"Me siento cerca de los
débiles porque soy uno de ellos"
por Claudia Alamo
fotos: ULISES
NILO
Ha
ido acortando sus tiempos para escribir. Sólo dos años tardó
en ponerle la firma a su primera novela,
El día más blanco, que acaba de
publicar. Más sereno, aunque no menos intenso, este hombre
decidió correr los velos de su infancia e indagar en sus
miedos más profundos. La búsqueda de un padre que partió
demasiado rápido (murió cuando Raúl tenía dos años) la
presencia de una abuela, una madre y una hermana marcaron el
amor de la niñez, pero también el terror. "Quiero que muramos
todos juntos". Esa era la obsesión que lo atormentó por años.
Ahora, más adulto, el poeta parece caminar con menos
carga.
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... Una
casa con paredes desnudas. Un gran parque de arboledas, hortensias y
manzanillones rodean el frontis. Atrás, un gallinero ordenado, con dos
aves generosas que ponen huevos frescos. Es el espacio de un poeta que
ha buscado refugio en los cerros que amurallan el Cajón del Maipo.
Allí vive Raúl Zurita con su mujer, Amparo Mardones, y las dos hijas
de ella, que él considera propias. El olor a café llena los pasillos
blancos. Hay vida en ese espacio que han ido armando de a poco, pero
con sello definido. Se intuye que han querido hacer de esa casona un
palacete italiano.
Maceteros de albahaca y otras hierbas aromáticas
inundan la terraza. Se come bien en esa casa. Zurita pareciera dejarse
querer, tal vez abandonar, en la energía de su mujer. Ella es la
activa. El es el artista. Y es fácil imaginarlo deambular por esos
largos tablones de parqué antiguo o perdido en el jardín donde ladran
tres perros quiltros recogidos de la calle, mientras ella arma el
nido.
... Raúl Zurita tiene ojos
profundos y cristalinos. Ahí están sus 49 años encima, sus memorables
libros de poesía, Purgatorio, Anteparaíso, Canto a su amor
desaparecido y La vida nueva. Está registrada la locura
de cuando pintó el cielo de Nueva York con su poema La vida
nueva con letras de humo blanco y de cuando escribió en tres
kilómetros del desierto Ni pena ni miedo. Están los premios,
los dolores, la desesperación y las marcas también de sus propias
heridas.
... Zurita, que camina lento
como resaltando lo encorvada que se ha vuelto su espalda, ha escogido
ese escenario para indagar en su pasado, en los recuerdos de la
infancia. Desde allí emerge su primera novela, El día más
blanco, que acaba de publicar. Se trata de una suerte de
autobiografía en la que se muestra frágil y vulnerable como el niño
que fue. Según él mismo ha reflexionado, este libro "es la metáfora de
un hombre que ha sufrido y que ha luchado mucho por merecer su propia
sobrevivencia y alcanzar la dignidad de una vida".
... Más allá de lo que confiesen sus palabras, no
hay dudas de que la mirada de Zurita está más calmada y tranquila. No
se ven los destellos que terminaron por marcar su rostro en 1975
cuando él mismo atentó contra sí. No fue el único episodio. Hoy Zurita
explica que esas agresiones "tenían que ver con la salvación en
momentos extremadamente difíciles tanto síquicos, sociales como
físicos. Es como las guaguas que si no chillan, se mueren. Entonces,
cuando hice un par de actos así -que fueron totalmente solitarios por
lo demás-, fueron el chillido de la guagua. Si no chillaba era porque,
entonces, la guagua decidía morirse", confiesa.
... De alguna manera, este libro le ha servido
para saldar cuentas. Sin embargo, parece concentrado en seguir
metiéndose hacia dentro, hurgando en sus profundidades más ocultas. Es
como si, de pronto, le viniera un ataque místico que le exigiera el
retiro voluntario de todo. Porque, en el fondo, es víctima, como
cualquier gran artista, de sus encierros.
... Mientras fuma, piensa y argumenta, da la
sensación que siempre hay algo que lo incomoda, que no le permite
estar en paz ni siquiera con sus certezas. Y también, como todo
mortal, es pícaro, risueño, cotidiano. Nitan grave ni tan alambicado,
aunque distinto, por cierto.
