Treinta años después, la guerra, al menos en su aspecto militar, había concluido. Sin embargo, aún tras la caída de
Alberto Fujimori, se mantenía esta con más ferocidad, en el terreno de la memoria, de los símbolos y representaciones,
en el campo jurídico y el mediático (del Epílogo en la novela Danza entre cenizas, de Fabiola Pinel, 2022: p. 257)
Danza entre cenizas (edit. Apogeo 2022), de Fabiola Pinel (Lima, 1973), es su primera incursión en
el campo de la literatura: activista y bailarina de profesión, ejerce la docencia de danza en Francia
donde radica desde hace veinte años [1]. A decir verdad, es un insoslayable aporte a la vez que una
suerte de disidencia en nuestra propia tradición narrativa contemporánea, así como en la recreación
artística y literaria sobre el amplio y complejo periodo de la guerra interna (violencia política,
conflicto armado interno, o como se decida denominar dicho periodo) ocurrida en el Perú entre los
años ochenta y noventa[2]. Un cúmulo de sentimientos encontrados se entremezclan entre las
acciones y personajes de esta novela, que viene dando que hablar sobre todo en algunos espacios
virtuales.
El argumento central aborda los cambios acontecidos en el personaje principal, Clara Taype, entre
fines de los 80 y principios de los 90, y que la van introduciendo cada vez más consciente y
políticamente en su época a partir de lo ocurrido con Abel, su hermano mayor y estudiante de una
universidad pública, quien es detenido acusado de pertenecer al PCP-“Sendero Luminoso” (una de
las dos organizaciones alzadas en armas aquellos años). Las acciones se desenvuelven entre la pasión
rebelde, la mística revolucionaria, la esperanza del cambio (sobre todo entre la juventud
universitaria), hasta hacernos incursionar vívidamente en la guerra misma: sus avatares y quizás
inevitables desembocaduras bélicas, entre lo que se denomina las ‘acciones terroristas’ (por parte del
PCP-SL y el MRTA) y ‘la guerra sucia’ (desatada por las fuerzas represivas del Estado peruano).
Así, se nos hace testigos de múltiples entrecruzamientos entre disímiles lealtades, traiciones y
también alusiones a otros personajes significativos del periodo (como Ma. Elena Moyano, el
estudiante Ernesto Castillo Páez, “un tal Beto Ruiz”: alter ego del comunicador y pederasta Beto
Ortiz, y por supuesto Alan García y Fujimori con sus respectivas matanzas de los penales en plena
guerra sucia), además de un inesperado recodo final con internado (o, más bien, reclusorio) de
monjas incluido.
Sin entrar en muchos detalles, es clave señalar que esta obra tiene diversos valores que la destacan de
otros intentos narrativos en el país en torno a la temática que nos ocupa. Un primer aporte es centrar
dicho controversial asunto y experiencia de guerra en el ya referido personaje femenino, Clara, quien
además es una adolescente; con lo que Pinel afronta dos retos adicionales bastante actuales: el género
y la adolescencia de la mujer, como terrenos de violencias y consecuentes batallas en un marco social
dominante aún excluyente, patriarcal y abusivo[3]. Al mismo tiempo, el lenguaje fluye
como río de sucesos, sin densidades ni innecesarias complicaciones o alardes retóricos: un lenguaje
sobre todo juvenil, espontáneo-coloquial, inclusive manejando la jerga de aquella época del relato; y
pienso que fue así planteado para también representar verbalmente el imaginario de la joven
protagonista y su amiga, la aún más joven militante senderista Ñantika, sobre quienes recae el peso
de los 11 capítulos (con títulos elocuentes) y sus 265 páginas. Dicha opción y características
lingüísticas, además, vuelven asequible el libro para un público más amplio, e inclusive permite
vislumbrar la posibilidad de ser llevado a un guion cinematográfico o teatral, por ejemplo (algo no
ajeno a las intenciones y deseos de la autora, según propias declaraciones periodísticas); a lo que
contribuyen el ritmo ágil, los múltiples diálogos, la concatenación entre sus diversos planos, donde
discurren las características y acciones diversas de sus personajes.
