En los años
80, mi hijo menor Pedro Uribe Echeverría se nacionalizó francés para
poder dar un examen en Francia que sólo pueden dar los franceses,
llamado "Agrégation aux Universités". Cuando lo hizo se desesperó y quiso saber bien de dónde venía. Por algunos meses
estudió nuestra genealogía, con ayuda de las grandes bibliotecas
francesas, disponiendo de una cantidad de antecedentes que en Chile no
se encuentran. Además de eso, cuando viajó a Chile también busco más,
y en esa genealogía completa, que es la suya, tomó en cuenta padre y
madre y los antepasados de cada uno.
Resultó que en la
investigación apareció que yo era primo quinto de mi mujer; y
aparecieron cosas curiosas como éstas: tanto ella como yo descendíamos
de seis o siete mujeres indígenas. Una de ellas, Coya, que eran
princesas incásicas. Por tener antepasados, ambos, desde el siglo XVI,
más numerosos los míos en esa época que los de ella, yo tengo como
once o doce antepasados de los ciento cincuenta que llegaron con
Valdivia. Resultaba que también éramos descendientes, yo de siete
gobernadores españoles, y mi mujer de seis. Varios de los cuales en
común. La relación del mismo tátara-tatarabuelo provenía por el lado
Tagle, o sea el mío materno, descendía de un Tagle Echeverría, nieto
del primer Echeverría que llegó a Chile.
Estos asuntos, que
parecen ridículos, ocupan a un cierto tipo de chilenos. No sólo como
historia: son fuente literaria, novelesca, permiten saber dónde estuvo
y se está. El objetivo de mi hijo, cuando se nacionalizó francés,
desesperado de perder las raíces formales con nuestro país, lo indujo
a eso, a buscar toda su parentela hacia atrás. Elegando, en algunos,
más allá de la propia Conquista. Acercándose, por ejemplo, a través de
mi antepasado López de Zúñiga, hasta el siglo XIII o antes, de reyes
españoles, como Alfonso X El Sabio, su padre San Fernando; pero ya
hablé de que cualquiera puede tener antepasados de ese orden.
Emperadores romanos o qué sé yo...; porque son tantos millones de
antepasados en siglos y milenios que sangre de los reyes godos, de los
emperadores romanos, parentesco con Borbones..., a alguna parte va;
sobre todo por vía femenina y por nacimientos naturales, no legítimos.
Todos somos descendientes de ese tipo de figuras, como lo somos
también de delincuentes, de mentirosos, de canallas, de pecadores, de
perversos.
Ya lo he dicho, pero creo que en el caso de los
asuntos que he escrito en verso, aparece esto de lo genealógico, en un
sentido o en otro. Así, por ejemplo, en una poesía que salió en una
separata, que se llama Los veinte años, en el cual se habla de
apellidos.
La verdad es que no supe nada sobre diferencias de
trato social entre personas de distintos apellidos en Chile, salvo ésa
que se notaba a la vista, entre los pililos, los más pobres y los que
tenían una vida acomodada o de ricos. Pero ahí era más bien de
apariencia, las diferencias de ropas, los pies pelados de los pililos,
las ojotas de otros; pero no la comparación de los apellidos de los
pobres menesterosos y de los mejor provistos, por la naturaleza de los
parentescos y las costumbres, aunque rayo la palabra "naturaleza",
pues de ninguna manera he creído que hay diferencia entre los seres
humanos por obra de la naturaleza, en que haya superiores o
inferiores.
Tampoco me di cuenta de que hay clases sociales en
Chile, hasta los quince años. Significada por los apellidos. Sólo
entonces y porque me di cuenta por alguna persona que vivía en la
misma calle y que hacía esta gran distinción, y pude oír palabras como
"clase alta", que en mi experiencia no era usada por las personas de
mejores familias, sino por otros. O bien la expresión "buena familia".
Mucho más tardíamente aprendí las palabras "gente bien", que era, por
la verdadera gente de ese orden, considerada siútica. Decían a lo más
"gente de sociedad" o "gente de familia". Y mucho más tarde le oí a la
Marta Rivas esa expresión, que se hizo generalizada, de "gente como
uno", cosa de la que Marta Rivas se reía aun usando esa
expresión.
Con todo, creo honestamente que yo no hice las
diferencias del caso en el curso de mi vida. En todo caso, con la
conciencia racional desde que llegué a adulto, de ninguna manera
distinguí personas por los apellidos.
