PASIÓN
DE VIOLETA PARRA
Por Waldemar Verdugo
Un día domingo a la hora
del crepúsculo de la tarde, la autora de "Gracias a la
Vida" se
disparó un balazo en la sien. Murió al instante. Móviles:
desconocidos.
Violeta tenía 49 años, estaba sola y comenzaba el Otoño.
"El día que yo no tenga un amor a quien
dedicarle mis canciones, arrumbaré mi guitarra en un rincón
y me dejaré morir. A quien me encuentre vieja para las expansiones
sentimentales, yo le discuto que el amor no tiene edad", declaró
Violeta Parra en Santiago, de vuelta de París donde vivió
un romance desdichado.
Recuerdo muy bien a Violeta chilensis. Para los jóvenes
de entonces era un jolgorio cada una de sus actuaciones en el Parque
Forestal, al aire libre, dueña de esa dosis de majestad propia
de la mujer campesina. Antes de interpretar un tema, solía
explicar con detalle cuándo, cómo y en qué sitio
obtuvo la inspiración que le permitió crear la canción
que iba a entonar. Y
su voz nos atrapaba, a los hombres y mujeres, a los pájaros
y al viento que la hacía rebotar en las paredes frías
de Santiago, y éramos todos uno solo al cobijo de su música
eterna. Ella era de lo más accesible, siempre atendía
con la mayor generosidad a quien se le acercaba, como los sabios oía
todo y hablaba lo justo. Una vez la abracé, en la Feria Artesanal
que entonces se hacía en el Forestal. Cuando caminando distraído
con mis compañeros del Barros Borgoño, la vimos sola
desenvolviendo sus telas para adecuarlas en un stand. Nos apresuramos
de inmediato todos a ayudarla. Siguiendo sus instrucciones. Con una
escoba de ramas barrimos las hojas del suelo y cuando llegaron sus
gentes ya Violeta estaba instalada. Nos dio un abrazo a cada uno,
yo le respondí con un beso, y nunca más en la vida dejaron
de acompañarme sus canciones en los caminos. Varias veces preguntaron:
"¿por qué la música chilena es tan triste?".
Y nunca encontré justificación porque simplemente no
la tiene, la naturaleza de uno es así nomás. Entonces,
la emoción de ver cantar a Violeta no se puede explicar porque
es perfectamente inexplicable lo sin vuelta que darle, lo que traemos
predestinado en los huesos.
(Permítame el lector chileno ahondar algo en este tema con
un ejemplo propio, para que no se diga que uno escribe por escribir.
Mi encuentro con Violeta Parra fue hace más de 30 años,
tal cual he narrado. Entonces también todos bailábamos
con las canciones de Cecilia y la Nueva Ola. Esa era nuestra música.
Luego en la Universidad se amaba u odiaba a Gloria Simonetti, yo era
de los primeros. La última vez que fui al Teatro Municipal
fue para oírla cantar, y me llevé también sus
voces en los caminos. Ahora que he vuelto a mis raíces, como
suele suceder, vivo tanto como afuera la incógnita de vivir.
Hace unos días, saliendo de unas oficinas de El Mercurio, donde
suelo colaborar, vi a una dama que entraba cargando unos cuadros enmarcados
y de inmediato la ayudé. Ella, tal cual si hubiésemos
concertado vernos, encantadora, me dio su carga, un abrazo y un beso
en el rostro que respondí fascinado al reconocerla, era Gloria
Simonetti. Al instante llegó la persona que debía recibirla
con quien seguramente habían concertado una entrevista por
teléfono, y que era con quien fui felizmente confundido. Ayer,
entré a una farmacia de Bellavista y ocurrió lo siguiente:
al entrar con mi pie derecho, como suelo hacer dondequiera que sea,
veo aparecer a alguien sumamente cercano justo frente a mí:
era Cecilia, tal cual yo la veía en las carátulas de
mis discos de entonces, sin edad, inalcanzable en la televisión,
tal cual esas imágenes que archiva nuestra memoria histórica.