En este sentido, hay una suerte de orquestación narrativa que, mimetizándose no pocas veces con el
lenguaje testimonial, recrea la vida de dos adolescentes en disímiles espacios como la familia, la
universidad nacional (San Marcos), los barrios populares limensis, la escena subte de los 80, la
carcelería y el ámbito de los detenidos por su accionar político (o político-militar) contra el Estado y
su correlativo ordenamiento social. De este modo, al mismo tiempo que en la novela de Fabiola Pinel
se entretejen los planos personales-sociales-políticos (como acontece en la propia realidad), va
cobrando forma un sostenido ritmo de aventura, individual y colectiva, entre bombardas, apagones,
acciones represivas, la clandestinidad, detenciones, torturas y asesinatos; todo lo cual mueve a evocar
otras obras de la tradición literaria local y universal, donde el ritmo de la guerra marca el
desenvolvimiento y las voces de sus personajes. La propia autora es consciente de lo dicho,
explicándolo del siguiente modo: “En general, al ser una novela sobre guerrilla urbana, el tiempo es
acelerado. Todo pasa muy rápido casi como un torbellino ‘o una ráfaga de metralla’ como grafica
Iván Blas [autor del Prólogo]. Tiempos en donde la vida y la muerte están muy juntas la una del otro.
Y eso lo saben y lo sienten los que participan en ella, lo que llaman en la novela “llevar la vida en la
punta de los dedos” o el “vivir intensamente” (Pinel 2023).
A la vez, es importante resaltar -más aún en estos nublados tiempos de fácil terrukeo y acusaciones
arbitrarias contra los movimientos y las masivas protestas sociales en curso- que, aunque se abordan
circunstancias debatibles entre sus páginas, se transparenta y mantiene una voluntad narrativa de
objetividad en relación con aquellos años beligerantes de los 80-90: sin mitificaciones, y también sin
las usuales (mediáticas) caricaturizaciones sobre dicho periodo y sus protagonistas. Es decir, la
narración, aunque políticamente situada, permite que las acciones en la novela hablen por sí solas
para que cada quien, durante la lectura atenta, extraiga sus propias conclusiones[4].
Otro aporte es que la trama ubica su foco principal desde la perspectiva de los propios sujetos
implicados en la guerra senderista, a manera de un mural que de este modo viabiliza otros ángulos no
reelaborados literariamente sobre dicho periodo, coadyuvando a crear aquel mencionado efecto
narrativo-testimonial que no es usual en esta veta literaria sobre la violencia política[5]. Lo que nos
conecta con el sentido principal de esta propuesta novelesca: no deslizarse hacia la fácil condena ni
acusaciones esquemáticas y monocordes. Por el contrario, al expresar narrativamente otros lados más
bien humanos, las propias contradicciones mundanas de los disimiles personajes que dan vida al
argumento, esta novela de Pinel es como una suerte de disidencia y una rara avis en la referida línea
de recrear aquel periodo de guerra; lo que permite emparentarla con otras obras afines como, por
ejemplo, la bella y conmovedora Retablo, de Julián Pérez. Asimismo, desde el título, también evoca
la más reciente novela del destacado escritor Juan Morillo (ex miembro del emblemático grupo
Narración, y uno de sus últimos autores que quedan entre nosotros, junto con Roberto Reyes),
Cenizas en el cielo, donde también se aborda aquella conflagración interna, aunque vinculándola con
otros espacios como, por ejemplo, la China post Mao en los años 70 y, particularmente, los sucesos
de Tiananmen en 1989.
Es así que, de modo semejante a otras obras que en arte o literatura han abordado con dicha actitud
de objetividad básica hechos bélicos, dentro y fuera del Perú, la memoria se constituye como un valor
adicional; más aún en tiempos estos cuando el poder del capitalismo & sus aliados de todo pelaje
refuerzan la amnesia política y vivencial en las generaciones más jóvenes, inyectándoles fútbol
dolarizado a mansalva, televisión basura por doquier, y prensa chicha, banal y venal, entre otras
artimañas mediáticas que, cuándo no, repercuten y resuenan en la formación educativa en todos sus
niveles [6].
