Sergio Rodríguez Saavedra (1963), poeta nacido en Santiago,
publica su segundo libro, “Ciudad Poniente” (ediciones Leutún,
1999, 50 páginas, poesía). Digamos que el autor es un
escritor de la generación de finales de siglo XX que ha creado
revistas literarias, ha ejercido la crítica poética
y ha incursionado en el pensar ensayístico de la obra de sus congéneres.
El 30 de diciembre de 1995, con motivo de su primer libro, “Suscrito
en la Niebla”, decíamos en este mismo medio: “En síntesis,
buen chute inicial de Sergio Rodríguez. Se presiente que está
eligiendo brocas y martillos para trabajar aun más su palabra,
que está observando la vivencia.
No sería raro que en un futuro próximo nos sorprenda
positivamente con otros versos que al
igual que éstos nos dejen con gusto a milagro”.
Yo debo de ser el primero en aceptar el hecho de que me quedé
corto en la apreciación. Este último
libro de Rodríguez no sólo me ha sorprendido positivamente:
he encontrado en él propuestas filosóficas o de contenido
mayores, una música y una imagen que sobrepasan lejos a lo
que se puede esperar de una segunda obra.
Y ya no es casualidad. Los últimos libros que me ha tocado
leer de esta generación, que está
entre los 27 y 40 años, a mí me han dejado perplejo.
Perplejo porque también he tenido acceso a
poesía que se está haciendo en Argentina, en México,
en Bolivia, en Perú, y hay que reconocer que
si bien el trato que se le da a las vivencias, a los conflictos de
fin de siglo pueden ser similares, en
su fondo y en su forma los poetas chilenos mantienen una tradición
de sobrado talento y, digámoslo, profunda distancia en términos
generales, incluyendo a los poetas menores de 25 años.
Esta “ciudad poniente” de Rodríguez nos trae una mirada general
desde la conquista española
hasta estos últimos años de concretos y cementerios
que ahora son parques. El autor salta de
unos primeros poemas significativos pero comunes (1995), a estos otros
versos que comprometen
una historia vivida y compartida por todos los pueblos de Latinoamérica.
Rodríguez es un poeta marginal, esos que son la mayoría
en Chile, que refrescan su garganta en el patio trasero de
una sociedad, de un modelo cuya fuerza es la compra-venta. Por eso
es admirable que su lenguaje,
su búsqueda, logre asimilar y demostrar ese conflicto interno
de la masa, la angustiante autorreflexión de “soy por lo que
tengo” o “soy porque existo”:
“Por eso estamos aquí,
Ciudad Poniente se extingue
Ciudad Poniente in extremis,
otro erial donde arroja escombros el milenio,
haciendo fintas de alcohol
mientras la tierra gira of side
y no podemos perder
porque nunca hemos ganado.”
(“Montaje y desmontaje de ciudad poniente”)
Se me viene a la memoria ese “nada tienen que perder excepto sus
cadenas”, porque la poesía de
Rodríguez mantiene un compromiso indudable, de genuino amor
con esa porción de seres humanos que sufren el abandono, la
soledad hambrienta de nada tener. Es, en términos generales,
una poética ligada a un atrincheramiento con el ser humano
indefenso, llámese indígena, drogadicto, enfermo mental,
artista, asesora del hogar sin otro futuro que su presente:
“Ese tumor es ahora tu bandera.
Da lástima tanta babel.
Mejor pudrirse a solas.
Los discursos son la gangrena americana”.
(“Film mundo o la gangrena americana”).
Reflexión, oficio, desciframiento de códigos que son
puestos a trabajar para, finalmente, descubrir
desde el primer poema la manera de mostrar un punto cardinal, un singular
espacio de tiempo
en la ciudad; el poniente del alma y de las acciones de los hombres
y mujeres que recorrieron y
recorren el sendero, la huella o las amplias avenidas.
“Ahora que soldados e indios
vagan desquiciados por estas praderas sementeras
buscando urgentes algo para entriparse
algo para vender en cunetas
entremedio de los ciegos.
Ahora que nuestras sagradas edificaciones
se difuminan bajo la lluvia
y cubro mi cabeza con el diario de ayer
y sus noticias de muerte
haciéndose acuoso haciéndose alga
desgarro en las alcantarillas haciéndose”
(‘‘Ahora que soldados e indios”).
La forma de la poesía de este autor se retroalimenta de registros
poéticos disímiles. El lector recordará algo
del movimiento exteriorista nicaragüense o guatemalteco, del
coloquialismo, muy
breves chispazos antipoéticos y algo de la poesía experimental.
Todo ello unido, reformulado,
dejando para nuestro paladar una propuesta literaria original que
se instala como valioso aporte temático y estilístico
en la ya gestada nueva poesía chilena.