Víctor
Montoya, escritor boliviano
El mejor cuenta cuentos minero habló con
La Razón
"Todo
inmigrante lleva su país portátil"
Por
Armando Morales Luján
Periodista
boliviano. Corresponsal del periódico La Razón en Washington DC
Una
tertulia de unas cuatro horas con Víctor Montoya, quien se considera
un escritor marginal -pero cuyos libros fueron agotados-trajo a mi memoria aquel
recorrido que hice en 1999 por las tierras mineras de Bolivia, especialmente por
Huanuni, que tuvo a bien acogerme como mi cuna y como su hijo, y tuvo a mal, hacerme
derramar unas lágrimas cuando se hizo
mundialmente conocido por el fratricidio en su propio "octubre negro"
del año pasado.
Con cada palabra -cargada de emoción y un
sentimiento sin pose y uno que otro disparo a quemarropa contra todo y contra
quienes están "jodiendo" al país- el Montoya, a quien
considero ahora un amigo real y con quien comparto muchos puntos de vista, habló
de Bolivia, de su Bolivia, de mi Bolivia, de nuestra Bolivia.
Gracias al
periódico Metrópolis lo recibimos en Washington DC. Tuvo que cruzar
el continente y volar por muchas horas desde Suecia, país que lo acogió
como exiliado político, a consecuencia del sangriento golpe de estado de
Hugo Banzer Suárez en los 70s, quien casi encuentra su tumba en el río
de lama y Copajira de Huanuni, antes de que se ponga el disfraz de demócrata,
allá por los años 80s.
Ya en Washington DC, la agenda de
Montoya fue creciendo porque hizo más de lo que vino a hacer. Habló
en el colectivo Para Eso La Palabra. Ahí conoció amigos y
observó que las letras hispanas no están muertas, pues -al contrario-
están más vivas que nunca en la capital. Hasta conoció a
la Tarasca, una singular pintora mexicana, de quien surgen epítetos bastante
sonados que la acompañan en su arte. Ojalá esta Tarasca haga un
retrato de Víctor. ¿Cómo lo pintaría? De repente,
agarraría aquello que más le sorprendió: Ser padre a los
12 años.
Habló con los estudiantes de American University,
quienes están preocupados por lo que ocurre en nuestro país, el
país de los contrasentidos.
De aquella reunión se sacó
una constatación: "hay más bolivianos blanquitos de lo que
se dice y de lo que parece". Y todos los bolivianos, aman como nunca a su
patria, que ahora parece desangrarse.
En su tercer día de visita,
según relata durante la tertulia, tuvo un "cara a cara" con los
tecnócratas y yuppies bolivianos del BID. Ahí les dijo -cuenta mientras
saborea un suculento plato de fricasé y toma unas cervezas paceñas
en Víctor's Grill de don Víctor Serrano- "ustedes deberían
estar en Bolivia. Evo los necesita ahí, en sus ministerios para dirigir
el país… y no meter tanto la pata".
Con ello, trae a colación
el tema de la fuga de cerebros, acentuada más en el último tiempo
por la situación de incertidumbre que rondan las calles y ciudades de nuestra
Bolivia.
Voy a tomar prestado de su página web un párrafo
para decir lo básico de Víctor Montoya quien "es conocido internacionalmente
por sus ensayos, cuentos, crónicas, y otros escritos, y por su actividad
a favor de la literatura latinoamericana allá en los países europeos".
Antes
de sentarnos a degustar la culinaria boliviana, a veces mejor elaborada fuera
de las fronteras, Víctor y yo fuimos a la radio. Durante el corto viaje
a Maryland, tuvimos unos minutillos de una "cotorra" como él
dice, con algunos "misilitos" de por medio más fuertes contra
quienes están "jodiendo" al país y recordando cómo
eran los juegos inocentes de antaño, con los carritos de lata de sardina,
los voladores de papel periódico o el juego de las "marcadoritas"en
la plaza principal.
Cuando llegamos a la cabina de transmisión,
grande fue la sorpresa, luego convertida en alegría ante otra constatación
(la segunda: hay más descendientes de las frías tierras mineras
en el mundo de lo que parece) porque doña Carmen Osorio, co productora
con su esposo Henry Llanos del programa Bolivia Tierra Querida, nos dijo
"yo también soy minerita". "Soy uncieña", es
decir, de Uncía, una población internacionalmente conocida por haber
sido el primer lugar donde amasó su fortuna uno de los hombres más
ricos del mundo como fue el barón del estaño Simón I. Patiño,
antes de la década de los 50s, hito que marca la historia porque todos
recuerdan la Revolución Boliviana y la Nacionalización de las Minas.