La historia de Chile me
hizo conocer los apellidos más antiguos de la Conquista. De apellidos
de conquistadores en guerra que en Chile duró más de un siglo, por la
resistencia mapuche o araucana. Ellos pasaban a ser considerados en
Chile, desde la llegada de los vizcaínos en el siglo XVIII, como
apellidos populares, nada más. En circunstancias que muchas veces eran
apellidos que correspondían a mayor nobleza, que a esa fementida
"aristocracia" de la cual empezó a hablar Encina. Y que no era
expresión usada por buenas familias, para distinguirse ellas mismas.
Que de usarlo, habría sido considerado completamente siútico. La
distinción que sí reconocí desde el comienzo era entre los pobres y
los ricos, como lo he detallado en el libro "Caballeros" de
Chile.
Si algunos de mis amigos aparecían con apellidos que
sonaban en Chile, que en general eran apellidos del siglo XVIII, XIX,
era porque habíamos hecho amistad por otras razones. Y había también
los que no tenían tales apellidos sonoros o vinosos, como pasaron
ridiculamente a llamarlos, porque muchos eran de viñas que fabricaban
vino, operaciones comerciales, no en sí mismas nobles, o de otros
nombres o apodos.
Muy frecuentemente, porque miraba libros de
genealogía, me encontraba con familias de la Conquista venidas a
menos, que resultan en el Chile en que vivimos las únicas a las cuales
puede ser atribuida nobleza, porque los reyes de España, desde el
emperador Carlos V y Felipe II, declararon en reales cédulas, o sea
leyes, que se adquiría la condición de hidalgo y de caballero, por
luchar contra los indígenas de América.
Incluso llego a creer,
por la forma de carácter de chilenos de ese sector social, que su
"caballería" proviene de una especie de nostalgia, a veces equivocada,
de haber tenido antepasados nobles; y a lo menos íntimamente —no en el
caso de los genealogistas (¿?)— jactarse por ello.
Creo que ese
arcaísmo existe aún hoy en Chile y que está más presente de lo que
podría considerarse leyendo nada más que periódicos y revistas con
"vida social" de nuestro país. En las conversaciones de sobremesa en
las casas de personas "conocidas", muchas veces salen de refilón estos
asuntos, como primordiales. Y tienen o tenían proyección, sobre todo
respecto de las amistades, de las invitaciones a fiestas y de los
matrimonios.
Yo no comprobé eso en mi vida, respecto de mí, a
pesar de que mis apellidos no eran de los sonoros, de los de gente con
mucha plata o con antepasados durante la República, que habían tenido
cargos de Presidentes o ministros, importantes. Ello, pese a que
durante la Independencia, un hermano de mi tatarabuelo paterno, tuvo
un rol del que he hablado y era el presbítero Julián Uribe, a
propósito del cual voy a decir una palabra.
En esa época de los
diecisiete a los veintidós años, me decían en la casa que me iba
pareciendo mucho al hermano mayor de mi padre, mi tío Pedro Uribe, que
había comenzado a estudiar ingeniería pero se casó muy joven y dejó la
carrera y se ocupó el resto de su vida principalmente de asuntos
mineros, y dirigía minas, que en realidad han sido materia de
importancia en mi familia paterna, puesto que mi padre se preocupaba
de ello como abogado y también como propietario de algunas
pertenencias.
Mi tío Eduardo Uribe, que fue también abogado, se
ocupaba principalmente de cosas mineras y tuvo pertenencias mineras. Y
mi tío Pedro Uribe también se ocupaba de la gerencia o administración
minera y tenía también pertenencias. Incluso a mi tío Victoriano, que
era médico, lo metieron sus hermanos en negocios mineros con poco o
ningún resultado.
