Hay tres páginas del escritor norteamericano, poeta y narrador,
Raymond Carver (1938-1988) que siempre quise traducir. Quizás
porque el relato de Carver adquiere
una cierta universalidad para los/las que comenzaron alguna vez a
escribir sus primeros poemas, o incursionaron en cualquier tipo de
arte. Siempre existe alguien o algo que nos ayuda a continuar en nuestros
primeros intentos artísticos. Pero el interés en esas
páginas también tiene que ver con la frágil frontera
(o ninguna frontera) que para este escritor existía entre la
prosa y la poesía.
Raymond Carver empezó a escribir poesía y ficción
(cuentos) en 1957. Hasta su muerte en 1988 escribió más
de 300 poemas (más que su producción cuentística)
pero por lo general se le menciona únicamente como narrador,
por lo menos fuera del mundo anglosajón. Gran parte de los
escritores, principalmente latinoamericanos de los 80-90, lo consideraron
como su gran influencia, pero en el cuento. Roberto Bolaño
entre otros. A continuación van esas tres páginas. Lo
hago especialmente ahora en el verano norteamericano que por algo
que no tiene explicación precisa se presta para re-leer a Carver.
Será porque mucha de su poesía y narrativa ocurre en
un tiempo sin mucho frío y sin abundante nieve. O porque su
producción habla -tanto en su poesía como en sus cuentos-
sobre la gente de este país que no corresponde a las tarjetas
postales o los programas típicos de programas envasados. Carver
cuenta en las siguientes páginas el primer encuentro, a los
18 años, con la poesía. He querido mantener su estilo
el que de alguna u otra manera ha influido en algunos de los narradores
de los 80-90 en América Latina aunque muchos quizás
poca importancia le han dado a la poderosa presencia de la poesía
en sus ficciones (nota 1).
* * *
Años atrás -habrá sido por 1956 o 1957- y cuando
yo era un adolescente, casado, ganándome la vida como muchacho
de servicio a domicilio de una farmacia en Yakima, un pequeño
pueblo en el Este del estado de Washington, manejé para entregar
una receta a una casa en la parte más alta del pueblo. Fui
invitado a pasar por un hombre bien alertado, pero muy viejo que llevaba
un suéter tejido a mano. Me pidió amablemente que me
sentara y esperara en su sala mientras él iba por su chequera.
Había muchos libros en la sala. Libros por todas partes. En
la mesa de centro, en las otras mesas, en el piso cerca del sofá.
Cada superficie de algo había llegado a ser un lugar para poner
libros. Incluso había una pequeña biblioteca en una
pared de la sala. (Nunca antes había visto en mi vida una biblioteca
personal; o hileras e hileras de libros ordenados en estantes de alguna
casa privada.) Mientras esperaba, moviendo mis ojos alrededor, me
di cuenta que en la mesa de centro había una revista que me
produjo un sobresalto por el singular nombre en su cubierta: Poesía.
Me quedé asombrado y la agarré. Era mi primer deslumbramiento
de una "revistita", o una revista de poesía, y me
quedé embobado. A lo mejor codicioso. Tomé también
un libro llamado algo así como Pequeña Antología,
editada por Margaret Anderson (debo agregar que para mí era
un misterio qué significada eso de "editada por").
Abaniqué las páginas de la revista y tomándome
más libertad comencé a hojear las páginas del
libro. Había muchos poemas en el libro, pero también
trozos de prosa que parecían comentarios de los poemas. ¿Pero
qué es todo esto? me pregunté. Nunca había visto
un libro así ni menos una revista como Poesía.
Cuando el gentil anciano terminó de escribir el cheque, me
dijo como si hubiera leído mi corazón: "Llévate
ese libro hijo. Puedes encontrar algo allí que te gustará.
¿Te interesa la poesía? ¿Por qué no te
llevas también la revista? A lo mejor escribirás algo
algún día. Y si escribes, ya sabrás donde enviarlo".
Donde enviarlo. No sabía que era pero sentí que algo
de suma importancia me había ocurrido. Tenia 18 o 19 años
y estaba obsesionado con la necesidad de "escribir algo".
Por entonces había hecho unos torpes intentos de escribir poemas.
