Comentarios de Juan Antonio
Massone
Enrique Lafourcade o la insatisfactoria
realidad
1. Retrato
público de un hombre privado
Cualquier opinión puede uno forjarse de Enrique Lafourcade
Valdenegro, casi nunca de indiferencia. Esto habla bien de él. Muchos
le sienten airado, exhibicionista o negativo; no falta quien cree descubrirle oscuros y hasta inconfesables resentimientos.
Los más no han leído casi nada de él, pero la imagen televisiva les
basta a despacharlo, casi siempre, con epítetos poco auspiciosos de
simpatía. También existe-probablemente minoritario-un número de
lectores de su quehacer narrativo y periodístico que descartan
marbetes simplistas en los que suele escudarse la opinión visceral, y
aceptan el reto de leerlo, sometiendo a examen la contundencia de sus
historias literarias y de las autopsias sobre la espinuda actualidad.
A despecho de opiniones biliosas o entusiastas, Lafourcade ha
estado y está presente en el acaecer de nuestro país, muchas veces
como evocador de la amistad, de sus tiempos juveniles, forestales,
irreverentes y aspirantes de entusiasmo: época de aprendizaje que una
vez y otra rememoran sus crónicas. Sin embargo, por sobre todo ha
desempeñado el incómodo oficio de poner en duda y en solfa las
pretendidas grandezas y esplendores de la cambiante cuanto veleidosa
convivencia nacional. No se le va una a su mirada que se despliega
animosa al reproducir desproporciones y desatinos, algarabías de la
tribu o vociferaciones grandilocuentes de los tenidos por grandes e
importantes. Costumbres de las buenas y de las otras son arena para su
lidia verbal. Pero es justo recordar que, con frecuencia, esas aristas
negativas las contrasta con casos dignos y
ejemplares.
Probablemente, Lafourcade pertenezca a esas
personas que cuesta conocer de verdad debido al papel polémico que,
fomentado por su espíritu combativo, o bien, añadido de circunstancias
propensas al cáustico comentario, ofrece como epidermis más
identificable a la mirada pública una faceta pendenciera. Ha aceptado
la impopularidad como una condecoración de la plebe. Le da en el gusto
al trabajar en medios masivos, especialmente en programas donde no
campea la perspicacia y sí un laminado espesor cultural. Sin embargo,
poco se percata la opinión pública, "esa suma de las perezas
mentales", según la calificación de Ortega, del fondo veraz o
aconsejable de tomar en cuenta cuando se refiere al tumulto cotidiano
y a sus incontables desbarajustes.
Empañado queda también una
cualidad muy escasa en el mundo de las letras, tal su abstinencia de
egotismo como no sea una experiencia traída a cuenta-casi nunca
encomiástica--, o la necesaria recuperación del tiempo fugitivo,
cuando es forzoso hablar de vividas más que por boca de ganso. Su
ingente bibliografía no le es motivo de vanagloria. Tiene el pudor
necesario de no citarse con la prodigalidad con que otros olvidan,
abotagados de propio entusiasmo, esa condición de sombras de un sueño
con que Píndaro motejara a los humanos. Definitivamente, la docilidad
al común parecer no figura entre sus prácticas. Dijérase que su tarea
incómoda, irritante, provocativa es la del tábano.
No estoy
seguro de que la faz pública de Enrique Lafourcade, nacido el 14 de
octubre de 1927, en Santiago, se avenga a esa verdad privada de la
persona que es, sostenedora del escritor y del polemista. El exterior
dice de alguien de mirada inquieta y huidiza; el tono de sus dichos
suele contagiarse de reconvención; su escritura: incisiones en el
cuerpo de la realidad que así como muestra a un implacable pesquisador
de erratas sociales no mezquina al memorialista de estro poético y
conmovida sensibilidad. Lo más habitual de su trabajo es la prontitud
con que acude a la batalla verbal, a la demoledora sátira, sin excluir
de ésta el sarcasmo. No pase algo durante la semana que provoque su
interés, y el domingo conocemos de su reacción. Temeridad. No se
guarda para después. La senda escondida que busca su admiración
traduce emociones o elogios a quienes desafían cualidades adocenadas.