Después de los veinticinco años, y habiendo
visto el retrato del cura Uribe en el museo histórico del que hablé,
empecé yo mismo a encontrar que tenía parecido con ese presbítero
feroz, y efectivamente en la época de mis treinta años tuve bastante
semejanza con la cara ceñuda, de boca cruel, de ese presbítero que
andaba con el sable al cinto y con sotana. Más tarde, sobre todo
estando en Europa, algunas amistades me dijeron que parecía un español
de Extremadura; y en un caso el político francés, Michel Rocard,
cuando hablé, recién llegado a París, desterrado, sobre unos
documentos de ITT (International Telephone and Telegraph Corporation)
que fueron publicados en francés y antecedentes del Golpe de Estado en
Chile, me dijo al salir: "Mientras lo oía hablar sobre esto, tuve la
imagen viva de los desterrados españoles después de la Guerra Civil",
me dijo, "por su cara larga, por la manera como se viste, de oscuro,
por la manera como habla y como mueve los brazos". Lo que en realidad,
me satisfizo mucho.
Ayer se me ocurrió que debía poner una nota
al principio de todos estos temas, pero mejor meterla aquí, es
igual.
Yo he creído, mientras hago esto, que los hechos y
palabras relatados son tal y cual aparecen en estos recuerdos, desde
la época en que ocurrieron o fueron dichas las palabras, hasta ahora
mismo. Así los he vivido conscientemente y con trazas a veces,
inesperadas, de memoria involuntaria. La honesta sinceridad de lo que
ahora se va contando, desde antes hasta el final, tiene la sola
garantía del agotamiento físico y psíquico que he sufrido cada vez que
me dedico a memorizar cosas, algunas de las cuales me producían
vergüenza y eran secretas. He sufrido corporalmente, mentalmente, una
desesperada vergüenza por narrarlo.
Esto lo juro por Dios, sin
violar espero, el segundo mandamiento de la ley de Dios, que consiste
en "no jurar su santo nombre en vano". Así lo espero, lo creo, y pido
caridad si cometo errores, o como ya lo he hecho, designo
enemigos.
Un problema también que se me ha producido en el
curso de estas memorias es que va pareciendo que mi familia y mis
amigos, conmigo, son los buenos; y los enemigos, serían los malos.
Naturalmente esto no es blanco o negro sino que, con frases muchas
veces hechas, grisáceo, ocre. Pero en las pasiones, y reconozco ser
una persona de pasiones, lo ocre se ve negro.
Con esto no me
estoy echando para atrás y exigiendo indulgencia. Estoy observando lo
que hago, al mismo tiempo que lo hago.
Veo que estoy llegando a
los veintitantos años y pasando por alto los libros publicados, en que
aparece mi nombre. Mi parte en la Antología del Joven Laurel es
un conjunto de textos en verso que podrían formar eso que los
franceses llaman una "plaquette". El primer libro exclusivamente mío,
al que le puso de título Scarpa una frase que me molestaba pero lo
acepté por su autoridad de antiguo profesor y hombre conocedor de las
letras, se llamó Transeúnte pálido. También en este período,
antes de los veintitrés años, publiqué un libro más grueso, de versos
también, que se llama El engañoso laúd. Esa frase también puede
parecer medio siútica; es tomada literalmente de un capítulo de Don
Quijote y corresponde a uno de los textos de mi libro que creo
haber mencionado; comienza diciendo: "Don Quijote fue arañado por un
gato". El famoso episodio en que oye los cantos de una enamorada de
él; Don Quijote quiere hacerle gestos por la ventana a la música del
engañoso laúd, y resulta que en vez de encontrarse con ella
descendiendo en una especie de cuna del palacio de los duques, se
encuentra con que han dejado caer, por una cuerda amarrado, a un gato
que se sujeta de la nariz de Don Quijote y entra a la pieza y empieza
a saltar de lado a lado, y Don Quijote cree que son espectros de magos
enemigos. Identificandóme mucho con ese episodio y con otros del
Quijote, es que escribí ese texto; y aparecen en ése y en otros
posteriores, frases enteras tomadas del libro de
Cervantes.
También en esos años empecé a tener, en la medida en
que publicaba cosas mías, la idea de que iba a terminar cuando ya
fuera viejo, un gran libro, al que no correspondía ningún otro ya
publicado, ni ninguno de los que estoy publicando, incluyendo estas
Memorias.
Un solo libro que fuera realmente una obra
mayor. Esta presunción la he tenido durante cincuenta años y no he
llegado nunca a escribir tal libro. La ambición de un solo gran libro,
es también materia de historia literaria. La tuvo por ejemplo,
Mallarmé. Habla de ello Borges. De otra manera, es el objetivo de los
dos retardados mentales, Bouvard y Pécuchet de Flaubert; introducirlo
todo en un solo libro. De modo que como aspiración nunca lograda, por
ninguno de los que he nombrado y sobre todo por mí mismo, hago
referencia a esta ambición que tal vez sea la correspondiente a todo
escritor, que durante toda su vida escribe buscando esa gran obra sin
encontrarla.
