El afán por
responder a la existencia, a sus preguntas, fue una de las constantes
en la obra de ambos poetas. Su formación filosófica e intelectual los
llevó a escribir una poesía con raigambre metafísica. Casi la
totalidad de sus libros trasuntan ese mundo; el poema debe explorar el
inconsciente. Humberto Díaz Casanueva (1906-1992) dijo en una
oportunidad: "Me obstino en ser un buscador, entregado a un portentoso
riesgo, y aunque sólo encuentre una luz intermitente o un semillero de
sombras, me consuelan la magnitud y la dignidad de mi
esfuerzo".
El
primer poemario de Eduardo Anguita (1914-1992) se titula Tránsito
al fin. Fue publicado en 1934. En él ya vemos uno de los motivos
principales de su poética; lo simbólico. Pero su crecimiento literario
se suscita en 1935, cuando crea con Volodia Teitelboim la Antología
de la poesía chilena nueva, donde conoció con detenimiento los
escritos de Humberto Díaz Casanueva, a quien escogió para incluirlo en
el libro. Díaz Casanueva ya había publicado El aventurero de
Saba (1926) y Vigilia por dentro
(1931).
Por esos años, Vicente
Huidobro regresaba de Europa y traía consigo el aire renovador y
vanguardista de las primeras décadas del siglo veinte que
convulsionaban la escena cultural. Esto fue asimilado por los poetas
chilenos de las generaciones más recientes que querían hallar lo nuevo
y cambiar el mundo, aunque fuera en el plano onírico. Fue el caso de
Humberto Díaz Casanueva, poeta que tuvo siempre su pensamiento fijo en
la condición humana. No olvidemos que en Viena, en 1936, siguió dos
seminarios con Heidegger, sobre Hölderlin y Nietzsche.
En 1944,
desempeñándose como secretario de la embajada de Chile en Ottawa,
canadá, se enteró de la muerte de su madre y ante la imposibilidad de
asistir al funeral, escribe en una noche "Réquiem", una de las más
desgarradoras elegías que se hayan escrito en Chile hasta entonces.
Fue publicada por primera vez en "Cuadernos Americanos" (México,
1945). Es un escrito de larga respiración que desde un comienzo
conmueve: "Como un centinela helado pregunto:/ ¿quién se esconde en el
tiempo y me mira?/ Algo pasa temblando, algo estremece/ el sueño de la
noche, el sueño errante/ afina mis sentidos, el oído mortal/ escucha
el quejido del perro de los campos (...) De pronto escucho un grito en
la noche sagrada, / de mi casa lejana, como removidos sus cimientos/
viene una luz segada, una cierva herida se arrastra cojeando,/ sus
pechos brillan como lunas, / su leche llena el mundo
lentamente".
Gabriela Mistral, al leerlo, le escribe: "Creyó usted no hacer más que
cantar a su madre muerta, pero ocurre que ha escrito todo un consumado
poema trágico".
Rosamel del Valle , su amigo, quien trece años después escribió su
ensayo acerca de Díaz Casanueva "La violencia creadora", sostuvo en
ese momento: "Requiem es el poema de la realidad convulsiva, el más
lleno de todas las cosas, puesto que reúne en totalidad sueño y
visión, temor y alabanza, mirada y pensamiento". La crítica Carmen
Foxley, en cambio, ve en esta obra "la premonición de una vida que en
alguna parte se extingue y abre el 'De profundis' a la madre. En el
curso del poema ésta va adquiriendo presencias sustantivas que
intentan compensar el dolor y la herida ocasionada al 'árbol de la
vida', y vencer la muerte". Rebelarse contra la agonía y llegar a las
tinieblas para encontrar la luz, era el propósito de Humberto Díaz
Casanueva.
Por
su parte, Eduardo Anguita, después de haber publicado varios libros de
poemas y ensayos como su Rimbaud pecador (1963), escribe
Venus en el pudridero (1967), libro que da cuenta de la
intimidad entre un hombre y una mujer. El poeta quiere perpetuar ese
instante, pero al interior de toda pasión subyace la muerte. Jorge
Teillier, en la revista "Plan" del 31 de marzo de 1968, dice: "Este
poema es una sola palabra compuesta por diversos signos de simbolismo
bien notorio: el gusano, el sol, el rosal, el niño, el ruiseñor,
porque Anguita es un poeta eminentemente conceptual, a la manera de
los metafísicos ingleses del siglo XVIII: imágenes y conceptos en sus
textos se contienen unos a otros como el agua a la copa". A Anguita,
según propia confesión, le interesaban los conceptos en poesía; pero a
través de la intuición, es decir, que penetraran lo real más allá de
la ciencia y la filosofía. Venus en el pudridero utiliza, además,
técnicas del collage, insertando al interior de sus páginas citas de
Séneca, Heráclito, Jorge Manrique y Goethe. Basta mencionar los
primeros versos del libro para situarnos en la muerte: "¿Escucháis
madurar los duraznos a la hora del estío,/ a la venida del sol,
mientras un príncipe danza/ en vísperas de su coronación?/ Yo pienso
en el gusano. (...)/ Si veis montar el agua de la noria,/ con un niño
fijamente asomado al brocal/ frente a frente al abuelo,/ y se siente
el beso de los amantes como una hoja seca/ que el pie del tiempo
aplasta crepitando:/ ¿los amantes están muertos? No pregunteís con
torpeza./ Pensad en el gusano".
En
1981 fue distinguido con el Premio María Luisa Bombal, calificándolo
Enrique Lafourcade como un "teólogo de la poesía". Y un entusiasmado
José Miguel Ibáñez Langlois señaló entonces: "Venus en el pudridero es
uno de los grandes poemas de la literatura chilena, incluso más, de la
poesía contemporánea a secas...". Más tarde, Anguita recibió el Premio
Nacional de Literatura, en 1988.
Veintiún años antes, Humberto Díaz Casanueva había sido distinguido
con el mismo galardón, después de haber publicado La hija vertiginosa
(1954) y Los penitenciales (1960). Así, en el plano público, el arco
entre ambos poetas se cerró en el reconocimiento. Y ahora sus voces,
como lo comprobamos en la intensidad de sus versos, continúan
inspirando una extrañeza que se prolonga en el
tiempo.