"El Decamerón" de Giovanni Boccaccio
es, sin lugar a dudas, la primera obra en que la prosa italiana sienta
las bases del moderno arte de novelar, no sólo porque logra
elevarse a la altura de una
verdadera creación estética, sino, además, porque
es un manual de urbanidad que enseña a contar buenas historias
eróticas, con mesura y elegancia, y a escucharlas con dignidad
y entusiasmo, o con esa pasión ácida y encarnizada de
quienes gustamos de la prosa erótica, mientras otros sueñan
en el retorno al puritanismo y la prohibición.
"El Decamerón", al igual que los "Versos Satánicos"
de Salman Rushdie, despertó encendidas controversias entre
los lectores de su época y desató las iras del Vaticano,
cuyo dogma se encontraba a caballo entre el ocaso de la Edad Media
y los albores del Renacimiento. No obstante, "El Decamerón",
a pesar de haber sido considerado un libro que atentaba contra las
buenas costumbres ciudadanas, logró romper los cercos de la
censura y circular entre los nobles y aficionados a las lecturas eróticas.
Por eso, quizás, su influencia se dejó sentir tardíamente
en el contexto de la literatura europea, aunque Boccaccio estuvo inmerso
en la redacción de su obra entre 1349 y 1351, a petición
de la hija y esposa del rey de Nápoles, quienes, a pesar de
ser tenidas por damas honestas y recatadas, gozaban con la lectura
de las narraciones licenciosas que brotaban de la magistral pluma
de Boccaccio.
Otro aspecto relevante en "El Decamerón" es el manejo
de la "lingua vulgare" (lengua vulgar), que por primera
vez marcó un precedente importante en la prosa escrita en romance,
pues lo que Dante o Petrarca hicieron en verso, Boccaccio lo hizo
en prosa, enfrentándose a los moralistas y "lectores letrados",
quienes le criticaron por haber usado el "latín vulgar"
y no el "latín clásico", culto o literario,
en la elaboración de eso que llamaron "La comedia humana",
en contraste con "La divina comedia" de Dante. Empero, como
Boccaccio quería llegar al corazón del pueblo con el
lenguaje que hablaba el pueblo, dejó de interesarse por la
crítica y siguió escribiendo en latín vulgar,
que era una suerte de sociolecto usado por la soldadesca, los comerciantes
y la gente de la calle. Todo esto, quizás, porque estaba consciente
de que el lenguaje es algo tan vivo como la gente, o como dice Ernesto
Sábato: "Esas obras que tratan de seres humanos, vivientes
y sufrientes, se hacen con sangre y no con tinta, con las palabras
que se mama, se vive, se sufre, se quiere, se enfurece y se muere..."
Como quiera que fuere, "El Decamerón" constituye
una serie de cien narraciones puestas en boca de tres gentiles hombres
y siete mujeres de luto, quienes, huyendo de la terrible peste que
asoló Florencia en 1348, decidieron refugiarse en una casa
de campo, sobre una loma que dominaba un pequeño valle, donde
cada uno de ellos, a modo de pasar el tiempo, contaron una historia
diaria, sentados en ruedo sobre las hierbas de un prado. De los diez
turnos de las diez personas proviene el nombre de esta obra imperecedera
que, para cualquier lector o cultor de la literatura erótica,
es un punto de referencia que permite apreciar mejor el erotismo como
género literario; pues sin "El Decamerón"
sería más difícil comprender "El satiricón"
de Petronio, "Juliette o las prosperidades del vicio" del
marqués de Sade, "Madame Bovary" de Flaubert, "Ana
Karerina" de Tolstoi, "Historia del ojo" de Bataille,
"Delta de venus" de Anaïs Nin, "Lolita" de
Nabokov, "Trópico de Cáncer" de Henry Miller,
"El carnicero" de Alina Reyes, "Las edades de Lulú"
de Almudena Grandes y "Los elogios de la madrastra" de Vargas
Llosa. Y, desde luego, todo esto considerado una trivialidad al lado
de los grandes textos asiáticos, que van desde los "Kama
Sutra", hindú, hasta el "Tapiz de la plegaria de
carne", chino.
