Corregir hasta que
duela
"Narrativa completa", Adolfo Couve
por Alejandro Zambra
en Las Ultimas Noticias Miércoles 11 de junio de 2003
Narrativa completa
Adolfo
Couve.
Editorial Seix Barral, 2003, 477
páginas.
En los relatos de Adolfo Couve abundan los niños silenciosos,
las familias desavenidas y los artistas temperamentales sumidos en el “deterioro
infinito” de un paisaje alguna vez esplendoroso y ahora decadente que,
por lo mismo, resulta encantador, literario.
Desdeñando su
inobjetable destreza como pintor, el autor prefirió el desafío de la
escritura y al cabo se transformó -tal como ha dicho César Aira en un ensayo
reciente- en un eterno principiante de la literatura que prefería
pulir infinitamente los trazos y corregir el texto hasta que quedara
reducido a su mínima expresión.
Quizás el propio
Couve, quien se suicidó hace ya cinco años, se hubiera sorprendido de
que los brevísimos volúmenes que a irregulares intervalos fue
publicando -debía adjuntar prólogos y agrandar la letra para que
alcanzaran a tener lomo- sumen, ahora, las casi quinientas páginas de
su “Narrativa completa”.
No obstante los notorios cambios de
perspectiva que hay desde “Alamiro” (1965) a “Cuando pienso en mi
falta de cabeza” (publicada póstumamente, el año 2000), la literatura
de Couve convoca preferentemente a un lector reacio a los avatares de
la trama o a las complejas construcciones narrativas, un lector más
familiarizado con la poesía que con la prosa. De hecho, algunos de sus
textos parecen -o son- propiamente poemas: “La casa está frente al
mar. La playa vacía. Desde un extremo, en donde hay un camión, viene
una muchedumbre. Son puntos negros que traen carpas, perros y
canastos. Se instalan frente a mis ojos. Sorpresivamente aparece un
policía que galopa a lo largo de la arena”.
Vale decir, en todo caso,
que del mismo modo que un bonsái no es un árbol, Couve no escribe
poemas ni cuentos ni novelas, sino más bien decantadas miniaturas que,
por lo mismo, portan una especie de belleza mutante y deformada,
orgullosamente artificial. La declarada voluntad de síntesis del autor
hace que muchas descripciones, en vez de construir la ilusión de un
mundo literario autónomo, la destruyan: el efecto es similar al que
produce un cuadro tan obsesivamente delineado que obliga al espectador
a retroceder varios pasos para poder apreciar el conjunto.
En
su momento, la crítica insistió en alabar la perfección formal de la
prosa de Adolfo Couve: Ignacio Valente y otros reseñistas construyeron
la imagen de un escritor extemporáneo, cuya incesante y esforzada
búsqueda de la precisión parecía ser también una búsqueda de Dios. Me
temo que si de perfección formal se trata, sería preferible leer a
Flaubert, a Henry James, a un centenar de escritores que demostraron
similar empeño: los libros de Couve los leemos, más bien, porque,
voluntaria o involuntariamente, el autor supo capturar aspectos
relegados y esenciales del lenguaje y el paisaje chilenos.
La
publicación de esta “Narrativa completa” sirve, en gran medida, para
descreer de los devaneos mitologizantes y ponderar, por primera vez,
convenientemente, la obra de uno de los escritores más raros de la
-con frecuencia- rara literatura chilena.
"Obras completas"
por Rodrigo
Pinto
en Revista del Sábado de El Mercurio
Adolfo Couve fue pintor y escritor. Dos hechos recientes
recuerdan su doble militancia: la estupenda exposición que se montó el
año pasado en el Bellas Artes. El segundo es la edición de sus
Obras completas, por la editorial Planeta, con prólogo de
Adriana Valdés. La oportunidad de encontrar textos agotados junto a
sus títulos editados recientemente es, sin duda, valiosa y hay que
reconocer el mérito de la editorial en el rescate de un personaje
singular dentro de la narrativa chilena.
Se suele comentar la obsesión de Couve por la corrección, por
afinar la frase, el párrafo y el cuento o la novela hasta la
pretendida perfección, entendida en este contexto como la adecuación
total entre lo que el autor pretendía y el texto tal como se presenta
ante los ojos del lector. Se suele rescatar también su atemporalidad,
su deliberada ubicación fuera de las corrientes literarias en boga,
como si el siglo veinte aún no hubiera transcurrido. "Impresionista"
es el calificativo más socorrido para describir su prosa, evocando las
imágenes fuertemente subjetivas de grandes pintores y musicos de
finales del siglo diecinueve.
Hasta aquí la versión oficial, o la suerte de consenso en torno
a la obra narrativa de Couve. Sin embargo, la lectura del texto
completo induce a más dudas que certezas, y bien puede ocurrir también
que sea uno de los autores más sobrevalorados de la narrativa chilena.
Desde Alamiro a Cuando pienso en mi falta de cabeza (la
segunda comedia), se advierte cada vez más un exceso de corrección
que rigidiza la prosa, unas frases plagadas de comas cuya corrección
académica es indudable, pero que hacen tropezar al lector a cada
momento; y el uso de un lenguaje arcaizante, acorde con los tiempos y
lugares elegidos, parece más dictado por un diccionario de sinónimos
que por la incorporación natural de un léxico establecido en el
dominio del lenguaje del escritor.
