-Espada del augurio, quiero ver más allá de lo evidente.
Decía Leono, uno de los protagonistas de una serie de dibujos
animados: The thundercats.
Hoy por hoy creemos sólo en lo axiomático, lo oficial.
Y pensar que Leono en la década de los ochenta, gracias a la
espada del augurio, sabía cuáles serían los pasos
de sus enemigos mortales, comandados
por el temible Mum-ra, permitiéndole adelantarse a los nuevos
escenarios, descubrir las celadas y los ataques de los secuaces, a
saber: Reptilio, Mandriloc, Buitro, Rataro y chacalo, y salvar a sus
amigos Panthro, Tigro, Cheetara, Felino, Felina, Snarf cuando estaban
en peligro de morir y así imponer la justicia por sobre la
maldad, junto con su tutor y protector llamado Jaga, quien le advierte
de los amenazantes peligros. Quién haya visto esta serie animada,
debe recordar a la poderosa espada que crecía al grito de “Thunder,
Thunder, Thundercats!! Oooh...!!! y que lanzaba un haz luminoso y
proyectaba la imagen de los thundercats en el cielo, la cual ponía
en aviso de peligro a todos los miembros del grupo, consideremos también
que la espada sólo obedecía a su amo, Leono.
Creo, por otro lado, que detrás de lo irrebatible de nuestra
cotidianidad, se esconde otra verdad, una certidumbre que, tristemente,
nosotros, simples mortales, no podemos descubrir a tiempo o callamos,
porque no poseemos la espada ni el poder. Cuántas insidias
se tejen entre cuatro murallas, cuántos procedimientos tienen
que alterarse sobre la marcha para evitar mostrar lo que está
más allá de lo evidente. Creo que asistimos por este
tiempo a una comedia de equivocaciones, en la que es un deber descubrir
lo que está ocultando la majestuosa fachada. Pero por ahora
sólo podemos contentarnos con averiguar cuando los hechos se
han consumado, así se nos informa que hombres honorables no
lo eran, que guardianes de la ética y la moral “más
allá de lo evidente”, se ahogaban en su propia descomposición.
Sí, sería fenomenal tener la espada del augurio, aunque
fuera para defendernos de los malos propósitos, del mal de
ojo, de las brujas que avizoran, protegidas dentro de imágenes
angelicales, de los envidiosos, de los soberbios, de los “dueños”
de la verdad, de los soplones y chupamedias que nunca faltan, de los
usufructuarios corporativos, de los cómplices que aceptan irregularidades,
de quienes se benefician con el menoscabo de los demás para
obtener el reconocimiento público, de mun-ras, buitros, reptilius
y mandrilocs del presente, en fin, de todo aquello que está
contaminado para condenarse y asfixiarse en su particular e ineluctable
defunción.
Nuestra bien amada sociedad, la misma que nos resguarda, es obligada
a contener, por su buen funcionamiento en el ámbito comunal,
provincial, regional, nacional e internacional ciertas anomalías
que algunos individuos que se decían dignos, perpetran en nombre
de las instituciones, esas mismas que sirven para desviar recursos
a bolsillos particulares, las que deciden ataques y exterminios, las
que declaran la hambruna, y no lo digo yo, lo advierto en la certeza
de los medios de comunicación masivos, ni siquiera tengo que
ir más allá de lo evidente. Por todo lo anterior, prefiero
rescatar: la portentosa voz de la Karen Carpenter, el genio musical
de John Lennon, la fuerza interior e inclaudicable de Daniela García
(la estudiante de Medicina que tuvo el accidente ferroviario), mis
novelas inéditas, la lectura, la música clásica
y la de relajación, el ajedrez, la tranquilidad de los cementerios,
las fábulas de Esopo, el pan amasado de una casa de campo después
de una excursión, en buenas cuentas, aquello que me enseñe
a querer con mucho más fuerza la palabra libertad.
Leer más del autor: La edad impensada
No solo de apariencias vive el hombre