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Armando Uribe
Reafirmación Poética De la Nada
Este año, el poeta se convence de que hay que transcribir las
papeletas y servilletas que ha pergeñado a lo largo del camino y entrega
un libro como si fuese su primer (y último) libro. "Odio lo que odio,
rabio como rabio", es uno de los grandes testimonios de este fin de
siglo.
por Julio Ortega
.......... La primera imagen
que uno tuvo de Armando Uribe (Chile, 1933) se remonta a los años 60 y a
un momento privilegiado de la cultura chilena, animado por una
efervescencia del diálogo continental. Entre las instancias más fecundas
de esas varias apuesta están las tres apariciones memorables de este
poeta y traductor, que ya entonces elegía para siempre a sus lectores al
proponernos una gozosa lectura de Montale, Pound y Léautaud. Sus tres
libros los devoramos en Lima, sabiendo que el poeta chileno que con rara
pulcritud rehuía el primer plano y era capaz de un ejercicio impecable
de la inteligencia literaria, era no solo un interlocutor cómplice sino
un escritor a la medida de nuestras exigencias. No acabaremos de
agradecerle a Uribe el rigor poético de esas traducciones y la tersura
de sus ensayos libres del énfasis y del sentimentalismo, esas dos pestes
latinoamericanas de la prosa impresa. Una experiencia de la poesía:
Eugenio Montale (1962), Pound (1963) y Léautaud y el
otro (1966), publicados por el Centro de Investigaciones de
Literatura Comparada de la Universidad de Chile, son de las primeras
puestas al día de una alerta sensibilidad latinoamericana que abría
nuevas vías a la reflexión poética de la época.
Jurista,
diplomático y poeta secreto
.......... Jurista de
formación, profesor en Washington y París, diplomático entre 1967 y
1973, embajador de Chile en China (un juego de palabras que no se le
podía escapar), exiliado durante quince años: estas otras imágenes
públicas de Armando Uribe tienen su versión culminante en Libro negro
de la intervención norteamericana en Chile (1974), traducido a doce
idiomas, que es su respuesta política a la hora más infausta de su país,
y que le ocasionó la negación de la visa norteamericana; pero también en
un relato fragmentario, que está entre la biografía generacional y la
sátira de la burguesía local, llamado "Los caballeros de Chile",
publicado hasta ahora sólo en francés (traducción de Gérad de Cortanze,
Editions de la Différence, 1978). No me parece casual que al volver a su
país haya publicado, como para recobrar su palabra, una Antología de
Ezra Pound, Homenaje desde Chile (Editorial Universitaria,
1995).
.......... Pero hay otro
Uribe, el que no tiene imagen, el poeta secreto. Desde su primer libro,
Transeúnte pálido (1953), hasta el último, Nohay lugar (1971), su
trabajo se distingue por la fuerza interna con que dsnuda y despoja al
lenguaje (quevediano y unamuniano, tal vez; nietzcheano y estoico,
quizás), así como por la fluidez de su habla inequívocamente suya,
atonal y gestual. Y, sin embargo, la poesía de Uribe es más secreta que
presente, no solo porque es inhallable (sus otros dos títulos son El
engañosos laúd (1956) y Los obstáculos, Madrid, Adonais 1961,
sino porque está escrita al margen del debate literario y las tendencias
dominantes. De modo que la imagen fehaciente de Uribe empieza ahora
mismo, cuando sus amigos lo animan a leer en público de su vasta obra
inédita y, finalmente, se convence de que hay que transcribir las
papeletas y serviletas que ha pergeñado a lo largo del camino. Y entrega
finalmente, un libro como si fuese su primer (y último) libro. Varias
compilaciones acompañarán (casi como una flotilla) a este nuevo libro,
dando cuenta de sus muchos otros poemas, aforismos y ensayos. Como si
empezara de nuevo, en el fervor del recuento y el ajuste de cuentas, el
poeta vuelve a salir a la calle, tal vez en pos de su imagen más cierta,
aquella que se levanta en la lectura.
