En su mayoría, los
poemas de Rodrigo Lira fueron escritos entre 1977 y 1981. Ese último
año -el de su muerte- Lira se preocupó de darles algo parecido a una
edición definitiva: reescribió, diseñó, fotocopió y reunió esos textos
en una carpeta que fue enviada al concurso anual de poesía de la
Municipalidad de Santiago. Eran versiones de trabajos que sus lectores - o
auditores- conocíamos bien, pero aquí aparecían formando parte de un
espectáculo en que el tipo dactilográfico alternaba con la letraset y
con fotografías y dibujos. El efecto general de esta publicación
restringida podría calificarse de circense: primaba, en la gráfica,
uno de los semblantes del espíritu que Rodrigo se había preocupado de
enfatizar en el último tiempo, por sobre el tono de sus producciones
más dramáticas. Entre esos papeles había señales, en todo caso, que
cuando ya no era posible hacer nada entendimos como premonitorias de
su muerte lamentable: la cita de George Harrison, por ejemplo,
incluida en "Angustioso caso de soltería" ("Please don't be
long/ please don't you be very long/ Please don't be long/ or I may be
a sleep").
Para la poesía
chilena, ése fue un período particularmente significativo. Enrique
Lihn publicó París, situación irregular en 1977, el mismo año
de aparición de La nueva novela, de Juan Luis Martínez. Dos
años más tarde, Raúl Zurita hizo lo propio con Purgatorio y
Nicanor Parra demostró una revitalización de su escritura con
Sermones y prédicas del Cristo de Elqui. El mismo Lihn denominó
a 1979 - su cincuentenario- como "el año de la mutualidad del yo", y
en el contexto de esa celebración la editorial Ganymedes le editó A
partir de Manhattan. Tiempo antes había dado a conocer un opúsculo
de envolvente y patagüina retórica: "Lihn&Pompier", donde
recogía la palabra extensa de un anciano esperpéntico y sombríamente
chileno.
El 79, también,
Lira ganó el concurso de la revista "La Bicicleta" con su poema "4 tres cientos sesenta y cincos y un 366 de onces" y Claudio Bertoni
ocupó el tercer lugar del escrutinio. En 1980 Diego Maquieira ya había
hecho adelantos de La Tirana, y en 1981 Gonzalo Muñoz publicó
su primer libro, Exit. En fin, la lista es larga y debería
incluir también a Erick Pohlhammer y a Ronald Kay, además de las
propuestas narrativas de Cristián Huneeus y de Diamela Eltit. De
cualquier forma, estas puntualizaciones sirven para dar cuenta de la
densidad de la atmósfera poética del momento en que Lira escribía en
la relativa soledad de su departamento. Cuando hablo de densidad estoy
pensando en un grupo de poetas sin necesarias conexiones orgánicas,
pero que se miraban o al menos se divisaban entre sí, y cuyas
producciones - todas o casi todas- situaban sus voces en ámbitos
distintos al que hasta entonces el lector solía asignarle a la poesía.
Enmascaramiento, ventriloquía, desaparición del autor, circulación de
hablas, recuperación de los desechos del lenguaje y de la retórica son
conceptos que se han usado para explicar los procedimientos en que
incurrieron estos autores, cuya gran mayoría, por lo demás, tenía
algún vínculo con las artes visuales.
Más que un poeta,
Rodrigo Lira se consideraba - lo recuerda Lihn en el prólogo a la primera edición de este libro- un diestro
operador del lenguaje con facilidades para los idiomas. Esta
definición es importante, en cuanto nos indica aproximadamente el
lugar que él se reservaba en la constelación de sus contemporáneos.
Podríamos ampliarla, incluso, suponiéndolo un operador de la palabra
escrita y de la hablada, un manipulador de las técnicas de impresión a
su alcance - de la fotocopia a la copia de planos- y un entusiasta
amateur de la representación teatral o, aun, de los ejercicios de
dicción.