Al acto sorpresivo, desafiante, descontentadizo, síguele el
complemento del hombre que piensa en la participación de otros en
alguna actividad estimable. Aparece el animador de iniciativas, el
incitador, el perfeccionista. Si bien se le atiende, su personalidad
deja intacto al sibarita lo mismo que al hombre que nunca reniega de
un trasfondo religioso.
Aficionado a la buena mesa, goza de
fama de catador. Tampoco su escritura ha faltado a una tal cita
gustativa. A fines de los años setenta mantuvo en "Artes y Letras" una
sección de comentario de libros bajo el rótulo de "El mesón de
Cándido". Las publicaciones recibían una clasificación elogiosa o
deprimida según el número de tenedores asignados. Tampoco ha
escatimado oportunidad de homologar realidades diversas con el
recuerdo de comidas y bebidas. Es una medida que administra con
delectación y no es imposible suponerle el pecado de gula.
Suele irse de lengua. Tampoco le han faltado a este respecto
comparecencias a tribunales o enfurecidas respuestas a sus opiniones,
en la prensa. ¿Cuántas tiene a su haber? Contendiente entusiasta,
parece divertirle la controversia. Animó una tribuna en revista Qué
Pasa titulada "La guerrilla literaria". Hubiera gozado encontrándose
con don Francisco de Quevedo, con Ruiz de Alarcón, con Lope de Vega.
En tanto, ha puesto en solfa a la flora y fauna de la sociedad
criolla. Cantantes, animadores de televisión, deportistas y políticos
son blanco preferido de sus saetas.
2. En busca del idioma
personal
No fue
Lafourcade un estudiante muy perseverante. Su escolaridad la vivió en
el Liceo José Victorino Lastarria y en el Instituto de Educación
Secundaria. Posteriormente se matriculó en la carrera de filosofía en
el Pedagógico de la Universidad de Chile, pero el entusiasmo declinó
antes de alcanzar el título profesional. Durante cuatro años estudió
música, "pero fui mal aprendiz porque la fase inicial de instrucción
para ese instrumento tiene una mecánica tremenda. Y me molestaba mucho
eso de estar repitiendo escalas y estudios que, en mi opinión, no eran
la música misma, no eran lo que yo quería hacer." Después intentó la
pintura en el Museo de Bellas Artes, donde, según él, "terminé
transformándome en el peor alumno que ha pasado por ahí".(1)
A
partir de los 16 años empezó a escribir "más en serio". Y a los 20
publicó por primera vez un libro, en el que recuerda a su hermana
Ximena, fallecida prematuramente a los 17. Se trata de El libro de
Kareen. En esa misma época-1947-comenzó su labor periodística en "Las
Ultimas Noticias". Entonces la dirigía el recordado Byron Gigoux,
quien confiaba más en la calidad de los textos de sus colaboradores
que en las astucias de la técnica publicitaria. Lafourcade viajó a
Estados Unidos y a Europa, donde dictó clases de literatura española e
hispanoamericana. Catorce años de desplazamientos y de apertura de
horizontes. Desde entonces no ha cesado de escribir ni de publicar,
con una dedicación vocacional indiscutible.
