"Ya nadie
incendia el mundo" de Victoria Guerrero
¿YA
NADIE INCENDIA EL MUNDO?
Por
César Ángeles L.
yo no soy maldita sólo estoy
ligeramente
mal bendecida
(p. 73)
Este cuarto libro de Victoria Guerrero(1)
está impregnado de violencia (Bio-lencia) y sentimiento antiburgués,
en la senda más honda y perdurable de cierto romanticismo.
Es decir, desde la cólera creativa, por fin poética
y fabuladora (en el sentido de crear un universo propio), que da vida
a la voz de la poeta en estos textos, que confronta y echa abajo el
adocenamiento, la impostura criolla, y otras
taras de este tipo que identifican una forma de ser y de vivir en
este mundo y este país (a)ccidentalizados. En comparación
con las otras entregas de Guerrero, aquí las formas del malestar
se han extremado, y el lenguaje rechina por sus poros y vocales, casi
constituyéndose en una ópera lírica de la crueldad,
donde la palabra, y la poeta con ella, ahonda sombras, oscuridades
y desgarros incluso hasta la autoflagelación: "revienta
en miles de pedacitos de odio ¿los quieres? recoge uno tras
otro con cuidado para que no te hieran y luego a la basura sin lágrimas"
(p. 13).
A semejanza de otros libros de poesía recién aparecidos(2),
la muerte (de la poeta, del lenguaje, de la realidad) domina, y quién
sabe si ello es metáfora del país, de estos tiempos
cuando los diversos lados de nuestra historia han tocado a estallido,
herida y, cada vez más, a sombra. Así parece también
indicar un poema, desde el título, como "continua escasez
de agua en todo el territorio nacional/ 1980-2004", entre otros.
Este libro lo ha escrito una mujer, y la voz poética también
es reconocible desde este género. En la mitología de
varias sociedades, el cuerpo de la mujer simboliza la tierra, la vida.
Sin embargo, la lectura de estos poemas permite decir que se gestan
desde dos experiencias claves: en primer lugar, el cuerpo con cáncer
de la madre, y, en segunda instancia, el cuerpo infértil de
la poeta-hija, de escritura, por eso, oscilante entre la vida y la
muerte. Ante este paisaje agónico, el desgarro y la descomposición
se acentúan. Pero la importancia e interés de este libro
radican en que, de todo ello, la poeta extrae lucidez y fuerza para
contraponer ese dolor y rincón mortuorio a algunos signos de
dominación y poder como "los doctores" o "el
hospital" (Cf. los poemas "hospital del empleado",
"continua escasez de agua…", "pabellón 7A"
y, por supuesto, la prosa que abre cual pórtico "lima/
año cero").
En medio de todo ello, nace, desde la madre-herida y la hija-poeta-sangrante,
un universo contradictor que encierra una esperanza lejana, curtida
entre la infancia en barrios de clase media como San Miguel y Magdalena
-otrora barrios señoriales- y la idílica placenta de
la madre (el libro se abre con el nacimiento de la poeta, y desde
allí inicia el viaje en el terreno de la putrefacción
de lo real: la carne, y dentro de ello la escritura misma). Esa suerte
de utopía redentora continúa entre sueños pateados
por la poli[cía] (Cf. la p. 11), y la identificación,
autoironía mediante, con un grupo generacional (Cf.
las pp. 67-68), hasta que el cuerpo de un amigo poeta, ya muerto entre
llamas, alumbra en esa contundente página 64 donde se plasma
el título del propio libro: "un fuego esplendoroso
me obliga a levantarme/ alguien incendia su cuerpo en medio de la
noche/ un poeta se agita en llamas de su propia orfandad/ su casa
es un gran desaguadero de sueños y sombras/ pero/ YA NADIE
INCENDIA EL MUNDO/ NI SIQUIERA TÚ".
El agónico y apasionado libro de Victoria Guerrero, al modo
de algunos momentos de la sensibilidad y el arte contemporáneos,
ha extremado lo oscuro (reminiscencia gótica, artaudiana) para
que su contrario, la esperanza, la honestidad, la iluminación
y la perdida inocencia resalten con mayor urgencia. Es conocido que
la invocación extrema de un elemento convoca a su contrario,
por compensación cuasi natural. Asimismo, tanto los procesos
terapéuticos y místicos comparten el hecho de que el
dolor es una vía de sanación; como un ciclo en el que
para re-nacer hay, antes, que morir.
De ahí que ante lo terrible y angustiante de la caída
original, desde el nacimiento -imperfecto, de una sietemesina- hacia
la implacable realidad, nazca un emocionado poema que se constituye
en una clave esencial para desentrañar ese otro lado claro
que los poemas de Guerrero continúan encerrando tan tenazmente
bajo una reiterada pátina de imágenes escatológicas
y violencia verbal. Ese poema es "contradanza", donde tres
de los amigos-ángeles convocados en la dedicatoria comparten
con la poeta ese difícil "conjuro a la muerte este
día con una danza de gloria y porvenir". La muerte,
simbolizada en una persistente mosca, cede (momentáneamente)
ante esa fraternidad extrañamente feliz en su marginalidad,
romanticismo, baile y alegría insulares. Y si no recuerdo mal,
es la única oportunidad en que, entre todo, se da curso a las
lágrimas de manera espontánea, libre y, quizá
a causa de esto, celebratoria.
El poema que continúa, "poética de la alegría",
extiende ese tono más armonioso, ironía a cuestas, y
retrata a la poeta recorriendo alucinada y evadida, bajo los efectos
del alcohol, parte del perímetro central de la capital del
Perú. Sin embargo, su soledad la lleva a beberse su sonrisa,
deformada en un vaso de cerveza, como cifran los magníficos
versos finales.