No me pude resistir y la abracé y la besé y ella se
dejó hacer sin haberme visto en su vida. Me preguntó
cuál era mi oficio, y le dije que era escritor. Entonces, os
lo juro, Cecilia tomó mis manos y las besó. Luego hubo
un fugaz instante secreto de comunión ojo a ojo y me envolvió
una cierta alegría. Estos signos soterrados y ocultos ¿no
son como para pensar que en verdad hay cosas que suceden y no podemos
explicar?)
La muerte temprana de Violeta Parra quedará siempre sin respuesta.
Había luego instalado su propia carpa, un enorme recinto en
la reina donde actuaba regularmente y que, al fin, se le hizo quizás
demasiado inhóspito; quizás recordó otros veranos
más jóvenes y menos solitarios. Porque el amor es un
asunto de dos y estaba sola. Fue valiente: las mujeres que utilizan
armas de fuego para suicidarse son una excepción. No dejó
carta. Quiso morir entera, solo con la convicción de que ya
no quería cantar, de que no deseaba más bordar su maravillosa
tapicería ni a modelar sus cacharros de greda. La noticia de
su muerte conmocionó a Chile, donde, entonces, la tasa de suicidios
era la más baja de Latinoamérica, y muy por bajo de
las estadísticas al respecto en otras partes del mundo.
El año que murió Violeta (1967) la tasa de muerte premeditada
en Chile fue de un 7% por cada 100.000 habitantes. En Hungría,
por ejemplo, ese mismo año se suicidó un 26,8% en la
misma cantidad de habitantes; le seguían Austria (21,7%), Finlandia
(19,2%), Alemania Occidental entonces (18,5%), Dinamarca (19,1%),
Suecia (18,5%), Suiza (16,8%), Japón (16,1%), Francia (15,5%),
USA (10,8%)... ese año 1967 la Organización Mundial
de la Salud hizo un serio llamado por el grave panorama que asolaba
al mundo al respecto: el informe decía que de cada tres personas
que fallecían en el planeta, una correspondía a suicidio.
Eran los funestos aires que soplaban antes de las masacres oficiales
que comenzaron a ennegrecer la atmósfera a partir de los sucesos
mundiales de 1968, y que respecto a Chile desembocarían en
1973. Era esa época cuando Violeta se devolvió a la
distancia una época convulsa, igual que la que vivimos ahora
por otros motivos, cuando, sin embargo, el suicidio ha disminuido.
Entonces era una plaga y Albert Camus llega a declarar:
"El suicidio en nuestra época es el único
problema filosófico realmente serio".
Violeta Parra nació al sur de Chile. Su padre
fue profesor primario y cantor popular, al igual que su madre, de
quienes la folclorista tomó su amor inmenso a la música
de nuestro país. Pero no se inició su expresión
de manera simple, de hecho su padre no quería para ella ese
camino. Solía contar Violeta:
"Nací en Malloa, un pueblecito situado por
Chillán hacia el interior de la cordillera. Malloa era un pueblo
perdido en el campo a las faldas de las tierras altas; era un pueblo
incomunicado con el resto de Chile; un solo camino real lo unía
con Chillán y había media hora a caballo, yendo al galope
tendido, y más de dos horas si se iba al paso. Mi padre no
quería que los hijos cantáramos, y, cuando salía
escondía la guitarra bajo llave. Yo descubrí la llave
en el cajón de la máquina de coser de mi madre, donde
la guardaba, y se la robé. Tenía siete años.
Me había fijado cómo él hacía las posturas
y aunque la guitarra era demasiado grande para mi y tenía que
apoyarla en el suelo, comencé a cantar despacito las canciones
que escuchaba a los grandes."
