Hoy, luego de confesarme ante
la Mamita de la Candelaria, fui a visitarte Tío.** ¿Recuerdas?
Estabas "fumando tu cigarrillo con el mismo placer de siempre".
Quise contarte algo, pero no pude, había mucha gente, y yo
quería estar contigo a solas, tú sabes... Así
que esta noche, convencida de "la facultad que tienes de atravesar
los corazones y ver como si nada en los cuartos oscuros del alma",
me duermo imaginando otra oportunidad para hablar contigo...
***
Víctor Montoya escribió Cuentos
violentos "con la mirada puesta en la clarividencia del porvenir,
pensó en el designio casi eterno de un pueblo condenado a arrastrar
las cadenas de la esclavitud".
El autor contextualiza su escenario en "la población minera
de Siglo XX, que inicialmente fue un volcán geológico
y millones de años después un volcán de insurgencias
económicas y sociales".
Intento una opinión sobre las impresiones que ha suscitado
en mí Cuentos violentos; desde ya una obra escrita con
mucha audacia e imaginación. Yo misma escuché decir
al autor que estaba "dispuesto siempre a recobrar su libertad
a cualquier precio", y creo que a través de la literatura
que plantea lo está haciendo, de manera contundente y consecuente.
Su lenguaje tenaz labra la palabra en el yunque de la verdad. Llegado
de los socavones, donde la muerte se alimenta de los retazos de vida
que quedan. Víctor Montoya eleva su voz para denunciar la injusticia
social de pueblos donde la discriminación y la censura abundan
a falta de pan. Allí donde los muertos resucitan para hacer
historia y los vivos viven para consolidarla, para luchar contra las
miserias humanas, frente a quienes se deleitan en desollar la libertad
con su instinto bestial y rugiente, de esos que se complacen en desterrar
la inocencia y arrancar la piel mientras carne y huesos quedan a la
intemperie, expuestos, desolados, yertos.
Si yo hubiera pasado por lo que pasó él, me faltaría
valor para denunciar y, además, escribir el dolor y el terror
como lo hace. Es un espíritu valiente y sagaz, dispuesto a
enfrentar los avatares del destino. Un homenaje a los desaparecidos
y olvidados por sus convicciones, dispuesto a internarse en los recovecos
de la historia, alcanzar sus abismos y, con el caudal de experiencias
vividas, plantear una distinta forma de literatura, hecho por una
necesidad existencial y con sólida conciencia política.
La escritura es una forma de resistencia para que hechos, vivencias,
sangre y testimonios sirvan para las generaciones posteriores.
Cuentos violentos
delata una vida vibrante, intensa, dolorosa, plañendo en cada
palabra ecos y sollozos del alma.
Su mensaje exalta la fuerza y el corazón aguerrido del pueblo,
con su propio lenguaje, sin inventar, eludir o adornar. Cuentos
violentos es un conjuro, oración vigorosa, escenario, ritual
y acervo cultural, donde se manifiestan el sufrimiento, las heridas
y la metamorfosis de cuerpos flagelados, profanados.
Desde cada uno de los cuentos hace una crítica constante a
los sistemas de poder que buscan aniquilar la vida. Incide en el lector
para tornarlo activo y reflexivo, y no sólo entenderlo como
mero receptor. Convoca al pensamiento organizado y permanente desde
la palabra que también es arte.
Admiro su talento y sensibilidad a toda prueba para acusar la injusticia,
fustigar la opresión y resistir el fanatismo. Cuentos violentos
nos posibilita sentir y admitir el dolor ajeno de manera distinta,
mirar más allá de nuestras presiones particulares. Su
posición denuncia no sólo aquellos tipos de violencia,
sino las otras violencias que a diario nos acosan.
Narra los límites de la noche, el rigor, lo grotesco, los
periplos del alma y sus misterios. ¿No es demasiada violencia
para que aún no se haya alcanzado la Gran Libertad?
Creo que lo que nos falta es....