-Usted, que ha
tenido la pasión puesta en la poesía, ¿qué le gatilló la necesidad de
escribir una novela?
-Creo que fue una sensación, una especie
de desesperación sobreviviente y antigua. En un momento dado, tuve la
necesidad de saber más, de indagar en mí. Seguramente para quedar en
paz con quienes he querido y les he hecho daño, y también para poder
entenderme un poco más. En el fondo, cada vez más, entiendo este libro
como una carta.
-¿Una carta
dirigida a quién?
- No lo sé bien. Es como querrer decir -tal
como digo en un poema- "él no fue más malo que otros, sólo que no
siempre siguió el camino correcto". Seguramente he tenido todas las
fallas que puede tener un ser humano. Y siento que con esta novela he
querido explicar de dónde viene. Entonces, tal vez, es una
justificación frente a todos aquellos que he querido.
-¿Significa,
acaso, que se está asomando a una nueva etapa, rompiendo con sus
mitos?
-Sí, siento que hay un cambio. Uno no sabe los años que
le toca vivir. Por lo tanto, de pronto tienes que presumir que estos
pueden ser tus últimos minutos. Entonces, antes de irme, quería dejar
esa especie de carta para que aquellos que me quisieron y yo he
querido, pudiesen entender un poco más algunas conductas mías que, en
un momento dado, les pudieron parecer incomprensibles. Porque, la
verdad, es que también eran incomprensibles para mí.
-¿Y en qué
encontró esa respuesta: en la ausencia del padre?
- La verdad
es que siempre tuve la imagen de un padre ausente, pero no me afectaba
en lo consciente hasta que una vez me vi en un paisaje del desierto
diciendo: "No puedo más". Allí, la imagen más recurrente, era la cara
de mi padre que nunca vi realmente. Y me di cuenta de toda la falta
que me había hecho. Pero también tengo la sensación, mirando más a
fondo, que esto se empezó a gatillar mucho antes, en un episodio que
es más antiguo todavía. Recuerdo que cuando vino el Papa, una
pobladora le habló de nuestros sufrimientos, de lo desvalidos y solos
que estábamos. Ella le hablaba a un padre, a un padre que no teníamos.
Esa imagen no se me borró nunca. Tengo la sensación de que ahí empezó
algo de este libro.
"SIEMPRE FUI
FRÁGIL"
-¿Y
qué tan golpeado quedó tras ese viaje a su infancia?
-No sé si
tanto. Al final de cuentas, los hechos son los hechos y lo único que
uno hace al reescribirlos es otorgarles la conmiseración y la piedad
que los hechos, en sí mismos, jamás tuvieron. Allí están mis
vergüenzas, los actos que nunca me hubiera gustado hacer, ahí está la
separación con mi abuela.
-Hay
otro tema incesante en su novela: el pánico a la pobreza, a la
fragilidad que ronda su infancia.
-Diría que es más una
fragilidad espiritual que material. Lo que prima es la sensación de un
niño que empieza a tocar su cuerpo y se da cuenta de que tiene un
hueso salido, que es chico de hombros... y que eso es inmodificable.
Te hablo de una precariedad física que me acompaña hasta hoy. Ahora
estoy viejo, pelado, tengo várices, me canso, fumo como chino, me
encorvo, pero siempre he sentido mi cuerpo como el de un niño, con la
misma fragilidad. Y eso lo percibí como a los siete años, en una
piscina. Ahí supe que ni este hueso ni mis hombros caídos iban a
cambiar.
-¿Cuánto influyó en su fragilidad la presencia fuerte de su
abuela?
-Mi abuela fue la adoración de mi vida. Fue la mujer
que más he querido. Entiéndeme: hablo de adoración. Y era tanto el
terror que tenía de que un día se muriera que, en cierto sentido, la
maté en mí antes de que eso sucediera. Entonces, me he dado cuenta de
que, al final, mi más grande terror no era la pobreza, sino que la
muerte. Por eso, este libro muestra finamente las emociones que me
provocan ciertos recuerdos.
-El
temor a la pérdida ¿cuánto lo conecta con sus hijos?
