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Comarcas silenciadas y autoficción memoriosa en Grados de referencia, de Juan Mihovilovich
(Novela, Lom 2011-273 páginas)
Por Sergio Infante
Universidad de Estocolmo-Suecia.
Septiembre 2012
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Llamamos comarcas silenciadas a aquellas regiones que si bien pueden tener voz, carecen por lo general de sintonía en el resto de un país y en ámbitos más extensos. Las voces que narran la memoria de sus experiencias quedan acalladas por el peso que una práctica impone desde la capital. Esto de alguna manera se produce como consecuencia de unas relaciones de poder (Foucault, 1979), en las que intervienen fuerzas objetivamente desiguales. En desmedro de las comarcas menores, esa preponderancia acalladora, que se da sin querer queriendo, se intensifica en Chile, un estado nación concebido como unitario a ultranza, pertinazmente centralizado y excluyente.
Algunas de esas comarcas son el mundo exterior donde se desarrolla la novela Grados de referencia (2011) de Juan Mihovilovich. La austral Punta Arenas y ciudades, pueblos y espacios rurales de la región del Maule, en la Zona Central, hacen parte de una memoria que despierta en el relato de un narrador personaje. Pero antes de entrar en su análisis, sesgado, claro, por el tema que nos reúne, tal vez convenga sintetizar algunas premisas:
1) Los procesos de memoria se mueven de lo colectivo a lo individual (Hallbacks, 2002)
2) y al expresarse, en cualquier forma de relato, entran en ellos los condicionantes culturales, la memoria es tiempo pero también espacio, lenguaje, experiencias y miradas (cfr. Kohut, 2009).
3) La memoria reciente, sobre todo, cuando toca hechos ocurridos bajo una represión dictatorial, tiene una construcción y una difusión en las que se sienten con mucha fuerza las relaciones de poder. En cuanto a la difusión, por ejemplo, hechos que en dictadura se conocieron, en un primer momento, como murmullos que salían sofocados por una mordaza van siendo mejor conocidos en la medida en que hay formas de resistencia, organizadas o no, capaces de ir cambiando las relaciones de poder. Y ya en democracia pueden ser memoria que se expresa en la calle, en foros públicos, en los juzgados, en los medios de comunicación de masas, en libros, en el arte, etc. Más complejo resulta explicar la injerencia de las relaciones de poder en la construcción de la memoria del pasado reciente, porque incluso cuando en democracia es posible unir fragmentos permanecen huecos, zonas oscuras. Los recuerdos son dolorosos, hay situaciones traumáticas que perviven en los individuos. El miedo, el pequeño dictador dentro de uno, como dice la novela que examinaremos, llena de borrones los recuerdos. Debe también tomarse en cuenta cómo operan los discursos encubridores en un periodo postdictatorial, aquellos que llaman al golpe de Estado, pronunciamiento; a la innegable dictadura, gobierno autoritario, y califican de excesos a las torturas, muertes y desapariciones. El poder del lenguaje al servicio del lenguaje de los poderes fácticos que siguen operando.
4) Por fortuna,en el periodo postdictatorial se impone una memoria alternativa, expresada en discursos que no eluden el pasado y buscan esclarecerlo, que dejan escuchar las voces de las víctimas o de sus familiares, que se expresa, en testimonios, informes, estudios en el campo de las ciencias sociales y humanas, de la literatura y el arte. Esta memoria alcanza incluso un grado importante de institucionalidad, prueba de ello son el museo de la memoria, cátedras sobre la memoria, coloquios universitarios, un cierto apoyo estatal, etc. Hay que advertir, sin embargo, que dicha institucionalización puede implicar reduccionismos y pérdidas; otra vez una cuestión de relaciones de poder y del orden del discurso (1992).
5) En un relato de ficción todo hecho de memoria se inscribe en un proceso de refiguración en el sentido que Paul Ricoeur (1999) da a este término[1].
