Tradiciones
navideñas
Víctor
Montoya
No hace mucho
que el Tío*, ni bien asomó el invierno y sintió el frío
calándole hasta los huesos, me pidió que lo arropara con bufanda,
gorro, poncho y botines de caña alta.
Cumplí con su pedido
no sólo por evitarle una pulmonía de mil demonios, sino porque tenía
curiosidad por saber cómo se lo veía con una vestimenta diferente
a su traje de Lucifer.
-¡Qué k'achamozo estoy! -exclamó
mirándose en el espejo-. Con esta pinta cualquiera
puede conquistar el corazón de una mujer que busca un hombre exótico,
capaz de encenderle la hoguera del amor en sus noches de invierno...
-No
es tan fácil, Tío -aclaré, mientras abría la botella
de vinglögg que compré para invitarle en su primer invierno en Suecia,
aunque todavía no cayó la nieve ni el paisaje se vistió de
novia.
El Tío, que posee la facultad de mirar a través de
las paredes lo que hacen los vecinos, sintió desde hace días el
olor de la Navidad, que es diferente al de los gases malignos de la mina. Y, al
verme vaciar el contenido de la botella en una tetera puesta sobre la hornilla,
con clavo de olor, canela y pasas, se calentó las manos con el vaho de
la respiración y preguntó:
-¿Por qué compraste
vinglögg cuando podías haber comprado el Casillero del Diablo?
-Porque
es la bebida tradicional sueca. Se toma en invierno para aplacar el frío
y templar el cuerpo -le expliqué mientras mecía las pasas, la canela
y los clavos de olor en la tetera. Después vacié el humeante líquido
en una copa con asa y se la pasé al Tío, quien, de puro sentir la
fragancia del alcohol, se acomodó en su trono, los ojos iluminados por
la alegría y los dientes perlados por la sonrisa.
-Mmm... -musitó
al primer sorbo-. Esto me recuerda al ponche, al té con trago y al sucumbe,
que se toman en las frígidas noches del altiplano boliviano.
El
Tío, que hasta entonces también vio los adornos de la Navidad en
la casa de los vecinos, obedeció al natural impulso de su curiosidad y
lanzó la pregunta:
-¿Qué simboliza el arbolito de plástico,
lleno de cintas, luces y regalos, que la gente pone en el lugar más llamativo
de la casa?
-Dicen que simboliza el árbol que Dios puso en el Paraíso
-contesté-. De ese árbol cuelgan las frutas de la vida, representadas
por manzanas, nueces, bizcochos y, en sentido figurativo, por adornos esféricos
dorados y plateados, y luces multicolores que se encienden en vísperas
de la Noche Buena.
-¡Noche Buena! ¿Cuándo es la Noche
Buena? -indagó con voz imperativa, atravesándome con la mirada y
alisándose las barbas.
-El 24 de diciembre, que es la noche en
que nació Jesucristo. Dicen que para redimir a los hombres de buena fe
y construir un reino de paz y de amor en la Tierra.
El Tío se quedó
callado y dubitativo, quizás pensando en que él, en su condición
de absoluto soberano de las tinieblas, era el único que sabía lo
que era una noche buena y una noche mala. Después aligeró otro sorbo
de vinglögg, sin ch'allarle a la Pachamama, y dijo:
-¿Y cómo
se enteraron del nacimiento del Redentor de la humanidad?
-Por medio de
una estrella que iluminó los cielos del Oriente. Los Reyes Magos, llamados
Melchor, Gaspar y Baltasar, al enterarse del nacimiento del Macías en un
pesebre de Belén, acudieron a adorarlo, a lomo de camellos, llevándole
preciosos regalos. La tradición cuenta que fueron guiados por la estrella
hasta el mismo lugar donde su santa madre lo tenía entre sus brazos después
de un parto indoloro, a diferencia del resto de las mujeres que fueron condenadas
a parir con dolor debido al pecado original cometido por Eva, quien fue echada
del jardín del Edén por haber contrariado las palabras de su Creador
y haber cedido a las tentaciones de Satanás...
-¡Ah, carajo!
-prorrumpió-. Esto que me refieres parece un cuento de hadas. Pero, bueno,
dejemos de hablar del Mecías y pasemos a otro tema. Cuéntame, por
ejemplo, dónde y cómo pasaste tu primera Navidad en Suecia...
-En
un hotel de refugiados, donde me llevaron los policías de inmigración
apenas pisé el aeropuerto de Estocolmo. El administrador del hotel alzó
su copa de aguardiente y brindó por la felicidad y la buena suerte. Al
pie del arbolito, que en realidad era la rama de un abeto natural, estaban los
regalos empaquetados y amarrados con cintas de colores. El administrador, un hombre
alto, delgado y rubio, puso su copa en la mesa y, gritando el nombre de los presentes,
repartió los paquetes con un gesto amable y una sonrisa de ceja a oreja.
A mí me tocó una bolsita de condones Black.
-¿Y para
qué condones si no tenías ni mujer? -se rió el Tío
y luego sorbió el vinglögg con fruición.
No supe qué
contestar. Se me ruborizó la cara como si el mismo vinglögg me quemara
por dentro y, sin darle más chances, preferí proseguir con mi relato:
-Los niños estaban reunidos en otra sala, donde entró un hombre
disfrazado de Papá Noel; tenía un gorro en forma de cono, una máscara
con los pómulos rosados y la barba blanca; un traje rojo que le daba la
apariencia de estar embarazado y unos botines de cabritilla; llevaba una bolsa
de regalos al hombro y una lista con nombres en la mano.
El Tío sopló
el líquido humeante de la copa y preguntó:
-¿Y quién
es ese personaje tan extraño, vestido de rojo como los demonios?
-Es
Papá Noel -contesté-. Es el personaje central de estas fiestas de
derroche y alegría, de farra y glotonería. Según la tradición
escandinava, este viejito vive en los bosques nevados al norte de Finlandia, desde
donde llega una vez al año, pero una sola vez, en un trineo tirado por
renos. Los niños lo esperan con ansiedad, porque les trae los regalos con
los cuales ellos soñaron todo el año. Antiguamente, aparecía
por las chimeneas y, antes de desaparecer, depositaba los regalos debajo de las
almohadas o dentro de los calcetines que los niños colgaban de la ventana.
Mas ahora, que vivimos en una sociedad de consumo desenfrenado, los niños
saben que Papá Noel no existe, pero igual lo esperan año tras año.
-Qué coincidencia. Papá Noel y yo nos parecemos -dijo ensimismado-.
Él da regalos a los niños y yo les doy de regalo el mineral a los
mineros. Él aparece y desaparece por las chimeneas, y yo aparezco y desaparezco
en las galerías...
-Sí, Tío -le dije-, pero en algo
más se parecen.
-¿En qué, pues?
-En que Papá
Noel, a modo de castigo, no distribuye regalos a los niños desobedientes,
como tú no concedes los pedidos a quienes no te respetan ni te rinden pleitesía.
-¡Bien
dicho, carajo! -concluyó, tomándose con gusto el último sorbo
de vinglögg.
* Tío: Dios y diablo
de la mitología andina. Los mineros le temen y le rinde pleitesía,
ofrendándole hojas de coca, cigarrillos y aguardiente.