"La orgullosa hermana muerte"
.......... En Santiago, a
comienzos de julio pasado, fui a escuchar a Armando Uribe en la Sala
Shakespeare, un café-teatro del barrio Bellavista. Floridor Pérez me lo
presentó, y pude agradecerle su libro sobre Pound. Pocas veces puede uno
hacerse cargo de la escasa justicia poética de este mundo. Llevé yo al
recital a Carmen Ruiz Barrionuevo, de la Universidad de Salamanca, y a
Martha Canfield, de la Universidad de Venecia, dos grandes lectoras de
poesía, que tuvieron esa noche santiaguina su bautizo uribiano; esto es,
se dejaron ganar por la voz tronante del canto herido, la iracundia
irónica del decir breve, la contrarretórica de una resta
radical.
Vive;
que no es morir el heroísmo mayor. Es el vivir con las
heridas. toda la vida y más todas las vidas sangrando cada
día en el abismo y podría seguir pero es lo
mismo.
.......... Y, sin embargo, el
poeta prosigue. A regañadientes y crispado, pero a la vez urgido por la
agonía del propio sujeto en la tempestad del lenguaje, que es más grande
que lo real, pero donde lo real puede ser confrontado y recortado, en
una economía sucinta y a la vez sofística, hecha en la permanente
elipsis, en ese "abismo" por donde el todo del lenguaje se precipita
dejando de paso sus entrañas, los retazos del poema. No es, entonces,
"lo mismo" lo que va de un poema a otro, aunque la muerte sea la misma;
porque cada poema es un chisporroteo en lo oscuro, una bofetada en la
cara de la parca. Porque el poeta sabe que la guerra está perdida pero
que hay breves batallas a favor. "Hay golpes en la vida, tan fuertes, yo
no sé", sentencio Vallejo, declarando la impotencia del lenguaje ante el
no saber, que era también un no poder decir más. Uribe, a su costo,
sabe, y resiste la fuerza ciega de las evidencias. Por lo mismo, su
oficio de tinieblas sólo puede ser un sarcasmo final.
El tiempo
identificado con la muerte, Grabado popular
.......... Sabe el poeta,
además, que la sentencia de Pavese, "Vendrá la muerte y tendrá tus
ojos", es menos terrible para el que deja de mirar que para el que se
mira, en esos ojos, desmirado. Desde esa mirada feroz escribe el poeta,
o desescribe; porque el lenguaje, aunque nos permita aferrarnos a cada
verso como a un borde final salvador, no da para tanto. El lenguaje, más
bien, es capaz de producir el silencio que se cierne entre las palabras,
acallándolas.
.......... Odio lo que
odio, rabio como rabio (Santiago, Editorial Universitaria 1998),
es uno de los grandes testimonios de este fin de siglo. Podría casi ser
su responso, una suerte de Altazor, puesto al revés: un "Bajazor", que
indaga por el inframundo perecedero. Pero también una "Cuarta
residencia", la que en lugar del lenguaje de los sentimientos saciados
vacía la casa del lenguaje (ese museo de Punta Arenas, de gusto dudoso)
con su radical carencia de sentido. Si ya Nicanor Parra había demostrado
el sinsentido de los nombres de la muerte, como si hiciese hablar a la
calavera de Yorik; Uribe decide que no hay más nada que preguntarle a la
pobre calavera. Como los libros, el cuerpo "está mal encuadernado
/ y amarillea, roído por las ratas que operan en lo oscuro, / y que ha
sido leído demasiado".
.......... La calavera podría
leer, en cambio, el fin del mundo en el lenguaje:
No leeré
otros libros ni los releeré una vez leídos. Me hace falta
morir para leer con cuencas huecas el agua de lluvia perpetua
que rezuma el colofón.
.......... En lugar de la flor
florecida en el poema huidobriano, un hueso es aquí pulido. En lugar de
la lluvia sureña y permisible, que da cuerda al canto nerudiano; se
trata aquí de una lluvia ilegible. En lugar del prólogo de los poetas
vivos, resuena aquí el eco final de los poetas que vuelven la
página.