Un efluvio inexplicable me despierta. Aún no he terminado
de leer el libro, las imaginaciones se agolpan en mi mente, ¿qué
podría decir? Una fuerza adormecedora me arrastra hacia la
oscuridad; tengo pensamientos tétricos, me siento perseguida,
quiero escapar, pero algo me arraiga al libro y me extravía
entre laberintos, pesadillas y abismos, pariendo imágenes escalofriantes
desde mi miedo, que hierve y congela mi sangre al mismo tiempo. Escucho
a lo lejos: "¿Quién les dijo que nosotros..., los
tutores de la patria..., somos asesinos?... ¡Torturar es un
oficio y un deber!"
Empiezo a correr (a leer), desesperadamente. Es como el sigue y el
detente, inscrita en el texto, en medio de aquel secreto a voces que
grita infinitas congojas. Lacrimosa, pretendiendo respirar otro aire
para que ya no duela el pecho, y para que mi ser ya no se estruje,
se pierda o extinga.
Víctor Montoya sigue desde la raíz de cada palabra
"emanando una voz acumulada durante años".
Leo: "Las bocas de los fusiles, más cortas que las bayonetas,
estaban prestas a incendiar la atmósfera con vómitos
de fuego". Más allá cuenta de "una mujer que
yacía con el vientre destrozado, en medio de un círculo
de sangre que crecía debajo de sus polleras". Palpo a
mi alrededor. Siento que falta alguien. Mis ojos desmesurados se abren:
"El tercero, respirando como bestia excitada, sujetó a
la niña por los pies y la batió en el aire, golpeándole
la cabeza contra la pared que sonó seca y hueca". Busco.
¡La luz que alumbró mi vientre no está!
Vuelvo a despertar. Estoy en un sillón. Ella -mi niña-
duerme inocente en su pequeña cama, en tanto, al otro lado
de la página -reverso del tiempo- la víctima calla pero
"los torturadores están dispuestos a golpearlo hasta arrancarle
toda la información, o hasta enfriarle la sangre".
Empiezo a gimotear, entre el sopor, la rabia y la impotencia, preguntándome
si soy afortunada o no de haber nacido después de tanta violencia.
Me siento hipócrita. ¡No hubiera nacido quizá,
de no haber habido el antes! Nacer en esta época donde la verdad
también se inventa.
Víctor Montoya entra en la casa de la literatura, visita los
cuartos sombríos de la historia nacional, hace pacto con la
palabra, inicia el ritual de la creación, se hace milagro la
lucha, mira, admira, se asombra, denuncia, se compromete. A él
también le persiguen la noche, el horror y el dolor, como pecados
para pagar en esta vida, porque de ellos la muerte no lo salva. Él
se refleja, nos refleja, despierta nuestra memoria marginada, pisoteada
por la mentira.
Sabe que la práctica literaria ha inquietado desde siempre
a la sociedad, por eso su literatura no está basada en criterios
comerciales o de mercancía mental, donde los finales siempre
son felices porque la cruda realidad se considera pesimista.
Problematiza la sociedad boliviana, su comportamiento, sus concepciones
y el ejercicio de la justicia a través de un espacio dialógico
con el lector. La literatura como medio de control social, para vigilar
y compartir, y para consolidar el sentido de pertenencia a la colectividad,
sin recetas ni condiciones.
Recuerdo que cuando era niña, alguien me contó lo que
sufrió en el exilio. A mí me parecían cuentos
de terror, donde fantasmas y aparecidos no eran precisamente los protagonistas.
Yo sólo conocía en versión oral aquellas historias
¿exageradas, imposibles?, porque no se decía nada de
ella en los libros oficiales de la escuela. Ahora, el lado oscuro
de la historia boliviana y sudamericana, está escrita para
conocer la barbarie humana, para las generaciones actuales y futuras,
enfrascadas en un mundo de turbulencias idiomáticas y electrónicas,
y a quienes el pasado no les interesa. En estas páginas violentas,
la sangre de miles de desaparecidos se filtra y sigue una ruta que
dice no a la aniquilación, al silencio, a la discriminación,
la destrucción, la manipulación, la censura, la violación
y el abuso.
