Cine
y literatura ensamblados en una nueva producción boliviana
Los
Andes no creen en Dios
Por
Víctor Montoya
La realidad
minera llega una vez más al séptimo arte. Ya antes se habían
rodado "Aiza", basado en un cuento del mismo nombre de Oscar Soria Gamarra,
y "Socavones de angustia", inspirado en la novela de Fernando Ramírez
Velarde; dos verdaderos impulsores de la literatura minera del siglo XX.
"Los
Andes no creen en Dios", cuyo guión fue el resultado de una interpretación
libre de una novela y dos cuentos de Adolfo Costa du Rels, es una mega producción
que cuenta en su reparto con actores de primera línea. Se trata de una
película que, como pocas veces, intenta hacer justicia a la obra literaria.
La novela "Los Andes no creen en Dios" y los cuentos "Plata del
diablo" y "La Misk'i Simi" (la de la boca dulce, en quechua), ambientados
en la población minera de Uyuni y otras regiones aledañas de Potosí,
redescubren una Bolivia de los años 1920-40; época en que la explotación
de los yacimientos minerales experimentaba un auge y un esplendor sin precedentes.
La
producción de la película demuestra que la realidad minera es -y
seguirá siendo- una de las vertientes más representativas de la
literatura boliviana, no sólo porque la minería fue en el siglo
pasado la columna vertebral de la economía nacional, sino también
porque las minas fueron escenarios donde confluyeron tanto los consorcios imperialistas
como las luchas sindicales. De ahí que la película, dirigida por
el prestigioso cineasta Antonio Eguino, además de ser un aporte importante
a la cinematografía nacional, es un sentido homenaje a quienes forjaron
la historia de la minería en la cordillera de los Andes. No obstante, se
debe aclarar que en la obra de Costa du Rels, como en la de sus colegas contemporáneos,
la mina está contemplada desde fuera, desde la perspectiva del intelectual
pequeño burgués, y no desde el interior de la mina, donde los trabajadores,
en su mayoría de ascendencia indígena, dejan sus pulmones perforados
por la silicosis, y donde el sincretismo religioso permite que, junto al Dios
importado por los conquistadores, sobrevivan los dioses ancestrales de las culturas
precolombinas como es el Tío, dios y diablo de la mitología andina,
cuyas peculiaridades profanas lo convierten en el dueño de las riquezas
minerales y en el amo de los mineros.
Todo el argumento comienza cuando
el protagonista principal, Alfonso Claros, un joven ingeniero con estudios en
Francia e inquietudes literarias, llega en el tren internacional a Uyuni, pueblo
donde el embrujo del metal del diablo les sonríe tanto a los trabajadores
como a los dueños de la empresa. Uyuni es, por entonces, el escenario donde
convergen algunos personajes cuyas existencias, en afán de hacer fortuna
y encontrar y un amor furtivo, entran en un juego de pasiones y frustraciones
motivados por la sensualidad de una chola que los cautiva con su orgullo y su
belleza.
Alfonso, como suele ocurrir en las novelas y los cuentos de ambiente
minero, queda deslumbrado por Claudina, un nombre que nos recuerda también
a la chichera retratada en la novela "La Chaskañawi", de Carlos
Medinaceli. El tema del "encholamiento" en ambas obras es concluyente:
el intelectual de clase media que, tras mantener una relación apasionada
con la mujer mestiza y sucumbir en dolor por el amor no correspondido, acaba frustrado
por una realidad donde se imponen los prejuicios sociales y raciales.
Alfonso
y Joaquín Ávila (el juerguista que busca fortuna para poder contraer
matrimonio en Cochabamba y a quien Claudina se le une por despecho hacia Alfonso),
son los típicos representantes de los jóvenes de clase media que
se instalan en los centros mineros con la ilusión de ganar dinero a manos
llenas, una ilusión y una trayectoria que, por el hilo argumental de la
película, nos recuerda al estudiante de medicina que protagoniza la novela
"En las tierras del Potosí", de Jaime Mendoza.
