EDUARDO
ANGUITA
Poesía
El Poliedro y el Mar
I
Me ha sido
dado un poliedro frente al mar :
un cuerpo muy sólido pero
invisible,
una compacta reunión de lejanías,
con todo su silencio
endurecido,
toda su ausencia próxima,
y cuanto más palpable,
despojado.
Era dulce dejarse ir por sus
aristas
más veloz que la mirada vuelve al sol,
ciego volar sobre
la línea pura hacia un encuentro :
cuando quise pensar en dónde
estaba, tuve un vértigo :
¡la arista, la línea, no era
nada!
Deslicé por la nada que
forman
dos caras del poliedro besándose :
del beso lineal quise
subir al labio,
tenderme en las superficies,
reposar por fin en la
extensión dorada.
Así, mientras lo
hacía,
desdeñe el azul profundo del oceano
desde mi valle de
cuarzo fantasmal.
Mas, ¿qué es eso? La
extensión también era sólo límite puro :
¡donde un volumen iba a
nacer, otro cesaba!
En ese silencio cortante,
en ese filo más
exiguo que entre beso y boca,
¿Había yo creído tocar la
substancia?
Sólo era volumen contra volumen despojándose :
¡y eso
que era la nada, inasible y fugaz,
con cuánto amor ausente me
atraía!
Frente al océano exclamé
:
¡Todo no es más que lejanía!
............-- ¿Qué sabes tú? Cien
niños juntos, cada uno de diez años,
¿suman mil
años?
No sé. Arrojé al mar el
poliedro
porque tuve conciencia que me había
mentido.
II
Cuando el besar del vino hace
saber al labio, ¿sabes tú lo que sabes?
Allí en el vino se reúnen, de
tantas partes han venido,
sabor, color, olor y cuántas cosas más
:
la suave pesantez, la penumbra hecha llama
se juntan allí como
en un simple ejemplo.
Pero eso no es el vino.
O bien :
Tras la flexible caricia del agua, presente sólo para
retirarse
cuando quieres cogerla,
está,
no lo húmedo, lo
fresco, lo que inunda y aniega.
Hay otra cosa. ¡El agua
también es
un ejemplo!
Contempláis un grabado en blanco y negro. Como niño,
lo dais
vuelta
por ver si la calle continúa al dorso
o el rostro muestra
al otro lado
la desconocida nuca de la infanta.
Habéis llorado,
talvez,
buscando. No comprendisteis
que es sólo una ilusión para
esperar.
Vemos el mundo, las avenidas, la boca viva en profundidad,
tibieza, blandura y consistencia;
vemos el mar, concentrado y
extenso, moviente y fijo.
¡Quien nos lo hubiera dicho en un
grabado!
El rostro del sol ..-que
aun ahora no podemos mirar-...no
es el sol.
Sólo es el sitio donde estará el sol.
El olor del
verano es sombra de olor.
El sabor del durazno, ¡sombra de
sabor!
Tal como los números respecto a lo sabroso de aquellas cosas
que enumeran,
no creas tú que es la relación de nota a nota lo que
vale.
¡Es el timbre capitoso del fagot o el oboe,
y es la negra
brillantez de la tuba!
¡Viola, tus vinos
sustanciales acogen al sol en tu ramaje humano,
ángel caliente en el
oído de la miel, venas frutales,
la sangre del estío y la abeja de
oro que corona
la cuerda de la vida dichosa que he de oír!
Eso es
lo que te espera. No es la línea del agua. ¡Es el agua!
¡Pero lo que
todavía bebes
es la línea y el número del agua!
La columna rota yace como un juego inmóvil de distancias :
las
abarca y colma en la medida
en que ellas, respetuosas, se
contienen.
¿Amarás la distancia, el volumen, la forma?
¡Ah! la
columna también es un ejemplo. No está aquí.
Sólo es un sitio y un
momento adonde han vuelto
volumen, tiempo, pesantez, forma y
distancia.
Ahí se tocan, se taponan, se resisten. Ninguna
puede
desplegarse hasta lo pleno.
Pero ella, la columna, ¿qué otra cosa es
sino una abstención,
una pausa, una esquina,
un compromiso, un
silencio?
Dime : ¿qué tiene lo fresco que no tiene el agua?
¿Y qué tiene
lo líquido que no posea el agua?
En cambio, el agua es mucho, mucho
más que ellos dos;
y es mucho más dúctil, que lo curvo y lo
líquido.
¿Y no es verdad que a ti te importa el agua mucho más que lo
fluido, que lo curvo y lo líquido?
Pero yo sé que hay algo que te
importa mucho más que el agua.
No lo conozco. Sólo sé que ésta es una
sombra de aquella otra.
En un charco de agua lo que ves es el reflejo
del agua.
¡Y esta agua que yo bebo
no es sino un hueco reservado
al agua!
continúa...>
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