Constante ha sido
la evocación de su etapa formativa socrática, amistosa y expansiva, de
trasnoches, que viviera con algunas personas destacadas de la cultura
nacional. Aquellos nombres-que mencionaremos más adelante- son
benéficas e incitadoras presencias que no cesan. Como tampoco se
eclipsa en sus crónicas el barrio de los primeros años: "En Santa
Isabel casi esquina de General Bustamante (donde yo vivía),septiembre
se anunciaba desde muy temprano. (...) ¡Septiembre! Mi tía Sinforosa
me enviaba a la esquina a comprar cigarrillos "Pectorales". Le
expropiaba uno. El papel de la boquilla era dulce. Entre toses, bao
unos ciruelos en flor delgados como flamencos, en rueda mandálica con
"el Turco" Abraham Tabaj, el "chino" Garrido, "el Bachicha" Luciano
Ormino (yo era "el Gabacho" o "el Trifulca"), y un alemán, Ludwig
Woolf, fumábamos el "pectoral" por turnos con la solemnidad de quienes
están ingiriendo opio."(2)
Aquellos tiempos juveniles fueron,
probablemente, de ensayo, de tanteo, de acierto y error más fáciles de
aceptar en la opinión ajena. Tiempos de promesas, de proyectos, de
dilataciones de ansias sin más sobresalto que la energía probatoria de
la vida. Después, como se sabe, es imprescindible decidirse, escoger,
domeñar la dispersa atención y hacerse de trabajo; ser capaz de
compromisos que aproximen el alumbramiento de sí propio.
Regreso a la tierra natal y a la voz de la tribu. Matrimonio y
tres hijos. Escribir, escribir, siempre escribir, porque se está vivo
y para no dejar de estarlo. Numerosas lecturas, aprendizajes y
contiendas. Toma de posición ante lo uno y vario, este mundo y el
otro, habida cuenta de una historia que atropella con muertos, con
atonías y unas pocas complacencias. De una forma o de otra, ser
escritor es un destino en el que se despliega un ser que, en cada
momento, debe jugarse la propia humanidad. Así lo ha entendido el
autor y, congruente con esa responsable pasión, se ha batido en su
tiempo, sobre todo, el de las últimas tres décadas, de cuyas
peripecias se ha hecho parte en sus análisis y observaciones, porque
"un intelectual puede tener ideas a favor o en contra...A lo que no
tiene derecho es a no tener ideas..." (3)
3. A
contracorriente
El
hombre público que es Lafourcade quiebra lanzas en pro y en contra,
posiciones las suyas que provocan escozor. En veces los motivos son
declaraciones, biografías, la conducta de un escritor; en otras,
disuelve en lijosa pócima los maquillajes que ocultan reprobables
costumbres y concertados ditirambos a lo habitual. Los formatos suyos
son, de preferencia, la novela y la crónica. Ambos le son útiles a sus
propósitos, a pesar de que las novelas expanden su creatividad, sobre
todo en los retratos de personajes que viven penurias de pasiones y de
carencias. Mezcla de ingenuidad e intenso delirio, varios de esos
caracteres novelescos viven en el filo de la ternura y de la
abyección.
Entre Pena de muerte, (1952) su primera novela, y
la más reciente Las señales van hacia el sur (2000) ha publicado otras
dieciocho, además de tres libros de cuentos, cuatro antologías del
mismo género, cinco libros traducidos por él y trece recolecciones de
crónicas. El escrutinio es elocuente: cuarenta libros de su
autoría.
Podría pensarse que el tamaño y calidad de su
bibliografía le ha deparado la obtención de numerosos galardones.
Algunos ha obtenido. El primero: "Marcial Martínez" (1950), después
Premio Municipal de Santiago, mención novela, en 1959 y en 1961, el
Gabriela Mistral, Premio a la Trayectoria literaria (Feria del Libro
Usado, 2001). Quizás el más importante sea el "Premio María Luisa
Bombal", otorgado durante algunos años por la Municipalidad de Viña
del Mar, y que él recibió en 1982. Del "Premio Nacional", ni hablar.
Parece vetado su nombre.
Lafourcade es uno de los pocos
escritores que sobrevive en su condición de tal. Desde luego, no debe
pensarse en la venta de sus libros que pudiera ser suficiente, a pesar
de algún caso, como el de Palomita Blanca, (1971) que alcanzó la cifra
superior al millón de ejemplares vendidos. Se sabe que los libros no
alborozan económicamente el bolsillo. Tampoco es de creer en los
supuestos réditos de su librería en la Plazuela Mulato Gil, sitio al
que contribuyó a impulsar su remozamiento. Esa independencia se debe,
en gran parte, a un cometido perseverante en la prensa nacional y en
los diferentes trabajos literarios realizados en instituciones.
