Por Claudia Donoso
en revista
Paula, Noviembre de 2002.
En los últimos
cuatro años, Armando Uribe entró en un frenesí escritural que lo ha
mantenido publicando sin tregua todo lo que ha acumulado en alrededor
de cuarenta años de incesante garrapateo.
Enteco, como Don Quijote al que venera, excéntrico en
su postura estética que incluye su catolicismo apostólico y romano,
tábano permanente en la oreja blindada de la polis, ha dicho para
autorepresentarse: "Mis poesías me aburren. A pesar de que escribo
para combatir mi propio aburrimiento, que debe ser angustia. En cambio
prefiero algunos de mis informes de abogado. También he escrito cables
que me satisfacen".
Experto en derecho minero, ex embajador de
Chile en China, vivió 17 años de exilio en Francia durante el régimen
de Pinochet, junto a su mujer, Cecilia Echeverría y a sus cinco hijos.
En París enseñó Ciencias Políticas y Derecho Público en la antigua
Sorbona, donde recientemente participó en un congreso mundial de
sicoanalistas en el cual él y Jacques Derrida fueron los únicos
"afuerinos" a la disciplina invitados a explayarse.
Precisamente
fueron sus ensayos El fantasma de la sinrazón y El secreto
de la poesía- que escribió para la mencionada ocasión-, los que le
valieron uno de los dos premios Altazor con que este año se le
distinguió y que no fue a recibir en persona. El segundo lo mereció
como autor de A peor vida, volumen de poemas en el que continúa
su sarcástico diálogo con la muerte.
A Memorias para
Cecilia, publicadas este mes por Random House-Mondadori, se sumará
dentro de poco Verso bruto, otro libro de poemas en los que
también le dedica el último cuerpo a Ce, la mujer de la que se
enamoró, a los 14 años, a través de una fotografía, y que lo dejó
viudo el año pasado.
-Sus versos son
controlados y antisentimentales ¿Cómo es la mezcla de razón y sinrazón
en su poesía?
-Mire, al poeta David Rosenmann Taub nunca le
gustaron mis versos, entonces por ahí por el año 79, una vez que lo
fui a dejar al metro, en París, se puso a dar vueltas en la punta de
los pies alrededor de un farol y me dijo: "Tu poesía no danza, no
danza así", y yo le saqué a colación a Ezra Pound que sostinene que
hay tres formas de poesía: la melopoeia, donde predomina lo musical;
la imagopoeia, donde la imagen es lo principal; y la logopoeia, que
consiste en la danza del intelecto alrededor de las palabras, que es
lo que yo creo que he tratado de hacer toda mi vida al escribir
versos: ser una especie de testigo racional de la sinrazón, capaz
incluso de ironizar sobre eso a través de lo escrito. No convencí a
Rosenmann.
-¿En qué
momento se identificó a sí mismo como poeta?
-Hace cuatro
años.
¿Por qué tardó tanto y a qué obedece esa precisión en
la fecha?
-Porque hace 4 años terminé, por decirlo así, con mi
vida activa como profesor de Derecho y, además, ocurrió algo personal,
familiar, que me hizo decidir que lo que me quedara de vida lo iba a
ocupar en prepararme a bien morir o a mal morir como lo hacía antes la
gente que llegaba a un grado de vejez y se enclaustraba en su casa o
en su pieza para examinar su propia vida, criticarla y enmendarse. O
bien para cometer nuevos pecados; por lo menos de
pensamiento.
-¿Y cómo le ha
ido?
-Mire, lo que he hecho es un arqueo de los últimos 40 ó 50
años de toda mi papelería y, al revisarla, me di cuenta de que no
había hecho otra cosa durante toda mi vida que escribir versos. Y
otras cosas también. Y que, por lo tanto, quisiéralo o no, tenía esta
condición de poeta que yo he esquivado y que, por lo demás, tampoco me
consta. Lo que sí me consta es que he hecho versos; por lo tanto, me
declaro versificador y no poeta, de la misma manera que, aplicada a
mí, rechazo la palabra intelectual, que apareció a fines del siglo
XIX, y opté por clasificarme como un criollo letrado.
-¿Por qué ha
querido esquivar el mote de poeta?