En el período entre los veintiuno y veintitrés
años, estuve imaginando y luego preparándome para escribir mi memoria
de leyes y eso fue principalmente el 56 y el 57.
El asunto me
daba vueltas en la cabeza desde niño, pero naturalmente no podía hacer
mención de mis recuerdos infantiles en mi memoria de leyes. El asunto
era propio del Derecho Penal y del Código Penal. A ese propósito es
necesario decir que elegí de preferencia el Derecho Penal, justamente
para no caer en la disciplina que enseñaba mi padre, el Derecho de
Minería. Y así fue como no sólo la memoria y mis estudios previos
dieron importancia central al Derecho Penal o Criminal, sino que fui
siendo ayudante de profesores de la Universidad de Chile, como Alvaro
Bunster, Eduardo Novoa y Luis Cousiño Mac-Iver, apenas volví de mi
curso de especialización en Roma que también fue de Derecho Penal y
Criminología.
Aparecen en mi vida, neta y técnicamente, cosas
de leyes positivas. El título de la memoria fué De los delitos
cualificados por e! resultado, que es una parte del programa de
Derecho Penal en Chile y en otras partes, en los cursos de
leyes.
Pero lo que me interesaba a mí era algo que, repito, lo
tenía presente desde la infancia y he seguido teniéndolo presente
hasta el día de hoy. Es la necesidad de exigencia de que cuando se
comete pecado (leamos en materia jurídica, falta o delito) el que lo
comete debe rnantenerse en el pecado mismo o delito y no excederlo a
otro delito más grave o a otro pecado más grave.
Esto me fue
confirmado cuando, en los mismos años, empecé a leer La Divina
Comedia del Dante. Lo hice en italiano antes de haber estudiado
esa lengua y siguiendo el consejo, o más bien el ejemplo, que da T.S.
Eliot, en su ensayo sobre el Dante. Cuenta él que para leer al Dante
en italiano, lengua que tampoco conocía, tuvo a la vista dos libros:
una traducción del Dante al inglés, en su caso, y el original italiano
al frente. Y así, cuando terminó de leer las tres partes, "Infierno",
"Purgatorio" y "Paraíso", resultó que había aprendido italiano
suficientemente como para poder leer a los poetas en esa lengua, desde
la Edad Media hasta la época contemporánea.
Pues bien, seguí
ese mismo ejemplo, y fui leyendo La Divina Comedia con una
traducción literal al castellano; me demoré tal vez un año y medio o
más, y terminé sabiendo lo suficiente de italiano como para leerlo. Es
cierto que después tomé algunas clases en Santiago con una vieja
profesora italiana antes de un hecho al cual me referiré más
adelante.
En La Divina Comedia estaba muy claro que
había en cada descenso en el Infierno, diferentes círculos
correspondientes a diferentes pecados y que cuando se iba más allá del
pecado inicial, provocando al cometerlo otro más grave, estaba
condenado en el infierno por el más grave.
En Derecho Penal,
los delitos calificados por el resultado son aquellos en que se desea
criminalmente, con intención, cometer un delito; y por la naturaleza
de éste (en algunos pocos casos), las circunstancias mismas que rodean
a la comisión del delito están preparadas como para que el resultado
sea peor de aquello que se intentaba hacer. Con la autoridad del gran
penalista Carrara, del siglo XIX, y del gran penalista alemán Metzger,
pero yendo más lejos que ambos, sostengo que existe en quien comete el
mal un deber u obligación especial de cuidado para que ese mal no
lleve como consecuencia a resultados más graves. Esto es claro en
varios casos y el más saliente tal vez sea el del secuestro. Cuando se
intenta secuestrar a una persona, las circunstancias que rodean la
naturaleza del secuestro, históricamente, histriónicamente y en la
realidad judicial, son de tal especie que la oosibllidad de lesiones
graves y de muerte está presente en el acto mismo del secuestro,
aunque no haya estado conscientemente en la intención precisa del que
comete el secuestro. Pero existiendo un deber legal de especial
atención y cuidado en el cometimiento del delito, para que éste no
vaya a consecuencias más graves, que son naturales dadas las
circunstancias que rodean a ese delito, hay una relación entre la
consecuencia más grave, muerte en el ejemplo que voy a dar, y el acto
del secuestro.
