Umbrales emboscados
Inque dies magis in montem
succedere
silvas cogebant...
LUCRECIO
No se llega a conocer bastante el Bosque,
el linaje
de su corazón no echa raíces.
Vigilia tumultuosa de las hojas,
seres
parpadeantes.
Fuera de todo alcance el cielo dadivoso.
Solares
monedas doradas reúnen sobre el humus
el rescate de las más
cautiva edad.
Todo
el abatimiento del amanecer
en el claro del bosque:
para una
sombra plácida, cuántos umbrales
animosos.
Celebra el día:
no asistes al recuento de la Peste,
no
te suman al fragor del hierro.
Oscura labor de los amaneceres:
sembrar el fruto mustio en
la semilla.
Por ellos llega al padre la impiedad del
hijo
errante.
A su
llamado se hiende a la vera de tu cuerpo
la frontera
irreversible
y el frío habla más claro en su voz de
mordedura.
Alzas
la mirada como se emprende un vuelo a ciegas;
en medio del vaho
asaetado de luz y pulsado de trinos
se cumple sin rencor la núbil
henchidura de las yemas
sobre rígidas ramas
renegridas.
Hojas
caídas diseminadas al albur,
su envés volcado en desvaída
cartomancia.
El
sol locuaz
el patio taciturno
la sombra geómetra y su paso
monacal.
El
cielo no alza todos los vuelos
que contiene,
pero la tierra sí
sabe de reptaciones.
Senderos desgreñados, raíces laboriosas.
Razón
del verdor de las encinas:
enaltecer la frágil palidez del
hongo,
fruto umbrío.
Latitud del mar que el sol desaloja,
eterno es lo que muere
sin óleos,
sin cortejo, sin gólgota.
La
muerte sólo desnuda,
el tiempo amortaja.
Alienta tu plazo más impaciente,
bebe de tu sed a manos
llenas.
El tiempo es piel, tatuaje tu espera.
El
vino renueva tu sombría fidelidad
por lo caído.
Desprendimiento furtivo de la tibieza del sol
sobre la
piel, pesadumbre sin rencor.
Como
entra la mirada en la ceguera la tarde va ocupando
un cauce
pleno.
Desolladura sin queja de los horizontes:
Nada se agrega a
nada ni se resta.
Avanza el lienzo sobre el sueño del difunto
y en tu propio
sueño crece ya la certeza de haber soñado.
Tejida de Laberinto y de Intemperie
la noche, templo y
cadalso, desata los perros
y vacía los espejos.
Atizar el sueño.
Velar el surco célibe del pie en la
ceniza.
Se
agosta la bella estación.
La tierra se izará hasta el sopor de
las hojas.
Dolencia de una siembra yerma, sin indicio, sin horas.
El
humus otoñal supo guardar memoria de tus pasos
pero ignora
siempre tus raíces.
Vuelo
breve de las hojas,
.....
migración
tras una vaga promesa de retorno.
Nostalgia de
harina en el molino atascado.
Sobre el vasto cuerpo abatido se
yerguen ahora
las altas lanzas del martirio
.... y descienden en bandada
ingrávidos
párpados fríos.
Acerca cada día la Ciudad al Bosque.
Feurs/París, 1982.
Rosa gris
Detrás de los pinedos y más extensa que ellos,
encubierta
y batiente, creció para tu asombro
a todo lo amplio de la larga
noche recia
la cercanía del Mar
en acto bautismal para los
ojos, para el sobrecogimiento
de todos los sentidos.
Para
aquel instante tuyo que no creció contigo.
Tras el recinto de tu
sueño esperó a tu edad más
impaciente
............... la vasta edad del Agua,
tu
primera certeza inamovible.
Eran las aguas sorprendidas en pleno
estado de palabra.
El cuerpo de todos los hallazgos
y su voz
ya próxima tendida hacia tu encuentro:
................ contra la mañana tumultuosa se
iba irguiendo
la galana apostura, el don jamás desposeído
de
la gran rosa gris.