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“Ese surco ya es un río”.
Entrevista y poemas de Marina Arrate
Por Natalia Figueroa
Publicado en http://www.lacallepassy061.cl/ 5 de Septiembre de 2018
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Máscara negra, libro de Marina Arrate publicado en 1990 por ediciones Lar, fue reeditado durante 2017 en España por la editorial Liliputienses; hacia fines del mismo año, Cuarto Propio, en Chile, publicó su Obra reunida, volumen que incorpora la producción editada por Arrate desde la década de los ochenta hasta el poemario inédito Tratado del nadador. Para hablar de estos hitos, de su escritura, su relación con el poeta Gonzalo Millán y los sentidos que adquiere ser una poeta mujer en el actual contexto literario y político nacional, Natalia Figueroa entrevistó a la autora de Tatuaje (1992) y El libro del componedor (2008).
—Marina, tú eres psicoanalista además de poeta. Este vínculo me ha remitido a una serie de prácticas y sentidos terapéuticos de la palabra, atestiguados desde la Antigüedad. Entonces, quería preguntarte si acaso ves tú alguna relación entre la poesía y la sanación.
—Con relación a esta pregunta, misteriosa y compleja, podría decir que ambas, poesía y terapia, en mi caso de línea psicoanalítica, se hermanan en el uso de la palabra. Enfermamos con las palabras, sanamos con palabras. Lxs terapeutas empleamos palabras, lxs poetas empleamos palabras. Ambas disciplinas conllevan años de estudio y de saber.
Sin embargo, se trata de dos asuntos diferentes. Un/a poeta puede morir de poesía. La poesía es peligrosa. Tenemos muchísimos casos de suicidio, alcoholismo y drogadicción en el campo de lxs poetas y de la literatura. Y realizo este alcance para decir que la poesía NO salva.
Otra cosa es hacer uso de la poesía con fines terapéuticos, ya sea invitando a las personas a escribir –Alejandra del Río es muy buena en eso–, ya sea que el o la terapeuta –siendo poeta– ilumine con metáforas, ocurrencias líricas y todas las figuras del repertorio literario los conflictos dolorosos de los pacientes. Aquí me ubico yo.
Recuerdo una primera entrevista que me hicieron hace ya muchísimos años. La titularon “La poesía no es una catarsis”. Y sigo sosteniendo exactamente lo mismo. Por supuesto, escribir de pronto produce una grata sensación de liberación. Y admito que, en algunos casos excepcionales, pueda producir un fruto exquisito, pero eso sucede muy rara vez.
La escritura de poesía es un trabajo.
De modo que, continuando con los alcances de tu pregunta, aunque en mí ambas actividades mantienen ciertos vasos comunicantes, se mantienen separadas entre sí. Hermanadas, pero separadas.
Ahora bien, recuerdo en este momento una aseveración de Julia Kristeva, me parece que escrita en su libro Historias de amor. En ella postula que los seres humanos estamos vivos –vibramos– cuando amamos, cuando escribimos y cuando estamos en terapia, ya sea que ocupemos la posición de paciente o la posición del terapeuta. En estas tres instancias, la palabra significativa –la palabra llena de sentido– hace vibrar el alma –esa preciosa palabra– de los seres humanos.
Por supuesto, puedo seguir desvariando en torno al punto, ríos de tinta han corrido ya alrededor del tema. Yo misma escribí un artículo sobre Alejandra Pizarnik cuyo caso puede ser emblemático. La poesía la salvó, hasta un determinado momento, pasado el cual, las fuerzas autodestructivas no tuvieron un dique adecuado.
Ahora, leía las Cartas de John Cheever, el espléndido narrador norteamericano, y mientras avanzaba en la lectura, me iba percatando de lo mismo: hay un momento en que las fuerzas autodestructivas, que todos tenemos por lo demás, iban ganando la batalla. Muchas preguntas aparecieron en mi mente: algo había sucedido. Me detuve en la lectura. El hombre estaba sufriendo. Mucho. Y mentía.
No voy a contar qué sucedió. Las Cartas ameritan una lectura atenta, son una gran experiencia.
Creo que agregaría a la lista de Kristeva, la experiencia de la lectura.
—Marina, en tu artículo “El brazo y la cabellera” (2002) dijiste que una mujer muerta recorría como un fantasma la literatura de las mujeres en Chile. Luego, en una entrevista aparecida en revista Nomadías en 2009, precisaste esta idea diciendo que “la estructura patriarcal necesita del silenciamiento de la voz de la mujer, la muerte de una mujer”. En un ámbito similar, a la pregunta del lugar social que tiene una poeta mujer, respondiste que este lugar “es inexistente”. Hoy, ¿sigues manteniendo lo mismo?
