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MAURICIO WACQUEZ. "Frente a un hombre armado":

La rabia y el descaro de Warni

Pablo Simonetti
Domingo 23 de Noviembre de 2003




Se podría decir que la reedición de "Frente a un hombre armado", del escritor chileno Mauricio Wacquez, fallecido en 2000, tiene los efectos de una primera edición para una novela de vida fugaz en las librerías chilenas durante los años ochenta.


Frente a un hombre armado, frente a Juan de Warni, frente al chevalier, el aventurero, frente a Mauricio Wacquez y su pluma poderosa, cargada de la cultura como munición, del ejercicio estético, de la curiosidad, del riesgo, de la explosiva mezcla de pasión, inteligencia y conocimiento. Como si nuestra herencia cultural fuera impulsada a través de una gruesa tubería en pulsos vertiginosos, donde los ensambles rechinan y amenazan con descuajar la linealidad del acostumbrado curso del pensamiento occidental. Wacquez se monta sobre la roca culminante de sus lecturas y su pasión por la vida y desde ahí clama a un cielo ciego, encapotado y terco. Se halla solitario en ese peñón y desafía el viento que su insolencia despierta, como una bestia herida que ha ascendido hasta el desolado promontorio para descargar su furor.


Ciencia y belleza

En la novela lo hace disfrazado como el hijo de una familia próspera, cercana a la nobleza, envuelta en la más correcta civilidad. Gente de lustre e impecables costumbres. Es precisamente ahí, en el centro de la aristocracia rural de la Europa del siglo XIX, en medio de un arreglo plácido y sofisticado, aparentemente libre de tensiones, donde Wacquez libera las fuerzas de su memoria, donde la bestia escarba la carroña barrida bajo el colchón de la molicie.

Wacquez lo hace con las artes que su tradición cultural le ha brindado, una prosa fina y precisa, brillante, erudita. A pesar de ser una novela escrita hace ya veinticinco años, su lenguaje no resulta anacrónico; por el contrario, llega al momento actual a renovar nuestro lenguaje, a renovar el poder de sus armas. Sorprende, por ejemplo, el conocimiento acabado de los temas más diversos como la cacería, los procedimientos de guerra, la aviación, la botánica, el paisaje chileno, el protocolo, la equitación, la vitivinicultura y diversos procesos científicos. Cada uno de estos tópicos es abordado con la soltura de un entendido, pero, y he aquí lo sorprendente, con un lenguaje sometido al mismo ejercicio de belleza verbal que impera en toda la novela. Demuestra, por tanto, que el conocimiento técnico y científico puede ser bellamente difundido. En cierto modo vuelve a los clásicos griegos y romanos que aspiraban a conocer el mundo sin abandonar la poesía. Mauricio Wacquez desafía el quiebre entre ciencia y humanismo que trajo la ilustración y afirma la evidente convergencia de ambos en el ideal estético.

Su prosa también inunda de posibilidades el erotismo. Un erotismo cargado de cultura, de verbo, de historia. Como si nos ofreciera una multitud de formas para cargar nuestra sexualidad con las más diversas fuentes vitales, el sexo se convierte en una culminación del hecho de ser humano, en todo el ámbito de sus deseos, de hitos biográficos, de lecturas, de nuestra realidad heredada y adquirida, de nuestros mitos.

La vida de Juan de Warni, nuestro protagonista, culmina en el acto sexual. La bestia grita de indignación y de placer. Se retuerce herida por el arma que la penetra y la somete. Vocifera, pero no garabatos y obscenidades como cabría esperar; de su boca brota, en cambio, una síntesis de la memoria. Allí están el padre, la madre, el amante de su madre, el hombre que ama, y está él y otro él, y su deseo de poder y las fantasías de esa memoria que ya no es más un pozo estático desde donde extraer recuerdos para recrearlos, sino un plasma dinámico que se reinventa, que engaña, que se mueve en el tiempo y la identidad. Todo lo anterior converge en el acto sexual para convertirlo en una suma del hombre; y lo más admirable es que lo consigue a través de un lenguaje límpido sin el más mínimo asomo de vulgaridad o cursilería.

Los actos sexuales en los que participa Juan de Warni, reales o imaginados, donde es Juan y Alexandre, Juan y Juan, el príncipe y Lolo le Fou, el príncipe y su madre, son caminos hacia la cima del promontorio y dan curso respectivamente a la clave biográfica, la clave psicológica, la clave del poder, a la clave edípica. Incluso, pareciera que la novela en su totalidad intenta exacerbar el placer del lector, ofreciéndose y luego ocultándose, mostrándose primero como un hombre que se entrega desnudo, de cara al paredón, para que los lectores, el pelotón, lo vejemos en serie antes de ajusticiarlo, para luego girar y revelarse como un hombre armado pronto a disparar contra nosotros.