Es de día. Mientras voy rumbo al trabajo, vienen a mi mente
pasajes de la obra: "Al cabo de un tiempo, entraron más
hombres de pistolas al cinto, encabezados por un oficial y un policía,
que masacraban a quienes luchaban por un pedazo de pan, aunque la
lucha por el pan no esté escrita como delito en el Código
Penal". En la radio alguien canta: "Este mundo anda de cabeza/
los que roban millones son premiados/ los que piden pan, encarcelados".
Comienzo a reflexionar sobre el pasaje del libro y el mensaje de
aquella canción. ¡De pronto!, la imagen de mi profesora:
"En esta clase está prohibido hablar, jugar y preguntar",
es decir, está prohibido vivir y, por ende, pensar y cuestionar.
Un torbellino de ideas me acosa, es la cultura del miedo: si comes
tendrás colesterol, si haces el amor tendrás SIDA, si
piensas tendrás confusión, si hablas perderás
el empleo...
A media mañana, imagino a los torturadores que hubieron y
hay: "Un oficial de labio babeante y mirada criminal (...) Era
mastodonte y sus venas parecían víboras incrustadas
en su piel". Esa voz: "En el Ministerio del Interior les
reventarán el alma a garrotazos". ¿Serán
los únicos en su género?
Me habían dicho que había un solo Dios, pero yo conocí
a muchos terrenales prestos a imponerse entre nosotros con insultos
y deformando sistemáticamente nuestras mentes a su criterio,
obligándonos a memorizar, a mentir, a desconocernos, eminencias
de la represión al pensamiento libre, al asombro, al descubrimiento.
¡Qué podríamos saber nosotros! Sólo éramos
niños, si es que algo éramos para ellos. "Los profesores
sacan los conocimientos hasta por los bolsillos (...) Les falta un
pelo para ser bibliotecas andantes y dejar de ser mortales de sangre
y hueso".
De hecho, en mi infancia también tuve un torturador particular.
Su nombre, ¿acaso importa? Ese hombre "tachó mi
nombre como haciéndome desaparecer del mapa" mientras
me culpaba por haber nacido. También conocí el terror
y el horror a mi modo, y no el que se ve en las caretas de los diablos
en el Carnaval de Oruro. Recuerdo sorberme lágrimas, sangre
y mocos, y el agua que se teñía de rojo mientras mojaba
mi cara, yendo a la escuela con color rojo, para escuchar allí
que no servíamos para nada. Sí, "la escuela había
sido el peor invento del hombre". ¿Y al regreso?, los
castigos mientras aumentaban el volumen de la radio.... No, no era
justo izar la bandera aquel lunes, ser "la mejor" a fuerza
de morir, de ser una máquina. También fui exiliada en
un abismo, mezclando tierra y azúcar para no seguir sufriendo,
resistiéndome para no tragar afrecho con estiércol,
eligiendo "a voluntad" el objeto para ser castigada siete
veces a la semana. Amenazada de muerte si no callaba. ¡Qué
contrariedad! Otros muriendo por callar, por no delatar, mientras
yo gritando, para hallar la patada mortal. Hasta llegué a desconocer
mi identidad y, por ello, "jamás se me ocurrió
la idea de ser un niño obediente para luego convertirme en
un niño de verdad. Lo que yo quería era morirme".
Fueron tantas las veces que me dijeron: "Desde mañana
haz de cuenta que no existes". Rompieron mi imaginación,
me la echaron en cara, se deshicieron de mí, me sacaron del
aula, dejándome morir sin haber nacido en esos nacimientos
que te permiten asumir el mundo. Mi vida se concentró en círculos
y sonidos intermitentes. No me gustaba la escuela entonces, ¿y
ahora? Me pregunto por qué soy profesora... Hay veces que todavía
encuentro en mi pecho colgando la sugerencia de muerte. ¿Es
eso lo que aprendí? En fin. Dejemos de lado esto que es otra
historia.
