invadida por un imulso incontrolable: bastaba cualquier
afirmación para que yo iniciara un relato falso que me iba generando
innumerables problemas, pues, a menudo olvidaba lo que había dicho y,
en más de una oportunidad, debí enfrentarme a mi propia
contradicción.
...Quizás por ese vértigo, me relacionaba
con lo que estaba sometido a un extremo grado de riesgo. Frecuentando
los bares, aprendí de los beneficios del vino donde no importaba
demasiado la calidad de las palabras porque la muerte yacía disimulada
en el fondo de la copa.
...Manuel me vigilaba. Parecía que su única
función era custodiarme para empujarme, después, a situaciones que me
hacían dormir en los momentos menos apropiados. Una tarde desperté en
el suelo del baño de un bar manchada por mis propios vómitos.
Extraviada de mí misma se me confundieron los volúmenes cuando las
paredes y la techumbre empezaron a cumplir la misma abrumadora función
circular, acrecentando las arcadas, mientras Manuel luchaba por
devolverme una realidad que se volvía insoportable cada vez que abría
los ojos.
...El sabía que yo mentía pero parecía no
importarle. Yo lo apreciaba por eso y me habituaba a una forma de
entendimiento en el sentido exacto del pacto, más bien era un juego
que habíamos establecido para evitar enfrentar solos la disyuntiva en
la cual nos habíamos encontrado.
..........Manuel venía
del Sur y hablaba constantemente del lugar. Yo, que era urbana, me
sentía ajena a su fascinación. Siempre he detestado el excesivo afecto
a los lugares y, en especial, el énfasis nostálgico. Ya había decidido
evadir cualquier encuentro
personal. Lo sexual no me interesaba demasiado pues me parecía nada
más que un rito excesivo y complaciente. Además, desconfiaba del
ensamble de los cuerpos; quizás estaba burlando así algún grado de
terror, pero, lo cierto es que nunca había experimentado una sensación
que a solas ya no conociera.
...Aceptando mis hábitos, Manuel no me
exigía una conducta apasionada. El mismo parecía haber descartado el
ejercicio permanente de la sexualidad y, en muchas ocasiones,
discutimos la asombrosa coincidencia que teníamos. Sólo se iluminaba
cuando describía el Sur. El Sur, el Sur, era su mejor oferta y por su
lengua aparecían las estruendosas casas mojadas bajo la lluvia, la
naturaleza estallante, los roqueríos que abrazában al mar. Pucatrihue
era su delirio. Decía que un día en Pucatrihue alcanzaríamos la
luz.
.......... Le enseñé el valor del vino. Lo conduje hasta la profunda
solidaridad del vino y permití que desde el oscuro reflejo líquido
tejiera sus particulares historias con el Sur. Manuel mentía. Emigró
desde el Sur porque lo odiaba, pero denunciarlo era denunciarme y
necesitaba que confirmara cada una de mis fantasías. Pucatrihue era el
infierno. Su mar encabritado consumía los cuerpos y los árboles
retorcidos emitían figuras espectrales. Pero, sumisamente decíamos que
sí, decíamos que sí, transfigurando todo aquello que nos horrorizaba
y, de esa manera, fuimos ordenando una alianza tramada en los
compromisos que iban encubriendo el espesor de las
mentiras.
...Manuel había traído a su mujer del Sur.
Apenas adolescente contrajo matrimonio con una muchacha oscuramente
pasiva. Yo no me interesaba en ella. Tan sólo una breve descripción
que hizo Manuel del orden de sus problemas, me alejó la curiosidad por
esa joven que vagaba en la ciudad buscando algo que le confirmara la
abrupta pérdida del afecto y sus sospechas ante un paisaje
desconocido.
...En una ocasión, ella me buscó para
concertar una cita y no tuve más alternativa que llegar hasta el lugar
que habíamos convenido, para dirimir las razones de la separación. A
pesar de que siempre he renegado de ese tipo de encuentros, accedí
ante la insistencia del pedido de Manuel. Cuando Marta llegó, me
deslumbró un detalle desconocido para mí. Su ojo tenía una notoria
nube que me impresionó al punto que quedé fijada más tiempo del
debido. Ella pareció incómoda con mi observación y sólo el rictus que
atravesó su rostro me hizo desviar la mirada y concentrarme en lo que
estaba diciendo.
...La muchacha habló sin detenerse.
Desolada por la falta de Manuel, culpaba al caos de la ciudad por su
inesperado cambio. Tímida, esbozó la idea de que quizás él y yo
estábamos planificando un nuevo futuro. Me sentí conmovida por su
lenguaje, pero mi inclinación a la mentira me obligó a inventar una
historia de amor que jamás tuvimos. Emocionada por la tragedia que
acababa de crear, me encontré inmersa en una culpa que no me
pertenecía y, pese a que entendí el sufrimiento de la mujer que
lloraba frente a mí, no pude privarme de profundizar su angustia,
refinando los detalles, las promesas, las reparaciones en torno de una
situación inexistenete.
...Ella, en un momento, decidío alejarse en
forma definitiva. Nos separamos con una cierta simpatía y mientras
caminaba hasta mi casa me pregunté por lo que buscaba esa muchacha
sureña con un ojo nublado. No encontré más respuesta que el miedo. El
miedo -y entonces no podíamos saberlo- estaba traspasándonos de manera
silenciosa e
irreversible.