Y esa rigidez no es sólo sintáctica o léxica; muchas de las
historias acusan demasiado una planificacción estricta que bien puede
ser fruto del desconcierto ante la página en blanco más que de una
auténtica inspiración creadora. Comparada con el trazo libre y suelto
de su pintura, su narrativa aparece encorsetada, dura, sólo en
ocasiones liberada de la presión qu el escritor ponía sobre sí mismo.
Una escritura, en fin, que habla más de la dlorosa lucha contra la
palabra que de un mundo narrativo que separe al autor de su texto, de
una voluntad expresiva que se estrella de frente contra la incapacidad
de dejar fluir con libertad tanto la imaginación como la escritura.
Como escribí en otra parte a propósito de su última obra, con
frecuencia la narrativa de Couve se ajusta a su propia definición del
purgatorio: "Una mediocre réplica de lo autentico".
ESPLENDOR
LITERARIO
Couve entero
En "Narrativa completa" (Seix Barral, Santiago,
2003), el escritor revela un afán de redimir
artísticamente las
vidas mínimas de sus personajes
por Ignacio
Valente
en Revista de Libros de El
Mercurio
sábado 14 de junio de 2003
A propósito de estas obras completas de Adolfo Couve, un
crítico autorizado lo llamó, en columnas vecinas a éstas, un autor
"marginal", en el sentido de "no profesional" o de amateur. Estos
términos me parecen equívocos. Sin duda el crítico se dejó llevar por
la impresión -también equívoca- de que Couve era esencialmente
(¿profesionalmente?) "un pintor, al que entre cuadro y cuadro se le
ocurrían historias". Esta versión no corresponde a la realidad. Sea lo
que fuere de la compleja relación entre Couve pintor y Couve escritor,
lo cierto es que narró con una alta conciencia profesional; fue a
menudo un perfeccionista de la palabra, y se juagaba la vida en su
escritura. No puede pedirse más profesionalismo.
En cambio, la categoría de "marginalidad" es útil en otro
sentido: en cuanto que sus mejores personajes (y con ellos, sus
atmósferas) suelen ser "marginales". Así el joven jinete y la pálida
dama de El picadero; así el niño alumno de La lección de
pintura, o la anciana propietaria de El pasaje y el
errático niño del vecindario; así -aunque de otra manera- los
personajes de La Comedia del Arte: el pintor, la modelo y el
fotógrafo, junto a buena parte de la picaresca circundante de
Cartagena.
Cierto es que generalizaciones como ésta -la "marginalidad"-
son peligrosas en asunto tan delicado. ¿Marginales en relación a qué?
Diría que en relación a la vitalidad en acto, al espesor de la vida
fuerte que se afirma en sí misma. A menudo tienen estos personajes un
evanescente aire de ausencia, de distancia, de desajuste con respecto
al mundo de todos y aun con respecto a sí mismos. Otro término
aproximado sería "excentricidad", en el sentido literal de la palabra:
ex-céntrico, fuera de su centro propio, como parecen estar las
creaturas de Couve. El crítico antes mencionado las llamó "fantasmas",
expresión que apunta al mismo hecho, sólo que sugiere una referencia
-aquí impropia- a lo fantástico o a lo fantasmagórico, en un autor
esencialmente apegado al realismo. En suma, se trata de personajes
extraños, no en la acepción corriente del adjetivo -raros-, sino en
cuanto extrañados o extranjeros al mundo, forasteros de la vida, y por
eso mismo inquietantes para el sentido común.
He sugerido a veces otra categoría complementaria para los
personajes de Couve: las pobres gentes, las vidas mínimas, los
pequeños seres, cuando no las almas en pena. También aquí se requieren
distinciones y matices, porque esos términos se aplican más
propiamente a la primera época de Couve, desde Alamiro hasta
La copia de yeso, donde abundan los niños y las señoras
mayores; mientras que, a partir de El cumpleaños del señor
Balande, el elemento marginal o excéntrico o mínimo se modifica
(pero no se pierde) con el ingreso de la parodia y del elemento
grotesco, siendo el vértice superior de ambas vertientes La comedia
del Arte.
Dos propuestas quiero sugerir sobre estos personajes y su
mundo, "el mundo de Couve". La primera se refiere a la raíz última de
ese aire indefinible y -a la letra- extra-vagante de sus creaciones.
Pienso que ella reside en la revelación verbal de lo precario de la
existencia, y esto en un sentido casi heideggeriano de la
expresión, sin que ella introduzca ningún aire filosofante en la
pureza literaria de nuestro autor. Se trata de la fragilidad
ontológica de todo lo real, tal como fue experimentada por la
sensibilidad de Couve: ese estar el hombre arrojado allí en el fárrago
de la vida, débil y caduco en medio de un mundo también frágil y
fugaz, como si el existir nos quedara grande, y la vida fuera
demasiado difícil.
Mi segunda propuesta: cuanto más débil y precario el estatuto
ontológico de la persona, del pobre hombre, más afanoso y desesperado
es el empeño de Couve por darle un tratamiento verbal exquisito, una
redención artística, el rescate de una prosa perfecta y de una
precisión lacerante, la catarsis de un estilo depurado hasta el
exceso. Cuanto menor sentía la vida mínima, mayor era el esplendor
literario con que la revelaba; cuanto menos "real" sentía al hombre,
más "realista" era el rescate verbal que le ofrecía. El resultado de
este contraste se resume en una palabra: conmovedor. Adolfo Couve
murió en este afán redentor, en esta heroica imposibilidad de la cual
sus relatos son como hermosos restos, como reliquias