Cansado de morosos réditos de los editores, decidió a publicar
por cuenta propia varios de sus libros. Primero fue con el sello de
Ediciones de Lafourcade; más reciente, las Ediciones Rananim, nombre
que evoca la isla que desvelara las búsquedas de D.H. Lawrence y
Katherine Mansfield. Durante años ha dirigido talleres literarios. Uno
fue el "Altazor", en Biblioteca Nacional; el más constante y actual:
"El paraíso perdido", en su librería.
Al novelista súmase el
escritor de crónicas, verdaderas catapultas de consideraciones y de
exámenes a que somete lo habido y por haber. Por ver. Porque de todo
hay en sus páginas censorias y memorialísticas. Recuerdos, denuncias,
exaltaciones, reprensiones éticas, afanes de mejoría, humor de todos
los colores. La suya es tarea constante. Conoce de iniciativas y de
asuntos que defiende. Entre las primeras, su batalla en contra de la
vulgaridad estentórea, la oposición al iva que graba indebidamente los
impresos, la promoción de una cultura más sólida, así como la
insobornable libertad del creador y del ciudadano. De las segundas, su
defensa de la infancia, la denuncia de la invalidez en que se tiene a
niños, a pobres, a los humillados y ofendidos de este mundo; el
derecho de vivir en la propia tierra y la necesidad de reencuentro
entre los chilenos; el elogio de la sociabilidad como antídoto del
tonto grave y del ofuscado violento; el alegato de los excesos
valorativos que disfrutan espectáculos masivos, ídolos publicitados,
minucias tan olvidables como ridículas a las que se dedica abundantes
páginas y tiempos de atención que merecerían emplearse en mejores
causas. "Nos movemos en un mundo de extraños énfasis" (4),
aserta.
Un viaje a través de los títulos de libros de crónicas
publicadas en Qué Pasa y El Mercurio, especialmente, ofrece cierta
fisonomía y tenor de sus dichos. De acuerdo al orden cronológico
aquéllos son: Inventario I (1975); Nadie es la patria (1981); El
escriba sentado (1981); Los refunfuños de M. Le Comte Henri de
Lafourchette (1983); El pequeño Lafourcade ilustrado (1985); Carlitos
Gardel (1985); El veraneo y otros horrores (1996); Crónicas de combate
(1996); Animales literarios de Chile (1996), libro que conoció de una
edición más breve en 1981; La cocina erótica del Conde de Lafourchette
(1997); Cuando los políticos eran inteligentes (1998); La concertación
de la macaca (2001). Recientemente presentó Puro gato es tu noche
azulada (2002), consideraciones gatunas y un antológico apéndice
poético acerca del personaje de agosto.
La cultura de
masas--¿un contrasentido?-le brinda abundante materia prima al punzón
crítico que emplea sin amilanarse. No hay vuelta. Imposible acordar
dos lógicas y dos maneras de habitar tan opuestas el espacio interior:
las hablas solitarias y locas de la intimidad, donde se hospeda
primeramente cuanto existe para traducirse en obra de creación o de
hazaña ética, por un lado, y la conducta y el linaje de las
aspiraciones, cuando no codicias, que revelan la cara pública del más
pintado. En el caso de la masa, se conocen sus niveles chocarreros y
la obediencia a cuanta moda y apetito artificioso pueda existir.
Lafourcade no es un misántropo, pero acusa esa diferencia que lo aleja
de la turbamulta.
"La primavera de la costa es la más bella
estación del año. Quisiera irme de vacaciones en octubre y noviembre,
y dejar enero y febrero, cuando todo se pone color de paja, a los
gregarios veraneantes. Que, por lo demás, no necesitan del paisaje."
(5)
Con no menor entusiasmo y alarmado convencimiento pulsa el
espíritu de la época. Modernidad en estado terminal. Posmodernidad,
¿remedio peor que la enfermedad? Aboga por el lenguaje, esa pálida
semejanza con el Verbo contra la que se conjura la tiniebla
culturalista con su añadido de ruidos y jerigonzas. "Palabras,
palabras, palabras" fue un urgido alegato de Hamlet. Es preciso ver y
decir con claridad nuestra condición. Eso es lo que entiende y a eso
propende nuestro autor.