Ahora bien, sin entrar en detalles sobre el tratamiento del lenguaje
erótico, que en castellano resulta abrupto por ser un idioma
poco apto para encarar este tipo de literatura (al margen de las perífrasis,
metáforas y otras figuras de dicción que se usan para
expresar los aspectos más ocultos de la naturaleza y la condición
humanas), voy a permitirme la libertad de sugerirles la lectura de
esa historia de "El Decamerón" que, según
Boccaccio, "a veces hacía sonrojar un poco a las damas
y a veces las hacía reír". La historia relata las
aventuras de Alibech (Noche 3a., 10), la muchacha virgen que
quiere hacerse anacoreta con el monje Rústico, quien, cansado
ya de introducir su diablito en el infierno, se retira a un lejano
desierto, donde vive dedicado al ascetismo.
Así pues, estimados lectores, estoy convencido de que la historia
de Alibech, si bien no les provocará una explosión erótica,
al menos les hará sonreír con ese sutil humor que supo
explayar el gran maestro del arte de novelar.
* * * *** * * *
Decamerón
La joven Alibech se retira a
una ermita, donde el monje Rústico le enseña a meter
al diablo en el infierno. Ella lo abandona después y se casa
con Neerbol.
En la ciudad de Capra, en Berbería, vivía un hombre
extremadamente rico, que tenía, entre otros hijos, una hermosa
muchacha llamada Alibech. No era cristiana, pero como oía constantemente
a los cristianos establecidos allí hacer el elogio de su religión
y del culto a Dios, preguntó a uno de ellos cuál era
la mejor manera de servir a Dios. La persona a quien se dirigió
le dijo que aquellos que deseaban ir al cielo con toda seguridad,
renunciaban a las vanidades y a los placeres del mundo y vivían
en la soledad, como los cristianos que se habían retirado a
los desiertos de la Tebaida.
He aquí de qué manera, la muchacha, que era aún
la inocencia misma y que no contaba con más de catorce años,
movida por un capricho infantil más que por una idea bien madura,
formó el propósito de vivir también en los desiertos
de la Tebaida.
Una buena mañana se puso en camino, sola, sin darle cuenta
a nadie de sus propósitos. Dispuesta a cumplir lo proyectado,
a los pocos días llegó a aquellos solitarios lugares.
Advirtiendo a lo lejos una casita, encaminóse allá y
encontró junto a la puerta a un santo solitario, que maravillado
al verla, le preguntó que buscaba. Ella le contestó
diciéndole que, conducida por una inspiración divina,
había llegado a aquellos desiertos para encontrar a alguien
que le enseñase a servir a Dios y a ganar el cielo. El piadoso
solitario admiró y alabó su celo, pero hallándola
tan joven y bella, temió le fuera a tentar el diablo si se
encargaba de su introducción, por lo que estimó conveniente
ofrecerse a ello. Le dio de comer algunas raíces, manzanas
silvestres y dátiles, y le hizo beber agua fresca. Después
de lo cual, le dijo:
"Hija mía, hay un santo varón no lejos de aquí
que podrá instruirte mejor que yo. Ve pues con él."
Y le indicó el camino que debería seguir para encontrar
el santo solitario. Pronto llegó al sitio indicado y halló
a un joven ermitaño, llamado Rústico, que era, efectivamente,
un hombre piadoso y que le hizo al verla, la misma pregunta que su
compañero. Mas como Rústico no desconfiaba de su virtud,
juzgó que no debía dejarla marchar.
La retuvo pues, a su lado y cuando llegó la noche dispuso
en una esquina de su celda un pequeño lecho de hojas de palmera,
diciéndole que podía descansar allí. Pero, ¡Ay!,
que el aguijón de la carne no tardo en hacerse sentir. El piadoso
ermitaño quiso librarse de la tentación haciendo el
signo de la cruz y recitando en voz baja oraciones. Todos sus esfuerzos
fueron inútiles. La juventud, la lozanía y la belleza
de la joven se habían apoderador de él por subyugarle.