Algo más que conviene no pasar por alto, en la propuesta escritural de Pinel, es que al abordar la
militancia senderista centrándose en la historia de adolescentes escolares, como Clara y Ñantika,
entre otros personajes, recrea su común proceso de politización que no parte de lecturas sesudas ni
siquiera de iniciales convicciones férreas, sino de su propia cotidianeidad personal y colectiva en
entornos marginales y excluidos del poder. Julio Roldan lo ha remarcado así:
“A la distancia de 2 décadas, Clara cavila y comprende que [ella y Ñantika] son hijas de su
tiempo. A la vez, reafirma que ambas asumieron, conscientemente, el compromiso histórico de
transformar radicalmente la sociedad peruana. […] Muchas páginas después, en alguna forma
dando respuesta a la pregunta formulada en el párrafo citado y reiterando el compromiso
asumido con el pueblo que les brindó todo, afirma: ‘Cuando has conocido la generosidad de la
gente pobre, que te da un vaso de agua o comparte lo poco de comida que puede darte, no
puedes traicionarlos.’ (Pinel, 2022: 243) Ñantika y Clara, como miles de mujeres y hombres, en
los tiempos de la guerra interna en el Perú, libremente se integraron a las filas de los
compañeros para materializar el anhelo de hacer la revolución en el país. Lo hicieron por un
profundo sentimiento hacia ‘esas masas menesterosas’ a quienes ‘no puedes traicionar’.
Compromiso humano que fue acompañado por un alto sentido de convicción ideológico-
política” (Roldán 2023: p. 275).
En su citado artículo, Dynnik Asencios también incide en este aspecto del siguiente modo:
“Fabiola Pinel no solo marca una nueva forma de relatar una época […], sino que,
además, a través de su exploración del conflicto armado interno, rompe con los estereotipos
arraigados sobre los sujetos implicados en dicha época de violencia. […] De esta manera,
Danza entre cenizas nos brinda una oportunidad única de ampliar nuestra comprensión y
apreciación de la complejidad humana en tiempos de crisis y conflagración social” (p.242).
Hay mucho más que decir acerca del primer opus de Fabiola Pinel, como por ejemplo el amor y los
romances juveniles (que suelen soslayarse al tratar este periodo de estallidos y humaredas) que
surgen inevitables, o también el humor que se entremezcla con el drama o la tragedia entre sus
diversas escenas —algunas de suma crudeza, bastante vivenciales—; pero es preferible dejarlo aquí para
que cada quien se acerque a leerla, sentirla, recrearla, y que extraiga sus propias conclusiones. Así se
contribuirá, sin duda, a difundir un libro que —era de suponer en nuestro neovirreinato local— ha
merecido casi nula atención de la crítica canónica (periodística y académica), con algunas pocas
excepciones.
En el breve Prólogo, de Iván Blas Hervia, leemos algo significativo sobre esta obra y la realidad que
aborda: “Danza entre cenizas es un cuaderno de guerra, el relato de un borde de la trinchera urbana
senderista en Lima, que narra con verosimilitud una parte del mecanismo de la lucha armada (1980-
2000). Y que también da cuenta de los métodos ilegales empleados por el Estado para enfrentar la
insurrección, incluida la venganza y el estigma, después del fin de los acontecimientos […]. La
elocuencia radiográfica del relato devela bien la textura social de un país incierto, desolado, a la
deriva”.
A manera de conclusión, interroguemos al vuelo el título de esta novela: ¿qué simbolizan las
cenizas?, ¿qué es danzar entre ellas? Acaso la antigua dialéctica entre la muerte y la vida en todas sus
formas personales e históricas. Por otro lado, su desenlace final expresa cierta desesperanza o
desencanto en relación con el continuo proyecto de transformación social; algo que, aunque sea
previsible y entendible, luego de todo lo vivido y novelado, no compartimos; entre otras razones,
porque las condiciones de injusticia, abusos desde el poder y sublevante impunidad perduran en
pleno siglo XXI. Todo lo cual más bien incita a continuar esta senda memorioso-narrativa, donde el
libro de Fabiola Pinel es sin duda un hito disidente y elocuente. Así podrán aportarse, sin duda, otras
perspectivas complementarias sobre los sucesos referidos en relación a esta obra que bien vale leer y
dialogar allí donde sea posible, enriquecedor y pertinente.
