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Huidobro. La marcha infinita de Volodia Teitelboim
Ediciones Bat. Santiago de Chile. 1993

Por Jacobo Sefami

Publicado en revista Vuelta, N° 210, mayo de 1994



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Este libro de Volodia Teitelboim se suma al homenaje de los cien años del nacimiento de Vicente Huidobro (1893-1948). Con este volumen, Teitelboim concluye su serie de biografías sobre las figuras de la poesía chilena; los libros antecesores son Neruda (1984) y Gabriela Mistral, pública y secreta (1991). Teitelboim (1916) ingresó a la literatura como poeta; después, escribió novela y ensayo. También ha ejercido en la política chilena como diputado y senador.

Huidobro. La marcha infinita no es la primera biografía del poeta chileno, como se señala en la solapa del libro. Antes había aparecido Vicente Huidobro. Biografía emotiva (1979) de Efraín Szmulewicz, aunque ese intento había sido más una reseña de la vida a través de la obra y carecía de la documentación sobre Huidobro que poco a poco se ha hecho accesible al público. Me parece que el volumen más importante de información sobre la vida (en su aspecto literario casi exclusivamente) de Huidobro es el número homenaje (30-31) de Poesía (revista del Ministerio de Cultura de España), que editó Rene de Costa en 1988. Allí aparecen fotografiados muchos documentos importantes: cartas, dedicatorias de libros, manuscritos originales, revisiones, etc. La labor casi detectivesca de Rene de Costa llega a su culminación con este volumen, donde se presentan casi todos los documentos que ha logrado rescatar y compilar. Otra fuente de información primaria es la misma Fundación Huidobro (inaugurada hace pocos años) que cuenta con un archivo al parecer bastante completo (según vemos por las citas del libro reseñado).

La biografía de Volodia Teitelboim varía mucho en calidad dependiendo del episodio de la vida de Huidobro que se trate. Por ejemplo, la parte que se refiere al primer viaje del chileno a Paris y a la tan discutida polémica con Reverdy no revela nada nuevo y, al contrario, se queda como una reseña casi forzosa de ese episodio tan estudiado. Sin embargo, el libro se torna mucho más interesante en el momento de la vuelta de Huidobro a Chile, en 1932. Teitelboim tiene mucho que decir, puesto que es justo en ese momento cuando el autor de El espejo de agua se vuelve su mentor y maestro: en 1935 habría de salir publicada la Antología de lo poesía chilena nueva, editada por Teitelboim y Eduardo Anguita, pero dirigida por el mismo Huidobro y que habría de ocasionar una serie de trifulcas entre los poetas mayores de Chile: Neruda, Pablo de Rokha y Huidobro. La biografía se torna, así, en una memoria que se ve auxiliada, a veces, con cartas y comentarios de algunos miembros de la familia de Huidobro.

Con la frase "la marcha infinita", Teitelboim ha querido emblematizar el trajinar incesante de Huidobro. La frase viene de una carta que Huidobro escribió a su madre (al enterarse ésta de que su hijo se ha vuelto comunista) el 30 de octubre de 1931. Esta carta en si es uno de los testimonios más notables en la actitud vital, total, de Huidobro. Citemos uno de sus fragmentos significativos:

Sin duda alguna soy un revolucionario, soy un rebelde hasta la medula de los huesos y lo he sido toda mi vida. Usted sabe mejor que nadie que desde mi nacimiento, toda mi infancia, toda mi vida ha sido una larga cadena de rebeldías y estoy seguro que si alguien recordara la primera palabra que pronuncie en mi vida vería que esa palabra fue NO... Aplaudí al cubismo cuando había que aplaudirlo, cuando significaba una revolución contra lo establecido estúpidamente, y lo aplaudí porque creí que en el fondo ellos perseguían en la pintura lo que yo iba persiguiendo en la poesía. Lo ataco hoy porque el cubismo se ha convertido en un arte burgués, infecto, de señores satisfechos que se han sentado sobre sus laureles a rascarse el ombligo. Y acaso nadie ha dicho de mi una mas grande verdad que el poeta español Salvador Quintero: "Junto a Vicente Huidobro no hay reposo posible Huidobro es una invitación a la mar infinita"... Si, soy un nómade. Nunca me he sentido estable en ninguna parte... acaso este vivir en el aire sea consecuencia de haber sentido desde muy niño que estoy viviendo en un mundo falso, en un mundo sin base, que se escurre bajo los pies, que se desmorona por todos lados... [160]

Para los conocedores de Huidobro, estas palabras van a contradecirse con su postura final. En el ultimo libro de Huidobro, publicado en vida, El ciudadano del olvido (1941) aparece el poema "Reposo", que se podría caracterizar con el verso "Estoy cansado y sin estrellas". También se pueden cotejar sus palabras de amargura en la carta que envió a Juan Larrea (tres meses antes de morir) en septiembre de 1947 (citada por Eduardo Milán en Vuelta 204): "[S]ómos los últimos representantes irresignados de un sublime cadáver".