"Oscurecer las palabras es una tarea
peligrosísima. Nos ha tomado muchos años perfeccionar el sistema de
señales para que nuestra tribu se entienda y hasta, incluso, llegue a
amarse. Un lenguaje es eso, un sistema para convivir. Pero, ¿si la
palabra justicia, si la palabra caridad, si la palabra amor, si la
palabra libertad, pierden sus significados? ¿Y si nada mejor las
reemplaza?" (6)
4.
"Miré los muros de la patria mía"
No sólo
testigo, también caminante de muchos senderos y vericuetos es el
idioma vital de Lafourcade. Las crónicas avanzan envolviendo de este
mundo apariencias y trasfondos a base de antecedentes, de verdaderos
expedientes de la memoria tanto como de los datos precisos que aporta
en cada ocasión. Observador y comentarista de agitaciones y de
pálpitos que relata con delectación y lapidaria ironía. De la lectura
viene un triscar de realidad quebradiza, que llama con urgencia a la
reparación de sus descalabros. Viaja por la actualidad lo mismo que
por las citas textuales de las que se vale para nombrar, sugerir,
diagnosticar. Canciones, poemas y personajes de la historia son
dóciles, análogos, comunicables en sus protestas y entusiasmos. Citas
en otros idiomas agregan resonancias y caracterizaciones que extienden
símiles y ejemplaridades frescas, excesivas, parlantes de motivos y
dislates en que se aglomeran sus materias reprensibles o laudables.
Cultura audible la suya, abigarrada de lecturas, de rastros y de
rostros, con espaldarazo de experiencias varias, sin faltar la
información relevante. Cada una de las crónicas convierte el texto en
provocativa aventura nunca exenta de tono juguetón, burlesco, travieso
y sentimental. Material ambivalente; explosiva semántica.
A
menudo recurre a supuestos diálogos y entrevistas. Paródico. El
novelista acompaña al fiscal. La voz satírica arremete con ardor
desapacible, sobre todo cuando en el máximo enervamiento del ánimo
escribe atrevidas sugerencias, verdaderas cachetadas a una sociedad
trituradora de sesos y de sensibilidades. Como Jenaro Prieto, asigna
nombre burlón al país. Bobolandia-variación de Tontilandia, según el
creador de El Socio-tiene de capital a Estultópolis. Prieto la mentó
Cretinópolis. Sus habitantes se caracterizan por: "a) reírse cuando
hay que llorar; b) Llorar cuando hay que reírse; c) Dormir cuando hay
que estar despiertos; d) Despertar cuando hay que estar dormidos; e)
sentir cuando hay que pensar..." (7) Saca roncha. Mariano José de
Larra y Francisco Umbral son autores a quienes reconoce magisterio,
también.
Todo parece interesarle. Mejor que eso. A cada
situación sabe arrancarle un borde de interés, el lado flaco, la faz
que recuerda lo falible, pero con la misma intensidad exalta lo humano
en el talento ajeno, la disparatada libertad de los artistas, el gesto
fecundo de ternura y solidaridad, la auténtica conducta. No es un
demoledor nihilista sin más, a lo Cioran, sino un reprendedor, como
decía Gabriela Mistral de Joaquín Edwards Bello. Si un propósito le
domina es hacer considerable de reflexión el alegato en favor de la
belleza que merece urgente e irrenunciable atención de las
autoridades, no menos que en los remedios que lleven a fortalecer una
existencia humana de caracteres singulares. El presente debe mejorar;
rehacerse. Por eso mismo el ayer cumple el papel referencial que no
cesa de abrirse a la memoria de lo mejor; en el mismo sentido
perfeccionista, el mañana debe enarbolarlo la esperanza.