—Acerca de esta pregunta, varias ideas rondan mi cabeza:
Primero. Bien por la cuarta ola feminista, aunque hubiera preferido el cuarto cataclismo feminista. Y en relación con esto, me parece que el sistema machista monolítico chileno, en lo que a la poesía y la literatura se refiere, permanecen aún bastante sólidos. Es innegable, sin embargo y pese a todo, que la fuerza ejercida por las mujeres para visibilizar sus trabajos y sus obras ha dado sus frutos. La generación de mujeres que comienza a publicar en la década de 1990, y las dos primeras décadas del siglo XXI, ha logrado instalar sus producciones. Creo que esto se logra, por la fuerza arrolladora del feminismo; por la existencia de la web, por el trabajo conjunto de poetas, narradoras, ensayistas, académicas y políticas que van tejiendo una tela firme de signo feminista, por una tradición que no se rompe de generación en generación, es decir, por el reconocimiento a las obras de las mujeres precedentes, por el término de la dictadura, por la fuerza incontestable de la producción de mujeres de los ochenta. En fin, es una suma de muchos factores.
Segundo. Sin embargo, me parece que estamos muy lejos de cantar victoria. Y como soy más bien pesimista o escéptica, yo seguiría sosteniendo que el lugar social de la poeta mujer sigue siendo inexistente. Si bien los avances recién descritos son ciertos, yo subrayaría el hecho de que tales avances son producto del propio esfuerzo del campo literario producido por mujeres. La institución literaria no se ha conmovido mayormente. Creo que un signo claro de un posible reconocimiento es que se le otorgue el Premio Nacional a Diamela Eltit, por ejemplo, y, luego, a una poeta y, luego, a otra narradora y a otra poeta y a una ensayista y a otra poeta y así. Que, en los hechos, el campo literario no esté marcado por el sexismo, a mi juicio francamente infantil, sino por el reconocimiento –ahora me voy a poner psicóloga– adulto de productores literarios de distinto género.
Tercero. Esto puede ser una anécdota. Gonzalo Rojas Canouet nos invitó a cuatro poetas a participar de un trabajo que tituló Ensayos sobre poesía. Será publicado el 2019. Yo participé precisamente con el artículo que mencionas, “El brazo y la cabellera”, pero le agregué un acápite denominado “Quince años después”. En él, hice más bien un collage incluyendo reseñas o presentaciones y estudios –realizados por Eugenia Brito, Patricia Espinosa, Javier Bello– de algunas poetas que publicaron a partir de la década de los noventa: Gladys González, Paula Ilabaca, Ximena Rivera Órdenes, Alejandra del Río, Antonia Torres, Marcela Saldaño. Había ya finalizado mi presentación y se abrieron las preguntas al público. Una mujer observa: ¿Y cuál sería la diferencia con la producción de las mujeres precedentes? Confieso que quedé un poco pilla porque estaba presta a decirle que sí había una diferencia, pero entre un segundo y otro me di cuenta de que no había tal. De modo que no me quedó más remedio que decirle que era una muy buena pregunta.
Contra todo mi deseo, pienso que el lugar social de las poetas mujeres sigue siendo absolutamente precario, sino inexistente. Y debo decir que, aunque me pese, y quizás por razones distintas a las esbozadas en mi artículo, la sombra de una mujer muerta sigue penando en la escritura de las poetas que nombré.
—Ahora bien, en otro ámbito de cosas, en tu poesía toma la palabra una mujer gozosa. De hecho, en tus textos, se delinea una suerte de “estética del placer”. Yendo ahora al contexto de producción de tus primeros poemarios, el de la dictadura militar en Chile, ¿cómo explicarías las líneas fundamentales de esta estética del placer y, en cuanto tal, su significado político?
—Nunca está demás subrayar, quizás una y otra vez, el carácter no solo reivindicatorio del acceso al placer de las mujeres, sino, insisto, en su cualidad constitutiva. Me explico: durante mucho tiempo me interesó el problema de la constitución del sujeto femenino. Así como somos, cuestión que ya ha sido develada por numerosas e inteligentes teóricas feministas, hemos sido durante siglos el pasto de un aleccionamiento ideológico fuertísimo que se hunde en la psique femenina y en la historia de la humanidad. Freud habló del continente negro para señalar en una metáfora, quizás afortunada, el misterio de la psique femenina y lo inaccesible que resultaba develarla y acceder a ella.
De tal modo que –intuitivamente– comencé a escribir Este lujo de ser, Máscara Negra y luego Tatuaje, concediéndome a mí misma el derecho de traducir al papel una pulsión que en determinados momentos me resultaba desconocida y en otros, exultante.