¿De dónde llegarán los torturadores? ¿Cómo
nacerán? ¿Nacerán en realidad? La noche los acoge
en su vientre; ellos implacables se estrellan contra la inocencia
siguiendo su itinerario de muerte, entes dispuestos a sodomizar la
vida, con su pretensión de dioses, hirviendo en su odio. Sus
voces anquilosan el amor. Nacieron sin corazón, por eso no
late en ellos la vida, con la sonrisa sarcástica y la mirada
que no mira, sentencian el asombro, la justicia y todo lo bello...
Cuentos violentos otra vez. Sus páginas me cogen las manos
"como si me fuesen a reventar los dedos". Dolor y convicción,
peligro y muerte, me llaman nuevamente, esa forma de comunicar gestos,
olores, signos, caídas, aromas, sonidos de huesos rotos. Las
páginas desnudan mi ser, me revierten, plantean, desafían...
¡Convocan! El vigor en la narración, la riqueza idiomática,
la fluidez expresiva y las palabras, dictan en lenguaje desconocido,
líneas subliminales al alma.
Víctor Montoya busca lo profundo, lo íntimo, lo negado
socialmente, descubre la cicatriz social y el terror, se escurre desde
la palabra para arrancar la nube que ciega nuestra conciencia, arrancarnos
de nuestra condición de espectadores pasivos de la vida.
¿No caemos nosotros también cuando leemos la obra?
¿No se comprometen nuestras íntimas emociones? ¿No
caen las lágrimas? ¿No se crispan nuestras manos? ¿No
resbalamos entre charcos de sangre, orines pútridos, vómitos...?
Quiero escapar, pero las palabras saltan ácidas hasta mis ojos,
sumergiéndome en el vértigo, mientras la "picana"
de las pesadillas abre el hambre que llevamos dentro.
No veo claramente a mi alrededor, sólo percibo que los presos
se arrastran y desangran ¿como yo? Cuánta será
la tentación criminal y el sabor perverso que puede generar
un libro así en mentes retrógradas, en un espacio lleno
de contrastes y similitudes culturales, en medio de torturas subliminales
y virtuales que asedian. Me siento perseguida, no necesito buscar
el libro, él me persigue. Yo dejo que me encuentre. Aspiro
el vapor de la sangre en cada palabra. Muchos no leerán la
obra porque le tienen miedo a la desnudez de las cosas allí
escritas, a lo verídico. La obra nos sondea, nos mide más
allá de su verdad y de la nuestra.
Es el ciclo trágico, las líneas allí escritas
corresponden a una de las etapas más siniestras de la historia
nacional; las dictaduras, la brutalidad y la censura: "A momentos
languidecía ovillado en el piso, sin quejarse ni humillarse,
a pesar de que un sollozo reprimido le estalló en el pecho.
Estaba consternado y las descargas eléctricas le hacían
crujir la dentadura como si machucara arena con los dientes (...)
Pedro fue súbitamente invadido por un torbellino de ideas;
en su mente dibujó a hombres castrados con objetos cortantes,
a mujeres que les atrapaban los senos con ganchos y les introducían
cañón de fusil en el recto, a hombres quemados con objetos
incandescentes y a niños colgados de la 'percha del loro',
completamente desnudos y las manos asidas a la espalda (...) Estremecido
por un suspiro, se le formaron nudos de saliva en la garganta y los
poros se le erizaron en la piel".
Se oyen los gritos lastimeros, lacerantes y estentóreos de
la patria, rebeldía contestataria, la vida enamorada de la
muerte y, en su tránsito, la Libertad: "¿Qué
puedo hacer a estas alturas, capitán? Estoy aferrado a mis
ideales y no le temo a la muerte, si acaso ésta es la mejor
respuesta a mi lucha".