Esa
función crítica la ha ejercido en tiempos difíciles, de colosales
fricciones en el país y de la no menor desmesura foránea sita en el
último tercio del siglo XX y de su aún breve continuación en estos
primeros años de esta nueva centuria. Por eso mismo no puede extrañar
el atrevimiento mostrado para con personajes, guerras y escaramuzas de
estos tiempos de penumbra, enrarecidos de esmog y de bullicio. Tiempos
erizados de sinrazones, de violencias, de sangre, de muros de
innumerables lamentos, de endurecimientos fanáticos, de esclerotizada
afectividad, de pulsión y forastería humanas. Por eso mismo se apura
en declarar con el verso de Borges: "Nadie es la patria", pues
entiende que existen formas varias de quererla, de limpiarla, de
animar lo mejor de ella, corrigiendo sus yerros, desarmando tramoyas
que pretenden vulgarizarla, desafiliarla de sus mejores personas, del
esfuerzo honesto y cotidiano de los silenciados. "Nadie es la patria"
porque ella es, sobre todo, la benéfica y hermosa naturaleza, la
poesía que despierta sueños sin orillas, la proximidad de seres que,
en los tiempos, lanzan sondas de belleza, de pensamiento, de
realizaciones para hacer digno el paso humano, la pasión y el asombro.
El diseño escogido para sus crónicas-acompañadas de cromáticas
ilustraciones-- es la abundancia de subtítulos internos que alivian el
largo cuerpo de los textos. Palabras extranjeras y de la tribu sirven
por igual a dejar en su punto críticas y fervores. El punto seguido y
el punto y coma animan el ritmo sincopado de la prosa. De este modo,
afirmaciones y repulsas ganan autonomía y fuerza opinante. El
paralelismo de los verbos reafirma situaciones e intensifica efectos.
Así el vivir queda temblando; bate palmas; alza en vilo lo insólito en
el medio cotidiano. Y con no menos resolución se distancia de lo
banal; lo escarnece en personajillos de moda, voceados a la medida y
gusto de la masa. "El lugar común-dice-es la toxina mayor de la
inteligencia".
Maestro del contraste, anima el centro de sus
dichos con hervor emotivo cuando a la vulgaridad estridente sale al
paso con antítesis de hombres y de mujeres excepcionales, tenidos por
tales de acuerdo a la gran razón válida según el parecer del autor: el
haberse dado a la vida con resolución de aventureros o de locos, de
filantropía e imaginación, benefactores, en suma, de obras,
enseñanzas, actitudes fecundas, y, por esa misma razón, son
inolvidables.
5. "Cómo se pasa la
vida"
Fuerza
motora de este periodismo literario la nostalgia desde un presente en
fuga, donde se otean vigores y tremolaciones del pretérito, cuando
vivir era compañía en caminatas nutridas de un perorar que esperaba el
amanecer o animaba brindis y condumios celebratorios en locales de
desvelada juventud. Un tilo frente al Palacio de Bellas Artes reunió
los nombres nunca idos de los amigos y maestros que acuden sin
restricciones: Roberto Humeres, Eduardo Molina Ventura, Luis Oyarzún
Peña, Inés del Río, conocida cariñosamente con el sobrenombre de Momo,
Enrique Lihn, Jorge Teillier, Alejandro Jodorowsky, Martín Cerda y una
numerosa comparsa de personas mencionadas, como en un coro,
perteneciente a esa vida que estuvo en otros sitios y en otros
tiempos. Cada uno y en conjunto formaron legión de contertulios, de
sabios y de beligerantes amistades del Parque Forestal. Después se
dispersaron por sueños y proyectos como elegidos de un destino que les
requería siempre más allá de sí mismos. Esa nostalgia de ir y de venir
entre ausencias demasiado presentes, enfáticas, arracimadas expresan
un indesmentible cariz de afecto que completa, con quilates de la
mejor ley, la creación literaria de las crónicas.