Poco a poco, la certeza de un derecho comenzó a instalarse en mi mente. Y, luego, el descubrimiento del profundo significado simbólico que se estaba gestando sobre la página. Se trataba, como bien dices, de un gesto político, en la medida en que se construía en el poema una mujer gozosa que descubría para ella y, para las mujeres en general, el mundo del placer, cuestión que ha sido vedada por siglos en las culturas patriarcales del mundo. La gracia es que este asunto accedía a la representación simbólica en un texto poético.
Escribí sobre este asunto de manera extensa en el artículo “El brazo y la cabellera”. Sin duda, este logro es el fruto de una revolución y un esfuerzo persistente de mujeres rebeldes y creativas y estudiosas que parte mucho antes que yo. Sin ir más lejos, en la preciosa lectura de poesía que compartimos hace unos días [1], se reivindicó a Christine de Pisan y su libro La ciudad de las damas, escrito en el siglo XV y que Margarita Bustos nos leía entre lectura y lectura.
Pienso que la escritura de mujeres de la década de 1980 que se desarrolló en el contexto de la dictadura fue la manifestación de una rebeldía ideológica y un cruce entre una máxima represión y una máxima rebeldía por parte de las mujeres que escribíamos.
Hoy estamos en otra situación compleja. Pienso que el acceso al placer ha sido ya logrado. La que hoy se ha denominado como la cuarta ola feminista, no obstante, instala sobre la mesa cuestiones importantes ligadas a ello: la exigencia por no ser tratadas como objetos sexuales; la puesta en cuestión de una violencia naturalizada hacia las mujeres; en muchos casos, la falta de protocolos que sancionen las agresiones en contra de la mujer; la necesidad de una educación no sexista; incluso la modificación en el lenguaje de los signos patriarcales. Sin embargo, ha quedado al descubierto en estos últimos días la fuerza de movimientos reaccionarios dispuestos a realizar acciones agresivas y delincuenciales en contra de las mujeres. Tal fue el caso de la fuertísima agresión sufrida por tres mujeres en la marcha por el aborto libre. Y que apenas recibió atención por parte del oficialismo. El derecho al aborto libre, ya se sabe, es un derecho sancionado por ley en numerosos países.
Hay algo que ha asaltado mi mente en estos últimos años y que tiene que ver con esto: el derecho de las mujeres a la expresión de la agresión y a la complejidad de las emociones que se juegan en torno a ella. Cuestión que ha sido vedada también por siglos. Podríamos hablar de este asunto largamente. Es también un asunto complejo, pero resumiendo, la agresión existe. En todas las sociedades existen o debieran existir protocolos que canalicen la expresión de la agresión. Los hombres deben ajustarse a estos protocolos. La mujer por su parte debe contactarse con sus sentimientos y emociones agresivas, deben existir cauces para ellas. Y los hombres deben respetarlas.
—Marina, en tu libro Uranio, una mujer desciende a un paraje que es definido como “absurdo” y del que “antiguos seres” emergen de las sepulturas. Es una imagen que remite al motivo del descenso a los infiernos, que atraviesa la literatura universal. En un verso anotas que en este paraje sombrío y mortuorio “vagaba lo más pálido de mí y lo más amado”. ¿Cuál es el sentido que le das a este viaje de descenso?
—Lo primero que salta a mi mente son las condiciones de producción de este texto. Y eso me hace recordar un artículo muy interesante que escribió Gonzalo Millán sobre las condiciones de producción de su magistral libro La ciudad.
Gonzalo Millán se hallaba en el exilio, en Canadá. Y todo en él, todas sus fuerzas creativas se concentraron en dar cuenta del golpe militar de 1973. Bueno, en ese artículo, escrito a posteriori, Millán narra cómo fue surgiendo en su mente el modo de ir construyendo el libro. Una de las cosas que más recuerdo es el instante en que se le ocurre su estructura. Ese ir del momento presente hacia atrás reconstruyendo minuto a minuto los sucesos del 11 de septiembre de 1973. Estaba observando un río; en un momento de la tarde, la corriente del río se devolvía. Ahí encontró la clave.
Volviendo a “La Ciudad Muerta”, en Uranio, y siguiendo un poco el ejercicio de reflexión de Millán, hay dos episodios cruciales que condicionan esta escritura. Yo había sufrido un accidente cerebral en Concepción que me tuvo a las puertas de la muerte. Una de sus consecuencias fue mi regreso a Santiago. Corría el año 1991. Al mismo tiempo, ese regreso es el encuentro con los signos ya visibles de la desilusión del retorno a la democracia, con sus promesas incumplidas, sus muertos desaparecidos, con sus reparaciones mínimas o inexistentes, con sus fastos teatrales, sus escenográficas mentiras. Se iniciaba el período que se llamó de modo eufemístico la transición a la democracia. El signo más evidente de cómo se venían los sucesos fue dejar al Partido Comunista fuera de la coalición de partidos que después conformaron gobierno. Era una barbaridad. Fue una barbaridad.