Desde entonces vivió y construyó su mundo
enredado en las cuerdas de una guitarra. Se formó musicalmente
sola, naturalmente, igual como los ruiseñores. Nunca se preocupó
del contrapunto, notación o desarrollo temático, porque
nació sabiendo: simplemente de su corazón brotó
la armonía como erupción volcánica. Estaba "llena
de pájaros cantores", como dice su hermano Nicanor: "Chillaneja
locera y costurera, bailarina de agua transparente, árbol lleno
de pájaros cantores. Violeta Parra, has recorrido toda la comarca,
desenterrando cántaros de greda, y liberando pájaros
cautivos entre las ramas..."
Su primera canción la hizo a los nueve años,
para su muñeca de trapo, y ya nunca dejó de escribir
versos y componer música. En su autobiografía en décimas
dice:
"Los años
allá en el sur
Primera infancia me fueron
malhaya los desespero
que pasé con Marilú
rayaba mi canesú
diez veces me tir’al suelo
me rompe libro y cuaderno
por todo busca pelea
y luego me zamarrea
cual pollo en corral ajeno"
En su trabajo, desde temprano Violeta trasciende lo
personal para exponer su posición de defensa a los más
marginados, denunciando falacias sociales que ejercieron poderosa
influencia en su ánimo. En su autobiografía narra:
"Por ese tiempo el destino
se descargó sobre Chile
cayeron miles de miles
por causa de un hombre indino
explica el zorro ladino
que busca la economía
y siembra la cesantía
según él lo considera
manchando nuestra bandera
con sangre y alevosía.
Fue tanta la dictadura
que practicó este malvado
que sufrió el profesorado
la más feroz quebradura
hay multa por la basura
multa si salen de noche
multa por calma o por boche
cambió de nombre a los pacos
prenden a gordos y flacos
así no vayan en coche.
Así creció la maleza
en casa del profesor
por causa del dictador
entramos en la pobreza
juro por Santa teresa
que lo que digo es verdad
le quitan su actividad
y en un rincón del baúl
brillando está el sobre azul
con el anuncio fatal.
Le dieron por mucha cosa
desahucio muy miserable
si no le gusta hay un sable
y un panteonero en la fosa
mi mamá muy pesarosa
malicia qu’este es el fin
y con tanto querubín
que dar alimentación
mejor tirarse al zanjón
que de hambre verlos morir..."
La familia de Violeta, parte importante de ella, se
traslada a Santiago y en la capital forma un dúo con su hermana
Hilda, iniciándose profesionalmente:
"Musicalmente, entonces, yo sentía que no
iba por el camino que quería seguir, y consulté a Nicanor,
el hermano que siempre me guía y alienta. Yo tenía veinticinco
canciones auténticas. El hizo la selección y comencé
a tocar y a cantar sola. Después me exigió que saliera
a recopilar por lo menos un millar de canciones:
- "¡Tienes que lanzarte a la calle!"
-me dijo. Y lo hice. Encontré folclore en todas partes, aunque
las viejas del sector de Barrancas fueron mi primera fuente. Doña
Rosa Lorca, arregladora de angelitos, me cantó todo su valioso
repertorio y me lo enseñó. Es a ella a quien le debo
la nomenclatura del "Canto a lo Humano" y "Canto a
lo Divino" que, siguiendo el orden del velorio del angelito,
se divide en Versos por Saludo, Versos por Padecimiento y Versos por
Sabiduría. Gracias a la doña Rosa Lorca y a otras ancianas
de la región, recopilé 500 canciones de los alrededores
de Santiago, y volví donde Nicanor con tonadas, parabienes,
villancicos, y con danzas campesinas como "El Pehuén",
"El Chapecao", "La Refalosa", "La Cueca"...