Me siento cansada. Duermo...
El asombro reside en mí. Yo, metamorfosis experimentando mi
otro yo, aquejada de huellas indelebles. Comprendiendo la muerte de
distinto modo. Sin equilibrio, rebotando entre sueños sordos,
hecha pedacitos, hasta quedar con la piel como panal de abejas entre
espacios pentagonales infinitos que dejan entrever mis venas, carnes
y lo demás. Leer me arranca la piel. Alguien me arrastra en
la oscuridad, desgarrando mi espalda; entre sombras, distingo un par
de ojillos, amarillos a momentos, inyectados en sangre. Quiero escapar,
pero estoy encadenada de brazos y pies. Se acerca, hunde mis ojos
en las concavidades oculares y me arranca de cuajo el corazón.
Escucho: "Cuando le sacaron la capucha, un olor nauseabundo revoloteó
en derredor y un vómito cundió rápidamente. No
hizo ningún gesto, permaneció boquiabierto e inexpresivo,
mientras los cabellos le caían cual sombrías cataratas.
Estuvo tieso sin poder concebir la angustia ni el dolor (...) Su corazón
seguía yerto y sus nervios alterados".
El horror se asienta en lo que ahora imagino que soy, un ser en involución,
perpleja en medio de este mundo que me produce remordimiento, que
deja un profundo cráter en mi cabeza, hasta finalmente estallar.
¡Quiero despertar!
"¡De aquí no se escapará ni tu sombra, carajo!"...
Me encierro (me entierro), las lágrimas surcan mi cara, dejando
fisuras; insospechadamente, llego hasta ti, delirante, suicida, con
el único afán obsesivo de comprenderte, como sacrificio,
palabra y misterio. Me siento tentada a poseer poderes sobrenaturales
para regresar el tiempo, acudir al evento de alguna esfera eterna...
Leo otra página: "Aspirando su propio aliento que apestaba
a muerte (...) ¡Si me van a matar, quiero verles la cara!".
Mi pecho se parte recibiendo el lanzazo certero. La sangre se vierte,
sigo su ruta, ya no me veo, reptando desde el último hálito
de vida, al fin he muerto con ellos.
Entras para habitarme de maneras infinitas. Clandestina en mi miedo,
me descubres, como la noche al día, se enciende la llama, una
flecha me hiere, certera, macabra, sádica, feroz, más
que infierno, más que lo prohibido, bravío, me hace
flotar y luego me precipita. Mi cuerpo se descuartiza, la sangre coagulada,
fétida, sangre de mujer. ¿Hace cuánto que no
despierto? Recuerdo que debo terminar de leer el libro.
Los torturados claman por enésima vez Libertad con su sangre.
"¿Así que tú eres la inmortal? (...) La
sombra de un hombre cruza por sus ojos y la brasa de un cigarrillo
desciende hasta su pecho. Ella lanza un alarido y ellos suben el volumen
de la radio (...) Seguidamente, hombres y perro la violan hasta reventarla
por dentro. No conformes con eso, unos le orinan en la cara y otros
le descargan golpes de culata. La levantan esparciendo su sangre en
el vacío y la arrastran por unos pasillos hasta la última
celda".
Impactada, estigmatizada por el dolor despierto gritando. Indudablemente,
el talento del autor desentraña las sombras y uno se vuelve
protagonista, caen mis modelos sentimentales, se hace añicos
mi voz. Recuerdo mi infancia cuando sentía la violencia que
se gestaba en las calles y los ojos de mi madre que me decían
que por poco a ella también la apresan, porque era dirigente
de la fábrica donde trabajaba.
Quiero escribir, pero las palabras se han marchado. Otro día
que no sé qué decir, arrinconada con ese lenguaje que
desvela y devela, atrapada en la destreza lingüística
del autor y ese estilo de narración con desenlace siempre trágico.