El autor
reflexivo comparece en medida precisa por que el escrito no se
disperse en incontables anécdotas. Sin caer jamás en lo intrincado ni
críptico, el conjunto exige una alta competencia del lector. Cultura
vívida, habitada memoria, agudo pispar de un perfil o de alguna
alusión en que refulgen realidades amplias o se insinúan eventuales
consecuencias del presente. A su turno el eglógico entusiasta,
conocedor de mil variedades de nuestra flora, anima las escenas y los
ambientes con la compañía de nombres que, de suyo, traen alegría y
fragantes reminiscencias a los pasos recobrados entre tantos otros
perdidos.
Por demás recordar sus comentarios y citas de
libros. Como Alone, niega ser crítico; en cambio le guía su hedonismo
al sopesar aciertos e incitaciones librescos, si bien en contadas
oportunidades deja impresión unívoca de los méritos literarios de un
autor.
De pronto desliza un mea culpa. "Lo único que he
tratado, pero no siempre he podido cumplir, es no ser deliberadamente
injusto. Confieso que a aveces se me pasa el caballo, pero hay
opiniones o acciones que merecen un buen caballazo." (8)
Los
pasajes más conmovedores de las crónicas corresponden a las
despedidas, como si desde un andén, el tren del tiempo en marcha
inexorable escribiera con humo la huida juventud. Todo lleva a sentir
la presencia de Rubén Darío, el de "Canción de otoño en
primavera":
"Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no
volver!
Cuando quiero llorar, no lloro
y a veces lloro sin
querer"
Algo que se tuvo, imposible de retener, en ocasiones
traducido en bolero o en tango que mejor dicen la ausencia, esa
dolorosa trizadura de la vida, todo un homenaje sensible a personas y
momentos que adelantaban eternidad. Algo semejante a una escritura de
ilusiones y de júbilos en horas de reír y de escrutar dilatados
litorales de ventoleras sin reparo; una infancia, una calle, un barrio
con almacenes y altillos, con la costumbre familiar de la que el joven
siempre quiere abjurar pero que, al cabo, los años lo regresan a la
heredad de aquellos primeros rostros; algo que vocea carpe diem
desollado o es imagen fantasmática de fluencias crecientemente
entumecidas, así el roce del sol en demoradas hojas amarillas en su
desprendimiento de adiós, esa doliente misiva del tiempo. Quizás, la
delicada e inasible Nadja extiende los velos de una danza melancólica
al son de crepúsculos y pareceres obligados a despertar.
"Por
Lo Gallardo se paseó una parte mayor de nuestra vida intelectual.
Jugando. Llegamos jóvenes a esas tierras mágicas. Era la casa que
estaba detrás del espejo. Ya no queda casi nadie. Luis Advis escribió
una bellísima canción: Nuestro tiempo terminó. ¿Por qué viene hoy a mi
memoria? Hoy, día jueves, día de la última cena, escribo estas líneas.
Para que ustedes las lean este domingo, en que Dios le abrirá los
brazos a nuestra Momo, porque este domingo es tiempo de las
resucitaciones y los resucitamientos." (9)
Juan Antonio Massone
del C.
presentado en el Tercer Seminario sobre Periodismo y
Literatura
Escuela de Periodismo Uniacc
enero de 2003
(1)
"Francotirador empedernido", entrevista de Mauricio Illanes Naranjo.
El Mercurio, Santiago de Chile, 7 de febrero, 1998, p A 10
(2) Nadie
es la patria. Santiago de Chile. Ediciones de Lafourcade, 1981, pp 63
y 64
(3) Op
cit., p 203
(4) El
Veraneo y otros horrores. Santiago de Chile. Ed. LOM, 1996, p
115
(5) "Doña
primavera" en : El escriba sentado. Santiago de Chile. Ediciones de
Lafourcade, 1982, segunda edición, p 75
(6) "El
misterio de las palabras", op cit, p 247
(7) "En el
Edén de Bobolandia", en: El veraneo y otros horrores., p 57
(8)
"Enrique Lafourcade, un hombre libre", entrevista de Cristián
González. El Mercurio, Santiago, 3 de febrero,20001, p A 10
(9)
"Nuestro tiempo terminó", en: Animales literarios chilenos. Santiago
de Chile. Ed. Sudamericana, 1996, p324