La creación artística de Violeta fue reconocida
de inmediato por el pueblo de Chile, nunca gozó del favor oficial,
siendo en ciertas épocas silenciada, pero su obra se esparció
por mérito propio en los círculos artísticos
internacionales. Su peregrinaje no fue corto. En 1937 conoce a Luis
Cereceda, ferroviario, con quién contrae matrimonio. De esta
unión nacen Isabel y Angel, luego continuadores de su arte.
Recorre distintas Iocalidades de Chile en los años siguientes,
trabajando en teatros y boliches, recopilando canciones antiguas.
En 1948 se separa definitivamente de Cereceda, y sigue su vida itinerante
por Chile. AI año siguiente vuelve a casarse, y de este nuevo
matrimonio nacen sus hijas Carmen Luisa y Rosita Clara. Recorre el
país trabajando con sus dos hijos mayores en circos y teatros,
y recopilando la música campesina chilena. En 1953 comienza
a alumbrarse el verdadero genio de Violeta después de un recital
en casa de Pablo Neruda, Radio Chilena le contrata una serie de programas
que la lanzan a la primera Iinea del arte folclórico del país.
Intensifica su trabajo de recopilación por todo Chile. Con
un magnetófono y una guitarra, recorre los lugares mas recónditos
para rescatar el folklore olvidado de su pueblo, aprendiendo composiciones
populares que oía de las cantoras que a veces frisan los cien
años de edad.
En 1954 obtiene el premio Caupolicán, otorgado
a la folklorista del año. Es invitada al Festival de la Juventud,
en Polonia, y recorre la Unión Soviética. Tanto en Polonia
como en Checoslovaquia fue vitoreada. En París hace su espectacular
presentación durante el Festival Internacional Folclórico
realizado en el Anfiteatro de La Sorbonne, cantando sola: "Salí
con mi guitarra al escenario y sentí un murmullo casi de desaprobación.
Todas las otras delegaciones eran numerosas y llenaban el escenario:
yo me sentía asustada y muy pequeña. Sonó la
guitarra y se hizo silencio inmediatamente. Tuve que cantar siete
veces, obligándome los aplausos atronadores". Violeta
logró gran éxito y colocó a nuestro folklore
a una altura alcanzada jamás por nadie. Fija su residencia
durante dos años en París, grabando allí sus
primeros discos y sus recitales transmitidos por radio y televisión.
Regresa a Chile en el 56, y al año siguiente se traslada a
Concepción, contratada por la Universidad de la ciudad. Funda
y dirige el Museo de Arte Popular de esta ciudad y graba nuevos discos,
además de reiniciar su labor de recopilación folklórica.
"La muerte del angelito".
En 1958 vuelve a Santiago y comienza a pintar y hacer
tapices. Ofrece recitales por todo el país y graba nuevas canciones.
En 1960 cae enferma y debe permanecer largos ocho meses en cama. Durante
ese tiempo se inicia como arpillerista, inventando materiales y técnicas
para ello. Explicaría: "Tanto tiempo no podía quedarme
sin hacer nada. Un día vi lana y un pedazo de tela y me puse
a hacer cualquier cosa. Nada surgió. Nada sabía, y era
porque, en el fondo, no tenía claro qué quería
hacer. Volví a tomar el pedazo de tela y deshice todo y quise
copiar una flor, pero, cuando terminé no era una flor, sino
una botella. Quise ponerle una tapa a la botella y surgió una
cabeza, entonces, le puse ojos, nariz y boca: era una dama, como esas
que van todos los días a la iglesia a rezar". Conoce ese
año al músico suizo Gilbert Favre, estudioso del folklore
sudamericano.
Viaja en 1961 a Buenos Aires y después a Europa,
junto con sus hijos mayores. Participa en el Festival de la Juventud
en Finlandia, y recorre gran parte de la ex Unión Soviética,
Alemania, Austria, Italia y Francia. Vuelve a fijar su residencia
en París durante tres años. Canta en La Candelaria y
en L'Escala. Graba discos, realiza exposiciones de sus trabajos y
recitales de canto en la UNESCO y el Teatro de las Naciones.