Y de ese modo comenzó el descenso a los infiernos.
—Y en ese descenso te acompaña la Virgen (“Ah, Virgen, continua compañera. / Con ella bajé al paraje absurdo”). Digo esto pues también en otros trabajos tuyos hay marcas textuales que remiten a una dimensión religiosa presente en tus textos. ¿Cómo se conjugan estos símbolos del imaginario cristiano-religioso en tu propuesta estética?
—Lo primero que debo decir es que estudié en un colegio católico de raigambre marianista durante toda mi enseñanza básica y media. Esas imágenes me acompañaron durante doce años y por supuesto pueblan mi mente. Están presentes en Uranio, en Trapecio y en el Tratado del nadador. Aunque suene contradictorio con mi propuesta estética, por ejemplo la de una mujer gozosa, en mí no siento esa contradicción. La rebeldía es hacia la institución de la iglesia católica con sus dogmas y sus leseras, institución que, por lo demás, en estos momentos se está cayendo a pedazos por la pedofilia institucionalizada que ya es de todos conocida.
Quizás es bueno recordar que nosotrxs, el mundo latinoamericano, fuimos colonizados en la fe y en las creencias y en las imágenes católicas. Ya es un saber además que el barroco latinoamericano es un sincretismo de las creencias de los pueblos originarios y las imágenes y creencias del mundo católico. Ese sincretismo sigue su curso, su deriva, de distintos modos y maneras.
—Tu último trabajo poético, Tratado del nadador, está publicado al final de tu Obra reunida. ¿Podrías hablarnos de este poema largo y de la relación que se establece con la dedicatoria a Gonzalo Millán?
—El Tratado del nadador apareció virtualmente completo, tal cual como está ahora, al final del proceso de duelo por la muerte de Millán, que fue para mí una gran pérdida.
Millán fue para mí un referente importantísimo, cuanto más porque éramos primos hermanos. Yo lo admiraba mucho, lo sigo admirando, y él me cuidaba. Él me alcanzó a enseñar cuestiones para mi formación que resultaron ser muy significativas como, por ejemplo, el problema clave de la palabra perfecta, el libro como un todo orgánico, algunos matices interesantes ligados a la recitación.
Aunque la distancia entre nuestras respectivas poéticas es considerable, para ambos la palabra perfecta es sagrada.
—Acabas de hacer mención de una palabra perfecta que es “sagrada”, ¿a qué te refieres exactamente con ello?
—Lo que pienso es que en poesía solo existe una palabra. Eso es asombroso, pero es así. Por eso, es tan difícil traducirla. Millán hablaba de una relojería. El poema como una relojería. Solo esa palabra debe estar ocupando ese sitio. Es la palabra perfecta. Si cambias la palabra, el artefacto poético se desarma. De ahí que sea sagrada. No recuerdo que Millán haya usado la palabra “sagrada”, creo que esa palabra la uso yo.
Por supuesto, esto tiene que ver con la técnica, cuánto sabemos acerca de hacer poemas, nuestra pericia, nuestra práctica, nuestro estilo, nuestra poética. Pero, cuando el poema está ahí, finalmente completo, lleno de sentido, vivo, vibrante, es que ha ocurrido un pequeño milagro. Y eso, ¿quién puede explicarlo?
—Marina, ¿cuáles son o han sido tus compañeras o compañeros de ruta en la poesía, y qué destacarías de su trabajo?
—Reconozco como mis pares a Eugenia Brito, a Elvira Hernández, a Soledad Fariña, a Carmen Berenguer. Aun cuando nuestros procedimientos escriturales son distintos, sí compartimos un denominador común: hemos sido, somos y seguiremos siendo rebeldes, contestatarias y subversivas. En ese sentido, comparto en plenitud la selección de poetas que realizó Raquel Olea en su estupendo libro Lengua víbora. Buen título. Allí estamos las cinco poetas. Ella subraya en cada una de nosotras la subversión de los signos, la voluntad de romper el estereotipo femenino convencional de la poeta canónica de principios del siglo XX, la desobediencia a las imposiciones de la dictadura y, en cada una, diría yo, la voluntad de trazar y horadar un surco por el cual circule la realidad otra, tanto de las identidades como de las realidades latinoamericanas.
