"El Chiflón del Diablo"
Sobre un cuento de Baldomero Lillo
Por Víctor
Montoya
Desde siempre, en mis aficiones a la lectura, me sentí seducido
por las novelas y los cuentos de ambiente minero, que en Bolivia conforman
todo un género literario, debido a que ese sector del proletariado
fue durante decenios la columna vertebral de la economía nacional
y la vanguardia indiscutible
de las luchas sociales, y, por consiguiente, una fuente de inspiración
para pintores y escritores.
Otra de las razones que determinó mi preferencia por la narrativa
minera, al margen de toda consideración ideológica,
se debe al hecho de haber vivido en Llallagua y Siglo XX, entre familias
cuyas vidas estaban marcadas por la vorágine de la mina. Por
lo tanto, para quienes compartimos de cerca las tragedias y grandezas
de esos "gigantes de las montañas", es natural que
las novelas y los cuentos mineros, como es el caso de "Socavones
de angustia" de Fernando Ramírez Velarde y "El
Tungsteno" de César Vallejo, sean obras con las cuales
nos identificamos plenamente, quizás, porque al leerlas nos
sentimos tocados en las fibras más íntimas.
En este contexto, la lectura de "El
Chiflón del Diablo" de Baldomero Lillo,
cuya existencia desconocía aproximadamente hasta mediados de
los años ‘80, fue una experiencia que me devolvió hacia
mis orígenes y un buen motivo para compartir con ustedes el
drama de los obreros del subsuelo a través de esta breve reseña,
que espero eche algunas luces sobre este autor poco conocido en nuestro
medio.
Baldomero Lillo (Chile, 1867-1923), trabajó en la pulpería
del centro minero de Lota, donde conoció muy de cerca la trágica
realidad de su gente. En 1898 se trasladó a la capital en busca
de mejores condiciones de vida y, tras ser galardonado en algunos
certámenes literarios, publicó sus volúmenes
de cuentos más conocidos: "Sub-Terra" (1904)
y "Sub-Sole" (1907). Colaboró en varias revistas
y en los diarios santiaguinos "Las Últimas Noticias"
y "El Mercurio".
"El Chiflón del Diablo", que integra el volumen
de cuentos "Sub-Sole", está ambientado en
las minas de carbón, probablemente en la región de Lota,
Coronel o Lebu. La tragedia que narra el autor transcurre entre los
años 1890-1900 y durante un crudo invierno, justo cuando las
lluvias eran más intensas y "las puertas y ventanas se
abrían y cerraban con estrépito impulsadas por el viento".
Cabe destacar que Baldomero Lillo está considerado como uno
de los impulsores del "realismo proletario" en la literatura
latinoamericana, ya que sus relatos, más que simples reportajes
de la realidad de su época, son verdaderas joyas de la narrativa
chilena. En su obra se nota una mano maestra que dispone los temas
dándoles una organización que mantiene vivo el interés
del lector y, lo que es más importante, porque exaltan valores
universales de inconfundible humanismo.
Baldomero Lillo nos plantea desde un principio, con patética
y brutal objetividad, el problema de la explotación y el maltrato
al cual es sometido el obrero por parte de una compañía
imperialista. Asimismo, el autor asume una actitud de crítica
social, a modo de solidarizarse con las familias mineras que pugnan
por conquista una sociedad más equitativa para todos.
"El Chiflón del Diablo" es una clara denuncia
de las injusticias sociales que sufre el obrero en el interior de
la mina, destacando no sólo la desigual distribución
de las riquezas, sino también la visión que el empresario
tiene del minero, quien, en los momentos de mayor pesimismo, acepta
con resignación su fatal destino. Es decir, "El Chiflón
del Diablo" muestra la vida del minero como una galería
oscura o un túnel sin salida, en una etapa histórica
en que el proletariado chileno estaba recién estructurándose
como "clase en sí y clase para sí" dentro
del sistema de producción capitalista.
El cuento es de carácter colectivo, pues no se narra el problema
de uno o dos hombres, sino el crimen perpetrado contra toda una clase
social. El joven protagonista, Cabeza de Cobre, representa a todos
sus compañeros, y su madre, María de los Ángeles,
simboliza a todas las mujeres de las minas, a esas "amas de casa"
que dignifican la lucha de emancipación desde el instante en
que ellas, a diferencia de los hombres que contemplan "silenciosos
y taciturnos" su tragedia, levantan los brazos por encima de
sus cabezas y, enseñando los puños ebrias de coraje,
claman: "¡Asesinos, asesinos!", ante la presencia,
en el caso de este cuento, del ingeniero inglés, típico
representante de la compañía imperialista, insensible
ante el dolor humano.
En el desenlace del cuento, la madre del Cabeza de Cobre, que jamás
dejó de cavilar en "aquellas odiosas desigualdades humanas"
y en el peligro que implica el trabajo en el interior de la mina,
se suicida lanzándose a un abismo, poco después de contemplar
el cadáver de su hijo, quien es rescatado de un derrumbe acaecido
en la galería de "El Chiflón del Diablo";
un final trágico que, sin duda, constituye una de las características
que identifican a las novelas y los cuentos de ambiente minero.
Baldomero Lillo, haciendo gala de un estilo depurado, concede también
a la naturaleza un papel principal en el cuento, consciente de que
el contexto minero es un poderoso auxiliar literario, que da mayor
realce a la miseria o tragedia humanas, aun a riesgo de contrastar
con el conflicto que preocupa a los personajes; más todavía,
la descripción de la naturaleza andina, en el estilo directo
y sencillo de Lillo, se presenta como "el implacable enemigo
de los desamparados" y, consiguientemente, como un protagonista
inevitable del cuento.
"Sub-terra"
cuadros mineros, de Baldomero Lillo
en Memoria Chilena (pdf) 25 Mb.
"Sub
sole" de Baldomero Lillo,
Impr. Universitaria, 1907. en memoria Chilena (pdf) 25.3 Mb