ESTE
ENSAYO ES UNA HERIDA
-
Reflexiones de un poeta en torno a la posmodernidad -
por
Tamym
Eduardo Maulén Muñoz
I
"La cultura alemana es una contradicción
entre ambos términos." ¡Qué ironía la de Nietzsche!
¿Ironía? Lo cierto es que blanco / negro, día / noche, cuerpo
/ alma, individuo / sociedad, sólo por nombrar algunos pares de elementos
que, por muy antagónicos que parezcan, son imposibles de entenderse el
uno sin el otro.
Individuo y sociedad. ¿Hasta qué punto
es posible separarlos? ¿Hasta qué punto es posible aunarlos? Pues
bien, el estar del hombre en el mundo, como ya lo apunto Aristóteles -de
manera muy poco aristotélica, por cierto- se da en lo social; anér
zoón politikón estín, el hombre es un animal político,
fue su definición en la Política. Y 'político' significaba
'estar en la polis'. Vivir en
sociedad es lo propio del hombre; creo no sería una mala traducción
de la cita-rezo de Aristóteles. Sin embargo, este 'estar' del hombre en
sociedad, se da de dos formas gravitalmete opuestas. Primeramente, en un sentido
trascendente -el individuo siempre, desde el nacer y hasta el morir, formará
parte de la sociedad- y en segundo lugar, en un sentido inmanente -el individuo
no puede prescindir nunca de ella, de la sociedad. Ahora bien, ¿Cómo
debe entenderse esta doble postura si, por un lado, la sociedad coarta y censura
ciertos impulsos del individuo particular y, por otro, posibilita su desarrollo
y la libertad? Se instala entonces una particular relación del individuo
con la sociedad, a la vez antagónica y armoniosa, una tensión concordada
que, justamente, permite dar cuanta del ser-estar-mal-estar del hombre en el mundo.
Hay que remar hacia atrás. Hay que salirse del río para
poder cruzarlo. Hago mía la frase de Albert Camus: no hay que estar con
los que hacen malamente la historia, sino con los que la sufren. ¿Qué
significa estar en tensión? Sufrir, padecer. ¿Qué significa
estar en armonía? Embellecerse, alegrarse, gozar. ¿Qué significa
ser hombre? Por Dios, la gran pregunta kantiana. ¿Kantiana? Yo diría,
la gran pregunta, sin más. Y me aventuro a responderla diciendo que justamente
significa eso: significa. Ser hombre, significa. Y este significar es la
tensión concordada.
Pensemos por un momento en la situación
actual en que nos encontramos. No con poca certeza podríamos afirmar, que,
muchas veces, hace más frió que sol. Es otoño. ¿El
otoño de la historia? ¿El otoño de la modernidad, de la posmodernidad?
Pensemos por un momento en nosotros, en nuestra vida. Hay felicidad y agonía,
verdades y desengaños, primaveras y, por cierto, más de algún
volantín con los colores de Chile. La pregunta a desarrollar -y es lo que
intento explicar- es qué significa estar inmersos en la herida en
que nos encontramos, antes que preguntarse por la herida misma. La pregunta no
es tanto 'porqué me duele' sino 'qué significa en mi vida' aquel
dolor. El otoño, como la flor, es sin porqué. Llega porque llega.
Lo interesante y novedoso, a mis ojos, sería analizar lo que significa
y comprende estar inmersos dentro de éste, dentro de ésta. Lo que
Heidegger llama estar-en-el-mundo es el primer paso para comprender lo que significa-estar-en-el-mundo.
Vivimos en la polis, y esto es lo que nos pasa todos los días. Bien lo
diría Gonzalo Millán: Amanece / las aves abren las alas / las aves
abren el pico / cantan los gallos / se abren las flores / se abren los ojos /
los oídos se abren / la ciudad despierta / la ciudad se levanta / se abren
llaves / el agua corre / se abren navajas tijeras / corren pistillos cortinas
/ se abren puertas cartas / se abren diarios / La herida se abre.
II
Pues
bien, la pregunta que inició nuestro encuentro, nuestra amistad, nuestras
cavilaciones, fue la pregunta que interrogaba por la posmodernidad. ¿Qué
es pues, la posmodernidad? ¿Es posible afirmar categóricamente lo
que sea la posmodernidad? Si bien, desde Nietzsche, pasando por Heidegger, Lyotard,
Habermas y hasta el día de hoy, mucho se ha dicho y especulado, mas nada
se ha dicho y bien dicho a ciencia cierta. Un signo, tal vez, de posmodernidad.
No podemos decirlo. La posmodernidad o lo que sea la posmodernidad no es posible
de encasillar dentro de una definición porque, precisamente, escapa y rehuye
al preguntar mismo. Por otro lado, la posmodernidad o lo que fuere ella, es presente.