.......... Una nota abre este
libro con una clara invitación a su ceremonia: "Este libro es como si
fuera póstumo". Se refiere el poeta a que incluye poemas de 1948 y
de 1997, reunidos seguramente por las variaciones del único tema, el
funerario. Pero se refiere también a que su obra inédita se le ha vuelto
posterior a su vida actual, impresa ahora como la de otro. Está él vivo
aquí en la letra herida, pero se sabe extrañado de la actualidad, que
cuestiona desde su lección de caducidades.
.......... Y
prosigue:
"Es como si. Que en
paz no descansemos. Son trozos de un espejo quebrado en más de mil
partes. Quedaron unas ciento cincuenta hechas pedazos irregularísimos y
montones de polvo cortante de vidrio molido. Demolición de lo humano. El
espejo, que ya no hay, habría contenido una Presencia única pero vestida
de Carencia con azogue. No más imágenes. El libro dice No más y nada y
nadie. Basta ya. La muerte y gesticúla. la poesía se arranca los
cabellos a puñadas. La rabia levanta al cielo su garrote. El odio se
come las uñas de raíz..."
.......... Escrito desde la
perspectiva de la muerte, dando a lo vivo por perdido, el poeta corrige
la tradición romántica y su última versión moderna, el surrealismo, en
su centro: en lugar de contradecir a la muerte, la reafirma en todos sus
poderes. Claro que la muerte no requiere de mayor propaganda, pero el
poeta le reconoce sus artes para hacerse, desde ella, de una "crítica de
la vida", según la fórmula inglesa. La muerte (jacobina más que
isabelina) es inexorable y lacónica. Dice, "Hoy día yo, mañana tú", en
lugar de decir "El resto es silencio". La muerte es un mecanismo de
matanza, y empieza por ahogar a las palabras.
José
Guadalupe Posada. Calavera catrina.
Papeluchos
arrugados
.......... Mallarmé se había
propuesto escribir como si estuviese muerto y Flaubert como si lo
escrito lo sustituyera. La impersonalidad que buscaban está en el exceso
de la página, equivalente a un cielo estelar, para el primero, donde
"las otras estrellas" no son otra cosa que la tipografía; para el
segundo, más bien, la página estaba por hacerse, dentro de su espejo, en
el laberinto de la escritura, más completa que lo real. En esa lección
(convocada por Pound cuando cree encontrar en la línea clara y dura de
Flaubert el principio de una nueva objetividad), Armando Uribe asume la
escritura como un "exceso de nada" (Bataille); esto es, como la
radicalidad antagónica donde la promesa de absoluto se trama en el furor
nihilista de la muerte sin paliativos. Así, su poesía emerge como el
residuo quemado de lo antedicho, del parpadeo de la mirada agonista, de
la voz claveteada. Su palabra acontece como resta extrema, contra la
poesía que suma (glosa o anota) un mundo casual y repetido. La página en
blanco, en manos de Uribe, es un papelucho arrugado, un retazo suelto,
un pie de página, el borde o margen de un libro (de una idea del libro)
perdido. Ya Nicanor Parra se había burlado de "los drogadictos de la
página en blanco".
.......... Este curso de
substracciones, este escribir hacia atrás, deshaciendo camino al
desandar, sólo podría cumplirse (o incumplirse) como una operación
poética radical. Pero no sólo evoca a los gestos fundadores de Mallarmé
(cuyo salón de biendecir Uribe escandaliza con su letanía de maldecir);
también convoca a Lautréamont, al historionismo feroz del poeta más
insolente (llamarlo maldito es una tontería de manuales), aquel que
empieza acusando a su lector de cobarde (Bataille, otra vez, acusaría a
sus ex camaradas surrealistas de refugiarse en el lirismo, "tierra de
cobardes"; ese lirismo "baboso" que espantaba al latinista Pound). Pero
no es que Uribe venga de estos maniáticos reclusos que toman a la página
de sus libros por el cielo estelar (Mallarmé) o por la ciénaga ponzoñosa
(Lautréamont), sino que su poesía (el papelucho en el bolsillo) nos
exige salir del libro gratificante (de la lectura hedonista de los
entretenidos), y rehacer el camino de los extremos (nocturno o fúnebre),
la ruta contraria de los extremados.
