La
penúltima puerta sólo se abre desde afuera
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Inventario Provisorio. Poesía de Víctor Sáez -
Por
Tamym Maulén
Santiago de Chile, otoño
de 2007
Nada nuevo. Simplemente, anochece en la ciudad. Hace frío, como siempre,
y esta calle que acoge nuestros pasos parece reconocer la tierra en mis zapatos.
Probablemente, sería esta la ocasión para lamentar no haber sido
un poco más heroicos a la hora de zarpar. No haber roto algunas lanzas
(o por lo menos una) pero el tiempo pasa demasiado lento como para perderlo en
esas cosas. Extraña manera de sentirse tan entero y reposado sabiendo que,
nuevamente, se nos viene el mundo encima.
Nada nuevo, simplemente, nombrar
lo ya sabido: la historia, el tiempo, un niño sorprendido en el armario
jugando con un pez tornasol. La poesía no importa, diría Eliot,
lo que queda es lo otro, lo verdadero, lo siempre cambiante. Lo que sea la poesía,
no sé, pero está en este libro.
Inventario Provisorio
de Víctor Sáez (Santiago, 1962) es justamente ese nombramiento.
Nada nuevo, simplemente único, completo, una escritura que desde su comienzo
es un punto final, convencida de que tal vez sean otros mundos los que se entierran
en las fosas blancas del papel. Decir lo ya sabido pero de otra forma, la
forma de uno, el mundo de uno. Poesía.
La
persistencia de la memoria
Lo primero que se podría decir
es lo último. Termina el poemario señalando: Hay
ausencias que ni el olvido / consigue derrotar. -Y concluye-: a mal traer,
en este viernes por la noche / no hay más que un par de ojos / intentando
subsistir. La vida se pasea ante los ojos, y sin embargo, esos mismos ojos
continúan mirándola, observándola desde la madurez de quien,
por peso propio, se ha caído ya del árbol (Senior es el nombre
de este poema final). Hacer un recuento de la vida pasada, un inventario, un viaje
psíquico aún en proceso, saldar cuentas con una historia propia,
dolorosa seguro, la historia de muchos y muchas, es el destilado que queda en
la poesía de Sáez, el derrame que transcurre, pienso, por todo el
libro y sus páginas. No existe más tiempo / sino el que duele.
/ La memoria ofrece guiños / que pretenden entibiar / estas esquinas.
Un inventario, un recuento, ¿provisorio? ¿Qué sentido puede
tener un inventario de vida en medio de la existencia, una revisión totalitaria
en medio de la totalidad- El Work in Progress es por necesidad y primeramente
Work, un hecho, realidad tangible capaz de ser almacenada. El juego de
Sáez, lo sugerente del título es eso, manifestarse el libro como
un registro, pero un registro doblemente acabado, doblemente inconcluso. Digamos,
la estabilidad frente al movimiento, occidente/ oriente, la oposición metafísica
por excelencia: el Ser y el Devenir. Un inventario pero provisorio. La memoria
propia que persiste comiéndose la cola:
En
la hora de la insustituible soledad,
No es bueno bajar corriendo las escaleras
O
acercarse así, sin más,
Al borde transparente y suicida de una
copa.
Es mejor perseguir la propia sombra,
Como en el patio del colegio,
Cuando
todavía sabíamos olvidar.
Pasar
revista al tiempo, dar cuenta de un mundo pasado que se desmoronó, asumirlo
y re-inventariarlo, parece ser la mejor opción (la más genuina al
menos) de un sujeto que ya no va a las clases, pero que sí, inocente, se
las da a sí mismo: Ingenuo rito / el de buscarse, / a pesar de todo.
/ Con los espejos trizados, / los dedos condenados a la tinta. Se escribe
el inventario para cerrar un ciclo y parir otro. No como suelen pensar los escritores
"éste es mi exorcismo", yo diría alumbramiento, un vómito
de luz interior que genera nuevos campos visuales. El sujeto, después dar
a luz (y no de exorcizar oscuridad) utiliza a la memoria ya no como bulto-peso
sino como bastón-pasaporte de ese tránsito (provisorio) que llamamos
vida.