-No sé. A
mis hijos los veo, los amo, tengo una buena relación. He sido un padre
distante, me he separado... Pero ellos me han tenido. En las buenas o
en las malas, yo estaba... Es curioso, siempre he tenido la sensación
de que me van a poder entender un poquito. Tal vez no justificarme,
pero sí comprender. Ellos me han visto como un poeta. Y si algunas
veces fui arrogante y agresivo fue solamente por defensa.
-¿No
teme ser visto con compasión luego de haberse expuesto, tan
claramente, con todas sus fragilidades, miedos y dolores?
-No
para nada. Siento que al lector le sucede lo mismo que a mí frente a
los libros que me emocionan. O sea, si siento misericordia por Ana
Karenina que se lanza a un ren o con la muerte de Romeo y Julieta, es
porque en el fondo estoy sintiendo pena por mis propios Romeos y
Julietas que yo misme he sido y por todas las veces que, como Ana
Karenina, me he querido tirar a una línea de tren. En el fondo, esas
obras se escribieron única y exclusivamente para que nunca más dos
jóvenes tuviesen que morir por amor, víctimas de luchas implacables
que ni siquiera eran las de ellos. Pero como la vida y la historia de
la literatura es el intento más sublime y más patético -porque no
alcanza- por evitar que los hombres cometan esas mismas locuras y
excesos.
QUIETO, PAUSADO
-¿Cree que ha logrado saldar cuentas pendientes consigo
mismo después de este libro?
-Siento que me ha ayudado para
empezar a quedar en paz con lo que ha sido mi vida. Me sorprende, por
ejemplo, ser un sobreviviente. Haber sobrevivido a mi propia vida, a
lo que hoy podría ver como mi propia demencia, ser un sobreviviente en
un país de desparecidos. Eso me sorprende tanto como tener la
impresión de que sobreviví a mi padre. Es como si ahora yo fuese su
padre. El murió a los 31 años y yo voy a cumplir 50. Hace mucho que yo
soy mayor que él. Entonces, cada vez se me transforma más en un
niño.
-¿Habría estado en condiciones de escribir este libro en los
años ochenta?
-No, no lo habría podido escribir. Sé que mi
pasión es la poesía. Ese es mi canto y desde ahí no me he dejado
ninguna puerta de escape: bueno o malo, he entregado todo lo que
podía. Pero con la misma certeza sé que éste no era el momento, al
menos para mí, de cantar. En esos años, quien escrbió esos poemas, era
un ser sufría mucho, pero qeu luchaba mucho también. Y ahora, el que
escribe esta novela es alguien que no quiere cantar.
-¿Qué quiere hacer?
-Quiero mirarme a mí mismo, pero
no porque sea un tal Zurita que no es más que un par de letras entre
millones de otras en la guía de teléfonos, sino porque sé que si nos
hundimos en nosotros mismos, de verdad y a fondo, entonces estamos
mirando también a los demás porque allí, en esa profundidad, somos
todos hermanos. Incluso Contreras, incluso Pinochet. Monstruosos
hermanos nuestros, pero hermanos al fin y al cabo.
-¿Y qué
queda de éste hombre que en los ochenta lideró una vanguardia a nivel
cultural? ¿Enqué siente que se ha convertido?
-Siento que he
vuelto a las mismas cosas de siempre. Creo, profundamente, que el tema
de este libro no es distinto del de Purgatorio. Es la misma
desesperación y esperanza simultáneamente. Pero la mirada es más
quieta, no tiene tantos énfasis y, tal vez, es más
profundo.
-¿Por eso optó por la prosa?
- Sí. La
poesía siempre es un realto entusiasmado, aunque sea terrible. Es
pasión. Sin embargo, escribiendo este libro experimenté una sensación
desconocida: estar compartiendo una infancia que excedía con mucho a
la mía. Hablo de una emoción que, siento, toca la fragilidad y la
necesidad de ser querido que tienen todos los seres humanos sobre la
tierra. Es un poco eso. Más aún, tengo la profunda sensación de estar
compartiendo algo que nos pertenece a todos irremediablamente y es el
terror a que se mueran nuestros seres queridos. Creo que ese miedo es
la manifestación más alta del amor. Todos queremos morirnos junto a
quienes amamos entrañablemente. Otra sensación que se me instaló
fuertemente es que el río de la dicha corre paralelo al río de la
desgracia, pero nunca se van a topar. Por eso, en los sucesos más
desesperados y trágicos, campea el hálito de la vida. Es como si
incluso el dolor y el sufrimiento fueran los altoparlantes que nos
recuerdan nuestra humanidad.
