INFRARREALISTAS
EN CIUDAD DE MÉXICO.
Un
recorrido
Bolaño y
el país de los soles negros
Por
Felipe Ruiz
Artes y Letras de El Mercurio, Domingo 6 de
noviembre de 2005
Un itinerario: seguir los pasos de Roberto Bolaño en ciudad
de México y reconstruir algo de su vida allá entre 1968
y 1977 para descubrir su estrecha vinculación con "el
secreto del mundo" que habitaba en las calles y laberintos de
esa enorme ciudad.
Pesquisar los pasos del autor chileno
en México DF es toda una odisea.
Esta ciudad de contrastes y oculta energía guarda el "secreto
del mundo", a juicio de uno de los personajes de 2666.
Ciudad de México. 22 millones de habitantes. Un laberinto
de calles, avenidas, plazas, viaductos, pasos sobre nivel, eriazos,
manzanas, parques que se extienden hasta el confín del horizonte,
torrentes de vehículos, marea humana que hacen de esta, la
capital de los Estados Unidos Mexicanos, la ciudad más grande
del mundo. Buscar las huellas de Roberto Bolaño, un escritor
chileno que vivió aquí poco más de nueve años,
entre 1968 y 1977, es toda una odisea. No se trata simplemente de
una labor testimonial o "archivológica": se trata
de pesquisar, si es posible, en la propia marcha de esta ciudad, en
la energía que se oculta en la cultura azteca, aquello que
Bolaño creyó vislumbrar hacia el final de su vida: que
aquí, o muy cerca, se encuentra ni más ni menos que
"el secreto del mundo", como dice uno de los personajes
de 2666.
1968 en México
Zócalo de México. D.F. Mayo de 1968. Bolaño
llegó a Ciudad de México a comienzos de 1968, a la edad
de 15 años. Sus progenitores, León Bolaño y Cecilia
Ávalos, eligieron el país como destino en busca de mejores
oportunidades laborales. Su padre se había ganado hasta entonces
la vida como transportista y esporádico boxeador amateur, y
su madre oficiaba de profesora rural en el sur de Chile, donde Bolaño
vivió a salto de mata en ciudades como Los Ángeles y
Cauquenes. El convulsionado clima social que recibe a Bolaño
a su llegada es gravitante: ese mismo año, más precisamente
el 2 de octubre, ocurriría la fatídica matanza estudiantil
en la actual Plaza de las Tres Culturas, ubicada en el centro del
D.F. Jorges Solís Arenazas, poeta mexicano, cuenta: "La
actual Plaza de las Tres Culturas simboliza el encuentro entre las
tres tradiciones de nuestra idiosincrasia, a saber, la cultura precolombina,
la prehispánica y la hispánica, pero es además
el lugar donde terminan violentamente y con una centena de muertos
la escalada del movimiento progre de la Universidad Nacional Autónoma
de México (UNAM), que en julio de 1968 había comenzado
una serie de movilizaciones reivindicativas de los derechos estudiantiles.
Hoy se ha levantado allí un monumento en homenaje a los caídos,
y definitivamente ese hecho marca nuestra historia reciente".
El duro enfrentamiento entre estudiantes y policías pone de
manifiesto algo que estremece por su crudeza: que bajo las investiduras
populares del gobierno del entonces Partido Revolucionario Institucional,
PRI, el estado mexicano podía llegar a ejercer la coerción
con gran violencia y contrariando sus propios principios "insurgentes"
(patrióticos, según la sinonimia azteca).
La formación entonces del joven Bolaño, que para el
año 1970 había ya decidido dedicar su vida a la literatura,
debe verse a la luz de esta contradicción: la esperanza de
su revolución y la de su generación no pasó tanto
por los canales "regulares" de la insurgencia como por una
suerte de "contrarrevolución" que desconfiaba, a
partir de la experiencia de 1968, de los ideales libertarios de los
partidos institucionales de la izquierda mexicana. Es por esto quizá
que, en el primer manifiesto infrarrealista que redactara el propio
Bolaño en 1977 (en Correspondencia Infra, Revista Menstrual
del Movimiento Infrarrealista, N° 1, noviembre de 1977), aparecería
como primera cita el cuento del ruso Georgij Gurevich, La infra
del dragón. Un autor de ciencia ficción, como anota
la crítica Patricia Espinosa, que muestra la recurrente complicidad
de Bolaño con "los llamados géneros B, géneros
bastardos, ya sea cine porno, ciencia ficción, peplum o relato
policial", pero además, podríamos agregar, una
soterrada complicidad política con un autor víctima
también de una "dictadura revolucionaria", como la
soviética.
Infra
El cuento, publicado originalmente en Rusia en 1959, relata el episodio
del encuentro de una tripulación de cosmonautas, hacia el siglo
XXI, con los llamados "soles negros" o INFRA: soles - ciudades,
soles - planetas, en los que se da la extraña ocurrencia de
que la energía no produce ni luz ni calor, sino que permanece
como "materia oscura", donde todo funciona al revés.