En Francia, donde residió unos meses, se reveló
esa otra virtud de Violeta: sus trabajos manuales. Ella comenzó
en las artes plásticas donde los maestros terminan, exponiendo
en el Museo del Louvre. En cierto documental dedicado a ella por la
televisión Suiza, una periodista le pregunta a Violeta que,
si tuviera que elegir un solo medio de expresión artística,
¿cuál elegiría?
-"Elegiría quedarme con la gente, son ellos
los que me inspiran hacer todas estas cosas".
La entrevistadora, entonces, insiste: ¿pero, si debiera elegir
solo uno, ¿cuál?
-"Me quedaría con la pintura -le responde
Violeta-. Porque la pintura es el punto triste de la vida. Me esfuerzo
por hacer salir de allí los aspectos más profundos que
hay en el ser humano".
Ya reconocida por su música, en Francia da a
conocer sus tapices y pinturas, realizados a imagen y semejanza de
sus sueños, de lo que veía, del mundo y las cosas. En
Ginebra, la portada de "La Dauphine Liberé" titula:
"Ginebra descubre a Violeta Parra. Extraordinaria artista chilena:
pintora, escultora, ceramista, experta en tapicería, cantante,
guitarrista, poeta, compositora..." En el catálogo de
su exposición en El Louvre, la investigadora Ivonne Brunner
escribe: "Violeta no es una desconocida en Francia. Utiliza un
lenguaje poético y simbólico, dando un significado a
cada tema, a cada color, sin por eso descuidar el lado plástico
de su obra. Cada una de sus arpilleras es una historia, un recuerdo
o una protesta en imágenes".
En una entrevista para la televisión francesa,
su hijo Ángel Parra recuerda: "Todo lo que realizó
mi madre lo hizo por iniciativa propia y prácticamente sola.
Fue ella misma quien quiso exponer en el Louvre, y, un día,
simplemente partió con sus telas a hablar personalmente con
el director del museo, quien luego de expresar que sometería
la obra a la estricta Comisión de arte del Louvre, le dijo:
"Es una gran artista, ¿sabe usted?"
Y Violeta se vuelve la primera artista latinoamericana
que expone allí individualmente. Tuvo dos meses para preparar
la exposición: 26 pinturas, 22 tapices, pequeñas esculturas
en alambre y sus máscaras cubiertas con granos de arroz, con
lentejas, con semillas, al estilo de un mosaico. Ella misma confeccionó
el afiche que anunció la exposición. Sobre una arpillera
negra, con un gran ojo bordado al medio, se anuncia:
"Violeta Parra. 8 de abril-15 de mayo. Tapicería,
escultura, pintura. 109 rue de Rivolí. Musee des Arts Decoratifs.
Pavillon de Marsan. Palais del Louvre". Era el año
1964, y en los trabajos que vieron de ella los franceses estaba Violeta
entera, como se veía: alegre, vivaz, irónica, y también
dolorosa, triste, fugaz, sola.
En la expresión plástica de la artista
están también los temas de su música. Ella misma
diría: "Me esfuerzo por mostrar en mis tapices la canción
chilena, las leyendas, la vida de la gente. Y las ideas que tengo
que me parecen indispensable decirlas, hacerlas".
De su tapiz titulado "Contra la guerra", Violeta
dijo:
"Sucede que en mi país hay siempre desórdenes
políticos y eso no me gusta...En esta arpillera están
todos los personajes que aman la paz. La primera soy yo, en violeta,
porque es el color de mi nombre".
En otra de sus arpilleras, "El Circo", muestra
una escena de circo y se ve a Violeta, a los 11 años, tocando
la guitarra y cantando, como lo hizo al comienzo y al final de su
vida. Aquí ella se pinta en lo alto a la izquierda, en verde
claro y no en violeta como siempre, "para expresar que estaba
feliz cantando".