El ejemplo es el secuestro que se produjo el
año 70 del general Schneider donde, por las circunstancias mismas del
secuestro, se iba a cometer en contra de un militar que estaba armado
y que cuando sacó la pistola de reglamento, se le mató en el acto
mismo del secuestro que sólo pretendía, según los criminales, ser su
objetivo. Estaban obligados a tomar en cuenta que, por la naturaleza
misma y las circunstancias del secuestro, los resultados podían ser
mucho más graves.
Esta memoria mía, De los delitos
cualificados por el resultado, fué utilizada exitosamente en el
proceso judicial contra los hechores de la muerte del general
Schneider, que tantos efectos produjo en la historia política y hasta
emocional chilena desde el 70 hasta el 73 y
después.
Exitosamente dije que fue usada la memoria, pero
resulta que con el Golpe de Estado, los victimarios, o se habían
arrancado antes de cumplir pena o bien fueron indultados por el
gobierno del señor Pinochet; de modo que ninguno cumplió las condenas
a que estaban sujetos. Un buen número de ellos, empezando por el
general Viaux, que estuvo un tiempo desterrado en Paraguay porque
había sufrido penas de prisión y extrañamiento, y siguiendo por alguno
de esos jovencitos que lo acompañaron (con la sola excepción del único
pobre roto malvado también autor de ese hecho, de apellido Melgoza),
están coleando y vivitos, en Chile o en el extranjero.
Insisto
por enésima vez que mis libros de versos contienen referencias
correspondientes a experiencias de hechos que han ocurrido en mi
propia vida o en la vida observada de otros personajes; claro es que
hay ilusiones de fantasías o imaginación del propio autor, pero ellas
las había yo tenido en mi vida real. Resulta majadero y hasta
sospechoso que lo repita, pero creo que ello da una especie de
garantía, para lo cual no existe sino mi palabra, de los ejemplos que
pueda dar. Serían ilustraciones de la sinceridad. Aunque la palabra
esté desprestigiada, creo que es requisito esencial de la creación
literaria, he dicho...
La fantasía puede contener títeres,
animales, o seres humanos ideados, imaginados. Puede contener
identificaciones, hasta con animales, a través de metáforas o de otros
medios que da la poesía y el verso, pero corresponden a ficciones que
yo he sentido como realidad.
Voy a dar un ejemplo, para que
haya algún dato de ello, de un texto del libro El engañoso
laud, en el cual aparezco yo respecto de niñas o mujeres: "Cara de
perro, cara de carnero, cara de burro,/ me dijeron en mi adolescencia
las mujeres;/ yo buscaba en esos animales rasgos atrayentes/ y me
recluía en mi casa al no encontrarlos./ Cara de perro, carnero,
burro,/ me dicen las mujeres ahora que soy hombre/ y en vez de buscar
rasgos atrayentes en esos apelativos/ las muerdo como perro, beso como
un carnero, boto como un burro".
Naturalmente el rasgo de
egocentrismo, de la vanidad, del egotismo, es un elemento de cualquier
autobiografía, memoria, recuerdos personales. El asunto es que hay que
reconocer también los errores, fallas, estupideces, no menos que las
cosas que lo dejan a uno bien. Y reconocerlas, como trato de hacerlo,
es precisamente aquello que me hace más difícil este libro que ningún
otro de los que he escrito. Difícil para la psique, para el cuerpo,
para lo religioso, para el respeto ajeno o el "qué dirán", para las
amistades y las enemistades. Por eso quedo hecho un trapo, después de
cada vez que esto va saliendo y va a quedar por escrito, porque todo
esto es como revolverse, y creo que lo dije ya, con una cuchara o con
un tenedor, o con una lapicera, o con una guadaña, las entrañas mismas
y las visceras. Y revolver, con cuchara a lo menos, el propio cerebro.
Es así como, cualquiera que sea su ubicación en el cerebro, en mi
experiencia la psique se va instalando en toda la piel y el cutis, y
también en el cuerpo por dentro, hasta el punto de que hay en mi
opinión, personas que dicen palabras que provienen de las uñas de los
pies, o como se ha dicho tanto, del corazón, de los ríñones e incluso
de los genitales.