Miraflores,
población colindante con Uncía, tenía el primer y mejor cine
de Bolivia, además, ahí el potentado barón había hecho
construir el primer generador de electricidad. Desde Uncía se puede recrear
el circuito de la riqueza de Patiño, que pasa por Oruro, Cochabamba, llega
a Chile y termina en Inglaterra, donde actualmente viven los últimos descendientes
del minero rico.
De la radio, hicimos un pequeño tour y llegamos
a la tienda del amigo César Montesinos, gerente propietario de Lozada Transport
Services. Montoya quedó más sorprendido de ver cosas que a Suecia
todavía no han llegado. En la tienda de César se respira Bolivia.
Se siente Bolivia. Los chuños, las pansank'allas de Copacabana, los matecitos
de coca, en fin, todo lo que en Bolivia se ve y se usa para cocinar, lo tienen
ahí.
Tan emocionado estaba que Víctor se compró media
docena de platos de barro y cucharas de palo para -apenas llegar a su hogar en
Estocolmo, donde escribe y da clases en la Universidad- convocar a sus amigos
y preparar una lagüita de jank'akipa y repartir el tostado de haba que se
llevó entre sus alforjas.
Con el sabor a la cebada hecha cerveza,
emprendimos retorno a la casa donde Víctor se encontraba como ilustre visitante.
En
la charla me gustó lo que dijo, que se convirtió en la tercera constatación:
los inmigrantes caminan con su país portátil allá donde van.
El migrante boliviano deja de llevar ropa en su maleta y carga sus costumbres,
sus quesos, sus chuños, sus licores (San Pedros), sus cds, sus fotos. En
fin, lleva su país portátil porque fuera de la patria vemos que
un "mestizo de la clase media aprende a bailar cueca o los bailes orientales
en Estados Unidos o en Europa y se siente orgulloso de aquello, de sus costumbres,
de sus raíces y enseña con altivez a decir eso es de Bolivia. Eso
es mi país".
Nosotros que vivimos fuera de la patria -repite
y recalca siempre que puede- tenemos una visión aérea de la situación
que vive Bolivia. Antes pensábamos que Oruro era grande, que Bolivia era
grande, pero cuando conocemos París, Nueva York o Inglaterra, nos damos
cuenta que es un punto en el globo terráqueo y no podemos entender cómo
existen esos radicalismos que estamos viendo ahora -con muertes de por medio-
si cuando nos encontramos entre cambas y collas nos alegramos y nos abrazamos
y hasta nos vamos a "farrear", porque todos somos bolivianos y esa unidad
que estamos demostrando fuera del país tiene que repercutir en Bolivia.
Yo
le digo a Víctor, ojalá que todos esos revoltosos, quienes se hacen
llamar dirigentes sindicales, visitaran algunos países y vieran cómo
han logrado el desarrollo y cuando estén destrozando las carreteras, por
ejemplo, piensen dos veces en lo que están haciendo.
Mientras duraba
su visita, Montoya también escuchó de una reunión en la embajada
de Bolivia con la comunidad boliviana a la que no pudo asistir. La principal inquietud
en esa reunión versaba sobre el decreto que aprobó el gobierno boliviano
exigiendo visa a los ciudadanos estadounidenses para ingresar al país.
Se sintió temor y molestia en ese cónclave porque muchos de los
bolivianos, que obtuvieron nacionalidad estadonidense se verán perjudicados,
porque el decreto no explica nada al respecto, solo hay suposiciones. Varios medios
de comunicación alimentan esa incertidumbre.
Con más de 30
años viviendo fuera del país, Montoya opina que esta medida ha sido
muy precipitada. "Deberían sacar ese decreto considerando que hay
millones de bolivianos viviendo en Estados Unidos y en otros lados. Quisieron
decir a los gringos, "amor con amor se paga", pero en este caso debían
ser más cuidadosos. Creo que el señor Choquehuanca nunca ha vivido
fuera del país y no sabe qué es ser inmigrante.
Víctor
confía en que esto se aclare y que él mismo nunca necesite sacar
visa para entrar a su país, ese país que defendió y por ello
mereció el exilio gracias a los canallas golpistas.
Ya casi al
despedirme, Víctor me da un gran abrazo y me dice, espero que no haya sido
la primera ni última vez, pues como dicen las viejitas en nuestra llajta:
no hay primera sin segunda. ¿Sí o sí?