Entrevista
al poeta e investigador boliviano Alberto Guerra Gutiérrez
El
itinerario de un poeta yatiri
Por
Víctor Montoya
Las certeras palabras
de Alberto Guerra Gutiérrez*, autor de una veintena de poemarios
y varios textos de investigación en el campo de la etnografía y
el folklore, nos acercan en esta entrevista a su itinerario de vida; a sus experiencias
en el ámbito minero, a su quehacer literario y a su particular percepción
del mundo mágico y mítico de las culturas andinas, cuyos ritos de
adoración a sus seres tutelares y tradiciones milenarias, han sobrevivido
a la imposición cultural de Occidente, que intentó exterminar, cruz
y espada en mano, las creencias paganas y las costumbres ancestrales de las civilizaciones
que los conquistadores creyeron descubrir en el llamado Nuevo Mundo.
Los
primeros pasos
-¿Dónde
transcurrió tu infancia y cómo recuerdas tu adolescencia?
-Yo
hice el kindergarten en Siglo XX, cuando mi padre, que era técnico de la
Empresa Patiño, fue transferido a ese distrito minero. También recuerdo
al profesor Murillo, a quien lo respetaban por su severidad y disciplina férrea.
Más tarde, cuando mi padre volvió a ser transferido a las minas
del Sur, proseguí mis estudios primarios en la Escuela Alfonso Mujía.
La secundaria lo hice en el Colegio Saracho de Oruro, primero en el diurno y luego
en el nocturno, debido a
que, por ese entonces, empecé a trabajar en la mina, en una cuadrilla compuesta
por 13 obreros, cuyo maestro principal era Manuel Fernández. Por supuesto,
yo ingresé a la mina con los ojos abiertos y la mina hizo carne en mí.
-¿Cuál
fue el motivo que te llevó a trabajar en el interior de la mina?
-El
motivo fue de carácter económico. Nosotros éramos una familia
muy numerosa, y mi padre, quien se retiró de la Empresa Minera Cataví
sin derecho a indemnización alguna, nos puso en aprietos económicos.
De modo que todos mis hermanos mayores se encaminaron en busca de trabajo y yo
hice lo mismo. Esto me llevó a entrar al interior de la mina, como ayudante
de Carlos Arce, un pirquiñero (contratista), que fue retirado más
tarde, abrumado por sus deudas a la Empresa. Sin embargo, como los demás
trabajadores de la cuadrilla reclamamos por nuestros derechos, la Empresa Minera
San José nos reincorporó bajo un contrato colectivo. Yo seguí
siendo el número 13 de la cuadrilla y trabajé durante un año
y medio, un tiempo que fue decisivo en mi vida, no sólo porque determinó
en mi formación, sino también en la consolidación de mis
ideales y mis sentimientos hacia los trabajadores del subsuelo. Cuando egresé
de la mina, busqué nuevas situaciones y experiencias. Me inscribí
en la Escuela Normal y proseguí mis estudios, hasta que, en 1954, pedí
voluntariamente ser destinado a Kataricagua, distrito aledaño a la población
minera de Huanuni, donde permanecí durante cinco años, antes de
viajar a La Paz y retornar a la Empresa Minera San José. De modo que gran
parte de mi vida, incluso profesional, la pasé en los centros mineros,
realidad de la que no me desvinculé ni siquiera cuando empecé a
publicar mis libros.
El
despertar poético
-¿Cuándo
empezó tu interés por el quehacer poético?
-En
mi vida tuve dos profesores: uno ha sido Juan Rebollo, quien, estando yo en el
quinto o sexto curso de primaria, fue el primero en hablarnos de la métrica
del verso y de la gramática castellana. Él nos enseñó
la composición de las coplas y los versos. A mí me gustaron mucho
sus lecciones y escribí, a modo de ejercicio, muchas coplas, que acabaron
gustando entre los compañeros de mi clase. Por desgracia, no he tenido
el cuidado de conservar estas primeras composiciones. En secundaria tuve otro
gran profesor de lenguaje y literatura, Luis Carranzas Siles, quien, con paciencia
y habilidad didáctica, nos introdujo en el estudio de la literatura. De
este modo empecé a leer seriamente las obras de los clásicos, como
"Don Quijote" de Cervantes y "Hamlet" de Shakespeare. No sólo
aprendí a memorizar los versos de Bécquer y Espronceda, sino también
a estudiarlos, junto a otras obras del modernismo literario que, habiendo nacido
en América a principios de siglo XX, volvían de España con
voces tan firmes como las de García Lorca y Juan Ramón Jiménez.