La niña que busqué durante siete años y
encontré, fue la única de mis amigas y también de mis amigos, que tomó
verdaderamente en serio lo que yo escribía. No digo que (porque eso me
halagaba) fuera la causa de mi enamoramiento profundísimo, pero sí fue
un elemento, porque se trataba de que leíamos ciertas cosas de la
misma manera. Ella se ocupaba, bajo la influencia de Juan de Dios Vial
L., su cuñado, de libros de filosofía mucho más que de literatura,
pero ésta la comprendía por gusto.
Se llamaba Cecilia. Ya no
era innominada para mí.
Yo llego a pensar en mi larga
experiencia, que las verdaderas señoritas y luego señoras chilenas, o
de otras partes del mundo en general, nunca han leído más de once
novelas y media en toda su vida. Que sería el caso de esta persona,
por lo menos cuando la conocí.
He hablado ya de las salidas,
paseos, visitas en su casa, sofás, mesa de arrimo del siglo XVIII,
tapicería, retratos de un cardenal de autor anónimo pero
interesante.
Esto se fue llevando a cabo durante un año, o sea
el 55, sin que hubiera interferencia; ni cesaba el interés por lo
menos de parte de ella (porque de mí no cesaba nunca).
En el
verano de 1956, veintidós años míos, en una ocasión en que yo la
visitaba en casa de sus padres en Recreo Alto, donde había habido una
gran casa de su abuelo Eguiguren, que se quemó, y donde había hecho
una construcción su hermano arquitecto para su padre y su madre, iba
yo de almuerzo o comida, junto con sus padres, Juan de Dios Vial,
además de otros pocos cuñados. Teniendo tanto influjo éste sobre
ella... resultó que un día, en febrero, me dijo ella que ya no quería
que nos viéramos tanto. Yo sentí eso como una expulsión, hasta del
paraíso diría, si no hubiera tanta ingenuidad como para creer
paradisíaco un amor. Y de inmediato, a pesar de que mis padres
veraneaban allí y yo estaba en casa de un primo segundo muy cercano,
Fernando del Río Rioseco, decidí volver a Santiago el mismo
día.
En el tren de Viña a Santiago me tocó al lado un amigo de
Vial, el doctor Armando Roa, con quien habíamos conversado en casa
precisamente de esta niña de la que estoy hablando y con Juan de Dios,
el muy amigo de ese médico. Amigo intelectual y personal.
En el
viaje decidí contarle lo que me había pasado, pero no para recriminar
a la persona que me interesaba, sino más bien a quien tenía influencia
en ella, el amigo del doctor Roa.
Mientras le contaba, mirando
el paisaje, no al vecino, comprobé algo que había leído pero que no
sabía que fuese tan cierto. Apretaba los ojos y saltaban, como
chispas, lágrimas a la ventana. Esa experiencia sólo la he tenido
entonces; y he pasado a creer que cuando se habla de "saltársele las
lágrimas", se habla de un hecho real y no de una metáfora. No lloré
todo el viaje tampoco, pero quedé aliviado con ese raspacacho o queja,
a través de mi vecino, hacia quien creía yo causante de mi
desgracia.
Al día siguiente de llegar a Santiago, invitado como
estaba desde antes por Carlos Ruiz-Tagle, me fui vestido con la misma
ropa de calle con que estaba en Santiago, o sea con traje de color,
chaleco y corbata, a Santa Cruz, donde estaba el fundo del padre de
Carlitos y pasé varios días ahí.
Conocí allí, muy de paso, al
autor de un cuento muy celebrado, El capanga que tuvo un gran premio,
y cuenta una historia en Bolivia y en un río; estaba casado con la
hermana mayor de la novia de Carlos Ruiz-Tagle, Magdalena.
En
esa época iba conociendo, pero de manera natural, a escritores; no los
buscaba. En ese mismo tiempo íbamos a reuniones los días domingo,
fuera de vacaciones, en un departamento del octavo piso de un edificio
en la Plaza Bulnes donde vivía Roque Esteban Scarpa, los que he
nombrado, además de José Miguel Ibáñez, con zapatos de gamuza muchas
veces, Hernán Montealegre que se estaba preparando para ser
seminarista como lo fue, un hermano de Gonzalo Izquierdo, Juan Pablo
Izquierdo, el músico; porque ahí tambiéft se oía música que Scarpa
había traído de Europa y ésa no la había en Chile sino en su casa. Y
algunas personas que no eran alumnos del colegio pero sí amigos de
Scarpa, como el poeta Miguel Arteche o el tenor Hernán Wirth, ambos
algo mayores que nosotros.
