... Yo tengo rabia en este momento, debido a que me han asignado
el capítulo de la rabia entre las emociones. Cuando una cosa me parece
mal, me parece mal; cuando algo me parece feo, me parece feo. Y lo
expreso. No se trata de la rabia ciega, de andar diciendo todo el
tiempo "¡no!" y golpeando el suelo con la suela del zapato sin saber
por qué. Se trata de una rabia razonada y de una manera de reaccionar
frente a algo monstruoso, indigno, delictual, como es el destierro sin
causa, sin juicio, sin razón, impuesto como castigo por abuso,
capricho o estupidez de poder, como me pasó a mí y a otros muchos
miles. Por eso, frente a una pregunta que me hicieron a la vuelta de
ese estado de rabia permanente en que consiste el exilio, dije que
creo en el valor moral de la indignación, en la expresión del rechazo
como legítima defensa. El odio que me enseñaron a mí en el catecismo
es al mal y al pecado, no al pecador; claro que es difícil establecer
los límites y, por lo tanto, son muy fáciles de sobrepasar.
... Está también la rabia existencial porque nos
vamos a morir, pero esa sería, en el fondo, una rabia frente a la
divinidad, y yo, personalmente, he sido, soy y seguiré siendo católico
romano o católico cristiano, que es la forma que usa Don Quijote y la
que uso yo. Pues bien: yo puedo alegarle a la divinidad en el tono de
Job, que es la manera de increpar con respeto. El hecho de que a uno
se le pueda quedar el dedo pescado en la puerta es una demostración de
los lapsus, torpezas, malentendidos y pequeñas muertes que nos asedian
cotidianamente. Y esa muerte es una vivencia que se tiene desde que se
nace, con las primeras frustraciones que son anticipos de la muerte y
que empiezan con los grandes problemas del recién nacido respecto de
la madre, como son los traumas del destete y del mamar, que sufrimos
en la carne. Ahí sobreviene entonces la rabia de saber que se es
finito, limitado y de que hay la flaqueza o flacura de la
carne.
en Revista Paula Nº 834
Febrero de 2001