La mayoría de las
obras de circunstancias tienen tendencia a envejecer o pasa de moda
pero, por lo general, ello no sucede con el presente volumen
Algo bastante raro pasa mientras uno lee Caballeros de Chile (LOM
Ediciones, Santiago, 2003. Precio de referencia $4.500), libro recién
publicado de Armando Uribe. Algo en él hace recordar al poeta
riguroso, penetrante, esencial de El transeúnte pálido,
El engañoso laúd o No hay lugar, en tanto otros pasajes
pueden asociarse con sus últimos trabajos en prosa, más
polémicos, combativos, a veces furibundos. El misterio persiste
hasta la última página. No hay prólogo, la contratapa
y solapa vienen sin advertencias, aunque, al comienzo, a medio camino,
hacia el final, el escritor nos dice que ha alcanzado 40 años
o bien se refiere al destierro y el exilio. Solamente al cerrar Caballeros...
vemos el lugar y fecha de su creación: Italia, julio de 1974.
Es decir, estas memorias de infancia, entrelazadas con reflexiones
acerca de nuestras particularidades sociales y morales, fueron escritas
poco después del golpe militar de 1973. Habla en favor de Uribe
y la vigencia de este texto, que él parezca haber sido compuesto
ayer. La mayoría de las obras de circunstancias tienen tendencia
a envejecer o pasar de moda pero, por lo general, ello no sucede con
el presente volumen.
El título, desde luego, alude a la dicotomía entre
los que tienen y los que no tienen, los que poseen
alguna identidad, por mínima que sea y los que carecen hasta
de ella. La ¡dea, tomada del Canto General, de Neruda, se relaciona
con la negra línea divisoria que separa a los propietarios
-aun cuando se trate de gente que se imagina en dicha calidad- y a
los rotos, el pueblo. De ahí derivan los infinitos matices
entre lo caballeroso, las buenas maneras, cierta educación,
por una parte y el mundo de los pobres, sucio, maloliente, vergonzoso,
por la otra. Desde muy temprano, Uribe tuvo conciencia de esas abismantes
injusticias y el desgarro producido por tal conocimiento se expresa
en los mejores trozos de Caballeros.... La escritura es a ratos epigramática
y el autor muestra una admirable facilidad, como en el siguiente ejemplo:
"Lo que uno transmite no es lo que escribe. Transmite lo que
uno es, lo que ha sido, la vida social que ha hecho. Lo que narra
son los pretextos que uno se da para ser quien es".
Caballeros... nos remonta a las décadas de 1930 y 1940, cuando
el niño que fue Armando Uribe empezó sus estudios en
un colegio de curas, cuando se enamoró por primera vez, cuando
escribía a escondídas, cuando logró imponerse
frente a los matones de su curso o cuando asistió, en repetidas
ocasiones y en busca de un rostro femenino, a las funciones del Teatro
Dieciocho. El terremoto de
Chillan, la masacre del Seguro Obrero, la Segunda Guerra Mundial,
los refugiados -como el vecino y amigo judío Rossier-, las
huelgas de entonces forman imágenes vividas, imborrables en
la precoz sensibilidad del futuro vate. El adulto de mucho más
tarde es un tanto duro consigo mismo y con su entorno, si bien despierta
las simpatías del lector por su agudeza, su percepción
de los sectores dominantes, su indignación ante las iniquidades
del sistema.
Caballeros..., como se ve, presenta facetas impagables, dignas de
atesorar. Pero también exhibe un grado de confusión
y cae en el simplismo documental. Parece que los mitos en la Historia
de Chile son irresistibles. Uribe enumera demasiados, principiando
desde el Descubrimiento y la Colonia hasta nuestros días, de
tal modo que es imposible, a fin de cuentas, rememorarlos o siquiera
entender en qué consiste su denuncia. Además, ya se
han elaborado tantos tomos y se han desnudado tantas verdades en torno
a las falsedades de nuestro pasado, que es difícil, a estas
alturas, encontrar una dosis de originalidad en esos empeños.
La fuerza del estilo de Uribe al menos en Caballeros..., reside en
esa subjetividad tan especial, la cual, por fortuna, se manifiesta
a sus anchas en esta crónica.
"Caballeros"
de Chile
LOM Ediciones.
Santiago de Chile, 2003