Ahora bien, estando todavía en el colegio, me reuní con algunos
amigos, con Humberto Jaimes, Ricardo Lazzo y Héctor Borda, entre otros,
que formaban parte de la segunda generación de Gesta Bárbara, movimiento
poético al que yo me incorporé en 1947. Desde entonces, empecé
a asumir con seriedad el quehacer poético, pero pensando siempre en poner
la poesía al servicio de los oprimidos, tratando de hacer de la poesía
"la voz de los sin voz". Creíamos que el sector minero estaba
demasiado reprimido no sólo social y económicamente, sino también
espiritualmente; por eso, tanto Borda Leaño como yo, tratamos de seguir
los surcos trazados por Luis Mendizabal, Walter Fernández Calvimontes y
otros, y tratamos de hacer una poesía minera, denunciando las atrocidades
y las injusticias que se cometían contra este sector.
Gesta
Bárbara y la resistencia poética
-Por
entonces, ¿combinabas el trabajo con tus estudios?
-Sí,
trabajaba durante el día y estudiaba por las noches. Por esos mismos años,
Héctor Borda, que había sufrido ya la persecución y el confinamiento,
entró a estudiar en el Colegio Saracho nocturno, donde nos hicimos amigos
y empezamos a buscar nuestras afinidades poéticas, hasta que ingresamos
al grupo Gesta Bárbara. Desde entonces no hemos dejado de ser amigos ni
hemos dejado de escribir poesía. En mi caso, he dedicado el 60% de mi vida
a cultivar este género literario y a incentivar a los poetas jóvenes,
a darles oportunidades que nosotros no tuvimos, puesto que se nos reían
cada vez que queríamos publicar un poema en las páginas de "La
Patria" o "La Mañana" de Oruro. Frente a esta experiencia,
que fue muy dura para nosotros, concebimos la idea de ofrecerles mejores posibilidades
a los nuevos valores.
-Cuando hablas de Gesta Bárbara,
lo nombras a Héctor Borda como a uno de sus integrantes. Sin embargo, en
una conversación informal, él me manifestó que nunca fue
miembro de Gesta Bárbara, debido a la tendencia política que imperaba
en ese grupo. ¿Qué puedes decir al respecto?
-Como
tú sabes, Héctor Borda es un poco especial, a veces te dice que
no, sabiendo que es evidente. Por lo tanto, no sabemos cuándo Héctor
está hablando en serio y cuándo en broma. Lo único cierto
es que Héctor Borda me puso en contacto con Gesta Bárbara. Además,
no se debe olvidar que este movimiento poético fue importante en su época.
Muchos de los que han militado en sus filas, ya sea en Oruro, La Paz, Potosí
y Cochabamba, se han proyectado como figuras señeras en el ámbito
de la poesía nacional, sin nombrar, por supuesto, a quienes fallecieron
como Jaime Canelas, Coco Cossío, Humberto Jaimes, Oscar Alfaro, Gustavo
Medinaceli y Hugo Molina Viaña; todos ellos representados en sendas antologías.
Entre los que están todavía vivos, tenemos a Gonzalo Vásquez,
Terán Cavero, Alcira Cardona, Carlos Mendizabal Camacho y muchos otros,
cuya calidad literaria es indiscutible en las letras bolivianas.
-¿Cómo
defines la manifestación poética de Gesta Bárbara?
-Gesta
Bárbara, que vino agitando las banderas del surrealismo, no es ya la hoguera
que fue en otros tiempos, debido a que ha sido superado por otras corrientes poéticas
modernas. Sin embargo, Gesta Bárbara sigue siendo una manifestación
poética realista, desde el instante en que habla de los mineros y las injusticias
sociales; incluso Julio de la Vega, que aún está vivo y es uno de
nuestros grandes valores, no se dejó arrastrar por la corriente surrealista,
y, a pesar de haber estado en Europa, él prefiere seguir hablando sobre
las grandes catedrales o las prostitutas de París, que son temas sociales,
pero también reales. Entonces, yo diría que, la intención
de fundar la segunda generación de Gesta Bárbara, impulsada por
Gustavo Medinaceli, fracasó en su intentó de imponer una escuela;
y, claro, aunque él mismo escribió una poesía encaminada
hacia el surrealismo, tampoco pasó más allá del intento,
probablemente, porque la situación política y social del país
hacían que el poeta hable del hambre y las injusticias, y no de los anaqueles
del grito.
