de Poemas y
Antipoemas (1954)
Hay un día
feliz
A recorrer me
dediqué esta tarde
Las solitarias calles de mi
aldea
Acompañado por el buen crepúsculo
Que es el único
amigo que me queda.
Todo está como entonces, el otoño
Y su
difusa lámpara de niebla,
Sólo que el tiempo lo ha invadido
todo
Con su pálido manto de tristeza.
Nunca pensé,
creédmelo, un instante
Volver a ver esta querida
tierra,
Pero ahora que he vuelto no comprendo
Cómo pude
alejarme de su puerta.
Nada ha cambiado, ni sus casas
blancas
Ni sus viejos portones de madera.
Todo está en su
lugar; las golondrinas
En la torre más alta de la
iglesia;
El caracol en el jardín, y el musgo
En las húmedas
manos de las piedras.
No se puede dudar, éste es el
reino
Del cielo azul y de las hojas secas
En donde todo y
cada cosa tiene
Su singular y plácida leyenda:
Hasta en la
propia sombra reconozco
La mirada celeste de mi
abuela.
Estos fueron los hechos memorables
Que presenció mi
juventud primera,
El correo en la esquina de la plaza
Y la
humedad en las murallas viejas.
¡Buena cosa, Dios mío!; nunca
sabe
Uno apreciar la dicha verdadera,
Cuando la imaginamos
más lejana
Es justamente cuando está más cerca.
Ay de mí,
¡Ay de mí!, algo me dice
Que la vida no es más que una
quimera;
Una ilusión, un sueño sin orillas,
Una pequeña nube
pasajera.
Vamos por partes, no sé bien qué digo,
La emoción
se me sube a la cabeza.
Como ya era la hora del
silencio
Cuando emprendí mi singular empresa,
Una tras otra,
en oleaje mudo,
Al establo volvían las ovejas.
Las saludé
personalmente a todas
Y cuando estuve frente a la
arboleda
Que alimenta el oído del viajero
Con su inefable
música secreta
Recordé el mar y enumeré las hojas
En
homenaje a mis hermanas muertas.
Perfectamente bien. Seguí mi
viaje
Como quien de la vida nada espera.
Pasé frente a la
rueda del molino,
Me detuve delante de una tienda:
El olor
del café siempre es el mismo,
Siempre la misma luna en mi
cabeza;
Entre el río de entonces y el de ahora
No distingo
ninguna diferencia.
Lo reconozco bien, éste es el árbol
Que
mi padre plantó frente a la puerta
(Ilustre padre que en sus
buenos tiempos
Fuera mejor que una ventana abierta).
Yo me
atrevo a afirmar que su conducta
Era un trasunto fiel de la
Edad Media,
Cuando el perro dormía dulcemente
Bajo el ángulo
recto de una estrella.
A estas alturas siento que me
envuelve
El delicado olor de las violetas
Que mi amorosa
madre cultivaba
Para curar la tos y la tristeza.
Cuánto
tiempo ha pasado desde entonces
No podría decirlo con
certeza;
Todo está igual, seguramente,
El vino y el ruiseñor
encima de la mesa,
Mis hermanos menores a esta hora
Deben
venir de vuelta de la escuela:
¡Sólo que el tiempo lo ha
borrado todo
Como una blanca tempestad de arena!
Es
Olvido
Juro que no
recuerdo ni su nombre,
Mas moriré llamándola María,
No por
simple capricho de poeta:
Por su aspecto de plaza de
provincia.
¡Tiempos aquellos!, yo un espantapájaros.
Ella
una joven pálida y sombría.
Al volver una tade del
liceo.
Supe de su muerte inmerecida,
Nueva que me causó tal
desengaño
Que derramé una lágrima al oírla.
Una lágrima, sí,
¡quién lo creyera!
Y eso que soy persona de energía.
Si he
de conceder crédito a lo dicho
Por la gente que trajo la
noticia
Debo creer, sin vacilar un punto,
Que murió con mi
nombre en las pupilas,
Hecho que me sorprende, porque
nunca
Fue para mí otra cosa que una amiga.
Nunca tuve con
ella más que simples
Relaciones de estricta cortesía,
Nada
más que palabras y palabras
Y una que otra mención de
golondrinas,
La conocí en mi pueblo (de mi pueblo
Sólo queda
un puñado de cenizas),
Pero jamás vi en ella otro
destino
Que el de una joven triste pensativa.
Tanto fue así
que llegué a tratarla
Con el celeste nombre de
María,
Circunstancia que prueba claramente
La exactitud
central de mi doctrina.
¡Quién es el que no besa a sus
amigas!
Pero tened presente que lo hice
Sin darme cuenta
bien de lo que hacía.
No negaré, eso sí, que me gustaba
Su
inmaterial y vaga compañía
Que era como el espíritu
sereno
Que a las flores domésticas anima,
Yo no puedo
oculatr de ningún modo
La importancia que tuvo su sonrisa
Ni
desvirtuar el favorable influjo
Que hasta en las mismas piedras
ejercía.
Agreguemos, aún, que de la noche
Fueron sus ojos
fuente fidedigna.
Mas, a pesar de todo, es necesario
Que
comprendan que yo no la quería
Sino con ese vago
sentimiento
Con que a un pariente enfermo se designa.
Sin
embargo, sucede, sin embargo,
Lo que a esta fecha aún me
maravilla,
Ese inaudito y singular ejemplo
De morir con mi
nombre en sus puplas,
Ella, múltiple rosa inmaculada,
Ella
que era una lámpara legítima.
Tiene razón, mucha razón, la
gente
Que se pasa quejando noche y día
De que el mundo
traidor en que vivimos
Vale menos que rueda detenida:
Mucho
más honorable es una tumba,
vale más una hoja
enmohecida,
Nada es verdad, aquí nada perdura,
Ni el color
del cristal con que se mira.
Hoy es un día
azul de primavera,
Creo que moriré de poesía,
De esa famosa
joven melancólica
No recuerdo ni el nombre que tenía.
Sólo
sé que pasó por este mundo
Como una paloma fugitiva:
La
olvidé sin quererlo, lentamente,
Como todas las cosas de la
vida.
Aromos
Paseando hace
años
Por una calle de aromos en flor
Supe por un amigo bien
informado
Que acabas de contraer matrimonio.
Contesté que
por cierto
Que yo nada tenía que ver en el asunto.
Pero a
pesar de que nunca te amé
-Eso lo sabes
tú mejor que yo-
Cada vez que florecen los aromos
-Imagínate
tú-
Siento la misma cosa que sentí
Cuando me dispararon a
boca de jarro
La noticia bastante desoladora
De que te
habías casado con otro.