El exitoso dramaturgo es una
ametralladora llena de ideas explosivas y fuera de lo común
que -con su carga de mentiras y verdades, que es el esqueleto de su
obra- tienen el poder de remecer hasta al más indolente
"Somos
pedazos de obras teatrales", dice en su voraginoso lenguaje el
dramaturgo Benjamín Galemiri. Los personajes de mis
obras no sólo entran con el rostro enmascarado, agrega, sino
con el lenguaje, con lo que decimos. En algún minuto van a
caer las máscaras y vamos a ser quienes somos. "Yo estoy
en eso, esa es justamente la labor mía como dramaturgo; cuál
es el momento de la caída de las máscaras y cuál
es el momento de la caída de las máscaras de esta sociedad
también, ahí está la dialéctica",
enfatiza.
Tan rica y abundante como su propio lenguaje y como la incontable
cantidad de ideas atractivas que lanza por minuto -y sin pausa- es
la obra de este dramaturgo "de la transición", como
se le ha llamado a Benjamín Galemiri. Desde El Escaparate,
en 1977, hasta Los desastres del amor, del 2003, pasando por
la exitosa El coordinador, en 1992, Galemiri exhibe una interesante
producción dramática que ha recibido el favor de la
crítica, el público y la academia.
Entre las distinciones que ha recibido están el Premio Municipal
de Literatura, 2000; nominación Mejor Dramaturgo Premios Apes,
2000; Beca Fundación Andes en Cine, 2001; nominación
a los Premios Altazor como mejor dramaturgo por "Edipo Asesor",
2002; Premio "Quijote" otorgado por el Festival Internacional
Don Quijote de teatro Hispano, en París, Francia, 2001, por
la mejor obra de autor latinoamericano presentada durante los últimos
diez años; Premio de Literatura "José Nuez Martín",
a la mejor obra teatral en dos años, por "Edipo Asesor",
otorgado por el Instituto de Letras de la Universidad Católica
y la Fundación "José Nuez Martín",
2002; Premio Municipal de Literatura por la obra teatral "Los
Principios de la Fe", 2003.
Sus piezas teatrales están en libros y revistas en Chile y
en Europa y reunidas en el volumen Antología, editado
por el Departamento de Teatro de la Universidad de Chile, con el apoyo
del Consejo Nacional del Libro, y en Antología esencial,
volumen que ha lanzado recientemente Editorial Edebé.
Galemiri se define "como un auténtico cómico que
huye de ser trágico", y dice que esto -además de
la relación familiar- es lo que lo une al director Alejandro
Goic, con quien trabajó codo a codo durante diez años.
"Y él es un trágico que huye de ser cómico",
explica, justificando lo que los unió, pero lo que también
los obligó a hacer una necesaria y refrescante pausa en esta
trama profesional..
Dice que él mismo, más que un desencantado, es un espectador
que usa el distanciamiento. "Uso la mirada desde fuera, yo porto
eso, un decir así son las cosas, no le temamos". Es ni
más ni menos, añade, que la aceptación de la
angustia. Si nosotros entramos en el juego de la angustia, señala,
comenzamos a comprenderla. Por eso, agrega, "no es que sea un
desencantado, es más, yo creo en el paraíso. Lo profano
y lo sagrado están totalmente unidos en esta sociedad. Por
eso, refuerza, cuando hay un fundamentalismo, yo lo rompo".
Quizás fue eso, dice, lo que hizo tan fructífero su
trabajo con Alejandro Goic, él perseguía a un cómico
y yo perseguía a un trágico. Pero eso se agotó.
Dice que no existe el drama, uno llega a escribir un drama. El autor
que se sienta a escribir un drama está equivocado, las cosas
llegan a ser, se transforman en algo, al final, y son igualmente siniestras
o cómicas al mismo tiempo. Y dice que eso es lo que persigue,
esa es su dialéctica teatral.
Sobre su presunta fobia contra el realismo, dice que no es tal. Dice
que está en contra del realismo vernacular, así como
lo entendemos acá. Es partidario del neorealismo tal como lo
inició Chéjov. "Estoy en contra el supuesto tratamiento
'realista' que se da a las obras aquí en Chile".
