Ático. Ursula Starke
Editorial Cuarto propio
Por Amanda Durán
Adiestrar palabras en poesía, como se adiestra un perro, puede resultar excepcionalmente molesto... una palabra mansa, obligada a formar parte de un texto, tambien amaestrado, encaja perfectamente en la definicion de lo correcto y adecuado. Pero, un poema correcto no es necesariamente el más conmovedor ni mucho menos el más franco.
La poesía de Ursula Starke es sincera, conmovedora y en ningun caso correcta, mucho menos adecuada. Es una ráfaga de sensaciones que exigen estado de alerta o desesperacion. Poemas, que se insertan en la retina y la piel, hiriendo o lamiendo lo que hallan a su paso.
Si bien la historia que cuenta Ursula en Ático, las sensaciones que describe o los escenarios que muestra, no son elementos nuevos en la poesía chilena, si lo es el modo en que ella los enfrenta y como permite al discurso henchir el espacio y verbalizar cada imagen, cada gesto. Ursula nos envía estos mensajes sin silencios, palabras que se acumulan entre si y causan un enorme rio que se nos viene encima. En este caso la poeta actua a modo de hechicera que intermedia entre nuestra vida y su propio universo, dandonos todas las claves de su modo de respirar, oler, y casi amar; este generoso gesto se torna a veces agresivo y bélico, Ursula es entonces una mujer guerrera, hechicera y triste que nos entrega sus palabras y su locura en un libro que podemos guardar para siempre, como un regalo terrible que no nos permitirá el sueño ni la vigilia.
Ático es el cuartito oscuro en que se guardan las cosas inútiles, los recuerdos que se fueron acumulando, los que hay que esconder por que estan llenos de vergüenza. Es el único lugar tranquilo de la casa, ahí apenas los gatos o las ratas pueden interrumpir el silencio, ahí la oscuridad hace a un pequeñisimo rayo de luz lucir brillante. Ursula parece haber decidido guardarse en el ático, como un recuerdo más, de los que dan vergüenza “Eres la niña de los nichos, cambias sangre de tu sangre, ensucias el lugar que tienes en la mesa, arrastras tu orina de la pieza al pasillo y lloriqueas bajito en la esquina grasienta de la cocina” Desde ahí, desde el ático, su voz nos llega como un chillido o una luz en la oscuridad más profunda.