No pudiendo disimularse a sí mismo su debilidad, no pensó
más que en la manera de como podría poseer a la joven
sin hacerle perder la buena idea que ella tenía de su religión
y de su virtud. Con tal propósito, le hizo varias preguntas,
y vio por las respuestas, que aquella muchacha era la simplicidad
misma y que no tenía la menor idea de lo que era el mal.
Convencido de su inocencia, le vino la idea de cubrir sus deseos
carnales con el manto de la devoción. Para llegar a satisfacerlos,
comenzó por decirle a la muchacha que el diablo es el peor
enemigo de la salvación de los hombres y que la obra más
meritoria que podían hacer los cristianos era la de enviarlo
al infierno, lugar al que Dios le ha condenado.
"¿Y cómo se hace eso?" - Preguntó
la joven.
"Ahora mismo lo vas a saber, mi querida niña" -
Repuso el padre Rústico. "No tendrás que hacer
para saberlo más que lo que me veas hacer a mí."
El ermitaño se desvistió, y la angelical creatura hizo
lo mismo. Luego, él se puso de rodillas delante de ella, como
si fuera a adorarla, y la hizo que se colocara enfrente de él.
En aquella situación, y al sentirse Rústico invadido
de deseos mas ardientes que antes, al ver tanta lozanía y hermosura.
se operó la resurrección de la carne. Al ver aquello,
Alibech se asombró y le dijo a Rústico:
"¿Qué es eso que teneís ahí, que
avanza y se mueve de esa manera, y que yo no tengo?
"¡Oh! Hija mía, es el diablo del que acabo de hablarte.
Mira cómo me atormenta, cómo se agita. Apenas puedo
soportar el mal que me hace."
"Alabado sea Dios, pues bien veo que yo he sido más favorecida
que vos, ya que no tengo semejante diablo" - Dijo la joven.
"Cierto, pero en cambio tienes otra cosa de la que yo carezco"
- Contestó Rústico.
"¿Que cosa es esa?" - Preguntó Alibech.
"Tu tienes el infierno. Y ahora pienso que Dios te ha enviado
aquí para salvar mi alma, pues si diablo continúa atormentándome
y tú quieres dejar que lo meta en el infierno, me salvarás
y harás la obra más meritoria para ganar el cielo, si
es que has venido con ese propósito como me dijiste" -
Le respondió Rústico.
Alibech comprendió y dijo: "Puesto que es así,
y ya que yo tengo un infierno, vos podeís meter el diablo en
mi infierno cuando os parezca."
"¡Qué Dios te bendiga!" - Repuso Rústico.
"Vamos pues, a meterlo para que me deje en paz."
Dicho lo cual, la llevó a uno de los dos lechos y le enseñó
qué postura debía adoptar para aprisionar a aquel maldito
diablo. La joven Alibech, que nunca había metido el diablo
en el infierno, experimentó un gran dolor ante las acometidas
de aquel, por lo cual dijo:
"En verdad, muy malo y un tremendo enemigo de Dios debe de ser
este diablo, pues hasta en el momento en que se le mete en el infierno
causa mal."
El padre contestó: "Estad tranquila, mi querida niña.
No sucederá siempre así."
Y para demostrar que tenía razón en lo que predecía
metió el diablo en el infierno seis veces antes de levantarse
de la cama, lo que de tal modo colmó su orgullo y le dijo a
Alibech que por el resto del día, el diablo lo había
dejado en paz. Los días siguientes reanudaron la guerra contra
el diablo, y la joven siempre obediente, no tardó en experimentar
un dulce placer y dijo:
"Por lo que veo, aquellas honestas gentes de Capra tenían
razón cuando decían que nada es más agradable
que servir a Dios devotamente, pues no recuerdo haber gozado en toda
mi vida de un placer parecido a este que experimento ahora metiendo
y volviendo a meter al diablo en el infierno. De donde deduzco que
quienes no se ocupan de servir a Dios son unos grandes imbéciles."
De tal manera, no dejaba un momento tranquilo a Rústico y
le decía sin cesar:
"Padre mío, he venido hasta aquí para servir a
Dios y no para estarme sin hacer nada; vamos pues a meter el diablo
en el infierno."
