LA 
              BREVE ETERNIDAD DE RAYMUNDO NOVAK
              de
              Willy Gómez 
              Migliaro
             
              La Breve Eternidad 
              de Un Hombre Solo
             Ljudevir 
              Hlavnikov(*)
          
           
          
          
            Cierto es que con el paso del tiempo la herrumbrosa y ordinaria heráldica 
            del nombre propio adquiere una determinada figura acumulada. El ejercicio 
            de creer en la palabra implica no sólo la firme voluntad de 
            hacerse digno de aquella primera palabra con la que nos llamaron al 
            mundo, sino también la de dar categoría de verdad eficiente 
            al cuerpo que lo ejecuta en acto y potencia, en poder  y 
            bienestar. Todo desencuentro fatal entre la palabra tutelar y el cuerpo 
            propio crea pues la cicatriz de estar, quebrados o ajusticiados, por 
            un determinado modo de ser para ser con el otro que nos llama. Asombro 
            y estupor de no ser los llamados sino los que deben aprender a llamar 
            de nuevo al mundo, luchar contra una voz sin rostro ni patria, y a 
            esa doble llama darle la forma corporal de texto escrito para hacer 
            visible y aparente la otra voz ante la incredulidad del ojo que ve 
            lo oscuro como si fuera transparente. Deshacerse y desear con el otro 
            esa palabra-rito que reúna el mundo en sus diversos ciclos 
            de tiempo y dimensiones de espacio implica desconfiar del poder de 
            esa palabra primera y uncial que crea un llamado a lo no conjunto, 
            a lo no religado a su naturaleza plural y liberada, a lo no integrado 
            en sus experiencias de ruptura y transición hacia aquella comunión 
            y diálogo con lo que está ajeno a nuestro devenir inmediato. 
            La palabra de encuentro surge después del extravío del 
            cuerpo por esas jornadas de convocamiento y llamamiento, aparece como 
            un episodio privilegiado entre el caos y la arbitrariedad verbal, 
            para llamar falso poderío a la forma sin forma. Después 
            del largo peregrinaje por el dorso de la lengua el llamado no es del 
            tú personal y privado, sino del nosotros, allá en los 
            puntos cardinales de un nuevo mundo que ha sido recobrado en la duración 
            de una experiencia.
y 
            bienestar. Todo desencuentro fatal entre la palabra tutelar y el cuerpo 
            propio crea pues la cicatriz de estar, quebrados o ajusticiados, por 
            un determinado modo de ser para ser con el otro que nos llama. Asombro 
            y estupor de no ser los llamados sino los que deben aprender a llamar 
            de nuevo al mundo, luchar contra una voz sin rostro ni patria, y a 
            esa doble llama darle la forma corporal de texto escrito para hacer 
            visible y aparente la otra voz ante la incredulidad del ojo que ve 
            lo oscuro como si fuera transparente. Deshacerse y desear con el otro 
            esa palabra-rito que reúna el mundo en sus diversos ciclos 
            de tiempo y dimensiones de espacio implica desconfiar del poder de 
            esa palabra primera y uncial que crea un llamado a lo no conjunto, 
            a lo no religado a su naturaleza plural y liberada, a lo no integrado 
            en sus experiencias de ruptura y transición hacia aquella comunión 
            y diálogo con lo que está ajeno a nuestro devenir inmediato. 
            La palabra de encuentro surge después del extravío del 
            cuerpo por esas jornadas de convocamiento y llamamiento, aparece como 
            un episodio privilegiado entre el caos y la arbitrariedad verbal, 
            para llamar falso poderío a la forma sin forma. Después 
            del largo peregrinaje por el dorso de la lengua el llamado no es del 
            tú personal y privado, sino del nosotros, allá en los 
            puntos cardinales de un nuevo mundo que ha sido recobrado en la duración 
            de una experiencia.
          LA BREVE ETERNIDAD DE RAYMUNDO NOVAK es la ruta de un tiempo al revés 
            que traza la historia de un hombre que ha decidido dejar la ciudad 
            por los campos, ha decidido asimismo callar para que los hombres puedan 
            oír y saber de su mortalidad y su morbo para con la destrucción 
            del mundo. Esta trayectoria no es por la recuperación y el 
            solaz de los campos, aunque estamos ante un sujeto de retorno, es 
            una nueva ruta para llegar al espacio de lo conjunto, al umbral de 
            lo epifánico. Su lenguaje oscila de lo alto a lo feraz en el 
            sentido estricto del término porque habrá de reconocer la agonía sin la piedad humana, y habrá de 
            resentir el asco y la miseria durante la apoteósica muerte 
            de dios entre los hombres. La atmósfera de sus jornadas evocadas, 
            así fragmentarias como ambiguamente numerarias, es la de un 
            otoño crepuscular respecto de todo lo creado, aquello donde 
            la austeridad y su corrosión han impuesto la desnudez del objeto 
            para la exposición cínica y voraz de los sentidos. Agotamiento 
            físico y vejez que no señalan ninguna experiencia de 
            conocimiento válido para justificaciones porque toda praxis 
            y todo sentimiento moral le han sido esquivos, generando depresión 
            y apáticos gestos de representar una humanidad que decae en 
            el ensimismamiento y la autoflagelación. Tacto y vista se reconstruyen 
            hacia lo amplio y la expansión es de un movimiento amorfo y 
            vacío; mientras que olfato, oído y gusto se arraigan 
            en lo vertical y la orientación de una caída sin fin. 
            Si el tiempo parece reemplazable lo es en la medida en que los objetos 
            han dominado sobre la acción humana repitiendo al unísono 
            su deterioro, mientras que el quehacer cotidiano de este hombre persiste 
            en el límite de la acción, él es el quieto testigo 
            de una iniquidad, el que vigila la acción corrosiva del péndulo 
            sobre la nada.
 