-De esa época, ¿cuáles
son las anécdotas que más recuerdas?
-Los dos recitales
que dimos en la mina: uno a fines de 1947, en el despacho mismo de la Salvadora,
antes de que los obreros entraran a trabajar. Fue un recital muy corto pero muy
rescatado y aplaudido; y, el de 1963, en plena época de la atroz dictadura
de Paz Estenssoro. Nosotros, como lo combatíamos desde las trincheras de
la poesía, dimos incluso un recital en Oruro, que se llamó: "Recital
de invierno, breve cursillo para derrotar tiranos". Lo recuerdo muy bien,
porque tuvimos una guardia de mineros, los mismos que, cartuchos de dinamita en
mano, estaban dispuestos a enfrentarse a los aguerridos captores del gobierno
en caso de arremetida. Dos experiencias que no he olvidado jamás, y que
me recuerdan siempre a Héctor Borda, con quien he compartido estas vicisitudes
y alegrías.
Manuel
Fernández y el itinerario de la muerte
-Para
quienes no conozcan, ¿quién fue Manuel Fernández?
-Era
el jefe de mi cuadrilla en el interior de la mina, el maestro principal. Lo conocí
antes de que fuera retirado por su enfermedad de trabajo, cuando ya no le servía
a la Empresa. Después trabajó como cargador en los mercados y, como
decimos en Oruro, se dedicó a ser "artillero" (alcohólico
crónico). Yo hice un seguimiento del destino de este hombre, hasta que
se murió reventado por la silicosis y el alcohol; por eso el poema tiene
tres instantes: Manuel Fernández en la mina, en la calle y cuando muere.
El primer poema es, en realidad, un retrato de Manuel Fernández; cómo
vive en la mina, cómo es en la mina y cómo la mina se revela en
él, porque cuando está trabajando se lo ve ágil y vital,
pero cuando sale a la superficie, con asuntos de la pulpería (almacen de
alimentos de la Empresa) o para cobrar el salario de los trabajadores, se convierte
en un hombre muerto, en una especie de lagarto quemado al sol. Pero, apenas entra
a la mina, vuelve a ser una ardilla. Cuando la Empresa ya no requiere de sus servicios,
Manuel Fernández se dedica a trabajar como cargador en los mercados. En
tales circunstancias, para cualquier minero acostumbrado al trabajo forzado, empieza
su calvario y toma la decisión de morirse lentamente; y la mejor manera
de morirse lentamente, es morirse alcoholizado. De ahí que la segunda parte,
que se refiere a su vida como rentista, titula: "Manuel Fernández
está en la calle", o, por mejor decir, está en lo peor de su
vida. La tercera y última parte dice: "La muerte en Manuel Fernández",
y no "La muerte de Manuel Fernández". Lo que yo intento mostrar
en este tercer poema es el hecho de que la muerte es un acontecimiento transitorio,
ya que Manuel Fernández es una metáfora, un símbolo; lo que
quiere decir que hay muchos Manuel Fernández, que hay muchas muertes, porque
estos mineros puros, trabajadores consigo mismos, son más espíritu
que materia, y se van revelando continuamente. Por todo esto, mi poema podía
haberse llamado: "Canto a los mineros", porque es la historia de muchos,
quizás de todos los mineros.
Los
15 Poetas de Bolivia y la cuestión generacional
-Una
de las actividades relacionadas a tu quehacer poético es el Encuentro de
15 Poetas de Bolivia. ¿Cómo nació esta idea?
-La
idea nació debido a algunos antecedentes que observamos en el Primer Congreso
de Poetas, realizado en Sucre, en 1967, donde se dieron cita un centenar de personas.
Sin embargo, allí nos dimos cuenta de que muchos de los presentes no hacían
otra cosa que asistir a este tipo de eventos, pero sin ser escritores ni poetas.
En el Segundo Congreso, realizado en Cochabamba, fue peor, puesto que había
gente que hablaba de cualquier cosa, menos de poesía. Es decir, no habían
objetivos claros ni concretos, y ahí se podían distinguir dos grupos:
por una parte, los que eran poetas; y, por la otra, los que gustaban de las reuniones
sociales. Ante esta situación, el primero en dar la voz de alarma fue Julio
Ameller Ramallo, quien dijo: "Aquí no están todos los que son,
ni son todos los que están". De modo que será mejor que nos
juntemos sólo nosotros, los que, además de ser amigos, sabemos que
somos poetas y estamos en el mismo camino. Sensiblemente, Julio Ameller falleció
en 1977, antes de que se materializara esta idea.