La novela Grados de referencia puede ser calificada como autoficción (Alberca, 2007), pues el personaje narrador, aunque no aparezca con nombre alguno, narra y pasa por varios hitos de la vida de Juan Mihovilovich, algunos de los cuales se sintetizan ya en una de las solapas del libro, desde su nacimiento en Punta Arenas, en 1951 hasta su ocupaciones profesionales y literarias:
Actual Juez de Letras, Garantía y Familia de Curepto, Región del Maule.Trabajó entre 1985 y 1990 para la Vicaría de la Solidaridad y el obispado de Linares en la defensa y promoción de los derechos humanos. De 1991 a 1994 fue secretario ministerial de Justicia de la región del Maule; de 1994 a 1995, jefe del departamento de readaptación de gendarmería de Chile. (Nota: hoy ejerce como Juez en Puerto Cisnes, Región de Aysén)
A continuación la solapa se detiene en las obras y los premios del autor, pero de eso no se va a ocupar en la novela, salvo muy excepcionalmente. Y solo se referirá al hecho de escribir y a la angustia que puede sufrirse en el proceso creativo.
La autoficción, y unas estrechas relaciones entre realidad y ficción –a las cuales este libro apela de entrada en una “Advertencia: Hechos y personajes son reales y ficticios: solo es cuestión de perspectiva.”– se prestan para tratar el tema de la memoria reciente, pues al contarse una vida, no queda la trama de la obra limitada a los siniestros días de la dictadura, sino que hay un durante, un antes y un después sobre los que se vuelve a vivir y a reflexionar, quedando a la luz una serie de vasos comunicantes, que son los grados de referencia nombrados en el título, expresión que se reaparece anafóricamente a lo largo del libro, a vecesen una significativa variante: “golpe de referencia”. Para el personaje la vida es siempre búsqueda, y como en la vida de toda persona hay unas circunstancias, un mundo[2].
La trama comienza in medias res cuando el protagonista se dispone a contar, y cuenta a su narratario, los recuerdos de su experiencia el día del golpe de Estado. El relato no podía arrancar de otro modo, Nadie de la misma generación del personaje podría sustraerse de este día que impacta en su vida mediante la represión y la emisión de bandos militares. Es un hecho marcado a fuego en la memoria.
Mire usted, un día cualquiera, mientras los ecos de septiembre constituyen una parábola del futuro, el mundo se paraliza, ¿lo ve? Ocurre apenas inicio la historia. Pues bien, las calles se repletan de hombres uniformados, de camiones que trasladan a ciudadanos temerosos, de civiles persiguiendo a jóvenes que huyen hacia las esquinas como si allí pudieran esconderse. Quizá pretendían ocultarse de sí mismos, de su futuro, del miedo de seguir viviendo. No lo sé. No sé nada al fin. Solo que estaba allí por esas casualidades que la vida se empeña en forzar, sin asumir aún sus invisibles grados de referencia (11).
A nuestro personaje narrador, que en 1973 era un estudiante de Derecho el golpe lo sorprende en Linares, la ciudad donde viven sus padres, a la cual ha viajado para renovar su carnet de identidad. “¡Cruel paradoja! En el preciso instante en que acudo a la oficina del Registro Civil a reponer el número que me reinstalará en el mundo […] Comenzaba el acoso que nos incluía” (12). Así como los 0 grados Celsius son para el agua el grado de referencia para convertirla en un sólido, el golpe de Estado queda en la memoria vuelto un hito insoslayable, que resurge muchas veces como una suerte de siniestro ritornello. Resulta ser, además, un referente identidario, de allí lo de la renovación del carnet del personaje.
