En 1988 conocimos
Fluvial, al que siguió, en 1992, Música para un álbum
personal. Llamó la atención este poeta,
entre lírico y lárico -no son términos que se opongan-, hijo de la
vida y de las letras, exponente feliz de una hornada de poetas que
querían salvarse de la epidemia de ingeniosidades versificadas en
nombre de “anti” algo: poesía o sistema, mundo o vida, historia o
política.
Muestran aciertos
notables sus dos primeros libros: vuelo lírico, más de una vez;
dominio de las formas; coherencia. Se trataba de una muestra legítima
de la mejor tradición lárica, esa poesía del hogar perdido, nostálgica
a lo Alain Fournier ( pensamos en El gran Meaulnes ) y a lo
Teillier. El “sistema poético” de Véjar era de una indudable
coherencia. Obedecía a intuiciones elaboradas con materiales finos, a
lecturas destiladas en rigurosa asimilación. A todo ello aportaba
Francisco Véjar su propio acervo de vivencias; su particular elección
de mundo. Era el buen gusto.
Y nos enfrentamos
a Continuidad del viaje, y lo primero que debemos reconocer
es el acierto del título.
Es difícil
-imposible o, al menos, injusto- imputar a un poeta como carencia la
continuidad de su viaje. Lo que no obsta para la pregunta de hasta
cuándo. Es decir, cuando el poeta -Francisco Véjar, en este caso- va a
dar por cerrada una etapa y se va a lanzar por otros caminos. En sus
palabras, va a discontinuar su viaje o lo va a emprender hacia otras
comarcas poéticas.
En este libro se
confirman las virtudes de sus anteriores. Hay rigor formal, ese buen
gusto de rehuir estridencias, el tono en apariencia menor de la
evocación y el sueño hecho de materiales simples. Pero falta el gran
vuelo lírico que se dejaba ver en algunos poemas de Fluvial y
de Música para un álbum personal, y que hacía esperar de Véjar
una obra de mayor trascendencia, más ambiciosa. Hay en “Mañana de
domingo” un verso que ejemplifica nuestro alegato. Dice: “Pero alguien
desea que le lleve al mar de ese tiempo”. Como en "Homenaje a un
poeta”: “Aquí a nadie le importa que hasta los parques nacen para
morir”. No son los únicos ejemplos. Lo que muestran es una poetización
del espacio lárico llevada a su extremo. Es decir, casi el
agotamiento de una mirada poética. Después de ello, lo que se
espera es un paso a otra forma, o el mantenimiento en el poeta de esa
forma superior alcanzada, de mayor exigencia, de mayor tensión
interior. Como en los clásicos, agreguemos, del larismo.
Porque lo demás es
descripción de un rico mundo interior, pero descripción. Lo que no se
ha superado es esa sucesión de un formato de versos cortos que se van
encadenando en un orden lógico, respetuoso de las gramáticas, la
recaída en lo coloquial, que aportan poco en el desarrollo de una
poesía de la que cabe esperar mucho más. Sin embargo, hay cambios, hay
un desestimiento de tópicos ya gastados de la forma lárica. Ese mayor
rigor se nota, y muestra su ya conocida actitud crítica hacia su
trabajo, lo que unido a virtudes naturales -y ya probadas- de Véjar,
permiten esperar importantes logros en su quehacer poético.
Escribió alguna vez Azorín, en artículo sobre Esteban Manuel de
Villegas ( Los valores literarios, Ed.Losada 2ª edición, 1957, Buenos
Aires): “Poetas:observad vuestro tiempo; sentid vuestro tiempo; amad
vuestro tiempo; cantad vuestro tiempo”. La pregunta que nos hacemos es
si Véjar cumple plenamente este “precepto“, por cierto no absoluto.
Nos ayudará otra reflexión, del mismo Azorín, esta vez a propósito de
Juan Ramón Jimenez. Dice así: “El acercamiento a la realidad que
supone la novela de Galdós ha de ser para que florezca una lírica
flamante, espléndida. No puede darse la lírica sin una base sólida,
fuerte, de realidad. Lo que parece menos real en la literatura,
más caprichoso, más arbitrario, necesita un constante alimento de
realidad, de vida cotidiana, de sensaciones vividas, de detalles
auténticos" (subr. añadido). No anda descaminado aquí Francisco Véjar,
aunque tal vez no sería ocioso -ni retórico- preguntarse si poetiza el
hoy desde el dato nostálgico; o si su poetización recae en el pasado
desde un presente sí asumido. En espera de dilucidar este asunto, y la
relación entre continuidad y rompimiento, de lo que no cabe dudar es
de la condición de este libro: auténtica poesia.