-Porque yo iba a estudiar
Derecho y sabía que la poesía y todas esas cosas en Chile son miradas
por debajo de la pierna y ridiculizadas con gran facilidad. De hecho,
en la escuela de Leyes, los contemporáneos míos que eran ayudantes de
cátedra como yo, se convirtieron después en ayudantes de seminario y
yo iba quedando atrás. Entonces fui a hablar con el decano y le dije:
"¿Por qué yo quedo atrás?, ¿es que no he estado cumpliendo?" Y me
dijo: "Mire: usted escribe unos versitos y, para colmo, los publica,
así es que tiene que demostrar en el doble de tiempo que los demás que
usted es una persona seria".
-¿Y de dónde
nace ese yo suyo, hostil hacia sí mismo y con este aguzado sentido del
ridículo?
-Yo creo que nace conmigo. Yo fui un niño con rasgos
de gravedad de los que me reía yo mismo, pero los tenía, y, como
cuento en las Memorias, a los 5 años de edad quería tener un
reloj de bolsillo con cadena. Pero siempre he sostenido que, mucho
peor que ser tonto grave, es ser tonto tonto.
-Respecto de la
ropa se diría que usted, desde chico, estuvo preocupado de ser muy
elegante y es algo que le ha importado en forma sostenida a lo largo
del tiempo.
-Mire, "muy elegante" no sería la expresión que yo
usaría para mí, porque fíjese que la ropa a mí me interesa que tenga
alguna falla siempre. Por ejemplo, es bastante común que tenga
manchas. O que tenga hoyos. Eso es completamente constante y yo
prefiero ese modelo que contiene la corrección, pero
imperfecta.
-En su ensayo
El secreto de la poesía usted asocia la métrica con los ritmos del
corazón, del respirar, del caminar y del mamar...
-Y agrego
también el ritmo del defecar. Lo que diferencia a un poeta de otro es
de qué manera se expresan sus ritmos vitales, que no son iguales de
una persona a otra. Y esos ritmos están conectados con la rima que yo
considero una especie de fórceps que saca a flote el inconsciente. A
través de la rima surgen cosas que uno no tenía pensado decir - y que
incluso no quería decir- pero que son arrastradas a la superficie por
estos ritmos de asonancias y consonancias. Mire tengo experiencias de
cosas escritas hoy día.
-Veamos.
-Empecé la primera línea con que me estaba
cayendo al precipicio. Hay posibilidades de rima con "precipicio"
aunque no sabía cuáles eran. Seguí escribiendo y en la sexta rima
apareció la palabra "principio", que no tenía para nada en mente y que
me llevó a la idea de mi propio principio. En este otro quería hablar
de la Cecilia en forma más dulce, pero salió bruto: "Pensar en ella
era acicate/ del deseo de tenerla/ por la cintura y retorcerla/ boca a
boca como alicate/ con la tijera de mi lengua/ y hacerla polvo como
perla/ como la luna cuando mengua".
-Bonito.
-No sé, pero no era eso lo que yo
quería.
LA TRENZA DE
CECILIA
-Y siendo usted
un antisentimental ¿cómo llora cuando llora?
-No lloro. Le puedo decir, por ejemplo, que con la muerte de
mi mujer, que es lo más trágico que me ha pasado en la vida, no he
llorado, salvo que la otra vez buscando ver noticias en la televisión
que casi nunca prendo, me encontré con que estaban dando La Strada, de
Fellini, que habíamos visto con la Cecilia hacía pocos meses, y
entonces eso hizo que se me cayeran alguna lágrimas. Cuando murió mi
madre tampoco lloré; cuando murió mi padre, tampoco; cuando murió mi
hermana María de la Luz, tampoco; cuando murió mi hijo, tampoco. No
lloro. Me trago. Me trago las lágrimas. Me trago a mí mismo y, como
tengo la larga experiencia, durante toda mi vida, de haberme tragado
yo mismo, me es fácil. A lo más se me llenan los ojos de
lágrimas.
-¿Y
Cecilia?
-Tampoco lloraba. Muy rara vez.
-No, yo quería
preguntarle por ella, por su belleza de la que usted dice "(...) Era
tan intensa/ que no la vi, divinidad, / y ahora vedla sin edad,
/pálida, lívida sin trenza/" O sea usted le escribió un libro de amor
a su mujer cuando ya estaba muerta.
-Muerta, sí. En los otros
libros -escritos mientras ella vivía- ella aparece en muchas partes,
pero yo nunca le dije cuáles y ella, poco tiempo antes de morir, me
preguntó y me dijo que le dijera dónde.
