Lugares
intocables de Víctor Hugo
Por
Tamym Maulén
I
Primero, el de poeta. La cantidad no hace la fuerza; al menos, no en poesía.
Muy por el contrario: la fuerza está en lo mínimo, la grandeza en
aquello que parece exiguo. El poeta no es el que dice todo lo que hay,
hubo y habrá por decir, sino quien dice ese breve secreto que todos saben,
ese secreto de dos segundos que nadie se atreve (puede) contar. Si no, pregúntenle
a Víctor Hugo Díaz.
Todo esto porque Díaz (Santiago,
1965) con sólo cuatro libros -La comarca de senos caídos (1987),
Doble vida (1989), Lugares de uso (2000) y No tocar (2003)
-, se instala como Premio Pablo Neruda 2004 y una de las voces más vigentes
de su generación. Un lugar de uso frecuente para Víctor Hugo: la
poesía. Y que, por cierto, se define así misma como definición,
como espacio finito. Eso sí, ¿Cómo definir la poesía?
Tal duda ya no es conflicto cuando lo que importa no es tanto qué es
o sea la poesía, sino cómo ésta debe ser: "clara
/ transparente / terrible / trágica", me confiesa el poeta en una
marrón caminata por el Parque Forestal. Conversar puede que sea también
escribir caminando; ya llegaremos a un bar a sentarnos y corregir.
II
Second place, corrijamos: el poema. Tal vez, el lugar de uso más inmanente
para quién gusta de la edición de cintas, la corrección de
líneas. En efecto, los poemas de Díaz carecen todos de una extensión
redundante que, más que agregar, disminuye la trágica terrible transparencia
del poema/grito que pretende el autor: escribo caminando y me siento a corregir,
reza el epígrafe de 'No tocar': es, sin más, la declaración
de principios. Dejar veo lo que otros describen. Dejar impreso lo que otros leen
simplemente. Lo que se lee se olvida, se afirma en un verso, y es preciso
entonces montar, editar y condensar aquello que se dice para vencer el olvido,
derrotar lo efímero, convertirse en una estatua inmortal. "Según
mi experiencia ?diría Coetzee? la poesía te habla y te llega a primera
vista o no te llega nunca. Hay un destello de revelación y un destello
reflejo de respuesta. Es como el rayo. Como enamorarse":
Te
lo puedes llevar, no te lo vas a llevar
Una letra o una línea levantarían
la mirada.
El poema se transforma
así en un artefacto al que le es necesario un tallado justo, una precisión
de relojero que, justamente, permite levantar la mirada y no pasar por alto aquella
letra que se esconde en la tinta, en el papel. Dejar que no se vea la tinta (la
palabra), sino la sangre que en esa tinta se esconde. ¿Te la llevas?
De los residuos Díaz es capaz de crear -esto es, montar, mezclar, instalar?
atmósferas absolutamente enigmáticas, escenas verdaderamente comunes
pero que develan lo insólito, el misterio de lo común. Develar el
misterio, hacer de lo familiar algo enigmático, tal parece ser el modus
operandi en los poemas de Víctor Hugo, su demarcación de límites:
Los
perros ya están ansiosos
Antes de la primera luz
Escapan de casa
y corren a rayar la cancha
Las reglas del juego
Marcan su mundo con orina.
Luego
pasamos por ahí atrasados
(el sol sale tarde en esta época del
año)
arruinamos la última escena, la conquista
premio y consumación
sobre el escenario
de una competencia invisible.
La
escena es común, así de cercana, como la cara pegada al espejo.
Las imágenes cuando al fin quedan solas hablan otro idioma mucho más
cruel. Ahora que las escenas de pobreza pasaron de moda en la poesía, que
hable el que la lleva; el cuento se reduce a saber robar, si no, te quedas sólo.