En el libro la tinta no se desperdicia, yo tampoco. Ya no soy la misma.
Surgen mil temas en mi mente, la duda, la complicidad, la lucha entre
la razón y la locura, el bien y el mal, los sentimientos y
pasiones humanas, la gloria, el engaño, la corrupción,
el frenetismo, los rasgos dominantes del carácter, la persecución
de la conciencia, la ausencia de remordimientos, la ignorancia de
la verdad, la sinrazón, el insulto, el crimen, la violación,
la obsesión y la posesión, la conciencia sin acción,
la parálisis, la virtud, el defecto y la impotencia, la muerte
que crece, que decrece...
No sé si soy un fantasma pretendiendo apartar la semilla del
infortunio, desde mis lágrimas consentidas, de revelarme contra
el crimen desde mi escritura primitiva, o superar mi propia tragedia
desde una conciencia postiza.
Acosados por el miedo, ahora ya no leemos. Creemos que todo entra
con imágenes, irreflexivos por eso de la anestesia global...
Me he quedado detenida con la angustia asilada en mi corazón
y la muerte flotando a mi alrededor. Respiro el aire bruscamente.
La atmósfera es látigo que abre mi piel, un coro de
lamentos me atemorizan. Los Cuentos violentos destapan el ataúd
de la memoria, aquel lenguaje categórico y político
cobra fuerza y se libera, explosiona, su dimensión alcanza
longitudes imprevistas, se desborda sin cruz en esta época
de vertiginoso derrumbe y deformación virtual.
No puedo escribir, tan sólo acierto a algunos rasgos. ¿No
sabes de algún corazón hambriento de mi sangre? Goteando
espero la mañana, vibrando...
El texto comienza a vaciarse: "A partir de esa noche fría
y sombría, Pedro pasó a ser un desaparecido más
en las mazmorras de la dictadura".
Con todo, los muertos, no-muertos, claman justicia desde sus almas
desnudas ya de huesos y carnes flageladas. Como flechas, las palabras
me atraviesan una vez más en este soliloquio.
Alguien me dijo que la práctica de la tortura, como mecanismo
de control que hasta ahora continúa en alguna parte del mundo,
es como la cara oscura de la luna, tenebrosa, llena de cráteres
insondables y misteriosos, y que son muy pocos los que se atreven
a describir la intensidad del dolor de la barbarie humana. Víctor
Montoya es uno de ellos.
Hace dos días, por fin pude escribir algunas ideas para hacérselas
conocer al autor. Sería las tres de la madrugada cuando me
preparé para dormir. De pronto, en el estado de vigilia en
que me encontraba, sentí movimientos sigilosos deslizándose
entre mis sábanas, eran fríos, algunos parecían
reptiles, otros insectos. No eran bípedos -de eso estoy segura-,
tenían demasiadas patas. Desesperada y, comprobando que sus
formas se revelaban entre las frazadas, salté de la cama, cogí
lo primero que había a mi alrededor y comencé a golpear,
aunque sin acertar, a hormigas, sapos, lagartos y víboras que
me asediaban como pidiéndome en ofrenda, además de coca,
alcohol y mixtura... ¡Me acordé del Tío!
Todos estos días él estuvo conmigo, contándome,
sin yo darme cuenta, las penurias y sufrimientos que junto a su pueblo,
los mineros, había vivido; contándome de las heridas
más profundos de los socavones, donde las riquezas engullen
pulmones de vivos y muertos.
Por eso, ahora que estoy bien despierta, además de coquita,
cigarro y Té con T, también esta ofrenda de letras para
quien está considerado entre uno de los mejores narradores
de Sudamérica.
* * *
* Escritora y profesora . Coordinadora del suplemento
literario El Duende del matutino La Patria. Miembro
de la Unión Nacional de Poetas y Escritores de Bolivia.
** Tío: m. Deidad. Diablo y dios tutelar que
habita en el interior de la mina. Los mineros le temen y le brindan
ofrendas.