Admiro en Eugenia Brito su escritura acabada, compleja, fina, de alto vuelo, culta. Admiro en Elvira Hernández su poesía ácida, corrosiva, escueta, bien plantada, satírica, sardónica. Admiro en Soledad Fariña la delicadeza de su trazo, la sensualidad de su sonido, casi como un susurro, su aventura carnal, la confección casi imperceptible de la seda de su poesía. Admiro en Carmen Berenguer su irreverencia, su desparpajo, la reivindicación de la marginalidad pobre, del coa de las tribus urbanas, a ratos delicada, musical, a ratos, estridente o, francamente, ¡a las trompadas! Todas hemos instalado a la poesía como el eje alrededor del cual se ordenan las cosas de la vida. Me gusta eso. Nos tomamos en serio el reto y pienso que el surco se abrió, está abierto y detrás de nosotras aparecieron y siguen apareciendo voces de mujeres igualmente contestatarias, rebeldes, complejas. Y pienso que ese surco ya es un río.
—Marina, ¿cómo definirías aquello que te lleva a escribir?
—Es algo que bulle interiormente, que no está en ninguna parte, y que lucha de modo imperioso por ser expresado.
Nota
[1] Marina Arrate se refiere al “Encuentro de poesía: La ciudad de las mujeres”, organizado por Margarita Bustos, que se realizó el 28 de julio de 2018 en Santiago de Chile. Participaron, además de Arrate y Natalia Figueroa, las poetas Maribel Mora, Mirka Arriagada, Ana Baeza y Malú Urriola.
Selección de poemas de Marina Arrate
De Tatuaje (1992)
Sed
Sed de una lumbre profunda escociendo en lo oculto de mi
oscura mirada.
Sed de ultimarse en infinito consumo, de apelar furtiva,
general, sapiente y única al terror de una religión agónica.
Sed del dorado disco que irradia
y penetra
los neuronales tejidos los medulares.
Sed de transformar el territorio, las playas, las rocas, los
acantilados, las estepas, las llanuras, las aguas y las piedras,
de decirme: yo ya no soy yo y el mí vive en mí en revuelta en
revolución constante revuelta de mis huesas revuelta muscular,
pendular, giratoria, punzante, definitiva.
Sed de mis labios, sed de su boca, sed de mi lengua y su
aparato palpital, sed de mis poros y su golosa gustura, sed
de mi gusto y de su lengua, grácil gimiente gruesa gélida
gasa y gula grillo grillete grava gravamen de mis senos y su
aúlica mistela,
mistela de mi mies sagrada y sorda a sus gemidos a su goce.
Sed de ir y más allá morder atacar vibrar prorrumpir en la
sed de mis leonas y de mis panteras sagaces bandidas
siniestras y de puro nervio construidas, solo coraje puro.
Coraje muscular del control preciso milimétrico del más
mínimo pedazo de piel lustroso y palpitante en ardiente y
tenaz alerta orillándose allí en las vírgenes de esta futura
selva ribera es y caudalosa la verba luminosa voraz y salvaje
generosa e invasora.
Gemido de su arpía entrada entre los ojos entre los pechos
entre los huesos de la cadera entre las piernas entre la boca
en la garganta ardiente y seca penetrando sílaba, nombre,
presencia, río rapaz y murmurante donde mato mi sed, su
sed.
Sed de colmillos, de collares de dientes de ciervo, de cabelleras
de piel de antílope, sed del hambre de plenitud, sed de
agonía y de los ojos de puma en furia, sed del parto y de su
crimen sed del testigo sed de su autoeliminación sed del
futuro carnaval de la perenne danza sed de la rubia sed de
mi memoria, memoria de mis caballos y mis antepasados
de mi rastro y de mi germen de la puerta que se abrió y de
la que abre los solares destellos del viento arrastrador del
viento núbil del viento celeste del viento vértigo del viento de
ti entre mi sacro y mis sienes entre tú y la paradoja entre tú
y tu espacio súbito salta la ingurgitada y la vehemente
quema y quema sus navíos mientras el mundo se deshace
como una barca de agua allí estaba ella Noéa, la primera,
cantando durante toda la noche milenaria mientras mi
amor se revolvía entre dos bestias sangrientas al destino
acometidas, hermosas y profundas en su júbilo en su gloria
era bella la indecencia de amarse así entre el follaje y los
cantos húmedos.
Sed, sed de la explanada, la vertiente y la cascada, sed del
aire y de tu mosto y el fondo nacarado de tu boca, tú,
cirenaico y cirio, tú, fruto feraz y ferino, tú, perentorio
fenecer en un umbral constante, tú, que eres mi sombra y
mi espanto y el fondo de la incendiaria y mítica belleza.
Ahora me adelanto y rastrojo con gracia juliana y odalisco
aire, el camino sin saber, como si agregando jibarizando
alelándome ya sin estirpe fuera como si aire como si
paleolítica neo – superiora histórica y centella colegida
sapiencial inconfundible suscitando ahora la guerrera una
reyerta de por vida, un filamento.