God save the Queen. Salvo el poder (de la palabra) todo es ilusión.
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NOTAS
[1] Cruzando libremente otras referencias, debo confesar que el título de esta novela me evocó el
caso de la bailarina Maritza Garrido-Lecca, quien fue detenida en 1992 acusada de pertenecer a la
dirigencia senderista luego de ser capturada en la casa que albergaba a Abimael Guzmán y Elena
Iparraguirre, máximos dirigentes de dicha organización. Dicha joven bailarina de danza moderna fue
y es, sin duda, un referente mediático (en buena cuenta, por su privilegiada procedencia social) de
aquel periodo de guerra interna. Sin embargo, la novela de Pinel presenta otra historia, y sus
personajes son más bien del ámbito popular e inclusive marginal. Aun así, el caso de aquella
bailarina fue el de un linchamiento mediático que no cesó ni siquiera durante el día de su liberación,
en septiembre 2017, al haber cumplido su larga sentencia de 25 años: otro símbolo vivo y actual de
cómo en el Perú republicano y católico se practica, impunemente, la muerte civil sobre quienes hayan
osado antagonizar (de forma extrema o no) con el Estado.
[2] En su artículo “Un retrato íntimo del conflicto armado interno”, Dynnik Asencios aporta el
siguiente recuento: “En el presente siglo, numerosas novelas de ficción han abordado el tema del
conflicto armado interno. […] Autores como Santiago Roncagliolo con Abril rojo (2006), Martín
Roldan con Generación coche bomba (2007), José de Piérola con El camino de regreso (2007), Iván
Thays con Un lugar llamado Oreja de Perro (2008), Carlos Enrique Freyre con Desde el valle de las
esmeraldas (2009), Alina Gadea con Otra vida para Doris Kaplan, Miguel Arribasplata con La niña
de nuestros ojos (2010), Claudia Salazar con La sangre de la aurora (2013), Harol Gastelu con Viaje
al corazón de la guerra (2013), Gálvez Olaechea con Con la palabra desarmada. Ensayos sobre el
(pos)conflicto (2015), Oscar Gilvonio con De la ternura y la guerra, y Manuel Marcazzolo con
Desde la Memoria (2022), entre otros” (p. 237). Una aproximación sobre esta temática, en relación
con el teatro peruano, está en mi comentario sobre La cautiva, del dramaturgo Luis Alberto León y
que se estrenó en Lima el 2014 bajo la dirección de Chela De Ferrari.
[3] Al respecto, diferentes investigaciones señalan el papel central que tuvo la mujer en el PCP-SL,
en los tres niveles de su organización: política, militar y el frente: algo inusual en otros movimientos
y agrupaciones de izquierda, no solo en el Perú, sino en otras partes de América Latina y el mundo;
así como también fue una marca de excepción suya la mayoritaria procedencia andina de su
militancia, lo que permitió en muchos casos su comunicación directa en lenguas autóctonas como el
quechua, por ejemplo. En relación con el específico asunto de la problemática de la mujer y
vinculado con la trama de la novela de Fabiola Pinel, cito un fragmento del comentario de Silvia
Postigo: “Clara y Ñantika se reconocieron mujeres a través de su militancia compartida. Ambas son
dos voces protagónicas de la novela limeña, novela nacional, porque no se cuenta con una imagen
viva/activa en primera persona del conflicto armado en la novela con voz de mujer. En el Perú lo que
sí tenemos es el discurso testimonial de muchas mujeres, tenemos poesía, cuentos, pero hasta el
momento la novela sobre el conflicto armado que se ha abordado desde la perspectiva de una mujer,
se ha dado bajo una mirada de víctima, madre, hija, hermana que no participa directamente, pero que
sufre los efectos del conflicto: sin duda, voces representativas. Muestra de ello tenemos los cuentos de Pilar Dughi, las novelas de Karina Pacheco y Laura Riesco”.