Cito las primera líneas del manifiesto: "Hasta los confines
del sistema solar hay cuatro horas-luz; hasta la estrella más
cercana, cuatro años-luz. Un desmedido océano de vacío.
Pero ¿estamos realmente seguros de que sólo haya un
vacío? Únicamente sabemos que en este espacio no hay
estrellas luminosas; de existir, ¿serían visibles? ¿Y
si existiesen cuerpos no luminosos u oscuros? ¿No podría
suceder en los mapas celestes, al igual que en los de la tierra, que
estén indicadas las estrellas-ciudades y omitidas las estrellas-pueblos?
- Escritores soviéticos de ciencia ficción arañándose
el rostro a medianoche". La existencia de estos soles negros
(¿Agujeros Negros?), entonces, prefigura ya en el joven Bolaño
no sólo, como anota Espinosa, el interés por lo oscuro
y marginal de la tradición literaria. Vincula además
la situación del poeta infrarrealista mexicano con la de los
escritores rusos en la Unión Soviética. Matías
Sánchez anota que Bolaño "compara estos cuerpos
(los INFRA) con los poetas infrarrealistas dentro de la constelación
cultural mexicana. Y su fin ulterior era impulsar la revolución".
Una revolución curiosa, claro está, pues se hace en
el seno de una insurgencia de estado e institucional. Suerte de revolución
contra la revolución que hace de la metáfora de los
soles negros y del nombre INFRA todo un hallazgo: a la engañosa
luz de la revolución institucional, los infra les oponen la
energía oscura de la contrarrevolución, la sospecha
de los mitos heroicos y de los grandes relatos. ¿Qué
otra cosa hacer cuando el estado se arroga los emblemas de la insurgencia
popular?
Café La Habana. D.F. Julio de 1975. El Café La Habana,
hacia el oeste del Zócalo del D.F, fue el centro de reuniones
del grupo Infrarrealista desde su formación, entre fines del
75 y principios del 76, hasta la diáspora del grupo original
a fines de 1977. El lugar es aún el habitué de los que
siguen el movimiento, y su acogedora penumbra se presta aún
para la complicidad y la conspiración poética. Fue allí,
a mediados de 1975, donde se conocerían Bolaño y Mario
Santiago Papasquiaro. Santiago venía ya labrando, por ese entonces,
su propia insurrección.
Guerra a Paz
Hasta hace no muy poco, Santiago había participado como miembro
del taller de jóvenes poetas de la UNAM, dirigido por Juan
Buñuelos (posiblemente Julio César Alamos en Los
detectives salvajes). Allí también se encontraban
otros miembros iniciadores del movimiento, como Ramón Méndez
Estrada y Héctor Apolinar. El descontento creciente con Buñuelos
trajo consigo la solicitud de su renuncia por parte de los miembros
del taller. Pero el evento no fue más que la gota que rebasó
un vaso ya bastante colmado. Matías Sánchez evoca el
enrarecido ambiente literario de aquella época: "Por ese
entonces la influencia de Octavio Paz en la cultura mexicana era incontrarrestable.
Y peor, detrás de él surgió una tropa de poetas
e intelectuales que recogían sus sobras. Los poetas más
jóvenes los llamaban peyorativamente los "poetas estatales",
pues se rumoreaba que cobraban del PRI todos los meses a cambio de
callar sus denuncias". Posiblemente, recayó sobre Buñuelos
-tildado también por los nacientes infrarrealistas como "poeta
estatal"- nada más que la decantación del agobio
generacional de los jóvenes vates. Faltaba nada más
que una pequeña chispa para detonar la pólvora y esa
la trajo Bolaño.
Fue, en efecto, aquel encuentro Bolaño - Santiago lo que da
curso a la insurrección de los soles negros de la literatura
mexicana. El crítico mexicano Arturo Mendoza recuerda: "ambos
descubren el par tan buscado, el par duro e intolerante, el par voraz
de lecturas, pendencias y curiosidad. Los detectives salvajes acuerdan
su primera misión, denostar a Octavio Paz, el gran enemigo".
La poesía mexicana descansa en Paz, decían entonces.
Y cómo olvidar aquel memorable pasaje de
Los Detectives salvajes
en que Ulises Lima le confiesa a un longevo Paz que alguna vez él
y los real visceralistas planearon su secuestro. "La pasión
común de Bolaño y Santiago era el odio a Octavio Paz
y su amor irrestricto a la prosa de Maples Arce", señala
Solís Arenazas. Aquella tarde Santiago le entrega los manuscritos
de su libro Aullido de Cisne y Bolaño le entrega a cambio su
amistad incondicional. Así comienza el infrarrealismo.
Y los encuentros se sucedieron ya no sólo en el Café
La Habana. Formalmente, el grupo se funda en casa del poeta Bruno
Montané, y aparte de su ya mencionada antiestadolatría,
odio a Paz (a quien había que "mentarle la madre"),
desconfianza de los mitos revolucionarios, mostraban una pasión
descarnada e irrefrenable energía etílica. Raquel Huerta
es hija del célebre poeta y crítico Efraín Huerta.