Y el 'ahora', el presente, el nyn griego, como bien lo mostró Aristóteles,
es no posible de atrapar, coger, pues cuando se agarra y retiene ya no es ahora,
es 'antes'. Algo similar al célebre Principio de incertidumbre,
de nuestro querido y a veces odiado Heisenberg.
Incertidumbre pues, al
no poder decir qué sea la posmodernidad. Por gracia, ello no afectará
nuestra especulación el día de hoy. Aún más, la enriquecerá.
-Agarro el lápiz, el cuchillo. Primer enriquecimiento: se abre la herida,
como las puertas del metro, como las piernas de la amante, y todos entramos, con
plena conciencia, todos somos parte de la herida, y nos gusta.
Pensemos
por un momento en la situación actual en la que nos encontramos, habíamos
dicho en un principio. Y es cierto, no con poca certeza podríamos afirmar
que, muchas veces, hace más frío que sol. Es invierno. Llueve. Llueve
mucho. En la TV anuncian desaparecidos, muertos, fantasmas. En la radio a pilas,
nada: no hay pilas. ¿Qué significa la posmodernidad? La verdad,
poco y, mejor aún, nada interesa la pregunta a quienes se les llueve la
casa merced el desborde del río. Menos que nada a quienes perdieron su
casa. "El lenguaje es la morada, la casa del ser" nos había dicho
muy galanamente Heidegger, en pleno verano alemán Es pues, la posmodernidad,
la casa del hombre actual. Y se la lleva el río…
III
Poco
y nada nos interesa a nosotros ahora preguntar por la posmodernidad. Y esto, no
sólo porque es más importante tapar la gotera del baño, sino
porque bástenos con saber simple, necesariamente, que la posmodernidad
es un hecho presente, una constatación del momento actual del hombre. Vivimos
pues, sin más, dentro de lo que denominamos posmodernidad, sobre ella,
en ella. El tiempo y la historia -y no nosotros- se encargarán de dilucidar
el qué es, ti esti, was ist, de este momento histórico. La
tarea nuestra, es vivirlo, y vaya que es una tarea extremadamente compleja.
¿Qué
significa entonces vivir esta época? ¿Qué significa entonces
estar inmersos dentro de este 'no se qué' que hemos denominado como posmodernidad?
Tal vez sean estas preguntas las que realmente provocan dolor, por ello las prefiero,
por ello me gustan, nos gustan. Segundo enriquecimiento: en el mismo abrir de
la herida existe dolor, el cuchillo hiere, a veces, con sólo mirarlo. ¿Quién
habrá nacido sin abrir los ojos? Sin llorar al menos, nadie.
Lo
que significa estar inmersos en la posmodernidad, no es otra cosa que lo que nos
significa vivir. Y vivir ésta época es, a nosotros, lo que la posición
de una partícula vista desde un microscopio es para Heisenberg. A saber,
incertidumbre. Lo que durante la modernidad fue una fe ciega y fiel en el poder
de la razón y la ciencia, hoy ya no goza del status de certeza y validéz
universal que, por esos tiempos, reinó. Incertidumbre, 'angustia' en palabras
de Sartre, 'cansancio' en la voz de Neruda. Herida, en nuestro humilde juicio.
Ahora bien, todos estos adjetivos dan cuenta no de un mero capricho subjetivo,
sino antes bien de un pathos característico, reinante y predominante del
hombre así llamado posmoderno. Sin ir más lejos, nuestra propia
inquietud nos ha llevado a estudiar lo que estudiamos, como nuestro propio dolor
nos ha llevado a reflexionar sobre lo que ahora reflexionamos. ¿Cómo
puedo reflexionar sobre el dolor, sin haberlo padecido? Reflexionar, es pues,
volver a flectar, volver a la flexión, así como inquietud es no
poder quedarnos tranquilos frente a la mera especulación pasiva.
No
estamos meramente en el mundo, como pensó Heidegger, sino que, antes bien,
mal-estamos o bien-estamos. 'Estar' es quizás tan vacío como 'ser'.
Yo también he visto que cuando las cosas buscan su curso encuentran su
vacío. La historia del ser ha sido aquella búsqueda y consecución
de su vacío original. Permítaseme una observación: ahora,
llueve. Y metafóricamente también. Pues no es este momento histórico
nuestro momento histórico, precisamente, el verano de la humanidad. Baste
pensar en Auschwitz-Birkenau y Lublin-Majdanek, en Hiroshima y Nagasaki, en la
Guerra en Irak, Chile 1973, y válgame, en cuántas cicatrices más
que aún no cierran, que aún nos duelen.