[4] La propia autora ha denunciado pública y directamente aquel fenómeno político-social del
“terrukeo”, que no solo ha servido para simplificar la visión sobre el periodo histórico que
abordamos, sino inclusive para criminalizar la justa protesta social en todas sus formas y no solo en
el Perú actual. Recomiendo leer su informe “Danza entre cenizas. La cara oculta del conflicto
armado en el Perú (1980-2000)”, donde además se explaya sobre la génesis y múltiples significados
de su libro.
[5] En línea con lo afirmado, Julio Roldán, sociólogo y filósofo peruano radicado en Alemania,
sostiene en su detallado y recomendable artículo “Hijas de su tiempo” que Danza entre cenizas corresponde al género de novela histórica: “En este tipo de novelas históricas, se encuentra
información, muchas veces más valiosa que la que brindan los historiadores, que sirve para
interpretar los hechos sociales, las acciones políticas, las expresiones culturales, al interior de la
sociedad. […] Este tipo de novelas tienen 2 características. La realidad, primero, y el tiempo,
después. En otras palabras, los datos fundamentales, con los cuales se encandila el encaje fantástico,
existió. Estos hechos, normalmente, necesitan, si no un tiempo largo, un tiempo medio para ser
recreados literariamente. La realidad y el tiempo brindan al escritor, en este caso a la escritora, las
bases y la distancia requerida para encausar emociones y sustentar razones (Roldán, en Navegando
entre la filosofía y la política. Alemania, 2023: pp. 263-264). A lo dicho, añado y promuevo la
lectura de otras dos novelas que, con disímiles temáticas y poéticas, también ilustran en nuestra
tradición literaria contemporánea lo que argumenta Roldán sobre la novela histórica: La violencia del
tiempo, de Miguel Gutiérrez, y Los eunucos de la guerra, de Oswaldo Reynoso.
[6] Parafraseemos lo señalado con palabras extraídas de la propia novela que venimos comentando:
“Las cenizas de la guerra, esparcidas en la sociedad peruana, impregnaban a todos los que de alguna
manera se quemaron en la contienda. Del lado de los vencidos, ¡vae victis!; del lado de los
vencedores, ellos tuvieron el tiempo y los recursos para maquillar sus manchas y fabricar una historia
binaria donde ellos eran los buenos, los ‘héroes’; los otros eran los malos, el enemigo, el no humano,
el terruco, el sin derechos.” (p. 257).
[*] Danza entre cenizas puede adquirirse aquí y aquí.
—¿Cómo evalúas la recepción de tu novela en general, y sobre todo por parte de quienes hacen
críticas de libros nuevos?
—He tenido algunas referencias de críticos, pero pocas. No veo mucho eco por parte de la crítica
peruana. Tal vez por lo que es mi primera novela, por el tema. No lo sé. Lo que sí observo es una
buena recepción de la diáspora peruana en el exterior. Los peruanos y peruanas que salieron del país
en ese periodo, o antes, desean conocer otras memorias y discursos sobre ese periodo de la historia,
nuestra historia, y comprender; pues los discursos que llegan de los medios de comunicación no
permiten esta reflexión al ser totalizadores, promoviendo el estigma y la división entre peruanos y
peruanas.
—¿Cuáles nuevos planes de escritura o de tipo editorial tienes este año, o a corto plazo?
—Actualmente, estoy más en el periodo de difusión de la novela. Me gustaría abrirla a nuevos públicos
y géneros como el comic en línea, pues muchos jóvenes ya casi no leen libros. Lo que sí sigo
anotando poco a poco reflexiones personales que en algún momento puedan, tal vez, desarrollarse.
—¿Vas a traducir tu novela? de ser así, ¿a cuáles idiomas, para qué lo harías, y de qué manera lo
lograrás?