La imagen del poeta que se presenta en la biografía de Teitelboim es la de un conquistador: la fotografía de la portada muestra un Huidobro con gesto dominante, casi con la certeza del que se sabe "dueño del mundo", con el bastón más como objeto de elegancia que como muestra de fragilidad. El motivo de la acción y la aventura, la seducción del hombre que conquista, aparecerá en la novela de Huidobro, Mío Cid Campeador (1929), una recreación de la epopeya medieval, cuyo personaje representa una fascinación para el poeta, puesto que se sentía su heredero. Según Huidobro, su abuelo materno (Domingo Fernández Concha) era uno de los últimos descendientes del rey Alfonso X el Sabio y éste, a su vez, era el tataranieto del Cid. El otro ámbito de la "conquista", según el libro de Teitelboim, es el de las mujeres. Según la solapa del libro, el autor de la biografía se "preguntó por qué le amaron [a Huidobro] tanto algunas de las mujeres más bellas y deseadas de su época". A cada inicio de capitulo (salvo el primero) corresponde la fotografía de la mujer de Huidobro en el periodo de vida relatado: Manuela Portales Bello, Ximena Amunátegui, Raquel Señoret y Teresa Wilms (ésta no llegó a convivir con él como las otras tres y su ingreso fotográfico no coincide con la época estudiada). Esta idea de un Huidobro como seductor irresistible es exagerada: a pesar de algunas fotografías autografiadas de actrices famosas de la época y de ciertas "aventuras" fugaces, el donjuanismo de Huidobro es un mito que tal vez el mismo poeta quiso propagar. Finalmente, para completar el espectro del conquistador, Teitelboim recurre a designaciones nobiliarias: habla de Huidobro como "rey" y señala el título de Marqués de la Casa Real que heredó el poeta, pero que siempre se negó a usar.

La arrogancia y el egocentrismo de Huidobro son factores ya conocidos por los lectores del poeta chileno. En general, se puede decir que las primeras cuatro partes de esta biografía confirman esa imagen de un Huidobro combativo, obstinado en un afán por querer siempre relucir en toda experiencia (literaria o no) "nueva" que lo pusiera a la vanguardia de sus coetáneos. Pero me parece que la contribución más interesante de Teitelboim está en la quinta y última parte de su libro. Se refiere a un Huidobro en retirada, melancólico, amargo, solitario, sufriente. Comienza con la aparición de sus últimos libros de poesía: Ver y palpar y El ciudadano del olvido. Como dijimos antes, este último marca una fase de "reposo" o, como la ha denominado Yurkievich, de "ensimismamiento". Pero el drama personal del poeta se desarrolla en 1943, cuando su mujer amada. Ximena Amunátegui (un amor que provocó escándalo en la "alta sociedad" de Santiago y que, después, seria motivo de varios poemas de Huidobro, entre ellos el canto II de Altazor). se enamora de Godofredo Iommi y abandona al poeta. Huidobro sufrió mucho el desprecio; viaja a Europa y actúa como corresponsal de guerra. Se supone que recibe una herida de bala en la cabeza, causa eventual de su muerte. En 1945 se realiza el matrimonio de Ximena y Godofredo: esto es una especie de daga para el orgullo del poeta. No sólo se queda sin su verdadero amor (la última esposa de Huidobro, según Teitelboim, habría de fungir más como enfermera que como amante), sino que además se recrudece el dolor por la separación de sus hijos del primer matrimonio. Salvo su contacto con Manuela, los otros no le dirigían la palabra (hay que recordar que Huidobro abandona a su familia debido a su amor por Ximena); en particular, Teitelboim relata los encuentros en la calle con su hijo Vicente y las miradas esquivas de ambos ante la posibilidad de la reconciliación. Como postscript, y para culminar el relato del apocalipsis huidobriano, Teitelboim hace un recuento del fin del esplendor económico de la familia García-Huidobro: la disolución de la Viña Santa Rita durante la época del régimen militar de Pinochet y la demolición de la casa (una especie de palacio que tenía alrededor de 100 cuartos) en donde había nacido el poeta: "Se cerró así una parábola de la historia. La fabulosa fortuna que comenzó a labrar, en el siglo XVIII, Francisco García-Huidobro y la riqueza amasada por el clan del Tata Fernández Concha, se esfumaron como volutas en medio de la vorágine... No hubo réquiem" (280.

Así, mientras el Huidobro de la poesía vanguardista se destaca por sus innumerables piruetas artísticas, polémicas y trifulcas literarias, fugaz ingreso en la política como candidato a la presidencia, enamorado pertinaz y rebelde obstinado y arrogante, el Huidobro que nos queda, el de sus días finales, es el hombre (ya no el "pequeño dios") que se ve doblegado por la adversidad. Pocas vidas tan fascinantes, tan agitadas, con tantas vueltas y tanto frenesí. La de Huidobro termina como una estrella que se apaga, o un pájaro tralalí en caída estrepitosa.

 



 

 

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