La generación de Sáez -entre otros, Rubio, Lira, Memet,
Díaz-, y sus antecedentes -Cárdenas, Lihn, Teillier- es una generación
literaria marcada, de una u otra forma, por la situación del Chile de los
70 y 80's. La opresión, la fuerza y la estupidez, hicieron sin duda que
las manifestaciones culturales sufrieran una amputación grave. Y cambiaran
su curso para siempre. Tiene mucho sentido entonces un inventario (aunque no lineal
ni específico) de aquella memoria colectiva que constituía
a una pluralidad de voces en una generación literaria. Mucho sentido porque
nadie lo había hecho, y es preciso saldar ciertas cuentas (empezando por
uno mismo) para abrir nuevos discursos, nuevas manifestaciones. La construcción
de un nuevo imaginario poético tiene mucho que ver con la reconstrucción
hermenéutica de un pasado que siempre estará. El presente -dice
Ortega- es pasado desarrollándose. Los vestigios pasados serán el
inventario futuro, y el modo de operativo de un artista funciona sin excepción
a esta forma. Cortázar, sobre esto mismo, señala: "…Maurice
Blanchot ha demostrado que el tiempo calendario poco tiene que ver con el tiempo
del laboratorio central; fatuo sería el escritor que creyera haber dejado
definitivamente atrás una etapa de su obra. En cualquier página
futura puede estar esperándonos una nueva página pasada, como si
algo hubiera quedado por decir del ciclo que creíamos anterior, o como
si después de haber tirado todas las corbatas viejas para complacer a nuestra
amante esposa, el día de las bodas de plata descubriéramos que nos
hemos puesto, horror, la corbata con pintitas obsequiada por aquella novia que
después no se casó con nosotros". Cerrando ese ciclo entonces,
esa historia dolorosa y terrible, cerrando el inventario, se puede abrir otro
que contiene al anterior, viajar de nuevo por esa camino que nos conduce, según
Sáez, siempre al mismo lugar.
Vencer
la muerte
Al final es eso. Ningún descubrimiento. Quizás
-dice Teillier- lo único verdadero. Respiramos. Dejamos de respirar. Nada
nuevo, ya se dijo, pero aquí, acá, sólo hace frío.
Nuestras vidas son los ríos que van a dar allí, acá. ¿Vence
entonces la muerte, se vence? Nada tiene que ver el dolor con el dolor / Nada
tiene que ver la muerte con esa imagen de la que me retracto, ahora en un verso
de Lihn. Que de seguro y por cierto es el antecedente más próximo
para la poesía de Sáez que es eso, un hablar convencido de que a
pesar del sonreír inevitable de la muerte, la escritura, el cantar poético,
es el más real modo de devolverle la sonrisa. Somos seres condenados a
la historia, insertos por lo tanto en la A y la Z:
Sonreirá
por fin
La niña de la pena larga
Arrancando, con manos viejas
La
hoja final del calendario.
La penúltima
puerta sólo se abre desde afuera, y por ningún motivo somos nosotros
quienes la abrimos. Es la lengua de la muerte buscando muertos, es la aguja de
la muerte buscando hilo. Y la última, la puerta final, un espacio del que,
epicúreos, nada podemos decir.
Inventario Provisorio de
Víctor Sáez, finalmente, es de esos libros que hacen ¡Paf!
No con un golpe violento ni menos con un rupturismo vacío que busque bla-bla.
Por el contrario, hay aquí una explosión levísima de nuevas
formas, pero muy intenso estampido de sabiduría y sobriedad. Una lección
de vida que se cuenta y se recuenta a través de la condensación
y sinceridad: y uno la huele, uno es capaz de sentir el poema jamás pretencioso,
que nos habla de la vida y de la muerte y de su última abertura, su última
puerta.
Pero la poesía nos salva, de algún modo, porque
escribimos porque escribimos estamos vivos: la poesía, un atajo,
diría Sáez, la Ruta directa: sin duda el camino más corto
a la inmortalidad. Porque una vez muerto el vate y gracias a la escritura,
le siguen creciendo las uñas. La poesía: extraña
manera de sentirnos enteros y reposados cuando se nos viene el mundo encima.
Nada nuevo entonces, simplemente, nombrar lo ya sabido, sin importar que ya se
sepa: eso es Inventario Provisorio de Víctor Sáez, una invitación
a romper lanzas.
Termino con un verso de Kavafis,
No
me contuve. Me dejé y fui.
***
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