—Sí, definitivamente. Mi prioridad es la traducción al francés y al inglés. Al francés porque vivo en
Francia: ya varias personas me lo han pedido. Al inglés, por ser la lengua que en este momento se
utiliza más en el ámbito académico y en general. El objetivo de traducirla es obviamente que la
novela, la historia de Clara y Ñantika, viaje y sea conocida por diferentes públicos. En eso estoy,
espero pueda concretarse cuanto antes. Luego buscar editorial, no es fácil.
—¿Hay algún proyecto concreto para llevar tu novela al cine o al teatro?
—Son otros géneros artísticos que pienso, la novela da para ello. Sobre todo, por los hechos históricos
que presenta. Son parte de nuestra memoria colectiva, que no se ve o escucha así nomás. Tenemos un
proyecto, aunque solo es proyecto aún pues no tenemos todavía ni el guion para poder ver el
financiamiento, tampoco sabemos todavía si sería un cortometraje, documental de género no ficción,
veremos que sale. Sería sobre un hecho histórico que menciono en la novela, que valgan las ironías,
algunas personas me lo mencionan como poco creíble. Por eso mi interés y también por el lado
sentimental, personal, que me toca. Pero un film de toda la novela sería genial, urge explorar más
estos temas desde las artes audiovisuales y escénicas.
—¿Tienes noticias de la literatura peruana contemporánea? De ser así, ¿qué destacarías y cuál es
tu evaluación de la literatura (en narrativa, poesía o cualquier otro género) que haya abordado
temas semejantes a los de tu novela dentro o inclusive fuera del Perú?
—Como no vivo en Perú, cada vez que viajo vengo cargada de libros. También leo virtual, pero poco.
Los temas en torno al periodo de la guerra o conflicto armado interno -nuestras cenizas que llevamos
incrustadas en el cuerpo-, sean en literatura, testimonios o artículos académicos, me interesan mucho.
Me decepcionan los libros que cuentan historias prefabricadas para vender o para quedar bien con
todos, y no sorprenden. Lo políticamente correcto me aburre al final. De hecho, hay mucha más
promoción de escritos que cuenten del lado de los ex militares que del lado de los alzados en armas,
sean del PCP-SL o del MRTA, que también hay.
Danza entre cenizas
[Fragmento: pp. 31-34]
“―¡Abran, carajo!
Se levantaron como empujadas por los resortes de la cama. Se miraron. María fue a abrir mientras
Clara calmaba a la perra. Cuando María abrió, irrumpieron tres hombres que se identificaban como
policías. No llevaban uniforme. «¡Me callan a ese animal o lo callo!», gritó uno con cara de perro.
Clara, que tenía a Canela por su collar, la llevó para la cocina a darle algo de comer y lograr que se
calmara. Luego la encerró en el patio y regresó donde María.
―¿Es la casa de Abel Taype, cierto? —inquirió otro policía con aires pausados.
María asintió con la cabeza.
―Mis padres no están —agregó María tratando de mostrarse tranquila, aunque temblaba por dentro.
―¿Ustedes son sus hermanas? —continuó el mismo policía.
―Sí —contestó María. Solo ella hablaba como si se hubieran puesto de acuerdo.
―¿Terruquitas también? —agregó cachosamente el policía con cara de perro. Sin esperar una
respuesta y mirando por las habitaciones de la casa, continuó―: ¡Ya se jodió tu hermano! Por jugar a
la guerrita. Sus amigos lo han echado, se va a poner a cantar como papagayo ahora. ¡Ja!
―¡Revisen todo! —ordenó el otro policía sacando el papel con la orden del juez por si se lo pedían.
―¿Empezamos por su cuarto, jefe? —preguntó el otro policía.
El jefe asintió con la cabeza. María miró a su hermana y Clara los llevó al cuarto de Abel. María se
quedó con el jefe. Este se diferenciaba de los otros policías, no físicamente, pues todos tenían el
mismo tipo del cholo o zambo costeño y vestían casi igual: jeans, camisa de manga corta y zapatillas;
sino por sus maneras, su hablar pausado, preciso y tajante. En el cuarto de Abel, los otros policías
empezaron a tirar todo al piso. Abrieron sus cuadernos uno por uno, revisando cada escrito. Los
cajones del ropero iban quedando abiertos, vomitando la ropa. Despanzurraron el colchón a punta de
navaja. Clara se limitaba a observar cruzada de brazos, como protegiéndose, viendo cómo deshacían
el cuarto de su hermano, hace poco ordenado por ellas. En la otra pieza, el jefe interrogaba a María
sobre su hermano. Si siempre dormía en la casa, si lo habían visto con gente extraña y quiénes eran
sus amigos. María respondía todo, pero sobre todo afirmaba que su hermano no era ningún terrorista.