LA FUERZA DE LOS
DÉBILES
-
Hay en usted una suerte de veneración por el sufrimiento, por los
débiles. Es como si creyera que es ahí donde uno encuentra su
humanidad y no en la fuerza.
-Me siento cerca de los débiles,
de los devalidos, porque soy uno de ellos. Me considero un ser débil,
pertenezco a esa amrea. No poso de ser uno más. Soy profundamente
hermano de ellos porque soy uno de ellos. Los otros son otros.
Engordados por dentro. No importa que uno sea gordo por fuera. Lo
terrible es ver cómo algunos se van hinchando y se ponen guatones de
arrogancia, de egoísmo e insensibilidad. Ahí hay mucho dolor. No son
felices.
-¿Y usted lo es?
-En mi vida he tebnido
momentos de amor de tal intesidad que, aunque no sea feliz, siento que
me he ganado un paraíso. Y eso es bastante. Cualquier persona que haya
tenido una sola escena de amor en su vida, por pequeña y efímera que
sea, se ganó su paraíso y mereció venir a esta tierra. El amor es lo
único que importa. Todo lo demás, los dramas, los dolores, las
tragedias, son sustitutos que tienen que ver única y excluisivamente
con la incapacidad de amar.
-¿Se define como parte de los
débiles, pero usted no parece haber fracasado como tal vez sí les ha
sucedido a muchos desvalidos anónimos. Es un hombre reconocido. Ha
sido condecorado. Su obra poética ha sido traducida a más de ocho
idiomas...
-¿Quién sabe si no soy un fracasado? ¿Cuántos sueños
de imágenes impresionantes se van a morir conmigo y no las voy a poder
hacer nunca? No sabes las veces que he imaginado el cielo pintado,
entero lleno de figuras. Te lo juro. Pintado como una bóveda, como la
capilla de Miguel Angel, lleno de gente abrazándose, con los rostros
de la gente que uno ama. La verdad es que mis obras morirán conmigo y
habrán sido apenas un sueño.
-¿Por eso ha querido que el libro no sea visto como sus
memorias? ¿Hay algo que lo avergüence de esta fama de poeta célebre
que lo acompaña?
-No hay nada que me avergüence. Lo que pasa es
que esta es, simplemente, la historia de un hombre que recuerda cosas.
Por lo demás, nunca me han gustado las memorias como género literario.
Me parece muy falso. Me molesta la mentira que provoca la egolatría. Y
quien habla aquí, no lo hace desde ninguna posición de poeta ilustre,
sino que más bien de todo lo contrario. Por lo demás, descreo
totalmente de los juicios positivos o negativos que los demás puedan
hacer sobre el curso de una vida que ven de afuera.
"ARROGANTES
INTELECTUALES"
-Se
ha instalado a vivir entre los cerros.Escribe explorando el pasado.
¿Hay algo de o que quiera huir en el presente?
-Claramente,
uando uno vuelve atrás es porque hay una disconformidad. Mi sensaión
es que como país estamos viviendo un proceso muy duro, iniciando el
cruce radical por el desierto. Eso es irremediable. Y el desencanto,
la tristeza de los rostros en las calles va a ser cada vez mayor
aunque esta sociedad sea, aparentemente, cada vez más opulenta. Y va a
llegar el momento en que nos vamos a dar cuenta, en conjunto, de que
todas esas cosas que nos importaban tanto eran espejismos.
-Pareciera que le estuviera presagiando la muerte al
exitismo en el que hemos vivido en estos años. ¿Por qué lo
rechaza?
-Porque creo que la derrota, el fracaso, abren una
dimensión infinitamente más potete e interesante que el triunfo o el
éxito. La derrota lo es todo. Es tu humanidad. Tu desamparo. Con ella
logras tocar tu esencia. En cambio, con el triunfo apenas tocas unos
clarinetes que se parecen mucho a la vanidad.
