Nací en el año de 1968 en la Maternidad de Lima, mis padres vivían en el Centro, pero el terremoto de 1970 derrumbó nuestro hogar en la calle Conde de Superunda, y los hizo buscar otro lugar donde vivir. Pronto se mudaron al populoso distrito de San Martín de Porres donde yo hice vida de barrio junto a mis dos hermanos. Mi padre era obrero gráfico que apenas había alcanzado la secundaria, un lector voraz de novelitas de espionaje del FBI y de vaqueros; mi madre, una siciliana, ama de casa, poeta y fans de la música de la nueva ola. En consecuencia, puedo decir que soy hijo de la clase obrera, y me siento orgulloso de mi extracción de clase. Creo que los que venimos de barrios populares o periféricos conocemos los distintos matices de la violencia, porque somos los primeros en ser golpeados, sea por nuestra condición de pobres o marginados con que el poder y la burguesía nos estigmatiza hasta ahora; sea porque la disfuncionalidad en las familias trae consigo cientos de patologías, sea porque entre nosotros mismos excluimos o nos excluimos racialmente; o sea porque nos convertimos en depredadores o abusadores sexuales. Lo claro es (e históricamente y científicamente está probado) que el poder y sus intereses económicos siempre neutralizarán todo tipo de avance popular.
Mis padres me educaron y me recalcaron siempre el amor al prójimo y a la equidad. Eso marcó definitivamente mi modo de ver y sentir la vida y sus procesos de cambios sociales.
Hacia el año de 1978, bajo la dictadura militar de Francisco Morales Bermúdez, me vi por primera vez indignado. Bloqueaba las pistas de la Avenida Perú ante las alzas de los productos de primera necesidad, ante el abuso contra los trabajadores de las fábricas, ante los toques de queda, ante el reclamo de mis vecinos combativos y ante sus perseguimientos, y finalmente, ante sus muertes o desapariciones. Aprendí a no temerle a la violencia, pero sí a la ignorancia y al populismo, quizás porque siempre fui un niño de lecturas políticas y literarias en la biblioteca de mi colegio, llamados en ese tiempo, Grandes Unidades Escolares. La mía fue la GUE José Granda donde inmediatamente me solidaricé con la famosa huelga del 79 de muchos de mis profesores. Fue en la escuela, también, donde reafirmé mis valores y las luchas justas no solo de los que sufren, sino de todos los que buscamos un mundo mejor.
Hacia comienzos de los años 80 donde se restablece un principio de democracia bajo la presidencia de Francisco Belaunde Terry, pero que en mi sentir no era más que la de un poder endeble, ficticio e hipócrita.
Fue en esos años que entendí uno de los procesos de nuestra historia más tristes que me ha tocado vivir. Un grupo marxista-leninista-maoísta-Pensamiento Gonzalo se alzaba desde la clandestinidad contra un viejo estado represor, burgués y capitalista. Esa guerra política interna que muchos quieren negar con el viejo truco de “terrorismo” no fue sino una lucha en la que uno de los grupos debía establecer su poder. La guerra devino en miseria y muerte, un país desolado que tuve que reconocer en mi cuerpo, en mis sueños y en mi propia escritura. Tomar partido para muchos jóvenes que vivieron la ilusión de un mundo mejor, fue un error y acabaron muertos, desaparecidos o en fosas comunes. Fue una época en que yo me convertí en un fantasma, en un paria que caminaba por las calles de Lima y testimoniaba en mi escritura toda esa devastación de la guerra política interna. Fue una época de persecuciones y amenazas cuando con mi amiga la poeta Dalmacia Ruiz Rosas y muchos otros poetas, intentábamos cantar y denunciar en las calles los genocidios, las desapariciones, las amenazas y la muerte de tantos inocentes que se convirtieron en blancos de ajusticiamientos innecesarios.