En esa época también Scarpa
invitaba, para que los conociéramos, a críticos literarios; como una
vez Hernán Díaz Arrieta conocido como Alone. Otra vez, Manuel Vega que
tenía una columna en El Diario Ilustrado y era el único chileno
discípulo ardiente del movimiento Action Francaise nacionalista y
prefascista según sostienen algunos historiadores como Nolte, y que
hacía en su columna, fuera de comentarios sobre lo que iba ocurriendo
en Chile, referencia a libros franceses, y además críticas literarias.
Algún sacerdote, crítico literario, también asistió invitado por
Scarpa para que lo conociéramos. Pero ésas eran cosas un poco
forzadas. Se les saludaba, se hablaban pocas palabras, y operaba más
bien, como con personas mayores, la simpatía hacia alguno o la
antipatía hacia otro. Por ejemplo, yo creo que desde el comienzo,
Hernán Díaz Arrieta tuvo más bien antipatía hacia mí y simpatía hacia
Carlos Ruiz-Tagle.
No conocimos en esa época a David Rosenmann
Taub; apenas a Alberto Rubio. Ni con Giaconi, ni con Lafourcade tenía
amistad. Ni a otros escritores que aparecieron en "Antología del
cuento chileno nuevo" hecha por Lafourcade, con presencia de
jóvenes escritores, ninguno de los cuales era amigo mío. Para ella
Lafourcade, a quien yo veía en la Escuela de Derecho porque era
secretario privado de Darío Benavente, me pidió un cuento, pero yo
decidí no dárselo. No iban a la casa de Scarpa, Jorge Edwards ni Pepe
Donoso. Es decir, los que aparecieron como los mejores escritores en
prosa de los años 50.
Una cosa conviene contar, porque en la
época después de salidos mis dos libros y la Antología del Joven
Laurel, le pregunté a Scarpa por qué había decidido armar este
grupo y contestó, para mi horror, que había ahí encontrado cierto
talento literario, pero también y tal vez sobre todo, porque
consideraba que así se podía armar un confluente literario católico,
frente a la mayor parte de los escritores que no lo eran; más bien
casi todos ellos habían dejado de serlo en su juventud, algunos
declarándose ateos, otros agnósticos, otros anticlericales, y entre
ellos los que habían estado en colegios de curas, principalmente en el
San Ignacio.
Esto me dejó patitieso, no me gustó nada; porque
yo católico sí pero no conservador, ni reaccionario, ni franquista.
Por lo demás, como dije, nunca Scarpa trató de meter en nuestras
cabezas el franquismo o sus opiniones políticas
reaccionarias.
Cuando se hablaba en su casa de algún hecho de
actualidad sobre esos sectores políticos, me levantaba muy fuertemente
contra Scarpa; por eso decía que yo era un especialista en decir
pesadeces desde que lo conocí hasta que se murió, porque esto lo
repitió a pocos instantes de su muerte. Pero nos entendíamos de esa
manera, discutíamos en esas cosas, pero no en materia .iteraría, donde
le teníamos el más grande de los respetos y él fue de una generosidad,
una prudencia y sutileza en conducirnos a la literatura, que nunca
dejaré de estar sumamente agradecido.
Vuelvo al fin del verano
del año 56, en Santiago. Todavía estoy en la universidad en quinto año
de leyes, donde no fui alumno de mi padre sino de su profesor
paralelo, Julio Ruiz Bourgerois que había sido ministro de Economía de
Gabriel González Videla.
Mirando ese año, en los meses de
otoño, en los meses de abril, mayo, estaba yo con este peso, peor que
duelo, de un amor que parecía perdido para siempre.
Andaba con
la cara larga, con un abrigo que me ponía siempre desde que comenzaba
el otoño hasta que terminaba la primavera, muy largo y oscuro. Y una
vez, según supe al día siguiente, estaba parado en la esquina de
Providencia con Los Leones, esperando movilización, completamente
solo, no había nadie más en la vereda, muy largo, seco y sombrío y
vestido de oscuro, cuando pasó por ahí, sin que yo me diera cuenta, el
automóvil de don Juán Echeverría con su hija Cecilia que venía sentada
al lado del chofer, y tal efecto se le produjo a ella que esa misma
tarde me llamó por teléfono para que la fuera a ver y se reinició eso
que yo creía estaba para siempre cortado.