De "El Hombre", otra de sus creaciones, diría:
"Es en verde porque es la esperanza; su alma es una música;
pero se escapa sin cesar como el pájaro". Quizás
si se refería al trágico amor que trizó su corazón
en París.
Están también presentes en la expresión
plástica de Violeta los velorios de angelitos, tradicionales
de toda nuestra América. Así como el sufrimiento del
campesino, que expresa en figuras desoladas, recostadas a punto de
caer. Atrae, especialmente, la atención el recurrir de Violeta
a dos símbolos constantes: la búsqueda de Dios y la
búsqueda del hombre. Uno, representado por la imagen repetida
de Jesucristo, y otro por el bordado o dibujo de ojos que ubica en
los más diversos sitios. En "El borracho", a modo
de ejemplo, todas las botellas tienen ojos. Y son siempre ojos vivaces,
al acecho. Ella decía al respecto: "Me aprovecho del momento
cuando tengo necesidad de hacer ojos, porque si me saltara de la cabeza
a los pies, sería algo totalmente diferente. Dejo los pies
para una próxima vez".
Violeta se reconocía autodidacta. No tenía
estudios formales y nada sabía de técnica o fórmulas.
Simplemente creó su arte pictórico tal cual como escribió
sus canciones: con su don más allá de lo comprensible,
con intuición, mente y un trabajo constante. En sus pinturas
y arpilleras emplea una cantidad enorme de colores, diciendo con cada
uno un sentimiento. En alguna ocasión lo explicó así:
"Las cosas son simples. No sé diseñar, yo invento
todo, y todo el mundo puede hacerlo. No sé dibujar y no hago
dibujo alguno antes de comenzar mis tapices, sino que voy viendo,
poco a poco, lo que debe ponerse. Voy llenando espacios en mis tapices...Y
con mis pinturas: ellas están todas en mi cabeza; como mis
canciones. Cuando siento que hay una persona sensible o que le nace
un sentimiento al ver lo que hago, me quedo tranquila. Sólo
hago algo en lo que pueda poner la emoción. Cada trabajo es
para mi único. En mis telas tengo treinta personajes, y cada
expresión de ellos es única, ellos hacen cosas distintas,
pero yo tomo un solo color y viajo por todos los cuadros para conservar
lo que siento cuando quiero dar una expresión, así sea
el mismo personaje. Yo misma a veces tengo el color de mi nombre o
el color verde que es de la alegría y que me cuesta más
que ninguno, o el rojo si estoy enojada y denuncio...siempre uso como
base los colores araucanos: amarillo, negro, violeta, rojo y rosado
de copihue".
Cuenta su hija Isabel en una entrevista en México,
que Violeta comenzó a pintar con tempera sobre cartones alrededor
de 1959: "No tenía dinero, por eso pintaba sobre cartones.
Tampoco tenía taller. Pintaba en cualquier rincón de
su casa; incluso no contaba con un atril. Y nunca firmó sus
cuadros". Por primera vez mostró sus obras en la Feria
de Artes Plásticas de Santiago, y es seleccionada para representar
a Chile en la Bienal de Sao Paulo. Pero, duras críticas, impiden
su viaje a Brasil en manera oficial. "Violeta -recuerda Isabel
Parra- fue muy discriminada". En Chile oficialmente se desconoció
su labor como artista plástica hasta 1992, en que, por primera
vez, se hace una retrospectiva de su trabajo en una muestra de 33
cuadros y tejidos. De lo que se conserva en Santiago, hay fisonomías
particulares a lo que hizo Violeta en este campo: concurrencias cromáticas,
soluciones de composición inspiradas en la vida diaria del
campesino, texturas propias, enfoques desconcertantes del espacio,
vacíos en que flotan personajes, ya en atmósferas etéreas,
ya en hoyos negros, más negros que la noche, y que parecen
presagiar la tragedia de su final. Los personajes, con quizás
qué pensamiento acechándoles, siempre miran de frente
al espectador, con ojos diciéndolo todo, a veces desamparados
y tiernos, tristes en general. Hay en los héroes humanos de
Violeta una tristeza implacable, que logra penetrar hasta en las escenas
de mayor jolgorio. También surge aquel personaje masculino
amenazante, el amor perdido, cada vez menos trazado, como ya resignada
a la tragedia de la soledad del corazón. Nos muestra hombres
borrachos o muertos, tendidos. Siempre hay una guitarra, aquí
o allá, como presencia amada más acá de todo.