-¿Nunca antes
le había preguntado eso?
-Nunca. Cuando me dijo que le dijera,
yo le contesté: "bueno, sí, lo haremos", y no lo hicimos
nunca.
-Usted se
enamoró de ella por una foto que vio en la vida social.
-Cuando
la vi en la fotografía de la revista Zig Zag que tengo aquí (busca
entre los recortes que hay en una mesita que tiene al frente)
-perdóneme pero tengo mi altarcito-, ella tenía dos trenzas. Siete
años después, cuando me la presentaron, tenía una sola trenza larga
que le llegaba ahsta más abajo de la cintura. Entonces, cuando se
sentaba encima, daba un pequeño grito porque le tiraba. La Cecilia no
quería casarse. Con nadie.
-¿Y qué quería
hacer ella?
-Le interesaba la filosofía. Además sus amigos y
los pololos que había tenido eran mucho mayores que yo, porque yo
tenía 23 años y ella 27 cuando nos casamos. El combate mío con estos
pretendientes mayores que yo -yo estaba en la universidad y estas
otras personas habían salido hacía años; incluso estaban actuando en
política-, fue una gran hazaña, y por eso es que en las memorias me
refiero a ese episodio como "el rapto de Cecilia".
-¿En qué
consistió?
-Estábamos saliendo y ella me había dicho que me
quería. Bueno: algo. Pues bien, una tarde yo decidí llevarla a un
cabaret, a una sala de baile, entonces pedí coñac y bailábamos; más
coñac, más coñac y lo tomábamos ella y yo. Y bailábamos. Y ella,
después de varios coñacs, se sintió mal y se me desmayó. Entonces la
llevé a su casa y se acostó en su cama. Esa noche yo me quedé a comer
con sus padres y su hermano mayor y, durante la comida, les dije que
con la Cecilia habíamos decidido casarnos y que quería saber lo que
opinaban ellos. Me dijeron que les aprecía muy bien y, cuando Cecilia
se despertó, lo aceptó y efectivamente nos casamos. Ahora, ésta
fotografía (también se encuentra en la pequeña mesita: están bailando)
es la única en que ella aparece notoriamente enamorada porque, estando
ya de novios, me volvió a decir que me quería. Pero nunca más me lo
dijo.
-¿Nunca
más?
-Nunca más. En los 44 años de matrimonio. Porque no era
necesario, porque mucho más importante -para ella, más que para mí-,
eran los hechos que las palabras. Y ella era de una discreción
extrema.
-Finalmente se
cortó la trenza ¿en qué momento fue eso?
-En París. Fue un
episodio muy grave para mí, pero no nos dijimos nada. Mire, yo tengo
una manera de entender el matrimonio, que consiste en lo siguiente: es
tenerse plena confianza mutua, guardando las distancias. Encuentro que
los dos términos son fundamentales.
SUEÑOS Y
SICOANÁLISIS
-Usted que ha
estudiado el sicoanálisis ¿por qué le interesó?
-Ha sido un
interés constante, porque siempre he creído que hay más cosas de las
que la razón pueda dar cuenta. Ésa fue una sensación mía de niño muy
niño y después, sucesivamente, fue haciéndose más consciente el
pensamiento de que había otro reino dentro de uno y de los demás. Y
que era oscuro, misterioso pero decisivo. Pero lo que más me ha
interesado, le confieso, es el sicoánalisis aplicado al inconsciente
social.
-En su ensayo
El secreto de la poesía cita una frase de Shelley que dice "los poetas
son los legisladores no reconocidos del mundo".
-Como la poesía
-la verdadera- nace primordialmente de lo inconsciente, lo que hace el
poeta es traerlo a la conciencia y darle un orden a ese caos propio o
colectivo a través de lo que Confucio, Pound y otros han llamado "la
palabra justa o inevitable". La idea, entonces, es que no habrá orden
ni armonía del poeta digamos -o del ser humano- si no es capaz de
encontrar esa justeza. Y si no hay armonía del ser humano consigo
mismo, no hay armonía en su familia y en su casa; y si no hay armonía
en su casa no la hay en la ciudad y si no la hay en la ciudad, no la
hay en el país, y si no la hay en el país, no la hay en el
mundo.