La conexión bíblica
y mapuche
Galemiri es un partidario de la subjetividad. "Este es un país
que juega a la objetividad, y no la tiene, aquí los culpables
son inocentes, los inocentes son culpables, los tristes son cómicos,
los cómicos son tristes; y las mentiras son verdades y las
verdades son mentiras. Dice que si esto es así, si tenemos
este polvorín adentro, por qué no tiene que entrar esto
en nuestra literatura. Dice que nos falta desbordarnos, salirnos de
los márgenes, si seguimos haciendo las cosas comme il faut
(como debe ser) en el arte, vamos a hacer uno más. Ese
es el estallido de la conciencia que busca, y por eso a sus alumnos
les enseña, antes que a escribir, a realizar la conexión
bíblica y mapuche.
"No escriban hacia delante, escriban hacia atrás".
Deben entrar en un trance, en una buena navegación. Por eso
la técnica es secundaria. La técnica, para él,
es la emoción, y la moral es la estructura. Es decir, explica,
uno escribe como es y a la obra no la levantan los personajes de la
historia, sino una fuerte moral, que no tiene que ver con el bien
y el mal, "es como la filosofía". Esa es la mezcla,
dice, que hace la dramaturgia o la escritura.
Sobre su fuerte conexión con la Biblia la tradición
judía, Galemiri explica que él es un "fans de los
profestas, que son los anticipadores, los que competían en
las calles, los que sabían más de la Torah, que era
la Ley, que en el fondo era hagiográfica, poética".
Los milagros, dice, son ahora, los creamos nosotros.
Dice que hay que tomar a la Biblia con sentido del humor, que no sólo
es el libro más cómico de la historia de la humanidad,
sino el más sexual -"a mí me han inspirado todas
las cosas"-, tiene las más grandes perversiones y las
más grandes esperanzas y fe, y se construye sobre la nada,
igual que la dramaturgia, palabras, el imperio y la reposición
de la palabra en el mundo. "La articulación del mundo
está aquí, hagamos creer entonces."
La tradición judía y el humor, confiesa, está
en sus huesos. El humor, dice, es destrucción, es poner en
suspenso el orden, es distanciamiento.
Sobre sus famosas "acotaciones", todo ese texto extra de
indicaciones y pedidos extrañísimos que inserta en sus
obras -el lenguaje diascálico, con el que ahora incluye hasta
los pensamientos de los personajes- Galemiri dice que es la entrada
de la conciencia al escenario, el cerebro que se abre. Y el que manda
es el espectador, porque en el fondo, agrega, "yo quiero complacer
a todo el público".
Dice que disfruta más leyendo que viendo sus obras, que hay
que cosas que están en el texto y que no siempre las integran
los directores, y por eso a él le gusta participar tanto en
los montajes. "Todos los directores chilenos se creen Neruda,
quieren reescribir las obras y hasta hay momentos extrañísimos,
dementes, en el que empiezan a hablar como si las obras fueran de
ellos". Y aunque esto no lo atormenta, él quisiera que
le obedecieran. Quiere seducir más, quiere más gloria
y, aunque le digan que ya tiene bastante, ahora su meta es ganarse
el Festival de Cannes, de hecho, dice, "en mi mente ya me lo
gané".
Benjamí Galemiri, sin duda, es un auténtico cómico
que huye de lo trágico.
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El Programa Vuelan las Plumas incluyó, en esta oportunidad,
la columna de Gustavo Villalba sobre Antonio Buero Vallejo y una nota
de Vivian Lavín sobre la poeta estadounidense Elizabeth Alexander,
quien participó en el Festival de poesía 100%.
Esta fue la última emisión de Vuelan las Plumas en
vivo. Desde el próximo 4 de febrero se emitirán los
mejores programas conducidos por Vivian y Lavín y Mario Valdovinos
durante el año. Ese día se emitirá la entrevista
al escritor Pierre Jacomet. Los próximos miércoles de
febrero irán Armando Uribe, José Miguel Varas y Germán
Marín.
El programa en vivo regresa el 3 de marzo próximo.