Sobre un cuadro de Giovan Battista Moroni,
en
l´Accademia Carrara, Bérgamo.
Bajo la
unción de una realeza momentánea
de brocado y perlería
la
majestad menuda de su lozana atildadura,
nada más que encarnación
premonitoria de una damisela
de baraja,
nada menos que de
nuestra fuga en tránsito
la hija desprovista.
No soy
en su mirada el Otro de mirada alguna,
ahora que el que soy no me
dictan sus ojos:
todo es conjetura si no perplejidad en la consigna
muda
de un encuentro hecho de imágenes,
apenas el hallazgo mutuo
de una manera de sombra
y la huella de un destello,
a despecho
de quienquiera, en virtud de nada nuevo.
Desde
su edad en remanso la Ninfa más propicia
me prodiga así entre
todos
una mirada que puedo sin riesgo sostener.
Desposeimiento inapelable de toda posesión,
ojos de otro
vértigo acercaron nuestro paso
al borde del secreto que no
somos
a fuerza de ignorarlo.
Ella
aquí nos atrae a la duración quebradiza
de su otrora en
suspenso,
aligerados del peso de ataduras el lapso de tregua
de
un trasluz
ni desvarío ni rencores, ni reproches ni
éxtasis,
mientras vuelca el carillón tardío su cascada
aquietadora,
como una imposición de manos leves
sobre algún
dolor sin cuerpo venido a la memoria.
Piazza
Navona
No
buscas Roma en Roma, aunque Roma te encamina
paso a paso
hasta
la Plaza de los Ríos Cardinales,
recompensa emboscada en el claro
del ocre.
El Orbe
en la Ciudad, y en la ciudad la Fuente,
eterna a sus horas perdidas
de antemano
a la espera de consignas convenidas
por la agonía de
las horas.
Sólo a
nombre de ríos terrenales sus divinidades
encalladas en la piedra
dividen y no reinan.
Esfinges tácitas de un secreto a
voces,
persisten en trances de arrebato, absortas
con humano
desaliento en el juego de durar.
Así es
a nombre de sí misma que despliega el agua
el nombre de una
saciedad sin restañar
-la prosodia de un arrullo, un resabio
acallado en un murmullo-
mientras los amaneceres recobran en la
fuente severa
el precio que suma al desborde de los días
el
ademán esquivo de su estancia cegada de destellos.
Palabra
en germen infructuoso,
el surtir de la Fuente es ahora un afluente
de
irrigaciones estancas:
sedimentos de fijeza en la fluencia,
fluidez
infundida a la quietud,
hiladura de arena que deja
escurrir entre tus dedos
su dispendio.
Todo
cuanto permanece es porque ha sido proferido.
Improbable que bebas de estas aguas, improbable
que de viva
voz el acto que tu sed desdiga
se apegue en cuerpo y alma a tu
palabra;
un sueño arrancado de su cauce las retuvo en
su remanso
y nos retiene,
causa
pura embancada en la zozobra de agosto.