"...sovra' l bel fiume d' Arno
alla
gran villa".
DANTE, Inferno, XXIII
Errancia indeleble de las vetas
del
mármol,
estelas o estigmas, filones desvaídos
de una escritura
de presagios.
1
Buscas sin hallarlo el punto que duerme
en el cuadrado que
el triángulo aprisiona:
seguirás por ello a resguardo de
nada,
a manos del penar y la zozobra, acechado de riesgo.
No
hay un corazón que late al centro de cada cosa
ni rehuye el vacío
los parajes en torno.
Geometría remota de la ciudad discorde
a
fuerza de erguirse entre la furia y la fiesta,
un pie en el ayer
dispendioso de olvidos, un pie lapidario
en el hoy día que el
mármol tolera.
Que no detengan tu mirada las insumisiones del
olivo,
mano desguantada a mansalva.
Vigila el erizamiento de
hoguera de los cipreses,
la escolta sombría.
2
Propagación cobriza de las Torres
al despliegue del ancho
amanecer toscano,
apacigua nuestra victoria palmo a
palmo
sobre la certidumbre inhabitable.
Contagia tu propia
lentitud en la derrota a nuestro
enardecimiento de fundirnos en
la unanimidad de la
mañana.
Con sigilo de conjuración la
fanfarria nocturna
se ha replegado en orden.
En nosotros se
acalla el vocerío embozado de nuestra
duda única.
A contraluz
de todo y enclavada en la mudez
crece en impaciencia la hora
tenaz, mediodía de todos
los eclipses.
3
Reflejo de los puentes, migración fluvial
que nada
agota,
el Arno, divisorio y pródigo, toma cuerpo esta vez
al
pie de nuestra vigilia.
Cambiante monotonía del deambular del
agua,
como un reptar de sombra en el pórtico de un solar en
duelo
entra sin apremio mayor el volumen del Puente
en la
hendida paridad del equinoccio,
sin menoscabo, sin
alianzas,
en pleno clamor de las dagas y el fustigar de los
emblemas.
Ignora el puente los asaltos del asombro de
amanecer
en pie,
el Agua no abandona su hastío de no fluir
sobre
otro lecho.
4
Ciudad luminosa expatriada en el crepúsculo,
presta su
lenguaje a tu palabra,
confía a su fijeza tu mirada en
aflicción.
La deriva de la lluvia en las cornisas improvisa
un
rumor nuevo.
Ahora que patios y fuentes caen en trance de
verbo
darías un nombre a cada una de las flores ilusorias
que
se apagan y al instante recrudecen, incontables,
sobre las losas
irisadas de las plazas.
Ahora que el ladrido implanta su santo y
seña en las
colinas
como una efigie en campo heráldico.
Es
apenas un rocío de sucesivos marchitamientos
que la noche irá
apegando al sopor de los cuerpos.
Adora esos ídolos extensos
o
quema en silencio tus altares rendidos.
Como va esfumándose en su
transparencia tangible
la copa hundida a fondo,
así se sume en
su sedoso florecimiento impalpable
la ofrenda sin resguardo de la
heredera impúber,
eclipse de párpados y labios,
infancia de
cuanto llega a ser efímero.
5
Siena, Nínive toscana de levitaciones góticas,
hermana
gibelina e impune como lo es mi desazón
a la proximidad de tus
umbrales.
Del estrago de las simulaciones del olvido
sabremos
restañarnos, nunca del traspié de una memoria
que se repliega a
ciegas.
Las ciudades son la forma finita de la impavidez
de
las cosas ante el festín de los amantes, o su duelo.
Eres
la capital todavía obstinada de un febrero dos
veces
inclemente,
su cielo repintado de gris hasta la
trama,
ni estrépito ni trinos bajo la llovizna
cabizbaja.
Indolente profanación cotidiana de los días
que
exceden tu medida de ojivas y de cúpulas
y que son toda la ruina
de mi propia desmesura.
No es de tu puerta que un paso me separa,
aunque mi pie
no lo dará sin sobresalto:
callas o muerdes un
nombre que ya no supiste proferir
como un conjuro,
el sonido
que acompaña a la disolución de un cuerpo
acariciado hasta su
fantasmagoría o hasta su nostalgia.
Maquinaria inservible del
amor dislocado.
Siena es un cuenco nacarado que acercas a tu
oído,
allí escuchas en sordina un oleaje desatado de
cabalgatas
en fuga.