¿Quién
es Claudina Morales, apodada la "Misk'i Simi"? Es el arquetipo de la
seductora de cuanto hombre se le cruza en el camino, la que los conquista con
su chicha punateña, sus picantes y su hermosura; la que rompe con los códigos
morales establecidos por la religión católica y, como es natural,
la causante de la enemistad que surge entre Alfonso y Joaquín, a quienes
los destruye emocionalmente con su soberbia y sus encantos. Ella, lejos de ser
la "cazafortuna" capaz de aceptar un marido por pura conveniencia, es
la hembra que hace prevalecer su dignidad y su condición de raza y de clase.
Por otro lado, cabe supone que un pueblo que goza de prosperidad económica
no sólo se llena de chicherías, sino también de casas de
citas, a pesar del fanatismo religioso y la intolerancia moralizadora de las "betas",
quienes acaban cruelmente con la vida de la chilena Clota, regenta de uno de los
burdeles más mentados y visitados por los hombres más influyentes
de la empresa minera de Uyuni, compuesta por técnicos bolivianos, ingleses,
escoceses, americanos y franceses.
Si bien la película no recrea
con acierto el habla popular, destaca por su precisión en el manejo de
los usos y costumbres de la época, y en la caracterización de los
protagonistas que, exentos de todo maniqueísmo, se muestran con sus luces
y sus sombras. Asimismo, aparecen retratados los dirigentes locales, los comerciantes,
el alcalde, el cura y sus feligresas de la legión de santa Catalina, que
son las guardianas de la moral y las buenas costumbres conyugales. Y claro está,
como no podía faltar, está presente Genaro Subicueta, cateador empírico
de las rocas minerales, un ser obsesionado por encontrar los filones más
ricos de plata y un personaje que representa de algún modo a los titanes
de las montañas, debido a su labor relacionada con el interior de la mina.
Antonio
Eguino, para lograr mayores efectos y al mejor estilo del género western,
introduce el espectacular atraco por parte de una banda de delincuentes norteamericanos
a un tren de pasajeros que transporta una importante remesa de dinero y la desaparición
de dos cateadores bajo una tormenta de nieve en los Andes. Todo esto combinado
con el ulular del viento en las quebradas, la belleza impresionante del salar
de Uyuni y las excelentes fotografías de otros paisajes del altiplano boliviano.
"Los
Andes no creen en Dios", que comienza y termina con un viaje alegórico
en tren, tiene la virtud de recrear, veinte años más tarde, los
recuerdos que permanecen vivos en la mente de Alfonso Claros, quien se encuentra
en la estación ferroviaria con su envejecido amigo Joaquín y se
enfrenta a los tristes fantasmas de su pasado, como en toda buena narración
donde la historia está contada de manera retrospectiva.
No es posible
terminar esta nota sin referirnos brevemente a la vida y obra de Adolfo Costa
du Rels (1891-1980), uno de los pocos escritores bolivianos que logró universalizar
su nombre, tras haber sido galardonado con el Premio Gulbenkián por su
drama "Los Estandartes del Rey" (1957). Hijo de padre francés
y madre boliviana. Cursó estudios en Francia, ejerció la diplomacia,
fue cateador de minas, empleado de banco, buscador de petróleo y distinguido
con varias condecoraciones. Dejó una extensa obra escrita en francés
y español, y casi todas basadas en sus experiencias personales y en temas
bolivianos. Entre sus obras principales destacan: "Hacia el atardecer"
(1919), "El traje del arlequín" (1921), "Tierras hechizadas"
(1940), "Las fuerzas del mal" (1944), "El embrujo del oro"
(1948), "Los cruzados de alta mar" (1954), "Laguna H-3" (1967),
"Los Estandartes del Rey" (1974) y "Los Andes no creen en Dios"
(1973). Los cuentos "Plata del diablo" y "La Miskki Simi",
que sirvieron para el guión de la película que nos ocupa, forman
parte del libro "El embrujo del oro".