...De inmediato me preguntó
por los resultados del encuentro y, para protegerme, supe que no le
informaría lo que había sucedido. Como estaba agraviada y moesta por
su evidente ansiedad, sin pensarlo demasiado, le dije que no había
acudido a la cita que, después de todo, ese asunto le pertenecía sólo
a ellos y lo más justo era que resolvieran entre ambos el
litigio.
...-Perra malagradecida- me
dijo.
...A medida que avanzaba el atardecer, el
vino fue volviéndose más aspero, deslizándose entre frases resentidas.
Herida, atormentada por la duda, le hice un comentario íntimo sobre
Sergio. Sabiendo que Manuel lo odiaba, me aferré a ese nombre y, con
gran seguridad, me encontré construyendo un encuentro casi mítico en
una esquina llena de sentido.
...En el transcurso de esa noche hubimos de
emborracharnos y, como solía ocurrir cuando algo me afectaba, lloré
mientras evocaba una situación dolorosa que había tenido que afrontar
hacía ya unos cuantos años. Manuel terminó hablando de Marta y nada de
lo que me dijo correspondía a la muchacha con la que me había
encontrado en horas pasadas. Aunque estaba ensimismada en mis propios
pensamientos, creo que entendí que ella ya era parte de su memoria y
que la había archivado a la medida de sus deseos.
...Nos fuimos a su pieza y nos acercamos
con una fuerza desconocida. Su cuerpo se expandió y recuerdo haber
ejercitado con él parte de mis necesidades. Cuando sentí que iba a
conseguirlo, y mientras se movía rítmico encima, dijo:
...-Perra malagradecida. Eres una
perra malagradecida.
...-No
soy, no soy, no soy- murmuré
...Y en el éxtasis caímos juntos. escendimos asombrosamente
juntos.
..........Hubo una
profunda provocación corporal. De manera inesperada descubrimos nuevas
formas de acercarnos. Entendí que el cuerpo de Manuel podía disponerse
para mí de una manera que no había contemplado. Me sometí a las
sutilezas de la piel y a las zonas críticas de su cuerpo. Ah, las
noches, las tardes, transcurriendo intermitentes para lograra la
extrañeza expansiva de un instante. Manuel siempre desnudo. Gimiendo
desnudo a mi lado pidiéndome elevar su jadeo. Ah, las manos, la
lengua, la saliva, el líquido desbordado, la contribución del vino
inyectando la energía. En esos meses logré ser sólo un cuerpo que
cumplía diversas obligaciones amplificado por el lenguaje arcaico que
lo envilecía.
...Adoptamos todas las manías
sumergiéndonos en un aprendizaje cada vez más improvisado. En celo,
terriblemente cálidos, nada conseguía detenernos. Ni la sangre. De
pie, abierta las piernas, mi sangre corría sobre Manuel y esa imagen
era interminable. Mirábamos las manchas rojas en su cuerpo, en las
sábanas, cayendo desde la abertura de mis piernas. Manuel pedía que le
contagiara mi sangre. Se la entregaba cuando él la buscaba plenamente
erecto para extraerla y gozar de su espesor líquido. Manuel aparecía
sangrando, con una irreversible lesión instalada en su altura. Era
ahí, entre la sangre, cuando tocábamos el punto más preciso de la
turbulencia genital, confundidos entre amenazadores flujos que nos
mecían alterando nuestros sentidos.
...Jamás hablábamos de la sangre.
Simplemente la esperábamos para generar la confusión en nuestros
cuerpos. Fundidos en la sangre, las palabras se volvían
genocidas. El habla nos incitaba a realizar pedidos letales
cuando el placer se nos venía encima. La herida, mi herida, el tajo,
la merte y la víscera. Después permanecíamos serenos observando cómo
la sangre se secaba endureciendo nuestros cuerpos. Era el poder de mi
sangre. Aunque fingía que era un privilegio de ambos, un espacio de mi
mente se empezó a resentir por el esfuerzo de construir una a una la
perfección de esas escenas.