La composición del relato autoficcional parte con el golpe militar pero obviamente este no se queda pegado allí. Como ya dijimos hay un antes, un durante y un después, que pasadas las primeras páginas se van organizando grosso modo en una línea cronológica aunque salpicada de anticipaciones y retrospecciones, de acontecimientos que se vuelven a nombrar y a recordar, con la conciencia de estar recordándolos, para complementar algo, para asociar un hecho del pasado con otro más distante o por libre asociación[3], y de ese modo subrayar los grados de referencia que se supone revelan el sentido de una vida, que la memoria viva del sujeto refigura en el momento de narrar[4]. Grados de referencia que parecen conformar un rizoma, en el sentido que Gille Deleuze y Félix Guattari le dan a este término:
[…] a diferencia de los árboles o sus raíces, el rizoma conecta cualquier punto con otro punto cualquiera, cada uno de sus rasgos no remite necesariamente a rasgos de la misma naturaleza […] solo está hecho de líneas: líneas de segmentaridad, de estratificación como dimensiones,pero también línea de fuga o de desterritorialización como dimensión máxima según la cual, siguiéndola, la multiplicidad se metamorfosea al cambiar de naturaleza (Deleuze y Guattari, 2003, 48).
Las primeras palabras de la novela de Mihovilovich, las que se dicen antes de contar el acontecimiento del golpe y que en cierto modo fijan el tono que tendrá la narración (hay de hecho en ellas más de un rasgo metanarrativo) se acercan bastante a la idea de rizoma:
¿Cómo empezó todo? ¿Algo empieza en verdad? ¿No se continúa lo inconcluso, lo que tiene un destino o puede consumarse, aunque sea transitoriamente? No sé cómo ni cuándo comenzó. Recuerdo hechos e ideas fragmentadas. Claro, un trozo de vida: acontecimientos dispersos sin orden ni concierto, como si un director se inclinara a recoger la batuta y al erguirse, la orquesta entera desafinara (11).
En este mismo sentido, no está de más citar las tres últimas líneas del libro: “Viví, querido amigo. ¿Habré vivido, en verdad? ¿O mi paso por este nuevo sitio es un nuevo grado de referencia, transitando hacia esa otra realidad que siempre me ha llamado? (273). La última pregunta, al ser sacada de contexto, resulta un tanto misteriosa. Lo es menos si se considera que el personaje narrador siente, desde la temprana adolescencia una fuerte inclinación a lo espiritual y al esoterismo que se manifiesta en forma discontinua pero que sin embargo se va a ir acentuando durante los últimos años, es decir, los temporalmente más cercanos al momento de narrar el recordar. Cuantitativamente ocupa mucho menos espacio del que toman las relaciones personales, la militancia clandestina o abierta, el trabajo como jurista y en derechos humanos, el oficio de escritor.
La autoficción, al menos en la obra que examinamos, pareciera una forma óptima de enfrentar la memoria del pasado reciente. Un lenguaje de la memoria que se alimenta de la complejidad de un personaje reflexivo, capaz de hacer de su inconformismo angustioso y del acusar las penurias de la incertidumbre, la mejor arma para liberarse de un entorno que nunca deja de ser odioso y opresivo; y del dictador, que después de la dictadura, sigue internalizado en las personas. Veamos un ejemplo.
A mediados de los 90 al personaje se le encarga inspeccionar cómo vive un ex general de ejército relegado en su predio agrícola, en el sur del país, acusado de asesinar al ex canciller de Allende, cuando este se encontraba exiliado en Washington. Se trata en realidad del general Manuel Contreras, quien fuera el jefe máximo de la siniestra DINA, hoy condenado a 278 años de cárcel por sus innumerables crímenes.En la novela se llama general Condeza, y nuestro personaje narrador, después de controlar los sentimientos encontrados que le producen estar frente a un individuo de esa calaña y, en calidad de funcionario de la justicia, tener que guardar la compostura en todo momento, después de sortear todas las trampas de amabilidad que su interrogado le tiende, después inspeccionar la vivienda y de sospechar que quizá el General no viva realmente allí, reflexiona acerca de la naturaleza de este:
¿Acaso el hombre cambia con el tiempo? ¿Acaso un hombre varía sus opciones durante su estadía en la tierra? De ninguna manera. Para Condeza, el individuo ha de ser invariable; de una sola línea. ¿Y las circunstancias no cuentan? No; tampoco es posible. O es posible en los débiles y pusilánimes. […] Hombre de una línea, sin duda. ¡Qué increíble! Condeza tuvo también una niñez. Estudió, pasó la secundaria y terminó sus días en la Escuela Militar. Es gráfico: terminó allí sus días. Lo que vino después ha sido una especie de corolario, la guinda de la torta; aunque suene frívolo en medio de tanto dolor y miserias causados. Condeza se negaba a reconocer culpabilidad alguna (267-268).