―Mi hermano es un estudiante de San Marcos. Él estudia economía. Como ven ahí están sus libros.
Sí, tiene amigos, pero no conozco sus nombres. Solo llega tarde cuando se va a alguna fiesta. No es
ningún terrorista.
―¡Bien adiestrada estás! —dijo el otro policía, sonriendo—. Que no sea terruco… ¡eso lo veremos
nosotros! —Se metió un palillo de mondadientes a la boca y continuó ojeando un cuaderno de Abel.
Se dirigió luego a su jefe, cerrando el cuaderno—. ¡Nada en su cuarto! ¿Seguimos con toda la casa?
El jefe asintió con un movimiento de cabeza. Así siguieron un par de horas más, hasta que poco a
poco las hermanas vieron revuelto lo poco que quedaba de orden en la casa.
En la entrada de la sala, los policías que continuaban con la búsqueda, se entusiasmaron cuando
encontraron dos libros forrados en papel periódico, los abrieron y se miraron sonrientes. Se los
pasaron al jefe. María y Clara se crisparon toditas pensando en si sería algo que se les había pasado.
―Las cinco tesis de Mao y Qué hacer de Lenin. Interesante —dijo ojeando algunas páginas de los
libros—. ¿De quién son estos libros? —preguntó el jefe, con calma, a María.
―No sé —respondió ella. El jefe sonrió.
―¡Ahora sí se jodió! —lanzó uno de sus colegas.
Los policías estaban satisfechos con los libros y, luego de rebuscar un poco más y no encontrar nada,
dieron por terminada la faena.
―Bien, con esto nos vamos. Peor es nada —indicó el jefe decepcionado.
Esperaba encontrar nombres, apuntes, planos. Para eso habían ido. Con esos libros comunistas
tratarían de embarrar a Abel. «Terruquito cojudo», pensó, e hizo una señal con la cabeza a los otros
para que lo siguieran. Cuando ya estaban por la puerta, María cobró valor y dirigiéndose al jefe le
dijo:
—¡Quiero ver a mi hermano! ¿Dónde está? ¿Está bien?
Los otros policías se rieron con sorna. El jefe hizo un gesto con la cabeza a sus colegas, estos se
miraron y salieron. El jefe, con el mismo tono pausado y frío, les dijo:
―Vas a verlo, pero no tengas pena por tu hermano. Es un terruco. Lo encontramos cerca de una
fábrica que acababan de dinamitar. Tu hermanito no es un ángel, estuvo ahí. Sus «camaradas» lo han
echado. Está jodido. ¿Abel o camarada «Carlos»?
En ese momento, regresaron los otros dos policías de civil. Traían a Abel esposado, cabeza gacha y
caminando con dificultad. Los policías lo agarraban cada uno por un brazo, no por temor a una fuga,
sino para evitar que cayera. Abel parpadeaba sin poder abrir bien los ojos, pues lo habían tenido
vendado en la cajuela del auto y la luz artificial del poste de la puerta de su casa le lastimaba los ojos.
Estaba ahí, rostro y cabeza deformados por los golpes, intentando ver algo. No pudo. Solo vio
manchas de luz. María y Clara enmudecieron. Apenas si reconocieron a su hermano. El jefe hizo un
movimiento de cabeza y al instante se lo llevaron. Las hermanas cerraron la puerta en silencio,
destrozadas”.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com UNA NOVELA DISIDENTE SOBRE LA VIOLENCIA POLÍTICA EN EL PERÚ.
"Danza entre cenizas" (edit. Apogeo 2022), de Fabiola Pinel (Lima, 1973).
Por César Ángeles Loayza.