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La palliri*

 

Víctor Montoya

 


 

Cuentan que el Tío se enamoró de la Palliri más hermosa del campamento minero. Respondía al nombre de Soledad Chungara; tenía las trenzas largas y la piel más blanca que la porcelana china, y aunque a veces parecía una monja, mantilla blanca en la cabeza y pollera negra que le daba más abajo de las rodillas, era tenida por mujer de mala vida. Los mineros no se atrevían a mirarla a los ojos, porque decían que su desgracia estaba escondida en su belleza.

En realidad, nadie sabía de dónde venía. No tenía hijos ni marido, pero trabajaba como Palliri en los desmontes, triturando y rescatando, martillo en mano, los trozos de roca mineralizada que la empresa acumulaba como reserva a un lado del campamento minero. Después ingresó a trabajar en el interior de la mina, donde el Tío, apenas la vio entre la luz de las lámparas que parecían luciérnagas, encendiéndose y apagándose en la galería, se quedó prendido de la Palliri, quien, a pesar de vestir como todos los mineros, tenía el busto abultado, las caderas anchas y la cabellera recogida en trenzas.

El Tío se levantó de su trono y, calculando el tamaño de sus nalgas, que de no estar en el cuerpo de una mujer podían ser las ancas de una mula, le habló en un idioma que sólo entendían los mineros más antiguos. La Palliri no dijo nada ni se asustó por la presencia del Tío, cuya imagen demoníaca era la más horrible que jamás haya visto. El Tío volvió a sentarse en su trono y la Palliri se sentó sobre el callapo, a la espera de que los demás abandonaran la galería. Cuando la Palliri se quedó sola con el Tío, ésta le ofreció un puñado de hojas de coca y un sorbo de aguardiente. Le puso el k'uyuna en la boca y encendió el tabaco iluminando el rostro de ambos. Entonces se miraron de cerca, muy de cerca, como si fuesen la Bella y la Bestia. El Tío le acarició los senos con una mano que tenía garras como la de los demonios y la Palliri se limitó a cruzar las piernas.

No se hablaron, hasta que él rompió el silencio y dijo:

-Eres la primera hembra que entra en la mina disfrazada de macho.

Ella permaneció callada. Alumbró al Tío con la lámpara enganchada en el guardatojo y contestó:

-Aquí estoy porque quiero ganar dinero antes de irme a mi pueblo.

El Tío rompió en una sonora carcajada. La miró abriendo sus ojos grandes como focos y le ofreció el mejor filón de estaño a cambio de convertirse en su dueño. La Palliri aceptó el pacto, pero a condición de que primero le enseñara la veta. El Tío cumplió con su palabra. La tomó de la mano, la condujo hasta el tope de una galería lejana y le enseñó la veta. La Palliri, maravillada, contempló el estaño que relucía como la cabeza de un enorme clavo empotrado en la roca. Agradeció a Dios y a la Pachamama, pero pensó en burlarse del Tío; primero explotaría el rajo, juntaría el dinero y después se iría del campamento minero por el mismo camino por donde había llegado.

El Tío la esperó sentado en su trono, sin llamarla ni vigilarla. Ella explotó la veta, comerció con el estaño y se convirtió en la mujer más próspera de la región. En poco tiempo se hizo ama y señora del campamento minero, y exigió el respeto de quienes antes la miraban con desprecio. Pero como la gente sabía que su riqueza era producto de un pactó con el Tío, la trataba con distancia y recelo. Además, ¿de qué le serviría tanto dinero, si había vendido su alma al diablo? Los mineros más antiguos comentaban que la Palliri nunca llegaría a ser feliz, salvo que se entregara al Tío en calidad de sierva, pues la felicidad de una mujer no estaba en las riquezas, sino en la sencillez y la dignidad de su cuerpo.

Así es como la Palliri, víctima de su baja ambición y sus encantos, se vio envuelta en una ola de desesperación y desencanto. No sabía qué hacer con el dinero ni cómo cumplir su pacto con el Tío. Estaba atormentada y su vida se trocó en una pesadilla. No volvió a entrar en la mina y se encerró en un cuarto del cual no salía más que para beber y comer.

Lo peor es que el Tío, cuya figura espeluznante se le grabó en la retina, la perseguía hasta en los sueños, en los que se veía desnuda y encadenada contra las rocas de un paraje abandonado, donde el Tío, trasluciendo furia por los ojos, la desollaba a latigazos, mientras ella le suplicaba perdón, prometiendo cumplir con la promesa de entregarle su vida. Otras veces sentía que el Tío la habitaba, pues de día soñaba con él y de noche lo sentía adentro. A la hora de copular, el Tío, que poseía cuernos, garras y colmillos, la penetraba con el fuego de su cuerpo y con el vaho de su respiración. Ella lloraba a gritos en el sueño y se retorcía como una culebra en la cama. Al despertar, empapada en sudor y lágrimas, tenía la sensación de que el Tío había estado con ella, accediendo a su interior por la concavidad húmeda que se abría entre sus piernas.

Al final, la Palliri, cansada de soportar las pesadillas tortuosas, dejó de dormir y se mantuvo despierta sobre la base de coca y alcohol, hasta que un día cargó sus pertenencias en un auto, se acomodó en el asiento libre de la cabina e intentó huir hacia una ciudad desconocida, donde el Tío no pudiera dar con ella.

Así se marchó del campamento minero, levantando nubes de polvo a lo largo de la carretera.

Ese mismo día, según relataron los policías de tránsito, la Palliri falleció en un accidente de tráfico. El auto cayó en campana hacia un barranco donde no corría el río ni soplaba el viento. El siniestro sucedió justo en la curva conocida como la Muela del Diablo, donde el Tío la sorprendió.

Al cabo de un tiempo, la Palliri, convertida en condenada, volvió a aparecer en el campamento minero. Las mujeres, al verla vagar en las noches de luna llena, la miraban con recelo y compasión; entretanto los hombres, que la tenían por mujer de mala vida, la escupían al verla rondar por la bocamina.

La Palliri, que no perdió su belleza ni la costumbre de vestirse con botas, overol y guardatojo, volvió a entrar en el interior de la mina, donde el Tío la esperaba con los brazos abiertos y la alegría en la mirada.

 

Glosario

Callapo: m. Tronco de árbol. Escalón de mina.
Desmonte: m. Depósito de residuos de la mina considerados estériles, pero que, en realidad, constituyen importantes reservas por contener estaño.
Guardatojo: m. Casco para protegerse la cabeza en el interior de la mina.
K'uyuna: m. Cigarrillo.
Palliri: f. Mujer que, a golpes de martillo, tritura y escoge los trozos de roca mineraliza en los desmontes.
Rajo: m. Hendidura abierta hacia arriba para extraer el mineral de la veta.

 

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Víctor Montoya: La palliri.
(cuento)