Visitas, caminatas
por la ciudad, al cerro San Cristóbal donde había un local techado
junto a la terraza, una sala como de restaurante o bar, con música y
con baile y donde esa vez bailé apretado con la persona que me
interesaba. Alguna otra ida a lugares donde se podía bailar, a una
casa antigua transformada en restaurante y "boíte" pero sin número de
niñas ni payasos sino música no más, que después fue la Villa Grimaldi
donde tantos crímenes se cometieron. Al día de hoy existe un parque
conmemorativo, pero yo no he querido volver nunca más a ese
lugar.
Cuando terminaba el año 56 y comenzaba el 57, en una
fecha que no recuerdo precisamente, yo tenía decidido que me iba a
casar con esa persona, fuera como fuera y aunque ella no quisiera. Me
la llevé, habiéndome preparado mentalmente, a un cabaret en una cuadra
hacia el fondo de la calle Independencia, lugar por lo demás donde
había sobre todo empleadas domésticas y sus lachos bailando; decidí
ahí tomar, yo sobre todo, y hacerla tomar cognac, uno tras otro; y al
empezar la noche me dijo que la llevara de vuelta a la casa porque no
se sentía bien. Y tan mal se sentía que la subí al automóvil de mi
padre, Citroén de los antiguos, de los que dicen creó el modelo el
arquitecto Le Corbusier, con una palanca de los cambios que estaba en
el tablero y que se manejaba como si fuera un bote o un barco, negro
de color, pero amplio. Un Citroén como los de las películas de los
años 30 ó 40; y tuve que llevarla apoyándose en mí. Le daban desmayos
intermitentes al lado mío, que manejaba; le dije que era mejor que la
viera un médico, y la llevé a la consulta de un médico amigo, mayor
que yo por cierto, en la calle Riquelme esquina de Catedral. La tuve
que llevar en brazos y tocar con uno de ellos el timbre; y menos mal
que el médico no tenía paciente. La llevé en brazos hasta dejarla en
un sillón de la consulta del médico donde de nuevo se
desmayó.
Terminada la
consulta, era una intoxicación. La llevé de nuevo en automóvil a su
casa, donde llegó inmediatamente a acostarse. Me dijeron en su casa
que comiera ahí para hablar de ese malestar, y yo a sus padres y a su
hermano mayor Fernando (que siempre fue sumamente afectuoso y ayudador
con nosotros, mucho más tarde durante el exilio), derechamente les
dije que teníamos decidido casarnos. Sin haberla consultado a ella; a
pesar de que algo le había hablado; su reacción era ambigua porque en
realidad había decidido no casarse nunca. De modo que a eso yo lo
llamo, y creo que tiene las características: el rapto de Cecilia
Echeverría Eguiguren; y después la imposición del
matrimonio.
Cuando le dije al día siguiente que había pedido la
mano de ella, no se opuso y de hecho ocho meses después, fijado el día
del matrimonio, nos casamos.
Mientras tanto, yo con esa memoria
en Derecho Penal, que tuvo en el informe de Alvaro Bunster un siete,
me fui al Instituto Chileno-Italiano de Cultura que decidía los dos
becarios anuales del gobierno italiano. Les presenté mis antecedentes
para obtener la beca. El agregado cultural italiano, personaje notable
como agitador cultural, que se llamaba Cardillo, me contó que en el
Directorio el único que se había opuesto era el propio Alvaro Bunster;
pero cuando le mostraron mi memoria de prueba con la nota máxima que
él me había puesto en Derecho Penal, tuvo que ceder v me dieron esa
beca del gobierno italiano para los años 57, 58.
De modo que
con esa persona buscada siete años, encontrada, perdida por unos meses
y reencontrada, el programa apenas casados era irnos a
Italia.
Después se produjo la visita de mis padres en que
conversaron, mi padre con don Juán de política, mi madre con la señora
Elisa Eguiguren de otras cosas, y quedó formalizado el
noviazgo.
Fue fijado el día del matrimonio que era un domingo
18 de agosto. Año 57.