Se lamentaba algunas veces diciendo que si al diablo le gustaba tanto
el infierno como al infierno le gustaba el diablo, éste no
querría volver a salir de él. Mas si su fervor aumentaba,
el de Rústico disminuía cada día, de tal modo
que al fin se vio obligado a recurrir a ciertos pretextos. Y tan pronto
decía tener mucho frío como excesivo calor. En suma,
viendo que la joven venía a buscarle muy a menudo, hubo que
decirle que no era preciso castigar al diablo sino cuando levantaba
la cabeza orgullosamente, y que gracias a Dios, lo habían castigado
de tal modo que el diablo le rogaba a Dios que lo dejase en paz.
Moderó así por algún tiempo el excesivo fervor
de su discípula. Pero Alibech, cansada de ver que el ermitaño
no le volvía a pedir que metieran al diablo en el infierno,
le dijo un día:
"Si vuestro diablo está tan castigado que ya no os atormenta,
padre mío, mi infierno no me deja un instante de reposo, por
lo que me agradaría que me ayudaseis a calmar, con vuestro
diablo, la desazón que siento, como yo os ayudé, con
mi infierno, a calmar lo que atormentaba a vuestro diablo."
El pobre ermitaño, que no se alimentaba más que de
frutas y raíces, y no bebía sino agua, cosas nada propias
para restablecer un vigor extinguido, no se sentía con fuerzas
para contentar el apetito de la joven de Capra, a la que contestó:
"Un solo diablo no es bastante para calmar el fuego de vuestro
infierno, pero yo haré de modo que quedareís contenta."
Metió de vez en cuando el diablo en el infierno, pero con
tan poca frecuencia que aquello era como arrojar un haba a las fauces
de un león, y la joven se irritó al pensar que no se
ocupaba de servir a Dios con todo el celo que estimaba conveniente.
Mientras ambos se sentían afligidos, uno de su impotencia y
la otra de sus excesivos deseos, sucedió que el fuego hizo
presa de la villa de Capra. La casa del padre de Alibech también
ardió y todos perecieron. La joven se convirtió en el
único ser viviente de aquella desdichada familia y se halló
como la única heredera de la inmensa fortuna que su padre poseía.
Un joven del mismo pueblo, llamado Neerbol, que había gastado
todos sus caudales en locos despilfarros, se acordó de la joven
Alibech, que había desaparecido desde hacía seis meses
de casa de sus padres, y se puso a buscarla con el deseo de encontrarla
antes de que la justicia se apoderase de los bienes de su padre, como
si éste hubiera muerto sin dejar herederos. Tuvo tanta suerte
que dio con el paradero de la joven; la llevó a Capra, si bien
contra su gusto, pero con gran contento de Rústico que no podía
más, y se casó con ella. Algunas mujeres del pueblo
quisieron informarse de cómo la joven, antes de casarse, había
servido a Dios en la Tebaida, y ella les dijo:
"Le he servido metiendo con la mayor frecuencia que ma ha sido
posible, al diablo en el infierno. Y Neerbol ha cometido un gran pecado
impidiéndome que continuara sirviendo a Dios de esta manera."
Las mujeres le preguntaron cómo metía al diablo en
el infierno, y ella les hizo ver mediante gestos y palabras, de qué
manera se hacía semejante cosa, lo que hizo reír a cuantas
la escuchaban. Ellas le contestaron:
"Si no es más que por eso, no sintaís haber dejado
la Tebaida, pues aquí podreís hacer lo mismo. Tened
la seguridad de que Neerbol servirá a Dios, en colaboración
con vos, con tanto celo como los padres del desierto."
Cuando las mujeres se marcharon, todas fueron con el cuento de que
lo que habían oído. Pronto se enteró todo el
pueblo, y no tardó en hacerse célebre la frase de que
lo mejor que podía hacer un cristiano para servir a Dios era
meter al diablo en el infierno. Esta frase, en forma de proverbio,
ha llegado hasta nosotros y como sabeís se emplea todavía.
Hermosas damas, vos que tanto necesitáis de la gracia de Dios,
deberíais aprender a meter al diablo en el infierno, ya que
es la obra más meritoria que podeís hacer, y además,
la que más satisface a Dios, mucho más cuando semejante
ocupación no os causará otra cosa sino provecho y placer.