.......... En ese camino, y
aunque todos los caminos den al cementerio, uno se encuentra con Villon,
peregrino del discurso elemental ("Qué fue la domus áurea de ese
palacio?", pregunta Uribe). Pero también con Valdés Leal y su barroco
funerario, que pinta los trabajos de la muerte literal para acabar con
las vanidades de la fantasía humana. Valdés Leal levantó la iconografía
triunfal de la descomposición del cuerpo, aunque en su caso la
prolijidad espectacular se hace sospechosa de deleite moral, con lo cual
no hay "exceso de nada" sino letanía ejemplar. En cualquier caso, desde
la poesía epigramática latina, el romancero, la copla y la canción.
Uribe parece ejercitar un vaciamiento de la tradición. Todo en su libro
nos remite al archivo del saber del canto; pero en ese mismo desenfado,
su pregón de difuntos, la violencia moral de su alegato, el
antisentimentalismo con que documenta los hechos y, en fin, el nihilismo
con que desencarna las mitologías de consolación, por piadosas que sean,
nos demuestra que este poeta está, en verdad, vaciando al archivo de la
tradición con su voz ríspida, con su ceniza lustral.
.......... Empieza, por eso,
dirigiendo su sarcasmo contra sí mismo, y lo hace de modo sumario, entre
antítesis y demostraciones, deductivas y lapidariamente. Su escritura
tiene el arrebato de la inmediatez, la temperatura emocional reactiva,
pero a la vez el análisis incisivo y el humor mordiente. Si la muerte en
la poesía chilena había sido mirada de frente por Nicanor Parra
(conjurada por la brava ironía y el tierno absurdo), y por Enrique Lihn
( documentando su feroz progreso); Uribe, por su lado, la cita a un
diálogo donde el tú es el sujeto dramático en el espejo de verdad con
que lo confronta el lenguaje. De alí el habla expresionista ( "La
muerte en silla de ruedas / llevándola yo despacio" ); el gesto
autoderogativo ( "fui concebido muerto" ); y el
estremecimiento del lenguaje en la mortalidad común ("La sola idea
de la muerte de alguien / Y y no diré quién es, quién era... me desuella
o descuera" ). Este tremor recorre el libro (no sin llanto y
horror cierto) con su desasimiento, desasosiego y melancolía. El
lenguaje se borra en ese cruzar doliente del desierto: "Con la
edad no tiene nombre nada".
.......... "Odio que
odio rabio como rabio / desdén desdén desdén desdén desdén",
sentencia el poeta, porque frente a la vulnerabilidad de lo vivo y la
ilegibilidad de la muerte, sólo nos quedan las pocas palabras de la
imprecación: "desdén" (como el "never more" de Poe o el "yo no sé" de
Vallejo) es aquí un des-dén: dar menos y desdecir: Un "den" que nos dan
quitándonos el don. Porque perdida la gracia de recibir y el bien de
donar ("Nacer vivir morir no me lo dan") sólo queda decir "amén amén".
El desdeñoso, después de todo, es el deseoso sin otra dádiva que las
palabras (cada vez más pocas), que son "ruinas"; y que siendo capaces de
decirlo todo ("Con la letra redonda del niño que aprende") enmudecen, al
final, habiendo sido leídas por los ojos de la muerte. Aquel que muere
nos abandona con/al desdén, des-decidos.
.......... El "heroísmo mayor"
sería, entonces, vivir "en las cenizas", allí donde se levanta una
música discordante (un chirrido). "Y ese ruido es lo que llamo poesía",
sentencia. El exceso de nada es también, con menos fe en el lenguaje,
este ruido fúnebre donde la voz y la paletada se restan una a
otra.
.......... Desde su Chile de
cuerpos desaparecidos, de cuerpos quemados, de cuerpos muertos y aún sin
nombre, de muertes cercanas y ajenas que se han vuelto propias, Armando
Uribe nos confronta con su entrehablar ceniciento. Este libro conmovedor
está hecho con la verdad entrañable que la poesía aún es capaz de
dejarnos en las manos como un poco de fuego salvado de las
cenizas.
Julio Ortega es peruano, profesor
de la Brown University. (Rhode Island, EE. UU.)
en El Mercurio
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