Mauricio Wacquez

 
 

 

 

Mauricio Wacquez
La muerte es simple e irrefutable


Hace unos días murió en España Mauricio Wacquez, cuya obra narrativa es uno de los hitos inevitables de la literatura chilena actual. Wacquez -quien consideraba que la palabra tenía más peso que lo real- fue un estilista a ultranza y a la vez un perseverante irracionalista.


por
Matías Rivas
en
El Metropolitano, 1 de septiembre de 2000

Mauricio Wacquez murió lejos, aunque no solo. Para los lectores nacionales su nombre ha sido encumbrado a la categoria de “interesante personaje literario”, olvidando sus escritos y enfatizando el mito del rebelde. El que fuera un prosista admirable, un cazador prófugo de una moral recóndita y, más curioso aún, un chileno culto capaz de decir cosas imperdonables en un pais de escritores de piernas juntas, no merece que lo disculpen por haber sido él mismo a pesar de los otros. Se encuentra algún consuelo en sus palabras desafiantes: ‘‘Soy un hedonista innato y la libido es la emoción sexual que nos da el impulso para vivir y traspasar la barrera de los estúpidos, de los demagogos, de los que tienen las armas y nos amenazan. Nada hay en el mundo que me pueda apartar de la prosecución del placer y me he dado permiso para todo”.

Wacquez fue ante todo un tipo que encarnó la contradicción, y lo hizo sin culpa y deliberadamente. Era superlativo, avasallador, un tanto histerico, vociferante, fiero, delicado, insolente, impulsivo y riguroso. Su opción por la literatura no le dio otra respiración que los tropiezos de una suerte marcada por la premisa de Blake, según la cual el camino del exceso es el mismo de la sabiduria. Sin embargo, esta máxima no le impidió abandonar su decisión de ser un estilista (uno de los pocos en nuestra historia literaria) que se impuso la tarea de alumbrar las partes más sórdidas de la condición humana, con sus victimas y victimarios, y a la vez iluminar el amor, sus ecos, intensidades y riesgos. Todo lo hizo con una pericia formal y con una mirada inconfundiblemente eséptica frente a las verdades finales y las ideologias totalitarias.

Nació en Colchagua, donde vivió una infancia idílica que recordaría incansablemente; estudió filosofía en el Pedagógico de Santiago y en la Sorbonne, especializándose en el lenguaje de San Anselmo. Hizo clases hasta el año 72 en la Universidad de Chile, y cansado del apremiante medio nacional, se radicó definitivamente en Calaceite, Barcelona. Tradujo a Flaubert, a Julian Green, a Cocteau y a otros por devoción y para ganarse la vida. Además, redactó a pedido toda clase de textos. Su visión de la historia de Chile y su concepto de los generos literarios lo Ilevaron a escribir sin apuro ni ansiedad con inextinguible delicadeza y pasión.

En 1975 publicó Paréntesis (Barral Editores), una obra en que las voces de cuatro personajes se yuxtaponen musitando las pequeñeces de la vida y los avatares del amor y sus recovecos. Seis años despues, en Bruguera, apareció la que sería hasta la fecha su obra más arriesgada y quizá la mejor de todas, Frente a un hombre armado (1981). En ella, Wacquez descuartizó, con una prosa a la vez tersa y exuberante en sus recursos, los vericuetos de la violencia, la sexualidad y el impulso del poder. Definió este libro, subtitulado “Cacerias de 1848”, como “una reflexión brutal acerca de lo biológico: el poder es celular y no podemos escapar a ello. Es el modo de ser de lo vivo. Dominar y ser dominado, poseer y ser poseído son categorías dialécticas constitutivas de nuestra condición”. Antes habian aparecido el volumen de cuentos Cinco y una ficciones (1963) y la malograda novela Toda la luz del medio día (1965). Posteriormente publicaría el delicado conjunto de relatos Excesos (1971) y su última producción en vida sería Ella o el sueño de nadie (1986),narración que pasó sin mayor pena ni gloria. Wacquez tambien se dedicó al ensayo, destacando entre sus publicaciones una introducción a la obra de Sartre.