-¿Y
cómo continuaron con el proyecto?
-Tiempo después,
Roberto Echazú y yo, estando reunidos en Tarija, rememoramos este hecho
y, en honor a Julio Ameller, decidimos llevar a cabo el Encuentro, sobre la base
de 15 poetas, con quienes compartíamos las mismas inquietudes y hablábamos
el mismo lenguaje. Así, el Primer Encuentro de 15 Poetas de Bolivia se
realizó en Tarija, en 1979. En el Segundo Encuentro, convocado en Oruro,
nos dimos cuenta de que el número de poetas creció como una bola
de nieve. Y, aunque decidimos conservar el nombre original, estos encuentros han
dado jerarquía a la poesía boliviana, además de haber creado
un espíritu de solidaridad, porque uno de los mayores defectos de la poesía
boliviana ha sido, justamente, el "solitarismo". Por otro lado, la reunión
de 15 poetas es circunstancial y no una institución formal. Nosotros no
tenemos estatutos ni cuerpos directivos, simplemente convocamos y nos reunimos
de una manera espontánea, para hablar de nuestras cosas y criticarnos en
un marco de respeto y libertad; un grado de discusión al que es muy difícil
llegar en los círculos preestablecidos que existen en La Paz y Cochabamba.
Nosotros, en cambio, no somos una institución hermética, sino un
movimiento de puertas abiertas.
-¿Cómo
defines el proceso generacional en la literatura boliviana?
-Este
tema es interesante. Nosotros, sin pensarlo ni proyectarlo conscientemente, hemos
descubierto que, a partir del Primer Encuentro de 15 Poetas de Bolivia, no existe
un problema generacional, porque tanto los jóvenes como los viejos nos
enriquecemos mutuamente. Creo que cualquier pensador o creador no piensa sólo
en sí mismo, sino también en los demás y en su comunidad;
por eso, lejos de la concepción platónica o aristotélica
de la formación de escuelas, nosotros participamos y compartimos con los
jóvenes, cuyos padres son nuestros contemporáneos, y los jóvenes
han aprendido a superar las barreras atávicas, a veces hipócritas,
del respeto, para llegar hacia nosotros y tutearnos como verdaderos amigos. Nosotros
les hemos dado confianza a los poetas jóvenes como Edwin Guzmán,
Eduardo Kunstek, René Antezana, Eduardo Nogales y otros, y ellos han visto
que nosotros no escondemos ningún secreto frente a ellos. Entonces, como
es natural, hemos constituido una especie de alianza entre viejos y jóvenes,
porque, en vez de estar separados por riñas de índole generacional,
nos hemos empeñado en llevar a cabo tareas que nos conciernen a todos.
Claro que, en un principio, cuando hablamos de los 15 Poetas de Bolivia, nos acusaron
de ser "elitistas". Los críticos creyeron que nos íbamos
a reunir sólo los 15 hasta el fin de nuestros días, pero no fue
así, ya que, a medida que fueron pasando los años, se sumaron constantemente
valores jóvenes, cuyas inquietudes eran compartidas por varios de los poetas
viejos.
En
los laberintos de la etnografía y el folklore
-Sabemos
que gran parte de tu producción literaria, sin contar tu obra poética,
está dedicada al folklore y la etnografía. ¿A qué
obedece tu interés por estos temas?
-Mi interés por
el folklore no se debe al hecho de que sea un orureño entrañable,
sino, más bien, porque considero que el folklore forma parte de nuestras
vidas. Y, como los orureños vivíamos casi en provincia, nos acabó
gustando el folklore a fuerza de ver todos los años el Carnaval. Además,
como habían cosas que cada año cambiaban en el Carnaval, nos vimos
obligados a incursionar en la investigación y la crítica. De ahí
que en los años '60, gracias a la iniciativa del Dr. Murillo, fundamos
el Instituto de Investigación Cultural, que nos permitió adentrarnos
en los aspectos etnográficos, antropológicos y culturales concernientes
a Oruro. Y, sin tener ninguna formación académica previa, nos pusimos
a estudiar en la fabulosa biblioteca del Dr. Murillo, quien era un hombre inquieto
y filántropo. Él nos prestó su casa, mandó a construir
los muebles adecuados y se constituyó en el primer director del Instituto,
mientras nosotros, durante tres años consecutivos, nos dedicamos a estudiar
y a trabajar gratuitamente. Yo me dediqué a los asuntos relacionados con
el folklore, Héctor Borda a la antropología, otro a la psicología,
y así fue surgiendo un equipo de autodidactas que, con el transcurso del
tiempo, siguieron investigando por cuenta propia.
