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Víctor Montoya
Literatura Infantil: Lenguaje y Fantasía

Editorial La Hoguera, Bolivia, 2003 (217 páginas)

El niño como "otro" en la autoría de la literatura infantil

Ximena Narea (*)

 

La literatura infantil, tan necesaria para el estímulo intelectual de nuestros niños, sigue siendo una suerte de pariente pobre de la literatura para adultos. Sin embargo, poco a poco empieza a haber conciencia de la importancia de esta rama de la literatura y de las condiciones que exige a los escritores.

El libro de Víctor Montoya, recientemente editado, es un valioso aporte al estudio de esta disciplina y ahonda en distintos aspectos que deben ser considerados en el análisis y producción de la literatura infantil. La problemática central en el libro es que la literatura infantil tradicional no ha considerado una cuestión fundamental, y es que el emisor y receptor de este tipo de literatura pertenecen a dos mundos completamente diferentes: el mundo adulto y el mundo infantil y que el autor, un adulto, no ha considerado al niño como un "otro" diferente a sí mismo, con otras características y con otra forma de pensar y visualizar el mundo.

El semiótico búlgaro Tzvetan Todorov (1982) señala dos formas de "no" ver al otro: la primera está basada en valores sobre el otro: igual-inferior a mí, mientras que la segunda está basada en la distancia que pongo entre yo y el otro, donde yo tomo los valores del otro y me identifico con él perdiendo así mi propia identidad, o asimilo al otro a mi mundo y lo obligo a tomar mis valores. En el caso de la literatura infantil, lo que ha hecho el adulto es obligar al niño a asimilar sus valores y su visión del mundo, en forma más o menos sutil. Un ejemplo es "Peter asqueroso" (1845) del escritor alemán Heinrich Hoffmann, que Montoya analiza en profundidad. El cuento, cuyo protagonista es un niño de aspecto repulsivo, ya el nombre nos indica hacia dónde orientar nuestras simpatías, tiene distintas historias en las que niños, que sufren castigos atroces por no obedecer las normas establecidas, juegan el papel protagónico. Recién después de la Segunda Guerra Mundial el libro empieza a ser analizado con otros ojos perdiendo la significación como canal transmisor de valores que había tenido hasta entonces. A partir de la segunda mitad del siglo XX la literatura infantil empieza a ser más fiel al desarrollo idiomático del niño y a considerar cada vez más su mundo.

Otra expresión de este no ver al niño como "otro" es, siguiendo a Montoya, la corriente del realismo social. Esta corriente, desarrollada principalmente a fines de los años '60 y comienzos de los '70 tenía como objetivo concientizar al niño con los problemas sociales y especialmente enseñar qué valores asumir en la "lucha de clases". Montoya presenta los argumentos de los adeptos y retractores de este tipo de literatura y rescata su "función informativa y pedagógica, sin que por esto se parezca a la letra muerta de los libros de texto, cuyo objetivo central no consiste en estimular la fantasía del niño, sino en desarrollar su capacidad cognoscitiva e intelectual a través de los conocimientos establecidos por los tecnócratas de la educación" (:122)

Afortunadamente, la literatura infantil moderna empieza a ver al niño como "otro", restando importancia al papel didáctico y de adoctrinamiento para "convertirse en un medio a través del cual el niño tiene derecho a la fantasía y recreación lúdica" (:10). Montoya analiza distintos aspectos del desarrollo del niño estratificados en edades entre 2 y 15 años, pero aclarando que esta división en edades no es absoluta, sino que depende del desarrollo individual de cada niño. Los estudios de Piaget sobre el proceso evolutivo del niño sirve aquí como soporte teórico. Aspectos tan importantes como el desarrollo del lenguaje y de la percepción visual y la percepción del tiempo ocupan un lugar destacado en el análisis y dedica un capítulo especial a la ilustración como elemento complementador del relato escrito y hablado.