En cuanto al contenido, me concentraré en uno de los motivos principales de la novela: "la angustia de no ser quien se debe ser" o "el deseo de ser otro". Desde el "limbo de nebulosas y bochornos" que es la infancia, crece a la vida un niño cuyas inclinaciones repentinamente vislumbradas en la sonrisa de Alexandre, el ayudante de caza, ponen en juego su futuro: "Estuve
a punto de comprometer fatalmente lo que mi abuelo, mi padre y yo mismo esperábamos de mí. ¿Qué tenía ese mundo para que las cosas se dispusieran al revés de lo que se me pedía? ¿Qué proceso monstruoso, enfermedad o demencia hizo presa de mí, precisamente en el momento en que yo debía cobrar todas las presas?". La desintegración del futuro señalado lo hace caer enfermo: "Tendido en una silla de reposo, en el fondo más oscuro de mi habitación, repasaba los detalles de mi pasado, buscando la trizadura, el accidente que me había convertido en ese personaje irreconocible. Por eso concebí el proyecto de esta crónica, para averiguar en los pliegues menos visibles de mi vida las razones que me arrojaron fuera de la órbita trazada".


Héroe cocinero de 1848

La mayoría de las personas que han debido enfrentar la revelación de su homosexualidad cuando niños se ha hecho esta pregunta. En rigor, quien se haya enfrentado en su intimidad con una "diferencia" que ciertamente acarreará el rechazo de los suyos ha exigido una respuesta a esta cruel interrogante. La reacción del protagonista es brutal. Su mente enfebrecida no le deja escapatoria: es un fraude para sí mismo y para los demás. Brutal es también el pasaje cuando sale de su aislamiento en Perier, la casa familiar, ya de dieciocho años y se marcha a París. Durante las revueltas de 1848, toma parte en la defensa de un club de la nobleza asaltado por una turba, al cual lo han invitado sus primos. Dispara con precisión de avezado cazador a la línea de avance; sin embargo, llegado un instante, al caer en cuenta que el asalto tendrá éxito de cualquier forma, cambia de atuendo con un cocinero, lo mata y bajo su nueva identidad llama a los sirvientes del club a la rebelión.

Se juega la vida, seguramente lo matarán, la proximidad de la muerte lo llena de placer, por fin se librará de sí mismo. Sin embargo, los empleados lo siguen, matan al mayordomo y degüellan a cada uno de los nobles, incluso a sus parientes. Él es ungido por los exaltados como el héroe de la jornada. Y en medio de tales vicisitudes, el personaje reflexiona: "El ayer estaba al frente y me miraba con recelo. Yo ya no era ése, sino el diseño de un futuro irrepresentable, cualquiera y todos, aunque nunca más ese que me miraba con recelo. El antiguo y torturado despojo que agonizó en una silla de enfermo había desaparecido por un acto tan momentáneo como la muerte o como ese vacío blanco que separa el orgasmo del primer juicio coherente".

La peripecia imaginada por el autor para liberar a nuestro protagonista del lastre de su pasado se transforma en una lección de vida. Es una muerte figurada, donde el Juan que debía ser y no podía ser, muere para sí mismo y para los demás e inicia una nueva vida desde la nada, desde el infinito de posibilidades.

Desde este exilio, o mejor dicho, desde esta nueva patria, Juan nos hereda un nuevo código de vida para seguir adelante, aquel que se hace imprescindible cuando nos vemos enfrentados a un futuro desanclado del pasado: "De esta manera, la patria, las orillas, la lengua, no han sido más que momentos de las tantas patrias, lenguas y orillas que he vivido. No quiero decir que haya pretendido nunca abandonar el lugar de nacimiento. La prueba está en que hoy lo necesito y lo busco. Pero, al fin, ese lugar no se abandona jamás si por un territorio entendemos un recinto no mayor que un jardín, que un corazón o que una inteligencia. El verdadero exilio es la ausencia de claridad, la incuria, la estupidez. Para mí, la patria ha sido muchas veces un rostro, una melodía, una llanura de olivos ventilada por el aire lleno de celajes. También, y sobre todo, ha sido un agua". El libro está lleno de hallazgos inteligentes y bellos. He debido vencer la tentación de transcribir largos pasajes del libro para ilustrar la profundidad y la elegancia de Wacquez al reflexionar acerca de la "diferencia", sus causas y sus resultados. No hay recetas, sino una intimidante lucidez que a veces hiere y otras conforta. Sin duda, será mejor que los lectores tomen el libro en sus manos y descubran los pasajes que a cada uno le resulten significativos. En una frase, en un párrafo, puede estar la clave para iniciar una íntima reflexión.

Subamos al promontorio desolado junto a Wacquez y desde ahí gritemos nuestra indignación. Invoquemos una nueva esperanza. La rabia y el descaro presentes en este libro nos darán la fuerza para avanzar hacia un nuevo arreglo social que mitigue el padecimiento de tantos que en este preciso instante sufren solitarios, arrinconados, invadidos de temor a sus padres, a sus hermanos, e incluso a sí mismos.

 

 

MAURICIO WACQUEZ: "Frente a un hombre armado"
Editorial Sudamericana, 2003, 207 páginas.

 

 

 


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Mauricio Wacquez: La rabia y el descaro de Warni.
por Pablo Simonetti.
Fuente: Suplemento Artes y Letras de El Mercurio.
Domingo 23 de Noviembre de 2003.
Cuerpo E. página 11