El libro, como queda dicho, expresa también de manera extrema
y reiteradamente los límites del lenguaje para transmitir la
emoción contenida, en una suerte de anti escritura, en la cual
la voz poética siempre pende del hilo del acabamiento, y que
me recuerda un libro reciente que poco y mal circuló entre
nosotros: El diario de Sem (febrero, 2003; ópera prima
de uno de los amigos de la dedicatoria), de Gavril Prinzip. En esta
suerte de nouvelle poética, también la voz va
auto aniquilándose entre una violencia verbal desbordada, durante
un torbellino de imágenes escatológicas, y constantes
invocaciones a la muerte (que llevara a su autor a contraer una grave
enfermedad, de la que felizmente ha emergido). ¿La escritura
sana? ¿Crear exorciza? Precisamente, una de las tesis de Ya
nadie incendia el mundo es lo contrario. Sin embargo, he ahí
este libro, estos poemas ("necia pestilencia" como
se dice en la p. 64), plasmando una brillante contradicción
con lo anterior.
Operan en estas páginas, pues, pares antinómicos que
evidencian la conciencia dialéctica de la poeta. Si el color
blanco representa en buena parte del libro el hospital y, con ello,
el poder, el encierro, el acabamiento, también contiene su
contrario, como expresa la referencia al parque "media luna",
a la luz blanca durante la noche (Cf. el poema "contradanza");
lo que al mismo tiempo refuerza el paisaje romántico característico
del espíritu de este libro, como se ha mencionado.
Otro elemento que llama la atención en estos poemas es que
si bien quien habla es un sujeto femenino, que impregna de referencias
correspondientes su discurso (el nacimiento, el parto, la leche materna,
la maternidad, el hospital como espacio de todo ello, el fantasmal
acantilado como espacio armónico de cierta redención,
e incluso esa estructura cronológica del texto que evoca la
de un diario personal), el temperamento es aparentemente más
Tánatos que Eros, y más destructivo que constructivo.
Digo aparente, porque ahí están estas palabras y estos
poemas para que no todo sea afán destructivo en esta poética;
así como esa relación de amor con su origen: la infancia
de la poeta-niña, de sintaxis balbuceante, y con sus pares
(Cf. final del poema "Fiesta/ 2004"), amén
de con quienes son agredidos por las tenazas del medio social (como
en el poema "pabellón 7A" o el inquietante "la
ciudad del reciclaje"). No del todo destructivo ni en Lima ni
en este país que parecen querer tasajear todo afán creativo,
como van evidenciando símbolos, gritos, chirridos, letreros
y metáforas a lo largo de las páginas, hasta concentrarse
en otro buen poema como el mencionado "la ciudad del reciclaje"
y que tiene un verso tan directo como contundente, así: "el
rímac se eleva sobre mi memoria como lo que es: / un lecho
oscuro que opaca nuestra miseria".
Esta fuerza y coraje es lo que permite cerrar estas páginas,
luego de tortuosos caminos en los que, como dije, joyas -¿láccrimas?-
de sol van encriptadas, reiterando imágenes del inicio pero
añadiendo un final sorpresivo (para quien se hubiera detenido
en la superficie tanática de estos poemas), donde la autora
real juega positivamente con su propio nombre: "sola en medio
de un campo vacío [salí] atravesando mi propia oscuridad/
mientras la policía de los sueños/ arrastraba/ los últimos
muertos/ y nadie lloró// con esperanza// victoria".
Cerremos aquí afirmando lo que para lectores atentos de poesía
contemporánea ya no es ni un secreto ni una exageración
complaciente. Este libro y esta autora tienen la suficiente fuerza,
compromiso, imaginación y un lenguaje sólido y propio,
como para ser considerado uno de los mejores y más intensos
momentos de la poesía hecha en el Perú de los últimos
años. De ahí que ella esté merecidamente en el
lugar destacado en que se encuentra para quienes aún persisten
en la lectura renovada y renovadora de la poesía. Al principio
dije que todo estaba atravesado por un radical sentimiento antiburgués.
Es un libro incómodo de leer, por esto, especialmente para
quienes alojen entre sus células rasgos de ese no tan discreto
encanto de la burguesía, que todo o casi lo asimila para corromperlo,
lenta o velozmente. No deja nada. Con ello, entre los elementos aquí
revisados, ajusta cuentas la poeta. Sin embargo, esa esperanza y victoria
que refulgen expresamente al final, aún pueden impregnar de
modo más cabal a esta poeta y su canto, porque el "anti"
neorromántico que anima su poética es apenas el inicio
de un largo camino hacia el encuentro de esa utopía, asaz colectiva,
que aún los policías, los doctores, los especialistas,
y los hospitales, sus cuchillos y sus variantes, no han podido ni
podrán exterminar. Qui pótest cápere capiat.
He ahí el gran misterio a desentrañar para los mejores
poetas de estos tiempos. Que el fuego, nuestro fuego, continúe
vomitando su poder sobre este viejo mundo, (hasta la) Victoria.
NOTAS
(1) Con un título excelente,
que bien podría ser un grito, un reclamo o una dramática
constatación, y que aquí uso libremente de forma interrogativa:
Ya nadie incendia el mundo: primera publicación de la
colección "hotel" de la joven y activa editorial
estruendomudo; Lima, 2005.
(2) Pienso, por ejemplo, en Contemplación
de los cuerpos, de Luis Fernando Chueca, así como en Parque
infantil, de Martín Rodríguez-Gaona: compañeros
de época de Victoria Guerrero.