Este pasaje se encuentra en el penúltimo capítulo de la novela, de manera que el lector se ha formado una idea bastante completa del personaje narrador y sabe que está muy lejos de ser un hombre de una sola línea, pues ha conocido sus diversas inquietudes, sus inconformismos, decepciones y dudas, sabe que para él pesan las circunstancias, incluso el azar, al vivir y al hacerse cargo en el relato del balance de la propia vida, al construir la memoria. Pienso que esta flexibilidad es altamente responsable y en ningún caso significa un oportunismo acomodaticio ni un diletantismo superficial porque la mueve un irrenunciable afán de búsqueda[5]. En gran medida se conserva aquí una buena porción del espíritu de muchos jóvenes de la época anterior al golpe de Estado, que eran capaces de tener un amplio espectro de inquietudes y al mismo tiempo luchar por los cambios sociales, romper esa línea ordenadora impuesta ya en la Colonia que algunos historiadores han llamado el peso de la noche. En este sentido la novela es también la memoria colectiva de una generación que soñó y que sus sueños fueron transformándose en pesadilla a partir del golpe de referencia. El que narra su vida y su mundo, el mundo de las comarcas silenciadas en este caso, no está libre de una memoria culposa:
No fui encarcelado, sí mi hermano, el que yo golpeaba de chico. Lo detuvieron por mi eventual responsabilidad en el error.[…] ¿Recuerda el asunto de las armas? Por error se detuvo a un joven, casi un niño, de quince años, que pertenecía a esa camada de idealismo adolescente […] Ese joven me involucró en la entrega de las armas. […]. La suma de errores simultáneos desvió mi eventual detención hacia mi hermano. […] Me enteré al mes, lo que sirvió para sopesar mi situación. Si hubiera ido a Linares en esa época, con seguridad sería otro quien estaría conversando con usted. ¿No será otro en buenas cuentas? (59-60).
Esta forma de ver las cosas, está en las antípodas de la de ser hombre de una sola línea, como puede verse el personaje narrador, siente una responsabilidad incluso cuando el azar podría exculparlo en este caso. Le pesará durante toda la vida, sobre todo por el deterioro mental que sufrirá su talentoso hermano cuando ya sea un hombre hecho y derecho. Pero no se queda en ser crítico consigo mismo. La dictadura y el periodo posterior, caracterizado por el olvido y el consumismo, no han diezmado su inconformismo frente a la realidad vigente. De modo que al hacer el recuento es capaz de asociar el episodio recién narrado con otro ocurrido más de treinta años después:
Claro, se ha recobrado la normalidad y muy pocos son los colgados de los testículos en una celda secreta. […] Hace un año mi hijo mayor compraba cervezas en un periférico barrio capitalino, junto a su pareja, cuando fueron detenidos por policías, ¿sabe por qué? Solo por la apariencia: pelo teñido y ropas oscuras con diseños anarquistas. Los retuvieron en un vehículo toda la noche. A él lo golpearon con esa maestría retorcida que no deja huellas. […] Ella fue desnudada y la mojaron con una manguera para reírse de sus convulsiones. ¿Hay peor humillación que esa? Únicamente por complacer sus bajos instintos y hacer gala de un poder repulsivo. Dígame si no es otra broma de mal gusto que aquella institución policial sea la mejor evaluada anualmente. […] ¿Han cambiado las cosas? No, de manera alguna: solo han variado en intensidad (61-62).