-Y usted, en lo
personal, ¿ha encontrado vías de acceso al inconsciente, por ejemplo,
a través de los sueños?
-Yo sueño constantemente y recuerdo los
sueños o hago los esfuerzos para recordarlos todos los días, y,
además, le puedo decir que, una vez en vigilia, me entretienen todos,
incluso las peores pesadillas. Podría hablarle de una que tuve anoche
con un moldavo muy astuto que había instalado un café en la Plaza
Brasil. Era obviamente un nuevo rico y con mi mujer y mis hijos nos
veíamos obligados a irnos del país. Pero el problema principal era
cómo meter las cosas dentro de las maletas, y se ocupaba mucho tiempo
armándolas y desarmándolas y tratando de amarrarlas con
cordel.
- A propósito
de exilios y de los dos años que pasó en China como embajador de
Allende ¿tenía usted alguna ensoñación o fantasía personal que lo
vinculara con ese país de las antípodas?
-Claro, porque China,
como lo relato en las Memorias, era una referencia que em pertenecía
por el hecho de que en mi ombligo tenía la cara de un chino y por eso,
cuando chico, me decían que, al nacer, yo no había venido de París
sino de Pekín.
-¿Quién le dijo
que en el ombligo suyo había un chino?
-Mi madre. Además,
cuando yo hacía un hoyito en el patio y me preguntaban qué estaba
haciendo yo decía "es que quiero llegar a Pekín".
-En su ensayo
El fantasma de la sinrazón analiza la figura de Pinochet como
arquetipo. ¿Por qué quiso tomarlo desde ese punto de
vista?
-Porque encarna uno de los mitos presentes en nuestro
inconsciente colectivo, que es el de la violencia que quiere ser
legítima. Terminar con la violencia entre los seres humanos es causa
perdida, pero sí se puede intentar que no se legitime y una forma de
pelear contra eso es hacerlo consciente, analizarlo y llegar, en el
futuro, a atribuirle el carácter de locura. Si hubieran leído el libro
de geopolítica que escribió Pinochet no lo hubieran nombrado
comandante en jefe en reemplazo de Prats, porque ahí expresa una
ideología sumamente reaccionaria, incluso racista, inspirada en el
mentor directo de Hitler.
-¿Y cómo
encuentra que escribe?
-Redacta, y a veces redacta bien. Las
memorias de Pinochet, que se llaman Camino recorrido son de un estilo
muy siútico que yo, en mis Memorias, defino como un estilo siútico
militar.
-Él declaró una
vez a la prensa que le cargaba la poesía.
-Mire, en la historia
de Chile, los que han tenido imaginación han terminado mal. Manuel
Rodríguez, José Miguel Carrera tenían mucha imaginación. Balmaceda era
considerado "el champudo" y ridículo por su imaginación y su fantasía.
El mismo Portales: en la propia clase dominante se reían de él porque
le gustaban las chinganas y tocaba vihuela. Eso es muy descriptivo del
ánimo verdadero que existe en la sociedad chilena, pese a que muchos
se llenan la boca con que aman la poesía y escriben en secreto. Estoy
hablando de Pepe Echeñique, de Manuel Feliú, del señor Servando
Jordán, que ha publicado dos libros de poesía infames.
-Usted dice en
sus Memorias que nunca ha sido joven que, por ejemplo, usó abrigo
desde muy chico...
-Antes de tener abrigo, ya usaba. Después
heredé, a los 12 años, un abrigo de mi abuelo materno que fue figura
central en mi formación de niño y no me lo saqué más. No se dónde
quedó. ¡Ah, sí! Fue regalado a un hombre pobre. Pero decidí, en esas
épocas, usar siempre el abrigo, en Chile, desde el mes de abril hasta
el mes de octubre inclusive. Además le puedo contar que cuando tenía
alrededor de 20 años, un amigo de esa época, que era un poco mayor que
yo dijo frente a otros: "Uribe se lo ha llevado armando su viejecito
desde niño". Yo lo consideré correcto y, ahora, en los últimos 4 años,
he llegado a ser ese viejo que he estado "armando" desde
niño.
-En relación a
su vejes, se supone que los viejos son sabios, ¿qué piensa
usted?