Ahora y así tanteando, lujosa y tisú, ataviada y terrorífica,
paradigmática y sin enigma, pura horcajada, arrojo de un
solo salto, infinitamente distinta, verde y furiosa dulcemente
relámpago, naturaleza y geranio, no como si adjetivo no
sustantivo no sí como elástico, como abanico, ala bermella
y raíz de un alimento terráqueo y fatal
la gracia de un corvo que de alucinante radio corta el género,
género que cae, lento y sinuoso en su hervidero, elegante y
fatal en su declive y entre su oleaje vaporoso y triunfante he
aquí el cuerpo que a mí viene suave, hermoso y deseable solo
sentidos pálpito y apetito angustia y gozo lujuria en su
infinito y bellísimo desnudo.
Y todo eso quizás solo un cuchillo, un puñal, armando cada
beso sin ventura, en la caída del enhebro silente es, gregaria
en su sed, en su Himalaya, jocosa, jadeante y jueza en su
anhelo de una juerga de rostros y palabras que vinieran
desde el otro en su eterno y para siempre derroche, sin final
en su infinito, como seda como manta como túnica y en
despoblado, sin cielo de armas, sin imagen pre-fijada, sin
final en el derrumbe y en la entraña silabaria.
Negros músculos de pantera caleidoscópica y ubicua, siempre
en sí misma e irradiando, puro colmilla y sangrienta,
libérrima, excitante, ¿qué condena o martirios te serían
necesarios, qué potente poderío, qué lujuria?
De Máscara negra (1990)
La modelo rojo
Si yo maquillo su boca
su inferior pequeño labio rojo
avanza
goloso y redondeado
y ella misma
los labios entreabiertos
y los ojos
tendidos
y su rostro.
Si yo pinto sus pómulos
estirados con una suave base roja
y reparto el color
por sus mejillas esfumado
paseo la palma
de mi mano por su piel
y la acaricio.
Si recojo la larga y
encarnada cabellera entre mis manos
haciéndola reposar solo en un hombro
y luego inclino su cuello flexible y delicado si
alcanzo a ver el borde de sus hombros si
la sombra de sus pestañas misteriosa sus ojos
la sombra marrón de sus párpados profundiza
la negra mirada
la frente se despeja y ennoblece si
su piel tersa apareciera
alargaría yo mi brazo y su ávida mano
deslizaría por su cuello y sus senos
tocaría sus caderas lamería su cintura
obsesionante en el vientre hundiría
mi deseo entre sus labios y queriendo
para mí su alabastro
clavaría ella sus rojas
uñas en mi carne y
vuelta entera
un tenso garfio
enterraría
mis ansias a su siga
y no me dejaría
sino hasta que arrojara agónica
mi último aliento a sus pies.
En consecuencia,
y con prudencia,
he decidido escribirla.
La Dorada Muñeca del Imperio
1.
Es el esplendor.
Hay una oscura orfebrería radiante
elaborando una tela solar.
Para su cuerpo para su piel
bordado en pedrería de seda y chifón.
La mujer es alta, dorada y fuerte.
Sus largas manos elevan
lentos cantos abisales.
Para los círculos
del Mundo y por su imperio.
Es la estela matutina la que alumbra
su alto entramado corporal y su modo
magnífico de ser
esculpida y ser vibrante.
2.
Es el sistema solar.
Hay antiguas catedrales …. viejas cúpulas
ardiendo en el tiempo
como el oro.
Tengo un recuerdo de la Habana Vieja:
…………….son sombras doradas en los adoquines
…………….y puertos eternamente abiertos
…………….como si esperaran a un Dios.
Pero me distraigo:
esta mujer es ventrílocua …. y hermosa.
Oh, quisiera también hablar de amor.
3.
La mujer es alta, dorada y fuerte.
Su desnudez parece recamada y brilla, pero
es tan suave como una amatista.
Sin embargo,
está viva y la veo.
Recostada en los espejos, devana su
paciencia peinando su rubia cabellera
y esperando el turno
para salir al escenario y pasear
la tela imperial.
4.
Nantés, Florencia, Atlanta y Singapur.
Son las flores de Adimanto:
…………….la ciudadanía ejemplar.
Se pueden pesquizar aún los rasgados telares
de otra allende ciudad antigua
anteayer contemporánea:
Indiga mesopotamia
Y sus valles estelares.
Mi mirada se agiganta.
Dios, son altos lirios y llameantes
…………….pozos circulares
rigiendo los tiempos como imperios.
5.
La mujer se coloca una media.
Ella acerca sus dos brazos a su pie.
Su pelo rubio cae
cae hacia delante.
Pero ella en gesto colosal
Lo ordena tras su oreja.
Torsión de su torso hacia atrás
Sus dos ávidos pequeños pezones
un instante bailan
a pleno sol.
Muñeca dorada.
6.