A Mauricio Wacquez le debemos el merito de su agudeza para encontrar un intersticio profundo y original por el que observar la memoria y sus inmediaciones, asumiendo a ambas con la franqueza de un irracionalista perseverante. Y aunque la muerte es simple e irrefutable, su recuerdo no nos abandonará fácilmente, puesto que en unos meses Editorial Sudamericana publicará la primera parte de su Trilogia de la oscuridad. Bajo el titulo Epifania de una sombra, los lectores se enfrentarán al desafío que impone una volumen escrito con el convencimiento de que “la palabra siempre ha tenido más peso que lo real. Para mi importa más la vida dicha que la vivida. La novela es una autobiografía en dos sentidos. Primero porque alude a la biografia de su autor y luego porque ella misma se transforma en biografia, en existencia literaria vivida, irreversible como todo conocimiento”. E. T.

 

Wacquez por los otros:

“En el amor todo monólogo se niega a si mismo, como por razones paralelas, todo diálogo es de alguna manera un monólogo en otra dimensión del ser; en el amor, hablar es crear espejos, entrar en ese juego de facetas hialinas que se devuelven las imágenes desde un torbellino de ceniza y falenas”.
“Para cosas así parece tener la clave Mauricio Wacquez, y clave significa tambien llave, es decir apertura y regreso; ¿quien ama aquí, quíen es espejo o Irene o ese que va a Ilegar, o ese que es ésa? ¿Quién lee, quién habla, quíen escribe en este juego de látigos sonrientes?”

Julio Cortázar, en el prefacio a una edición francesa de Excesos.



“Toda realidad, en Paréntesis, menos la realidad -o la irrealidad- del amor, está suprimida. Los personajes actúan despojados de toda característica, preocupación, idea, atributo, filiación, contexto, que no sean aquellos que se relacionan con el amor. Uno conoce a los cuatro seres que se desplazan por el tablero tan estrictamente definido donde se juega Parentesis, sólo en cuanto a sus diferentes posiciones, en un momento o en otro, en relación con el amor (...). Lo curioso -y lo positivo a mi entender- de esta meditación siempre dramática y Iúcida, es que ella, igual que los personajes, no está comprometida con nada, ni con la moral ni con la sociología, y existe sólo en cuanto ella misma, ajena incluso a la psicología. Jamás la voz del autor, como tal o disfrazada de la voz de alguno de los cuatro personajes, se pregunta que es el amor, si es válido, si es real, si es lícito, si se puede escribir hoy novelas como estas, que, como las novelas de Virginia Woolf, más parece un poema -y no puedo dejar de pensar en el poema a seis voces que es Las olas”.

]osé Donoso, en el prólogo a Paréntesis (edición de Barral, 1975).


“En la módica prosa chilena, donde, digamos, se destacan Federico Gana, Neruda, Manuel Rojas, Alone, Luis Oyarzún, el aporte de Wacquez no sólo representa un enriquecimiento del belle canto sinó que, además, un ingreso del contenido en la interioridad del fraseo, acercándose así a esa forma ordinaria del lenguaje, como dice el diccionario, al secreto latido de la poesía”.

Germán Marín, en la revista Textos (Guadalajara, Mexico, 1975).


“Este chileno radicado en Barcelona, miembro de la que podria llamarse generación del 60, no sólo ha husmeado el tono elegante de Scott Fitzgerald o el vitalismo muscular de Kerouak, sino que también conoce a fondo al Marques de Sade, y tiene, por añadidura, una formación filosófica que le permite comprender los dilemas ideológicos del mundo moderno. El resultado literario es bastante desconcertante, de una audacia erótica desusada en nuestras latitudes ( sin el “destape español” es dificil que el libro se pudiera publicar en nuestra lengua), y de una fuerza de lenguaje, un ritmo y una pasión verbal poco frecuentes en las novelas castellanas”.

Jorge Edwards, en una crónica titulada “Camino del exceso”, escrita en 1981 tras la aparición de Frente a un hombre armado.


 

 

 
 

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