Tampoco olvida nunca el crucifijo, como presencia constante de lo
sobrenatural. Sus tejidos en arpillera son espléndidos, realizados
bordando con toda su alma el genio que llevaba dentro. El entrelazado
de colores que tejen sus lanas e hilos es complejo y rico, sin que
la historia pierda nunca su importancia capital. Ella siempre dice
algo. Se hacen notables las avecillas que, con vida propia, juegan,
revolotean o miran con esos, sus ojos de Violeta. Se ven también
cuerpos formados de puras líneas, grecas y símbolos
que rescató de tribus indígenas bien definidas. En sus
arpilleras están presentes, además, y en manera importante,
varias escenas que representan combates navales, en que su tema es
único: la valentía del héroe Arturo Prat Chacón,
por quien Violeta sentía especial admiración. La ejecución
fantástica de sus ejecuciones plásticas, de hecho, la
constituye su arpillera que tituló "Combate Naval",
de 1964, en que retrata una inolvidable hazaña en el mar: el
barco enemigo tiene el aspecto de un monstruo marino que vomita hombres
voladores, tendidos, enfrentados al héroe y a una bandera chilena,
en un juego de trazados verticales y horizontales que danzan sobre
cabezas desgajadas al ras de los círculos que forman las aguas
bravías. Su obra plástica es magnífica. Pero
la pasión que la hizo clásica es su música, sus
canciones. ¿Acaso es posible pensar otra cosa al leer los versos
de Gracias a la Vida?
"Gracias a la vida que
me ha dado tanto,
me dio dos luceros que cuando los abro
perfecto distingo lo negro del blanco,
y en el alto cielo su fondo estrellado
y en las multitudes el hombre que yo amo.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado su oído que en todo su ancho
graba noche y día, grillos y canarios;
martillos, turbinas, ladridos, chubascos
y la voz tan tierna de mi bien amado.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado el sonido y el abecedario,
con él las palabras que pienso y declaro,
madre, amigo, hermano y luz alumbrando
la ruta del alma del que estoy amando.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la marcha de mis pies cansados;
con ellos anduve ciudades y charcos,
playas y desiertos, montañas y llanos
y la casa tuya, tu calle y tu patio.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me dio el corazón que agita su manto
cuando miro el fruto del cerebro humano,
cuando miro el bueno tan lejos del malo
cuando miro el fondo de tus ojos claros.
Gracias a la vida que me ha dado tanto.
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto,
así yo distingo dicha de quebranto,
los dos materiales que forman mi canto
y el canto de ustedes que es el mismo canto
y el canto de todos, que es mi propio canto".
Luego de su último viaje a Europa, Violeta Parra
regresó a Chile en junio de 1965. Instala en las afueras de
Santiago una gran carpa, en La Reina, para entonar su música
y de inmediato se convierte en un centro de cultura folclórica
chilena. En 1966 viaja a Bolivia, donde canta con Gilbert Favre. Regresa
con él a Chile. Viaja por el país cantando en teatros.
Compone sus últimas canciones, que graba acompañándose
de sus hijos y del músico uruguayo Alberto Zapicán.
Se suicida el 5 de abril de 1967 en la Carpa de la Reina. Era otoño
y estaba sola.
© Waldemar Verdugo
Fuentes
Sociedad de Escritores de Chile