Coronas para mi amada,
coronas azules para su cabellera dorada
vasos frágiles y fuertes para sus largas manos
telas tenues y misteriosas para la seda de sus dedos
versos puros y perfectos para su boca
y películas de arroz, escapularios ardientes
roncas caracolas y locas
piedras marinas para su lujo
dorado, historias de barcos
en infinito peregrinaje
…………….y telas y telas
en telas imperiales.
7.
La mujer sorprende mi mirada.
A través del espejo observo como espía
mis dos pupilas inmóviles.
Quieta, continúa su lento maquillaje,
pero ahora sé
que cuando ella gire el cuerpo hacia mí
habrá terminado la larga fiesta,
esta vieja ansiedad de parecerme,
mi profundo deseo de tenerla:
La mujer ha salido al escenario.
Es suya la palabra.
Máscara negra
Para que me amaras
maquillé yo mi rostro de negro
y así pintada
ascendí de nuevo al escenario
monstruosa y deformada.
Quería mostrar lo negro
de mi oculto rostro
(Atrás las maquilladas capas).
Quería ser
mimo del terror,
ser fascinante.
Ahora,
de espaldas a ti,
miro el guante negro que cubre
la superficie blanca de mi brazo
de mi brazo níveo de pura porcelana
cristalina de China
y en el cuerpo
delgado y nervioso
el vestido negro que ajusta
como otro guante
la silueta contoneante
de la predilecta lujuriosa.
Un abanico antiguo de conchaperla
remolineo en mi muñeca
y en el aire se muestran
los revueltos pelos de mi axila.
Pero es mi espalda la que te enfrenta, observa,
mi espalda curva
insinuante y desnuda.
Enrosco mi verde manto
de Eva y acometo:
Qué placer éste de bajar lenta,
suave, sensualmente
el cierre eclair que encierra su grupa.
Todo el vestido cede
Y su contorno bruno.
Esta es la entrada triunfal
de la carne en el estrado:
blanca es y redonda,
firme y suave.
Y en derredor todo es
rojo y oscuro.
Plateada es la caminata en el sendero
Y su redonda luna.
Es hora, date vuelta, princesa,
Enséñame tu rostro.
- Momento – murmuro con voz ronca –
que no hay nada.
Sino un giro violento de mi oculto rostro.
Primero: ………vampira con dientes de sangre y ojos
…………….negros de cadáver y
después………la consumida.
Y todo nada más que un espectáculo
para que vieras a esta deformada
y la amaras
con terror y piedad
Tratado del nadador (2017)
………………………….Al poeta Gonzalo Millán
………………………….In Memorian
1.-
¿Quién es aquel que nada?
¿Quién es el que ha determinado
que sea el agua su precioso elemento?
¿Quién es el que se arroja
raya, palote, línea –
hacia las plateadas superficies del agua?
¿Acaso el que nada no se mimetiza en pez?
Puesto que ¿no antepone con su técnica eximia
su frágil cuerpo a la masa inmisericorde,
a la masa potente, irreductible del agua?
¿Quién es aquel que nada?
¿Quién busca el aire, y lo guarda
y atesora para resistir la más antilógica
inmersión en el fantástico imperio
de las aguas?
¿Acaso busca la comunión de los ángeles’
¿O el continente perdido de la legendaria
y majestuosa Atlántida?
¿Acaso desea ser un delfín, un pez
espada?¿Acaso desea ser
el preferido del mar?
¿El conocedor, el que sabe?
¿No desea acaso extraer la más preciosa perla?
¿No será acaso que desea convertirse en espuma?
¿Qué desea un hombre que nada?
¿Y una mujer que nada?
¿No podrán acaso cobijar el mismo deseo?
Si levanta la aleta dorsal, el agua
golpeará sus costados,
y de súbito aparecerá, por ejemplo,
la imagen de Cristo en la cruz
y sentirá el dolor en el costado
que sintió Cristo en la cruz
allí, cuando agonizaba
en la cima del monte Calvario.
Tan fuerte es el poder del agua
que recorre el cuerpo del nadador
En momentos como ese
es recomendable que el nadador
vuelva a la superficie
y descanse en la arena.
Si el nadador no vuelve al mar
si acaso el nadador no vuelve a sumergirse
…………….…………….en el agua,
ocurre que comienza a languidecer y
luego pierde peso y luego puede morir,
pero ocurre, al mismo tiempo,
que si el nadador se queda más tiempo
del debido en el agua,
también morirá.
Nadar es un arte difícil.
Todo el que nada sabe de qué estoy hablando.
2.-
El que nada posee ciertos dones precisos
Y, por supuesto, ama el agua.
¿Qué es el agua para un nadador?
¿El mar, el agua, el río?
El reino del esplendor.