Hace unos años el compositor y cantante Piero Bustos, recuperó un poema mío que yo había perdido en una de mis andanzas fantasmales por la ciudad. El poema, que esta noche tienen ustedes en sus manos llevaba o mejor dicho lleva por título El devoramiento interior y narra la historia de una joven de provincia que es acusada de pertenecer al bando de Sendero Luminoso. El ejército llega a su pueblo, matan a todos y se la llevan a ella. La culpan de un atentado a una comisaría, pero ella dice ser inocente. La brutalidad con que es tratada y el estado de inconciencia en que queda, es desgarrador. Cuando la creen muerta, es arrojada a un montón de cuerpos putrefactos en un patio de un cuartel del ejército peruano. Ella aún con vida, logra escapar y llegar a Lima en busca de ayuda. Nunca la encuentra. Los procesos de paz que empieza a vivir el país entero hacen de ella una mujer valiente y que puede ser capaz de cambiar y olvidar. ¿Olvida esta mujer todo aquello que le quitaron? El poema arremete en una distopía alucinante. Ella se esfuerza, cambia de nombre, es una peluquera, digamos exitosa, en su barrio y está al lado de un hombre que la ama; pero no puede con su cuerpo ni con su mente. Algo perdió. Nada salva a los que están heridos, nada cura a los que hemos perdido nuestro cuerpo de verdad o nuestro territorio sagrado. Finalmente la locura se apodera de esta mujer quien prepara su última cena y solo se escucha el cerrar de un picaporte por dentro. ¿Qué pasará? ¿Qué pasó? El poema no explica nada, solo sugiere. Sin embargo, con esto quise decir, tal vez, porque no recuerdo cómo ni cuándo lo escribí, pero sí sé que así nos sentíamos muchos jóvenes ante un país en ruinas. Es decir una búsqueda con el silencio o la muerte.
Recuerdo que cuando muchos de nosotros marchamos para derrocar la dictadura de Fujimori y sus esbirros, logramos una fuerza y una unión. Sin embargo cuando tuvimos que vivir los procesos de paz y poder reconciliarnos, esto fracasó.
Yo por aquel entonces, y gracias a mi esposa que me presentó a una dirigente asháninka, Jhenny Hilario, pude irme a vivir con ellos y con los hermanos notmasiguengas por un periodo de tres años. Viajaba por río y trochas días y noches con maestros bilingües y recolectábamos cuentos orales, además de compartir con ellos ese oscuro proceso de la violencia política. Las comunidades amazónicas de nuestra selva, especialmente los ashánikas y nomatsiguengas fueron los más golpeados por el terror, un tercio de su población fue desaparecida y muchos vivieron desplazados. Luego del llamado proceso de paz ellos preferían olvidar, era muy fuerte el dolor. La memoria actualmente es un vacío para ellos. No hablan de restitución, aunque algunos desplazados han vuelto a sus comunidades, pero prefieren olvidar esa etapa de terror. Creo que de aquí a veinte o treinta años, mis hermanos asháninkas y nomatsiguengas serán capaces de recordar y contar a sus hijos y nietos que hubo un tiempo en que nuestro país y nuestra selva peruana, también se desangró.
Y he ahí que todo mi lenguaje cambia y durante diez años trabajo en silencio el que vendría a ser mi libro más ambicioso Construcción civil donde hago un retrato y canto el amor y la alegría de los hombres que algún día serán restituidos.
Hoy comprendo que en la construcción de un país las democracias fallan, los gobiernos populistas son atroces y la violencia sigue conviviendo con nosotros. ¿Podemos hacer algo contra ella? Pues sí, transformarla. Porque en un país como el nuestro la brecha política, económica y social es grande. No podemos negar la lucha de clases en nuestro país. Esa es la dialéctica de nuestras vidas. Los cuerpos quebrados de eros y tánatos hoy buscan ser restituidos más que nunca.
Yo sigo siendo, todavía, un sobreviviente de un país complejo llamado Perú.
Willy Gómez Migliaro LUM, 09 noviembre 2017
[1] Testimonio leído el pasado jueves 09 de noviembre en el Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social de Lima durante el ciclo de poesía, memoria y violencia “Nuevos avances y retrocesos en lo que va del mes de noviembre”, organizado por Paolo de Lima y Luis Fernando Chueca, conformado por dos mesas en las que también ofrecieron su testimonio Marco Martos, Abelardo Sánchez León, Carlos López Degregori, José Antonio Mazzotti, Domingo de Ramos, Violeta Barrientos, Miguel Ildefonso y Valeria Román. (Victoria Guerrero moderó la primera mesa).
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Testimonio de Marco Martos
Ciclo “Poesía, memoria y violencia. Nuevos avances y retrocesos en lo que va del mes de noviembre”
en el LUM - Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social, 8-9 noviembre 2017.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez
Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com
LA LUCHA DE CLASES A PROPÓSITO DEL CICLO: POESÍA, MEMORIA Y VIOLENCIA. NUEVOS AVANCES Y RETROCESOS EN EL LUGAR DE LA MEMORIA LA TOLERANCIA Y LA INCLUSIÓN SOCIAL DEL MINISTERIO DE CULTURA DEL PERÚ (LUM)
Por Willy Gómez Migliaro