Pero jamás se me pasó por la cabeza que existían
lugares donde yo pudiera enviar esos intentos en la espera de que
alguien los leyera y la posibilidad - increíble, así
me parecía- que luego fueran considerados para publicarse.
Pero allí, en mi mano había suficiente prueba que existía
gente responsable en alguna parte del mundo que producía, ¡querido
Jesús!, una revista mensual de poesía. Estaba medio
tambaleante. Me sentía, como dije, en presencia de una revelación.
Agradecí al anciano muchas veces y salí de su casa.
Entregué el cheque a mi jefe, el farmacéutico, y me
fui con Poesia y La pequeña antología a casa. Y así
comenzó mi educación.
Por supuesto, no puedo recordar ninguno de los nombres de los que
publicaron en aquella revista. Muchos eran unos pocos distinguidos
poetas mayores junto a los nuevos, "desconocidos" poetas.
Situación semejante existe ahora en esa revista. Naturalmente
no había oído ni leído sobre ninguno de ellos
ni menos sobre modernos o contemporáneos. Recuerdo que me di
cuenta que la revista había sido fundada en 1912 por una mujer
llamada Harriet Monroe. Recuerdo esa fecha porque era la fecha en
que mi padre había nacido. Tarde esa noche, fatigado de leer,
tuve el sentimiento claro que mi vida estaba en un proceso de ser
cambiada en algo más significativo.
En la antología, había serias conversaciones sobre
el "modernismo" en literatura y el papel que había
jugado un hombre que tenia un extraño nombre: Ezra Pound. Algunos
de sus poemas, cartas y listas de reglas - sobre qué hacer
y no hacer cuando se escribe- se incluían en la antología.
Supe luego, que en los comienzos de Poesía este Ezra Pound
había sido editor extranjero de la revista, la misma revista
que aquel día cayó en mis manos por primera vez. Aún
más, que Pound había sido el que introdujo los trabajos
de un largo número de poetas a la revista de Monroe asi como
a La pequeña antología. El fue, como todos saben, editor
y promotor de poetas como H.D., T.S. Eliot, James Joyce, Richard Aldington
para citar algunos. También en la esa revista había
discusión y análisis de movimientos poéticos
como el imaginismo. Supe también que Poesía era la revista
que promovía la escritura de los "imaginistas". A
esas alturas estaba mareado y no sé cuanto pude dormir esa
noche.
Todo eso fue en 1956 o 1957 como dije. ¿Eso me excusa de no
haber enviado nada a Poesía por 20 años? No. Lo más
increíble, el factor crucial, es que cuando envié algo
en 1984, la revista aun se publicaba. Una de esas personas, el editor,
me escribió alabando mis poemas y diciéndome que la
revista publicaría seis de ellos en el próximo numero.
Me siento orgulloso de eso. Seguro que sí. Y gracias en parte
a ese anónimo, adorable y gentil anciano que me dio una copia
de la revista.
¿Quién era él? Habrá muerto hace tiempo
y el contenido de su pequeña biblioteca dispersada a quien
sabe que otra pequeña, excéntrica -pero probablemente
no en una colección valiosa- librería de segunda mano.
Le dije ese día que leería aquella revista y el libro
también y que volvería para decirle lo que pensaba.
No lo hice por cierto. Muchas otras cosas ocurrieron en tanto. Fue
una promesa muy fácil y se rompió en el momento que
él cerró la puerta detrás de mí. Nunca
lo volví a ver y no supe su nombre. Puedo decir sólo
que ese encuentro realmente ocurrió en la manera que lo he
contado. En ese entonces era un cachorro, pero nada puede explicar
ese momento: el momento cuando la única cosa que más
necesitaba en mi vida -llámese la estrella Polar- me fue dada
, casualmente, a mí esa vez. Porque remotamente nada se me
había acercado nunca hasta ese momento.
Leer más:
POEMAS: Raymond Carver, Nota y versiones de Esteban Moore. >>
(1) Refrencia bibliográfica: Tomado de Raymond Carver. All
of Us. The collected poems. New YorK; Vintage Contemporaries, 2000.
Páginas traducidas, 265-267, "Some Prose on Poetry"
*Javier Campos. Escritor y poeta
chileno. Reside en EE.UU. académico de la Univesidad de Fairfdield,
Connecticut. Profesor de Literatura y Estudios Latinoamericanos.