Lira fue moderno
hasta donde se pudo en un país que por entonces experimentábamos como
un lugar especialmente aislado. Si hubiese que buscar antecedentes
literarios de su obra, habría que pensar más en Cortázar o en algunos
textos de Kafka antes que en la tradición poética local. Sus poemas no
están escritos con sangre ni con vino tinto ni con limo del terruño,
sino más bien - simbólica y literalmente- con la tinta Kores de las
cintas de las máquinas de escribir.
Lihn lo llamó
"erudito del pop y del pap art". La erudición era consustancial a su
persona, si bien ésta era más que nada del tipo clasificatorio. En
este sentido, su biblioteca - según su propia opinión- contenía libros
curiosos más que buenos libros. Entre ellos - y éste es un dato que
podría adquirir algún interés desde el punto de vista de la psicología
de la transferencia- se hacían notar los tomos de la Enciclopedia
Larousse, que su abuelo francés - Canguilhem- rescató del barco que lo
trajo a Chile en 1906 antes de que éste fuera destruido por un
incendio. Los estimables mamotretos eran usados por Lira como materia
prima para sus collages: de ahí sacaba ideas, definiciones y dibujos
que después articulaba en sus textos.
Rodrigo Lira fue,
como ningún otro, tributario de su época. Su racionalismo, su
esoterismo, su léxico, sus preocupaciones sociales y hasta su
afectividad tuvieron el sello de los años 70. Sus poemas, en cambio,
donde confluyen todos estos elementos, son leídos hoy con
independencia de criterios temporales. Lo que tienen de verdad - lo
que tienen de poesía- los libera de la incómoda y excluyente misión de
documentar un pe-ríodo. Y esta verdad está en la operación misma: se
produce en el momento en que el diestro operador deja el control
deliberado de las formas y se da cuenta de que ha abierto un espacio
para que las formas se conecten entre sí. Las palabras, en las obras
más extensas de Lira, como STP, logran crear, en su encadenamiento
letárgico, un efecto de profundidad: estos poemas son un lugar adonde
uno va cayendo con el vértigo de su "cantinela musitada". Quien tenga
dificultades para verificar esta experiencia en la lectura silenciosa
- es posible que suceda- puede escuchar las grabaciones del autor o
bien ensayar por sí mismo la lectura en voz alta.
Libro de culto
En 1984, Enrique
Lihn y un grupo de amigos de Lira publicaron el libro póstumo
Proyecto de obras completas, conservando la selección de textos
que el autor había hecho para la carpeta mencionada al principio de
esta nota. En casi veinte años, el libro ha tenido oportunidad de
circular, ser fotocopiado, llegar a las librerías de viejos y,
virtualmente, desaparecer. Le ha creado, también, al poeta, una red de
lectores tan incondicionales como subterráneos. Se ha transformado,
por decirlo así, en un libro de culto, difícil de conseguir y, en
ocasiones, extremadamente caro. A Lira mismo - poeta de fotocopias y
de lecturas públicas- le hubiera sorprendido esta
situación.
Los poemas de Lira
son "tipográficamente expresivos". Si bien conocía perfectamente las
convenciones del rubro -y manifestaba admiración por Mauricio Amster-
, se empeñó en ensayar numerosas posibilidades para las cursivas, las
negritas, las mayúsculas, las abreviaturas y otras minucias de la
página impresa. Si la función original de estas convenciones es
desaparecer en la experiencia de la lectura, ayudar al texto a fluir
con claridad, Lira las alteró hasta la estridencia. Esta voluntad
evidente nos ha llevado a evitar la tentación de uniformar los textos
en esta segunda edición.
Ha habido,
evidentemente, una excesiva demora en la reedición del libro. Varios
proyectos de llevarla a cabo se han visto frustrados a través de los
años. Tiendo a pensar que estas cosas pasan por algo, que los libros,
así como buscan a sus lectores, también establecen sus propios plazos.
Es posible que la segunda edición de Proyecto de obras completas,
publicada ahora en un momento distendido, sin aventuras literarias ni
muchas novedades, reavive un poco la cueca en torno a un modo de
trabajar la poesía que a Lira le fue característico: extremar el
escepticismo de la palabra escrita sin desmedro de su reveladora
efectividad.
POEMA
INÉDITO DE LIHN