleza
(soy)
sobre
las tumbas
o la flor de agua
un cadáver en paz.
Thera repite una y otra vez esta impotencia/potencia escritural del hombre
poeta, pero del poeta que, ante todo, es hombre: el papel es un espejo que
no refleja de ti más que el dolor. La pregunta entonces, ¿vivir
o escribir? Ambas. Y que el dolor venga, pues eso es lo que somos. Pero no cualquier
dolor. Un dolor querido, musical. Así como en Lihn ese
'Pepe grillo' que para el poeta resulta ser la poesía, se manifiesta como
musiquilla de las pobres esferas ? y del que cito un fragmento del poema homónimo:
"Después de todo, ¿para qué leernos? / La musiquilla
de las pobres esferas / suena por donde sopla el viento amargo / que nos devuelve,
poco a poco, a la tierra …" Así para Kurt esa tierra son, en su
fondo, lugares frescos donde, sin embargo, oímos la música agridulce
de gente sencilla, donde leemos con los dedos la luz y escribimos con cuidado
como quien se hunde en la hoja de un cuchillo. ¿Para qué leernos?
Para nada. Condena edípica la nuestra. Nuestras palabras son opacas
(no presentan evidencia) : música detrás de la música.
Las palabras tienen su propia oscuridad: la memoria, pero igual nos leemos.
Porque nos gusta, porque nos gustamos, porque necesitamos conversar: reunirnos
borrachos y reírnos de nosotros mismos.
Así, por último,
mientras Thera, para algunos, representa un extenso monólogo de
una voz quebrada, trabajosa, y para otros, un conmovedor epílogo que la
escritura rinde a los hechos vividos, para mi, ni lo uno ni lo otro: Thera
es el dialogo, vivo y no revivido del poeta que ha sentido el amor, el sexo, la
vida, en suma, el dolor, y un lector que de una u otra forma conversa con tal
experiencia, la vive a su modo y en completo presente. Estas tú y yo: nosotros,
finalmente. Poesía entera y partida que cumple con lo suyo cuando se
abren las páginas y se mira más allá de las tapas.
Eso
es todo:
Los hijos
terminan lo suyo
llenan sus repisas,
cambian de orden los muebles …
…Hago
mi aparición y desaparezco.