-Mire, hay viejos de toda especie así como hay jóvenes
de toda especie y los viejos sabios son más numerosos que los jóvenes
sabios o que los maduros sabios. Y, a la vez, hay un número grande de
viejos concupiscentes hacia la carne o el dinero o la reputación o el
prestigio, así como viejos chuñuscos y muchas otras categorías de
jóvenes chuñuscos también. Y eso se nota muy bien en los partidos
políticos reaccionarios.
-¿Para adónde
va cuando sale de su casa?
-A misa, los domingos. A misa el día
de ayer porque fue el aniversario de la muerte de mi mujer. Al médico,
al que no voy hace mucho tiempo. Al dentista, al que tampoco voy
porque decidí tener los dientes que me queden no más y no estar
aderezando la calavera con dientes postizos. Además, no es sólo que no
me parezca mal, sino que me gusta ser desdentado.
-Es que es una
postura.
-Es una postura. Además yo la sostengo de esta manera:
que ser desdentado es lo que me hace compartir la situación dl pueblo
chileno que representa a la población más antigua y más numerosa, y
con el cual yo me siento identificado por razones genealógicas y
sicológicas y espirituales.
EROTISMO EN UN
ZAPATO
-Usted es
católico. ¿Encuentra el catolicismo atractivo desde el punto de vista
artístico?
-Pero completamente. Satisface todos los ánimos de
orden poético que yo pueda tener.
-En sus
Memorias dice usted que quería ser como un ángel, "liso", sin sexo,
¿por qué?
-Yo quería ser liso como los ángeles y los muñecos
porque me di cuenta muy temprano de las dificultades que suponía ser
sexual, tener sexo.
-Es que para el
catolicismo el sexo está ligado al pecado y a la culpa. ¿Por qué cree
que es así?
-Es que eso existe. El pecado existe y el
sentimiento de culpa también. Fíjese que el mayor escritor erótico del
siglo XX que yo conozco, el francés Georges Bataille, demuestra en sus
ensayos que en el verdadero erotismo tiene que haber religión y
muerte. Yo lo creo firmemente y me di cuenta -aunque no de esa manera
inteligente de Bataille- muy temprano. Claro, porque nada más erótico
que violar las reglas. Evidentemente.
-Hay un morbo
católico entonces.
-Sin duda.
-En la línea
erótica usted tiene un poema de fetichismo clásico: "Oh tu zapato que
acaricio, dulce/ y sucio, de cuero negro y blando/"
-Claro, y
le puedo contar que llegaron unos cineastas jóvenes con la idea de que
el propio filmado dirigiera su película y yo hice un guión exactamente
con ese tema. La acción consistía en que yo andaba desesperado en
busca de algo entre los montones de libros que hay en este
departamento y finalmente encontraba un zapato de taco alto de mujer,
negro, muy simple, pero con taco aguja, naturalmente.
-Como en las
películas de Buñuel
-Como en Diario de una camarera.
Bueno. Y yo comenzaba con unas operaciones que hace el fetichista
respecto del zapato, acariciándolo, tratando de meter el dedo, la
mano, el puño dentro del zapato y todas las cosas que se pueden hacer
con un zapato de mujer. Y mientras hacía estas cosas recitaba de
memoria el texto que usted acaba de recordar.
-Usted, que
tradujo y escribió sobre Ezra Pound, ¿lo considera un poeta
máximo?
-Fíjese que no es que le ponga por los cuernos de la
luna. La verdad es que el tipo de poesía que me interesa a mí es mucho
más cercana a la Divina comedia. Con toda esa fantasía que supone la
descripción del otro mundo, de los infiernos, del purgatorio y del
cielo, el Dante establece un orden. El infierno, por ejemplo, lo
concibe como u embudo. Por lo tanto, hay círculos de diferentes
anchos. En los superiores están los mediocres, condenados por
mediocres, y, al fondo, está el demonio cabeza abajo en el hielo que
quema más que el fuego.
-¿Qué sería la
mediocridad?
-Son los que no saben decir ni si ni no. Son los
tibios. Yo busco, le diré, a través del catolicismo, darle un orden a
ese caos inconsciente que yo experimento, no sólo en mi mismo, sino en
la sociedad viva de los hombres vivos y de los muertos
también.
-Y usted, ¿para
adónde cree que se va a ir?
-Ah, no, yo no sé. Yo soy malo. Mi
aspiración máxima es el purgatorio. Una buena cantidad de tiempo,
aunque en la eternidad no hay tiempo, pero en fin.