            reconocer la agonía sin la piedad humana, y habrá de 
            resentir el asco y la miseria durante la apoteósica muerte 
            de dios entre los hombres. La atmósfera de sus jornadas evocadas, 
            así fragmentarias como ambiguamente numerarias, es la de un 
            otoño crepuscular respecto de todo lo creado, aquello donde 
            la austeridad y su corrosión han impuesto la desnudez del objeto 
            para la exposición cínica y voraz de los sentidos. Agotamiento 
            físico y vejez que no señalan ninguna experiencia de 
            conocimiento válido para justificaciones porque toda praxis 
            y todo sentimiento moral le han sido esquivos, generando depresión 
            y apáticos gestos de representar una humanidad que decae en 
            el ensimismamiento y la autoflagelación. Tacto y vista se reconstruyen 
            hacia lo amplio y la expansión es de un movimiento amorfo y 
            vacío; mientras que olfato, oído y gusto se arraigan 
            en lo vertical y la orientación de una caída sin fin. 
            Si el tiempo parece reemplazable lo es en la medida en que los objetos 
            han dominado sobre la acción humana repitiendo al unísono 
            su deterioro, mientras que el quehacer cotidiano de este hombre persiste 
            en el límite de la acción, él es el quieto testigo 
            de una iniquidad, el que vigila la acción corrosiva del péndulo 
            sobre la nada.
          Aquí acude la paráfrasis y su maquinaria desnuda, aquí 
            acude la imaginación para reclamar una forma en medio del caos, 
            la virtud de lo que renace desde los campos, en los escombros de una 
            distancia lúcida que a su vez da luz a lo oscurecido por lo 
            antes hegemónico. Raymundo Novak nos lleva sin remedio a un 
            lugar límite, nos conmina a su distancia y su otredad de habitante 
            o natural, para anunciar con rigor lo que se aproxima. En la horizontalidad 
            y la distancia de los campos, el sujeto de retorno revela su trance 
            de cuerpo sin nombre. Aquí primero lo visible, luego lo palpable, 
            dice. Y el lugar desde donde nos anuncia su voz y su rostro están 
            vueltos hacia la naturaleza de lo que fluye y así fundidos 
            con la corriente de las aguas y los vientos, porque todo diálogo 
            con lo creado no es sino con lo más elemental, con la atmósfera 
            de aquello que no ha sido más que una trayectoria hacia la 
            muerte; es el mundo sin la fija estructura del mundo revelando su 
            elipsis hacia el cosmos, y sólo hemos accedido a él 
            tras aceptar la catástrofe de una huella perdida, apenas trazada 
            para que sea proliferación de la materia dispersa o descompuesta. 
          
          Cuando voz y visiones se funden a la transfiguración del sujeto 
            para ser llamado y llamar al mundo no estamos ante la recreación 
            de un mito sino ante la fábula cotidiana, estamos en la experiencia 
            de un sujeto que contempla y recuerda, concentra y engendra su origen 
            en otra lengua. En la palabra-rito, Raymundo Novak hace de su voz 
            un juicio de si mismo, construye su propia condena y su redención, 
            y se resiste a volver al otro lado, donde toda legitima autoridad 
            le es usurpada. El obsesivo recorrido por los escenarios de la memoria 
            en que violentamente han sido profanados los símbolos y sacrificadas 
            las criaturas deviene en la serena fundación de un hombre solo 
            en la otra soledad del mundo.
          La razón que sobrevive y vigila Raymundo Novak tiene la cualidad 
            de ser una visión de la atmósfera iluminada por la fidelidad 
            a su breve duración, a su inminente sensación de presente. 
            Al rescatar del pasado las visiones y las voces de todo aquello que 
            fue perdido y desacreditado en su origen verdadero con la amarga declaración 
            de lo ausente, el sujeto de retorno avizora para si la mortalidad 
            de su cuerpo recobrado. La eternidad por la que habla Raymundo Novak 
            no reclama cielos ni dioses, sino la virtud de ser y la nobleza del 
            acto, conjuntos en un solo rito enunciado, un nominalismo funcional 
            que operando en la dinámica del mundo genere una armónica 
            desaparición en el tiempo de lo aural y los espacios infinitos 
            de lo perfecto.
          La Punta, Septiembre 
            del 2005 ................. 
           
          
           
          
            (*) Ljudevir Hlavnikov (Severomoravsky, 
            1987) ha regresado al Perú luego de estudiar ingeniería 
            de sonido en la Universidad de Gjod. Ha compuesto "Canciones 
            Concretas" y diseñado "Non Píeceless" 
            y "The Amniotic Loto", ambos para el II Festival de Música 
            Estática de Wellspring en 2003. Integró la intervención 
            urbana "Intramuros Libro Mural" en Lima, bajo el auspicio 
            de Tranvías Editores. Actualmente prepara un libro-objeto titulado 
            "Tangente Trino Transversal" para la editorial Sofisma de 
            Máquina Virgen, en Curitiba, Brasil.