Paula Ilabaca (1979), en una descuidada edición, con 
            más de un par de erratas, sin índice ni año de 
            publicación, ha publicado su primer libro, Completa. 
            Es un volumen de textos poéticos que compensa el desorden editorial 
            mediante el predominio de una asfixiante perspectiva de mujer  inmersa 
            en el sinsentido, el gran tedio, el desamparo y sus múltiples 
            interferencias. Ilabaca expone una poesía que depende excesivamente 
            de la presencia de un masculino que daña pero al que se mantiene 
            presente. Creo que la estructura heterosexual y polar que sustenta 
            estos poemas funciona como recurso tropológico en tanto la 
            autora requiere identificar el poder —masculino— para luego desde 
            allí asumir la condición negativa que siempre trae adherida 
            un poder castrador, el que pareciera cumplir su cometido. Por ello, 
            la poesía de Ilabaca asume la reiteración, el desajuste 
            verbal tendiente a exponer la no-salida y la vejación permanente: 
            “siempre vuelve siempre muerte vuelve / el asesino esperma al lugar 
            de su crimen”. Sin embargo, es la mujer quien ejerce el control sobre 
            la palabra, produciendo así discursivamente al hijo, al hombre, 
            al ángel perseguidor —quien no deja de acosarla— y a sí 
            misma. Lo masculino deja la huella y comete permanente crimen en la 
            materialidad del cuerpo de la sujeto lírica. Pero es en el 
            espacio textual donde ella parece ganar la partida.
inmersa 
            en el sinsentido, el gran tedio, el desamparo y sus múltiples 
            interferencias. Ilabaca expone una poesía que depende excesivamente 
            de la presencia de un masculino que daña pero al que se mantiene 
            presente. Creo que la estructura heterosexual y polar que sustenta 
            estos poemas funciona como recurso tropológico en tanto la 
            autora requiere identificar el poder —masculino— para luego desde 
            allí asumir la condición negativa que siempre trae adherida 
            un poder castrador, el que pareciera cumplir su cometido. Por ello, 
            la poesía de Ilabaca asume la reiteración, el desajuste 
            verbal tendiente a exponer la no-salida y la vejación permanente: 
            “siempre vuelve siempre muerte vuelve / el asesino esperma al lugar 
            de su crimen”. Sin embargo, es la mujer quien ejerce el control sobre 
            la palabra, produciendo así discursivamente al hijo, al hombre, 
            al ángel perseguidor —quien no deja de acosarla— y a sí 
            misma. Lo masculino deja la huella y comete permanente crimen en la 
            materialidad del cuerpo de la sujeto lírica. Pero es en el 
            espacio textual donde ella parece ganar la partida. 
 
            
            
            Ilabaca construye enunciados que se niegan a la completitud; textos 
            abiertos en su desenlace, en términos de verso y enunciado 
            global. Se trata de la inserción de palabras que desvirtúan 
            la secuencia significacional e instauran una segunda posibilidad en 
            el devenir del texto. Es la escritura, de tal modo, la encargada de 
            frenar el sinsentido, de frenar o exponerse al castigador —que también 
            a veces le permite placer— y ofrecer, mediante sucesivas reiteraciones, 
            las evidencias de un presente atrapado por el mal, pero subvertido 
            en tanto conciencia de que en la materialidad de la palabra y del 
            cuerpo es posible alterarlo. 
            
            El cuerpo es uno de los temas centrales en la literatura de mujeres 
            que denuncian el orden patriarcal. El cuerpo como espacio textual 
            y como único lugar de dominio y control ante un mundo determinado 
            por la disyunción masculino/femenino. Ilabaca alude al acto 
            de creación que, por supuesto, deviene de la materialidad del 
            cuerpo, señalando: “escribo de cabeza con la mano vendada”. 
            Es el cuerpo averiado el lugar desde donde la palabra es expulsada. 
            Un cuerpo cuyo sostén no son los pies, la verticalidad y soporte 
            físico, sino la cabeza. El cuerpo es tanto el de una araña 
            como el de una mujer que da a luz ratas o un niño al que estrangula. 
            En definitiva, modos de cuestionamiento a la genealogía de 
            la mater familias que impone concebir, embarazarse, ser feliz a pesar 
            de que: “la carne se me hace hilacha / empelotándome explora 
            / mi pezón híbrido el vacío”. Estamos ante la 
            exposición de una estrategia emancipatoria ante la clausura 
            cultural de la identidad femenina. La poeta intenta desarmar la binariedad 
            mediante la irrupción de esta mujer escindida, pero capaz de 
            articular con intensidad su condición de sujeto. Ser es un 
            espacio de praxis y es en la performance sincrónica y espacial 
            de la diferencia, como diría Homi Bhabha, donde se reelabora 
            la condición del sujeto y de la otredad. Ilabaca nos entrega 
            una poesía que se niega retorcidamente al tiempo despótico, 
            al tedio, pero que al mismo tiempo los asimila, instalando una palabra 
            que vuelve para cuestionar aquellos esquemas construidos socialmente 
            y que nos permiten concebir algo como real, tan real como la condición 
            subordinada de la mujer. Para ello no deja de desestimar y valorar 
            la multiplicidad de los significantes que constituyen el discurso 
            en torno a lo masculino y femenino. 
            
            Completa es el devenir de una escritura de mujer aconteciendo 
            desde una heterosexualidad que radicaliza el problema de la identidad 
            de la sujeto como negación y deseo, reivindicando el cuerpo/escritura 
            como fin de la clausura patriarcal. Desde cierto punto de vista corresponde 
            a una estructura simple, pero que no deja de ser efectiva.