Capaz de conectar el pasado con el presente, revelando hasta sus vínculos más dolorosos, la autoficción supera los procesos arqueológicos y forenses de la memoria, porque sin desconocerlos, mediante el refiguración de la propia vida, del estar en el mundo y de sus grados de referencia, pone en movimiento un proceso inacabado, profundamente humano, una memoria viviente en la cual el lector no deja nunca de involucrarse.
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Bibliografía
Alberca, Manuel, 2007, El pacto ambiguo. De la autobiográfica a la autoficción, Biblioteca Nueva, Madrid
Burotto, Susana, 2011, “Impresiones sobre Grados de Referencia”, en http://letras.mysite.com/jm041111.html
Deleuze, Gilles y Guattari, Felix, 2003, Rizoma (Introducción), Pre-Textos, Valencia
Foucault, Michel, 1979, Microfísica del poder, Ediciones de la piqueta, Madrid
Foucault, Michelt, 1992, El orden del discurso, Tusquets Editores, Buenos Aires
Hallbacks, Maurice, 2002, “Fragmentos de la memoria colectiva”, en Athenea-digital, otoño 2002,
http://psicologiasocial.uab.es/athenea/index.php/atheneaDigital
Kohut, Karl, 2009, “Literatura y memoria. Reflexiones sobre el caso latinoamericano”, en Revista del CESLA, núm. 12, 2009, pp. 25-40
Marks, Camilo,2011, “Autobiografía de una época” en El Mercurio, domingo 4 de septiembre de 2011,
Maya Franco, Claudia María, 2005 “La literatura como fuente de perplejidad” en Co-herencia, N. 2, vol.3
Mesa Latorre, Álvaro, 2012, “El vuelo de Mihovilovich”, 2012, http://www.letras.mysite.com/jmi040212.html
Mihovilovich, Juan, 2011, Grados de referencia, LOM ediciones, Santiago de Chile
Ricoeur, Paul, 1999, Historia y relato, Barcelona, Paidós
Ruíz Burdiles, Francisco, 2011,“Grados de referencia, novela de búsqueda”,
http://letras.mysite.com/jm090911.html
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Notas
[1] Véase también Maya Franco, 2005
[2] “¿Estamos ante una sucesión de anécdotas egotistas, un ejercicio descomedido en la exhibición del yo? De ninguna manera. No existe la más remota posibilidad de crear textos desprendidos de elementos biográficos y que no reflejen nuestro tránsito por el mundo. Si el autor peca de ingenuidad y cae en excesos retóricos, ellos se compensan mediante la pintura cálida de una época en torno a la cual nada definitivo se ha dicho” (Marks,2011) .
[3] “Lo que me parece notable en estas memorias fragmentadas es su no contradictoria linealidad. En este tipo de propuesta, bien pudo el autor haberse sumergido en el terreno farragoso que supone el ámbito de los recuerdos, propios y externos. También pudo haber optado por la extrema sencillez de las fechas, los años, la línea recta de una vida que está ofreciendo a ese interlocutor, con la comodidad que éste no devuelve ni las impresiones, ni las preguntas. Pero elige un tercer camino, tal vez el más complejo, que es el entrelazamiento de orden y desorden, mezclando su voluntad narrativa (….) con el peso de una realidad ambigua, agobiante, que no propicia ordenamiento alguno.(….)” (Burotto, 2011).
[4] “El vuelo que realiza es integral, valiente, potente. Derriba puertas y abre muchas ventanas. Como habitante de la dictadura, vuelve con fuerza -con su sólida prosa- para rescatar al arte, a la democracia, a la literatura y al hombre” (Mesa Latorre, 2012).
[5] “GRADOS DE REFERENCIA es, por lo mismo, una novela de experiencias iniciáticas. Su narrador-protagonista nos pone siempre frente a situaciones de iniciación: el sexo, el poder, la justicia, la amistad, la religión, el misticismo, la masonería, etc. De casi todas ellas sale con desilusión y cierta amargura que, sin embargo, no alcanza a convertirse en frustración ni rabia, pues pronto habrá otra ilusión, el punto de partida de un nuevo ciclo de búsqueda” (Ruíz Burdiles, 2011).