Su casa también fue víctima de los asedios infrarrealistas,
de los que cuenta incluso que "cuando ya no quedaba más
alcohol, se ponía a beber el agua de los maceteros": "Conocí
a Roberto Bolaño cuando iba de visita a la casa, acompañado
de otros amigos suyos como Orlando Guillén, Bruno Montané,
Mario Santiago y varios más. Recuerdo que se reunían
a charlar de literatura al calor de las copas y sé que la pasaban
horas y horas debatiendo a profundidad sobre los autores clásicos,
compartiendo títulos, libros en una retroalimentación
que concluyó en que ellos le pidieran a mi padre un prólogo
para su antología de poesía infrarrealista. Yo era muy
chica para ese tiempo y más bien los veía de lejos pero
puedo decir que sus reuniones estaban repletas de ironía, de
lucidez y, por desgracia, de alcohol".
El infrarrealismo no era a buenas cuentas un simple movimiento literario:
era una actitud frente a la vida, caracterizada por la profunda irreverencia
e ironía, desenfreno y vitalismo a toda prueba. Sánchez,
citando a Arturo Mendoza, observa este ímpetu de la pandilla:
"Se iban a los recitales de Octavio Paz y de otros que detestaban".
Y los callaban con poemas infrarrealistas, declamados a grito pelado
para acallar a un poeta inerme, sorprendido o quizás aterrado
por esa turba violenta que no buscaba sobresalir ni tener reconocimientos
literarios". ¿Cómo hay que entender dicha actitud?
Espinoza alude: "la búsqueda de la infra funciona como
metáfora de la subversión del sujeto, único mito
posible, única utopía posible de sustentar". Es
posible darle a esta actitud otra lectura: si la metáfora de
los soles negros alude a la energía oscura contenida en la
contrarrevolución, el sentido vitalista y desenfrenado puede
leerse, a la postre, como un intento de violentar físicamente
los cuerpos dormidos en la mentada revolución institucional.
Buñuelos se convierte en la primera víctima de una escala
que tiene por objetivo desbancar la paz de Paz: contra esta armonía
impostada, contra la parsimonia metafísica del Nobel azteca
la "verdadera revolución" oponía la oscura
energía del desenfreno y la antimateria. Raquel Huerta, en
efecto, así lo manifiesta: "Roberto hermanó a estos
jóvenes contestatarios con los beatniks, por su irreverencia,
su lucha contra la cultura oficial y su búsqueda absoluta de
caminos nuevos. Y también decía en tono profético
que eran como soles negros, luz inversa plasmada en una obra que se
llegaría a convertir en la obra de los nuevos clásicos
contemporáneos. Esta luminosa oscuridad de soles negros me
recuerda sin duda al Efraín Huerta juvenil que definió
a su generación como estrellas iracundas. Y fue su rebeldía
lo que los acercó y lo que los emparentó literariamente".
Secreto del mundo
Zócalo, D.F. octubre de 2005.
"El infrarrealismo ya casi está extinguido", me
dice sentencioso Jorge Solís Arenazas. Entre tanto, yo observo
una foto ajada donde se ven los rostros juveniles de Bolaño,
Santiago, Cuauhtémoc Méndez y, posiblemente, Efraín
Huerta. Todos, menos Bolaño, sonríen. Del grupo original,
claro está, hacia 1977 ya no quedaba mucho: Bolaño emigraba
a Francia, África, y finalmente España, donde recalaría
definitivamente; Santiago se pierde en Israel y Europa, para morir
finalmente atropellado por un camión en el D.F, el 15 de julio
de 1998, dos meses después de la muerte de su archienemigo,
Octavio Paz. Fue la diáspora de ambos, en definitiva, la que
cimentó el desconcierto y decadencia del grupo.
Bolaño, sin embargo, jamás perdería de vista
la unión espiritual con Santiago. Es quizás éste
quien le entrega las claves más misteriosas de 2666:
el viaje enigmático hacia el México perdido, al México
de la frontera, el de los Desiertos de Sonora. ¿Está
allí, finalmente, el secreto del mundo? ¿Será
posible que en esa región fantasmagórica del mapa se
encuentren por fin los soles negros, la materia oscura donde Bolaño
y Santiago moran todavía? Quizás ese sea el último
viaje de los heroicos detectives.
Un sueño, por fin, donde no despertar gritando:
"A veces sueño que Mario
Santiago
Viene a buscarme con su moto negra.
Y dejamos atrás las ciudad y a la medida
Que las luces van desapareciendo
Mario Santiago me dice que se trata
De una moto robada, la última moto
Robada para viajar por las pobres tierras
Del norte, en dirección a Texas,
Persiguiendo un sueño innombrable,
Inclasificable, el sueño de nuestra juventud,
Es decir el sueño más valiente de todos.
Nuestros sueños".
(Roberto Bolaño)