-¿Quieres
decir que de este modo estás cumpliendo con tu noble tarea de investigador?
-Sí,
es un deber intelectual el hecho de rescatar los valores de nuestro patrimonio
cultural, rescatarlos de la memoria colectiva y registrarlos en fichas, informes,
y luego publicarlos en forma de libros para el conocimiento de todos. Ahora bien,
la obra que estamos haciendo en estos momentos no es otra cosa que el despertar
de la antropología en Bolivia, aunque ya existen algunos estudiosos, como
Antonio Carvalho en el Beni, Víctor Varas Reyes en Tarija, Hernando Sanabria
Fernández en Santa Cruz, Antonio Paredes Candia en La Paz, etc. Sin embargo,
estoy convencido de que seguimos en una etapa heurística. Es decir, en
una etapa de registrar hechos que, posteriormente, permitan a los investigadores
entrar en el análisis de estos fenómenos culturales y encontrar
los verdaderos valores de nuestra identidad como nación. Creemos haber
dado nuestro primer paso, que, además, está bien dado; ahora es
deber de las futuras generaciones llegar al análisis como se hizo en Argentina
o México. En cuanto a mis libros, por ejemplo, nunca he dicho que son la
última palabra en materia de folklore y etnografía, aunque sé
que son un valioso aporte. De ahí que en el Primer Congreso Iberoamericano
de Folklore, realizó en Santiago del Estero en 1980, presenté una
ponencia que ha sido aprobada y recogida, entre otros, en el libro del famoso
folklorólogo argentino Félix Colucho, puesto que en mi ponencia,
además de considerar los seis factores que caracterizan el fenómeno
folklórico (la tradicionalidad, el anonimato, la popularidad,
la plasticidad, la ubicabilidad y la funcionalidad), añadí
la peculiaridad, una séptima característica que va unida
a la ubicabilidad, porque no es lo mismo hablar de la diablada en Puno,
que hablar de la diablada en Oruro, porque cada una de ellas tiene sus propias
peculiaridades. En este sentido, pienso haber contribuido al estudio de la antropología
en Bolivia.
-En la actualidad, y después
de haber publicado tu libro sobre la cultura de los Chipayas, ¿tienes otros
proyectos en marcha?
-Sí, tengo algunos proyectos en los
que estoy trabajando y otros que están truncos, debido a la falta de material,
de detalles y verificaciones. Estoy preparando un libro sobre la medicina popular,
pero no desde el punto de vista de la simple receta, como lo hizo Enrique Oblitas
Poblete, quien escribió a un nivel heurístico sobre la cultura kallawaya,
sino desde el punto de vista del análisis etnográfico; hecho que
me está permitiendo constatar que, dentro del mundo de la medicina popular,
existen el 'q'olliri, el kallawaya, el lampariri, el chamakani, el t'alliri, el
yatiri, el layq'a; en fin, son una serie de once especialidades que las tengo
perfectamente diferenciadas. Y en un primer libro, donde nombraré algunas
características generales, pienso hablar de una técnica mágica
de curación aymara, que se conoce con el nombre de turkara, o sea, cómo
estos curanderos logran transferir mi enfermedad a otra persona, animal o cosa.
Este sistema de curación, que es viejísimo en Europa y se la conocía
con el nombre de transplante, se la practica diariamente en el mundo aymara, donde
se dan casos como el siguiente: si una persona me ha embrujado, aunque yo no la
conozca, el chamakani o el turkiri hace que, todo ese mal que se me atribuye,
vuelva hacia la misma persona que me está haciendo el daño, por
medio de un proceso que se conoce con el nombre de kutini (devolver). Como ves,
estos son algunos de los aspectos que contemplo en el libro que estoy elaborando,
aunque me falta completar con algunos datos generales. Pero, apenas esté
listo, no dudo que el libro será un trabajo revelador desde el punto de
vista del análisis etnográfico.