III
La ciudad pasa ante los ojos de todos
pero ¿quién se detiene? Pausa. Los ojos de todos son los ojos de
nadie. Las escenas cotidianas se mueren por que nadie las ve. Perecen decir: lo
menos importante es lo que está pasando. El resto, lo denso, es lo que
no pasará. Una pausa. Porque después de la fatigosa jornada
urbana y diaria (un día, a veces, puede ser toda la vida) se acaba la cuerda,
se muere el hombre y ya nadie piensa en la guerra. Díaz caracteriza
lo cotidiano como un continuo combate, una guerra atómica. Tercer lugar
intocable de Víctor Hugo: la ciudad, lo urbano, el continuun. Un
continuun que quiere decir vida. ¿Qué más continuo
que la vida misma? Ella es, sin más, una guerra atómica, y, aunque
sobrevivamos, la peste radiactiva se va nunca:
El
anciano lee el diario
De vez en cuando lleva la cuchara a su boca
Ahora
come de todo
Se está recuperando
Lo peor ya pasó.
Pero
en realidad no pasó. Está pasando. Es como si Díaz no olvidara
la última intervención del coro en Edipo Rey: No digáis
que nadie es feliz hasta que haya muerto. La vida, recuerda Bolaño, es
un poco más dura que la literatura. Porque es cierto, la ciudad te seguirá.
Sólo los lugares tienen memoria. De pronto se está ahí parado,
oyendo a quien nunca habla en serio: como emprender una carrera de ida y terminar
donde mismo. La ciudad, así, se conoce por la dureza con que agrede los
pies, y no por su belleza aparente; se conoce por su agresión en los ojos,
y no por la mirada. Todo entra por los ojos, nada por la cabeza. Pero ¡
s t o p ¡ Nadie que sale con los ojos bien abiertos vuelve a casa con las
manos vacías. Poesía es jamás pestañear.
IV
El poeta Post. Diríamos que en Chile la generación del '87 inicia
todo lo que se conoce en adelante como poesía joven. Ya nadie más
quiere cerrar los ojos. Sin duda eso ha existido siempre, pero como fenómeno,
como molestia, como chicos rockeros haciendo destrozos/poesía en la calle
y no frente al mar, frente a los ripios de una ciudad sitiada, diciendo el desenfado
que significaba por entonces la dictadura, el asco, la falta de espacios, esos
chicos ahora chicos mayores, pero chicos en fin (pienso en Valenzuela, Urriola,
Harris, Carrasco, Parra, Hernández, Maquieira, y los muchos más)
entre los que Díaz destaca alzando la voz siempre con nuevas formas, ambigüedad
y fragmentación de discursos, pero con suma coherencia, con ritmo, como
si el rock and roll ya no lo percutiera la batería sino el tacón
del zapato. La caminata a solas marca el ritmo, la musiquilla de las pobres esferas
que es el hit de la poesía Post de fines de los noventa, los primeros atisbos
/registros de globalización cultural y de lenguaje, sobre todo de lenguaje.
Se inicia con ello algo que aún no se cierra.
Yo no soy escritor:
por eso puedo escribir. Uso como soporte al lenguaje porque me permite hacer cosas
y porque es mi forma de emoción. Afirma Díaz, y confirma un
último lugar intocable: el lenguaje. Ahí se juega todo, ahí
se jugó todo y lo que queda es utilizarlo, moldearlo, hacerlo poesía.
El lenguaje está ahí, siempre ha estado ahí. Incluso, diría
Heidegger, es anterior a todo eso que llamamos hombre. Victor Hugo se instala
en una tradición que, desde Lihn, está marcada por la conciencia
del lenguaje como medio de expresión, uso, juego, duda. Se es conciente
de las amplitudes y limitaciones que encierra el fenómeno del lenguaje
y se le dice sí. Se duda del lenguaje, pero al escribir se le afirma. Tal
vez de ahí que Díaz no se considere escritor, y sin embargo, este
desapego le permita serlo realmente. A fin de cuentas todo lo hecho (todo
lo escrito) es un error, pero un error bien hecho. Hay que leer a Díaz,
tocarlo, aunque él diga que no. Jugar a contar los pisos del edificio.
Los chispazos de luz en sus libros están por todos lados, una explosión
simultánea de cables sueltos (pelados) atisbando un destino al que jamás
se llega. A fin de cuentas, en poesía siempre falta. Siempre hay algo que
Falta.
31 de Enero de 2007.
LUGARES
DE USO
Víctor Hugo Díaz
Editorial
Cuarto Propio
2000