-¿Desconfía también de la democracia que, en estos años, le
dio cabida a ese clima de éxito que hoy parece
desmoronarse?
-En un sentido, no desconfío. Chile se evitó una
tragedia. El sólo hecho que después de Pinochet no haya venido
unreguero de sangre y de muertes, me hace tenerle el máximo respeto y
consideración a os dos gobiernos de la Concertación. Sin embargo, creo
que el curso que ha tomado este país ha sido errado. Pero no había
otra posibilidad. Todo lo que estamos viviendo era inevitable. Escapa
de nosotros. Todo el poder está en el poder. Por ahora, no hay cuotas.
Es así. Y vamos a tener que cruzar esta etapa casi como una maldición.
Tendremos que llegar al fondo para darnos cuenta de que toda esta
adoración a los bienes, era sólo pompas de jabón.
-¿Ha
sido esta desalentadora percepción lo que lo ha mantenido alejado de
la escena de los círculos culturales?
-En cierto sentido, es
una distancia que uno mantiene siempre. Pero no puedo negar que no me
gustan las cosas que se están haciendo. A pesar de que soy muy amigo
de artistas y escritores, no estoy tan entusiasmado de o que se se
está produciendo en el campo del arte en este país.
-O
sea, a su juicio, no vale la pena estar ahí.
-No, no vale la
pena. Porque así como detesto la arrogancia del dinero, detesto la
arrogancia intelectual. No la soporto. Es el peor de los clasisismos.
Eso está muy claro en la Epístola de los Corintios de Pablo. "Fíjense
a quienes Dios ha llamado. No pertenecen a grandes familias. No son
gente instruida. Ustedes son lo que la sociedad considera escoria".
Bueno, es como si Dios hubiese elegido a lo que no es, para humillar a
todo lo que se precia de ser porque, como explica Pablo, la locura de
Dios e infinitamente más sabia que la sabiduría de los hombres. Ese es
el canto más alto que se haya hecho para homenajear a lo que es
humilde, a lo que no se precia de ser inteligente.
-¿Dónde ubica a esos arrogantes intelectuales?
-Creo
que hay un mundo bastante falso en el cual, probablemente, nadie es
culpable de manera individual. Yo no me siento partícipe de ese mundo.
No pretendo con eso ser un moralista ni el Padre de la Patria, pero no
quiero estar ahí.
-Sin
embargo, usted estuvo activamente en la escena de la vanguardia
cultural, ¿no cree que muchos podrían pensar lo mismo de
usted?
-En general, en los círculos estrictamente intelectuales
no he tenido mis fans. Hay intelectuales, llamémoslos entendidos, que
nunca han sido muy amigos de las cosas que yo he hecho. Me consideran
un optimista. Creo que los irrita que se rompan los límites. Nadie ha
hecho un libro así y pone la mano sobre su nueva obra). Puede ser
bueno o malo, no lo sé. Pero tampoco sé de alguien que se haya metido
así de fuerte en sí mismo.
-¿Y
eso le provoca orgullo?
-Si, pero no porque el libro sea bueno
o malo. Sino que simplemente porque no me privé de nada. Incluso, lo
hice a costa de haber salido muy mal parado. Nunca sabes cóm puede
terminar esta cosa. Te metes en ti mismo. Ves tus dolores, tus llagas,
tus vergüenzas, tus pequeñísimas alegrías. Y miras, de nuevo, a los
seres que amaste, cómo los perdiste. Bueno, existe la posibilidad de
que eso termine mal.
-¿Qué incapacidad tienen los otros para no poder hacer, a su
juicio, un libro así? ¿Es un problema de pudor?
-No, no es el
pudor. Es la falta de honestidad. Entones, obviamente, que en la
honestidad puedes equivocarte, pero por lo menos tienes la certeza de
que lo hiciste. Y si finalmente todo esto es un racaso y nada de sto
sirve, lo único que espero es que haya un rinconcito lo
suficientemente cálido donde se puedan ir todos aquellos que, sin que
nadie los obligara -sino que sólo por pasión-, terminaron por arruinar
sus vidas. Porque todo hombre que empieza a escribir sabe que el fin
puede ser así.
en revista
Caras. Chile. 16 abril de 1999.