El agua le impone al nadador
tales destrezas, tales órdenes y
tales exigencias que suele ocurrir
que el mar arroje en su orilla
el cuerpo de un nadador exhausto.
El mar no tiene contemplaciones.
El mar es el desafío natural
De un nadador eximio.
El nadador se interna en el mar
y va al encuentro
de fabulosas visiones al ritmo
de una música íntima y secreta
que ya no distingue
si proviene de su propio cuerpo
o del fondo del mar.
El hombre nada solo.
Pero cuando nada, no siente
que está solo. En su interior,
los ángeles conjuran
y cuando eso ocurre
el cielo es luminoso y soleado,
el cuerpo es joven y fuerte,
el agua es benéfica,
la belleza es sobrenatural,
y la mujer que lo ama es hermosa.
El nadador y el mar son
una sola cosa
y el hombre siente gratitud.
Hay otras ocasiones, sin embargo,
en que un nadador no debe
internarse en el mar.
Los vientos y las corrientes son adversas,
el cielo es oscuro y amenazante,
el agua es fría y hostil.
En ese caso, el nadador
que no puede dejar de ir al mar
se interna igualmente y es testigo
de oscuras y tenebrosas visiones
que de ahí en adelante cargará
en sus espaldas como un adolorido
anacoreta.
Para hermosear estas horribles visiones
el nadador no tendrá más remedio
que tallar una perla negra,
la negra, bella y fatídica perla de los mares,
de la cual se enamorará oscura
e irremediablemente.
Pobre del nadador que encuentre su perla negra.
Pero un nadador eximio solo se distingue
por su oscura, bella y fantástica perla negra
…………….…………….de los mares.
3.-
El nadador es un ser enamorado.
Enamorado del agua, del mar,
de su bella y negra perla de los mares,
que es el fruto de su amor
y de su ser enamorado.
Digo más aún. El nadador
que ha tenido, por ejemplo,
la imagen de Cristo
mientras nadaba,
y ha sentido en su costado,
el dolor en el costado
que sintió Cristo en la cruz,
cuando el agua golpeaba su costado,
digo, el nadador
ha sido siempre un ser enamorado.
Y puesto que ama,
desde que nace hasta que muere
la huella del mar dentro de su propio
……agitado corazón,
digo que esta es la ley
……del atormentado y eximio nadador.
Más aún. Una relación existe
entre el agua y el amor.
Este misterio del cual el nadador
es un conocedor eximio
alumbra sus días y sus noches
como un farolito en su enigmática torre.
Quien se interna en el agua
en el amor se interna, y el nadador
que es un grande y experto pez
es la flecha que traspuesta
conduce esta verdad hacia
la oscura, bella y fatídica
perla negra de los mares.
Así, es ley del nadador eximio
que llegue hasta su propio corazón
y sea misericordioso.
Solo entonces podrá tallar
la hermosa y blanca y luminosa
perla de sus sueños.
4.-
Y si acaso ocurre,
…………….desgraciada cuestión,
que el nadador cayera
…………….como una piedra
por un rayo fulminado
antes que completara el
…………….tiempo que le fuera designado
por mor de los dioses,
…………….o los divinos astros,
si acaso esa desgracia ocurriera,
…………….para dolor de aquellos
…………….que lo rodearon siempre,
si acaso esa desgracia ocurriera,
…………….para llanto de su amada,
…………….dolor de sus hermanos,
…………….temor de la camada,
si acaso esa maldita desgracia ocurriera
las exequias se realizarán como fue su deseo,
y se respetaran los tiempos prescritos para el duelo
y se elevarán los cantos que en las noches compusimos
solitarios hacia las fosas cóncavas del cielo
y luego hacia el mar dirigiremos
bramando la oscura mirada
pues habremos de saber
que amor fue su destino
-grabado el pez en nuestra frente-
el destino de su propio
salvaje y sagrado corazón
5.-
¿Quién es el que se arroja
como una flecha
hacia el fondo de los pozos
milenarios
buscando un agua
que grabe en su corazón
una estrella indeleble?
¿Quién es ese demente? y
¿Hasta dónde llegará?
* * *
Enlaces relacionados
- Sitio web de Marina Arrate
- Arrate, Marina. “‘El Silencio al rojo rueda como un sol’. Discurriendo a partir de Las endechas, de Alejandra Pizarnik”. Disponible en Letras.
- Arrate, Marina. “El brazo y la cabellera: algunas disquisiciones sobre poesía escrita por mujeres en Chile”. Revista de crítica cultural. Número 24, junio de 2002, p. 84-89. Disponible en Memoria Chilena.
- Errázuriz, Pilar. "Entrevista a la poeta Marina Arrate". Nomadías. Número 9, primer semestre de 2009. Disponible en Letras.
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