Las
enseñanzas del yatiri
-A
propósito de estos temas, tengo la curiosidad por saber: ¿Cuándo
y por qué te hiciste yatiri?
-Yo viajé mucho por el
campo, y, aunque no hablaba aymara, hice muy buenas relaciones con los campesinos,
quienes, por suerte, se comunicaban conmigo en castellano. En cierta ocasión,
estando trabajando en el Instituto de Investigación Cultural para la Educación
Popular, con un programa de alfabetización que difundíamos a través
de Radio Bolivia, se me vino la idea de llevar este sistema de educación
popular al campo, donde instalamos un equipo de radio, con la finalidad de que
los campesinos hicieran sus propios programas y en su propio idioma. Pero el yatiri
(sabio y curandero aymara) me dijo: el Samaja Mallku (deidad principal) me ha
hecho soñar y no está de acuerdo con tus proyectos. Entonces, yo
le expliqué que la radio y el programa de educación popular no eran
malos para la comunidad. A lo que el viejo yatiri me contestó: Si es así,
primero tenemos que hacer una wilancha (sacrificio de sangre y ceremonia ritual).
De modo que acordamos sacrificar un corderito, con la promesa de hacerlo con una
llama más adelante. Pero, al día siguiente, el viejo yatiri no se
presentó en el acto, porque se quedó dormido después de la
ch'alla (rito religioso en el que se riega aguardiente) de entendimiento de la
noche anterior. Entonces, yo les pedí a los campesinos que la ceremonia
la iniciara otro. Ellos me explicaron que eso no era posible, debido a que el
viejo yatiri era el único que sabía hacer los actos de la wilancha.
En tales circunstancias, yo me quité la chamarra, empecé a mascar
hojas de coca y me ofrecí a iniciar la ceremonia. Sacrifiqué al
corderito y regué con su sangre a la Pachamama (Madre Tierra). Al cabo
de esto, les dije: Ahora debo irme. Y ellos me contestaron: Estamos sólo
en el comienzo; ahora falta el q'araku (comida o banquete) y la t'hinca (adornar
con mixturas y serpentinas), en la que nos alegramos y bailamos al ritmo de sicus.
Al caer la noche, apareció el yatiri de la comunidad y todos exclamaron:
Ha llegado el marq'allave (el que lleva las llaves). El viejo yatiri se abrió
paso y preguntó: ¿Dónde está don Alberto? Yo me puse
de pie y le contesté: Aquí estoy, abuelo. Entonces, él se
me acercó y, dándome un fuerte abrazo, dijo: ¡Jallalla, don
Alberto! Desde ahora somos yatiris; o sea, él me dio el título,
a diferencia de lo que ocurre en las universidades occidentales, donde primero
se tiene que estudiar para luego obtener el título. En este caso, primero
te dan el título y después la enseñanza. Así que,
todos los viernes y durante cinco meses, empecé a asistir a las enseñanzas
del yatiri, con la intención de aprender la simbología de la coca,
la meditación, el magnetismo psicológico y otros secretos, que enriquecieron
mi trabajo de investigación.
-Por último,
¿qué palabra te es más afectiva?
-La palabra
ÁRBOL y, en alguna medida, la palabra RÍO. Muchas veces conversé
sobre este tema con Roberto Echazú, quien, refiriéndose al trabajo
que escribió sobre la poesía de Octavio Campero, me dijo: el árbol
es una palabra que se repite con frecuencia tanto en la poesía de Campero
Echazú como en la tuya. En efecto, incluso tengo poemas dedicados al ÁRBOL
y el RÍO...
*
Alberto Guerra Gutiérrez (Oruro, Bolivia, 1930). Poeta, investigador,
profesor, miembro de número de la Academia Boliviana de la Lengua y de
la Asociación Latinoamericana del Folklore. Ejerció la docencia
y cargos públicos en la H. Alcaldía Municipal de Oruro. Pertenece
a la segunda generación de Gesta Bárbara y se hizo merecedor
de varios reconocimientos institucionales por su infatigable labor al servicio
de la cultura y literatura bolivianas. En su amplia bibliografía destacan:
"Gotas de sangre", "Balada de los niños mineros", "Antología
del Carnaval de Oruro", "Manuel Fernández y el itinerario de
la muerte", "La picardía en el cancionero popular", "Estampas
de la tradición de la ciudad", "El Tío de la mina",
"Pachamama", "Chiapas, un enigmático grupo humano",
"Folklore boliviano" y "La poesía en Oruro, Antología".