¿Cuál debe ser entonces la literatura que exprese esta visión del niño a partir de sus propias premisas? Montoya hace una distinción entre "buena" y "mala" literatura. Para producir una buena literatura el autor debe "zambullirse en el pensamiento y sentimiento de los niños, en sus conflictos emocionales, en sus actividades lúdicas y, sobre todo, en su lenguaje, que es el eslabón más importante de la moderna literatura infantil" (:71). Es decir que para que un cuento tenga éxito en la audiencia infantil debe tener un personaje con el cual se sienta identificado, un argumento que refleje aspectos de una realidad conocida y un lenguaje adecuado a su desarrollo. Un final feliz también es requisito en una buena historia infantil ya que los desenlaces tristes pueden provocar efectos psicológicos negativos en los niños (:81). "Las joyas literarias más codiciadas por los niños son los cuentos fantásticos, que narran historias donde los árboles bailan, las piedras corren, los ríos cantan y las montañas hablan" (:24).

Ejemplos de cuentos exitosos, que son analizados especialmente por Montoya, son "El patito feo" (1843) y muchos otros de Hans Christian Andersen, "Alicia en el país de las maravillas" (1865) de Lewis Carroll y "Los Viajes de Gulliver" (1726) de Jonathan Swift. Estos cuentos fueron escritos y publicados con bastante anterioridad o en la misma época que "Peter asqueroso" (1845) y al desarrollo de la literatura moderna, lo cual indicaría que en todos los tiempo ha habido buena y mala literatura infantil.

Como ejemplo de buena literatura infantil contemporánea Montoya le dedica un capítulo especial a la escritora sueca Astrid Lindgren (1907-2002), autora de la mundialmente conocida "Pippi Calzaslargas" (1945). Este libro, y todos los que escribió, están creados desde la perspectiva de los niños y por eso logran una enorme acogida entre ellos, quienes se identifican con su lenguaje, personajes y la forma de vivir sus aventuras. Pese a su enorme éxito a nivel nacional e internacional (sus cuentos han sido traducidos a más de 60 idiomas deleitando a millones de niños de todo el mundo) la Fundación Nobel nunca consideró otorgarle el preciado Premio Nobel de Literatura, lo cual habría significado un reconocimiento importante para literatura infantil y un estímulo para los cultores de este género literario.

La literatura infantil en América Latina

En general, no hay mucha literatura dedicada a los niños en el continente latinoamericano. Normalmente las bibliotecas y librerías en los países latinoamericanos no tienen secciones especializadas en literatura infantil, con un entorno adecuado que estimule el interés de los niños por los libros y su mundo fantástico. Con suerte puede haber un estante con libros dispuestos en la misma forma que los libros para adultos y desde luego no al alcance de los niños, el grupo que consume este tipo de literatura. Tampoco hay crítica literaria especializada.

Montoya hace referencia a la tradición oral y da algunos ejemplos de historias que con toda seguridad son mezcla de la tradición mítica preamericana con la tradición católica traída por los colonizadores españoles que han llegado hasta nuestros días. Sin embargo, estas historias no han sido creadas especialmente para un público infantil.

Aunque sean escasos los cultores de esta rama de la literatura en América Latina, algunos autores han hecho esfuerzos por registrar la tradición oral existente en nuestros países. Montoya nombra algunos compiladores entre los cuales figuran: Aramburu en Argentina, Paredes en Bolivia, así como autores que se han dedicado a la fábula, como Rafael Pombo de Colombia. Otros escritores que dedicaron de una u otra forma a la literatura para niños han sido Rubén Darío (Nicaragua), José Martí (Cuba), Gabriela Mistral (Chile), Juana de Ibarbourou (Uruguay) y Juan León Mera (Ecuador).

Indudablemente el tema tiene muchos aspectos interesantes y los 20 capítulos que contiene el libro son un material contundente para enriquecer la discusión. Como señala Montoya, escribir libros para niños no es una tarea fácil, requiere ponerse en el lugar de otro e intentar pensar y sentir como el otro, o tal vez algo más sencillo: recordar la propia infancia, no por nada Saint-Exupéry dedicó su libro a León Werth "cuando era niño".

 

* Licenciada en historia del arte y directora de la revista Heterogénesis
(www.heterogenesis.com)


 

 


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El niño como "otro" en la autoría de la literatura infantil.
Por Ximena Narea.