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Buscando visa para un sueño

por Caroline Andonie Dracos
en El Mercurio, 29 de mayo de 2004


"Casus belli: todo el poder para nosotros" (Apsi), tituló en 1992 un eufórico Jaime Collyer, refiriéndose a la irrupción de la Nueva Narrativa chilena. Entonces, el autor de "Gente al acecho" ¿amenazaba? "ahora los maestros somos nosotros", junto con aclarar que eran "cosmopolitas y universales, internacionalistas, hasta la médula".

Nadie lo niega: aquellos fueron tiempos felices para los NN, jóvenes (varios de ellos talentosos) que de pronto se convirtieron en las vedettes de Planeta para luego ser "levantadas" por Alfaguara. Fue el caso de Collyer, Gonzalo Contreras ("La ciudad anterior") y Alberto Fuguet ("Mala onda"), entre otros nombres emblemáticos.

En medio de tanto coqueteo editorial, las luminarias se hicieron de premios, adeptos y buena crítica. Pero no olvidemos que el Señor Corales de esta historia fue la exposición. La gracia era circular, transformarse en personaje, asumir la estelaridad mediática. Esa era la matrícula que exigían las trasnacionales a sus flamantes afiliados, algunos de los cuales la pagaron gustosos.

Fue así como los 90 se plagaron de dimes y diretes. Mientras el consenso adormecía el duelo político, la trastienda literaria sacaba chispa a punta de descalificaciones. "Que ella es un best seller", "que él es muy simplista", "que yo soy casi inglés".

Hoy no pocos NN se ruborizan al recordar su impronta temeraria. Obvio: cayeron en la cuenta de que la juventud es una enfermedad que se cura con los años. Las editoriales también sacaron sus lecciones. Ya no prometen la internacionalización y se han vuelto más democráticas a la hora de reclutar nuevos talentos. Éstos aprendieron de "los maestros" lo necesaria que resulta la modestia. Sin manifiestos ni bocinas, surge una generación de recambio. Sus miembros bordean los 30 y son como cualquier hijo de vecino. No quieren ser divos ni se flagelan con la estética maldita.

Pienso en Roberto Fuentes (1973, "Algo más que esto"), al que encontré hace poco conversando con Cristián Barros (1975, "Tango del viudo"). El primero celebraba al segundo su traducción del galés Dylan Thomas. Me recordó una escena parecida, cuando Fuentes le pidió a Andrés Gómez (1971) que le autografiara su "Manzana envenenada" en el café contiguo a la librería de Sergio Parra. Unas mesas más allá, se hacían cómplices del amistoso gesto Barros y Germán Marín (1934, "Círculo vicioso"), un escritor querido y respetado por estas plumas emergentes. ¿De qué otro modo podría ser? Marín no les rinde pleitesía a los NN, descree de la farándula y apuesta por la literatura, incluso, como editor de una trasnacional.

Tal vez estemos retornando a las obras (no las publicaciones), a los bienes (no las mercancías). Sin duda, son otros tiempos. Quizá menos glamorosos, pero, a quién le importa. Ya nadie anda buscando visa para un sueño.

Hoy no pocos NN se ruborizan al recordar su impronta temeraria.

 

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Caroline Andonie Dracos: Buscando visa para un sueño,
Fuente: El Mercurio,
29 de mayo de 2004.