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Al alero de Teillier
en El Mercurio, martes 28 de julio de
1998
Ediciones del Temple lanzó el nuevo poemario de
Francisco Véjar, “Canciones Imposibles”. Es la quinta publicación del viñamarino y sigue a sus obras “Fluvial”
(1989), “Música para un álbum personal” (1992), “Continuidad del
viaje” (1994) y “A vuelo de poeta” (1996). Formado al alero de Jorge
Teillier, Véjar ha desarrollado un estilo particular, que el propio
Teillier definió en 1992: “El poeta tiene una actitud que empieza a
singularizarlo entre muchos de su generación que desprecian lo que
ignoran y con afán de mostrarse originales sin raíces impostan la
voz”. Al igual que su amigo y maestro, Véjar ha sido calificado como
"poeta lárico", una etiqueta que, según Armando Uribe, responde a la
“pereza, la estulticia o la ignorancia de quienes se reducen a
utilizarlas, peores que las de los vinos malos, y despachan en sus
pequeñas tiendas mentales a los poetas que han trabajado y sufrido”.
Uribe analiza la obra de Véjar para desprenderla de la ‘categoría
lárica’ que fue impuesta también sobre la poesía de Teillier, “un
adjetivo que tuvo que pagar, el resto de su vida, y ahora de su
muerte”. El comentador aclara que estamos frente a un poeta verdadero.
Muy distinto de aquellos “poetas de domingo”, o “poetícolas”. Y agrega
que Véjar ha sufrido la dificultad de la poesía y se ha dado a la
opinión de los otros, soportando la enajenación social con que esta
tierra “castiga a quien se atreve a ser quien es”.
En el poema “No
puedo hablar simplemente”, Véjar se refiere a la ciudad y ve que,
“aunque autos y calles pasen veloces/ no hacen sino retroceder”. En
esta serie de imágenes que aparecen en su mundo lírico, descubre que
“Algo vive además/ del parque solitario donde ves el universo/ en una
flor silvestre,/ donde lees hasta que tus ojos/ son traspasados por la
luz de la luna”. Y agrega otros aciertos que invitan a realizar una
lectura reflexiva: “Quisieras ver la luz de los que han partido/ justo
cuando cierras los ojos en otro despertar”, o “cuando sólo el silencio
dice algo”.
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A vuelo de poeta
El vuelo humano de Francisco
Véjar
por Enrique Volpe
en Las Ultimas Noticias, 19 de junio de
1997
Dentro de un panorama poético que cada día se vuelve
más confuso y con una marcada tendencia a la elaboración, las más de las veces forzada de un arte poético
decadente, la voz de Francisco Véjar, que desde sus inicios era una
auténtica promesa, es ahora una realidad dentro de la poesía actual
escrita en Chile. Su último libro, breve e intenso, “A vuelo de
poeta”, lo sitúa en la primera línea en su generación, por la
meticulosidad de su trabajo en la elaboración del verso, por la
constante depuración que lo hace alcanzar este tenue y mágico velo de
lirismo casi puro, despojado de oscuras retóricas.
Su mensaje nace de
las raíces simples de lo cotidiano y se encadena a través de una
profunda metafísica de los sueños, estableciendo un estilo de
escritura que no es más que un grito de amor y una protesta, en medio
de ese desierto de indiferencia que es el mundo desgarrado por los
nuevos mitos y sembrado con las estatuas monstruosas de los dioses,
venerados por los fariseos y las meretrices. En los versos de
Francisco Véjar, a veces se percibe un eco lejano de la voz de su
maestro Jorge Teillier; sin dudas, una sólida herencia espiritual que
se prolonga dignamente en la voz del que fue su discípulo predilecto.
A mi modo de ver, esta poesía de Vejár es la penetración de la sangre
y del alma en un espacio propio de eternidad a través de una búsqueda
que cada vez se va haciendo más profunda, más personalmente dolorosa,
y que le va otorgándole al poeta un sello que lo distingue de los
otros dos o tres grandes poetas jóvenes de su generación. Lo que Véjar
escribió en el principio de su libro: “Espero que estas palabras
permanezcan cuando de nuevo todo vuelva a dormir para siempre”, mas
que una interrogante o una velada afirmación, es un eterno desafio a
las erosiones del tiempo, pero debe de tener la plena certeza que su
mensaje poético ha de perdurar en el tiempo de los grandes silencios,
pues, “A vuelo de poeta”, lo sitúa con toda justicia en un lugar de
privilegio, dentro de la nueva generación de poetas chilenos.
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