IV
Es
claro, así, que las circunstancias históricas necesariamente determinan
el sentir -o más bien el padecer- de un pueblo, una cultura y, en última
instancia, de cada individuo particular. "Yo soy yo y mis circunstancias,
y si no las salvo a ellas no me salvo yo", rezaba la meditación quijotesca
de Ortega. Pero nos ahogamos. El río se lleva nuestra casa. La lluvia mancha
todo. Es invierno. Nos ahogamos. Tal vez, con la propia sangre, en la propia herida
que somos, que nos hacemos.
Es claro que salvamos las circunstancias,
estamos concientes de nuestro con-texto y sin-texto histórico, pero no
por ello nos salvamos. La circunstancia nos carcome porque, en última instancia,
yo soy mi circunstancia. El propio Nietzsche vislumbró esta tautología
al afirmar que el instinto -tal vez, lo más propio e individual- no representa
en ningún caso la esencia personal, sino que es el producto y la investidura
de lo social sobre lo particular, y, en suma, de la circunstancia sobre la persona.
¿Cómo diferenciar entonces al individuo particular de la circunstancia
social histórica? Diferenciar: un signo de padecimiento y dolor,
una búsqueda que no nos lleva más que al vacío que somos
en el fondo. Pido permiso: agarro el lápiz, el cuchillo, agrando la herida.
No piden permiso: se expanden el aro, se clavan el pearsing, tatúan a cristo
desnudo en medio de sus miembros. No son ellos, es la sociedad misma. No son sus
rostros, es el reflejo vivo de la circunstancia. No es mi lápiz, es mi
cuchillo.
V
A propósito,
García Lorca durante su estancia en New York y ora del notabilísimo
poemario Poeta en Nueva York, escribía: "No es el infierno,
es la calle. / No es la muerte, es la tienda de frutas." En efecto y defecto,
es nuestro tiempo la gran avenida de las manzanas y las sandías. Tiene
la muerte, al menos, un sabor dulce. Tercer enriquecimiento, aún más
fuerte: este ensayo es una herida, y me la auto-infrinjo, con plena inocencia,
concientemente. Agarro mi lápiz, ya te dije, es mi cuchillo. Y me escribo,
me escribo, me escribo.
Así de simple, porque escribir es la forma
de mi dolor y la expresión más aguda de mi padecimiento. Me emancipo
de mis circunstancias, las venzo asumiéndolas, y soy libre. Pero no hay
dolor sin herida, ni herida sin dolor. Enciendo la TV, pongo las noticias. Llueve,
y la gente se moja y la gente se cae y la gente se para y la gente sufre y la
gente se muere y la gente se muere y yo no puedo escribir una palabra más
porque estoy llorando, estoy llorando a meres y me miro y sigo escribiendo y me
siento como el hoyo, como el hoyo del puente en que cayeron los niños y
yo lloro y sigo escribiendo.
Toda autoflagelación anula el poder
del opresor. El filósofo anula el dolor de sus circunstancias pensándolas,
como el poeta anula el dolor de su historia escribiéndola. Pero ambos modos
de anulación son siempre heridas, y por consiguiente, también dolor.
¿Qué sentido puede tener el dolor por el dolor? Pues mucho, cuando
la herida propia, es decir, la auto-infringida, significa libertad ante la insuperable
circunstancia. Ahora bien, agrega García Lorca en el citado poema, "Existen
las montañas. Lo sé. / Y los anteojos para la sabiduría.
/ Lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo."
En efecto, no
hemos venido meramente, pasivamente, inocuamente, a ver el cielo. No hemos venido
a pensar, exclusivamente, mucho menos a escribir. Somos animales políticos
y nuestro modo de ser está dado en lo social. En la pólis, en la
política. Es la tensión concordada de la que hablamos en un comienzo
la que nos hace padecer y muchas veces, ser la herida que somos. Afuera llueve
y yo estoy acá escribiendo, sufriendo a mi modo el dolor de mis circunstancias
y de los que afuera, verdaderamente sufren. Parafraseando a Pessoa, "el poeta
es un gran fingidor; debe fingir el dolor que verdaderamente siente".
Esa
pululación obscena entre pensar al mundo y vivir el mundo es la herida
que hoy me hace llorar, pero que me hace llorar sin miedo a contártelo,
sin miedo a seguir hiriéndome, porque simplemente esta herida es mi propia
cura, mi propia libertad.
¿Se puede ser filósofo y político
a la vez? Es muy probable que sí, como es muy probable que no. Tal vez
Nietzsche tenía razón: la filosofía política es una
contradicción entre ambos términos…
T.
M.
Santiago, Julio de 2006.